Yo: la mujer, voy
vagando por la vida, corriendo bajo su cielo, entre sus soles y sus lluvias.
Seguida por los gritos de las horas y los minutos cada vez más despiadados. Voy
muy de prisa, mirando hacia delante y sola porque me dijeron que toda la gente
es sospechosa.
Pero mi otro Yo: la niña, no llega a seguirme, ella camina lentamente, atrapada por los
colores de una primavera, tomando su tiempo para hablar con un árbol o una
mariposa. Y me pregunta constantemente, porque no entiende para qué tanta prisa.
Cuando camino en silencio, me gusta escucharla, porque sus cantos me alivian, sus risas me animan,
su ingenuidad me conmueve. Pero no me dejan quedarme mucho con ella, porque la
vida no espera a nadie. Y porque ella aminora mi ritmo.
Cuando miro al cielo, las nubes son palacios de algodón, el azul infinito me llama y quiero
volar. Yo, la mujer, no puedo, pero yo, la niña, tengo alas que me llevan a
donde yo quiero.
Cuando miro al suelo, siento el calor de las raíces verdes, e imagino otro mundo que vive
abajo, tengo ganas de volverme hormiga y hacerle una visita.
Cuando me miro al espejo, encuentro unos ojos castaños sorprendidos. Mi otro yo me mira de
cerca, cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí,
se superponen y por fin nos reconocemos y nos sonreímos cariñosamente.
Cuando abro mi ventana, la belleza del mundo siempre me sorprende, el aire fresco me devuelve
las ganas de vivir de verdad, de librarme de todo lo superfluo y de salir
corriendo hacia el bosque o la playa, hacia algún jardín o las calles de una
ciudad desconocida… Allí donde mi yo y mi otro yo pueden convivir en paz.
Cuando un árbol me abraza, siento lo mismo que cuando mi abuelo lo hacía. Siento mucha ternura,
mucho orgullo y mucha seguridad. Pero con el árbol siento algo más, una
responsabilidad hacía la naturaleza.
Si llueven gritos sobre mí, siempre cierro los ojos y me imagino en el jardín botánico de Mario
Benedetti. Veo a aquellos dos a la izquierda del roble y me acuerdo de que el
secreto está en correr con precauciones a fin de no matar a ningún escarabajo y
no pisar los hongos que aprovechan para
nadar desesperadamente. Encuentro a Mario, y cuando todos se van, el y yo
nos quedamos con los fantasmas.
Si un desconocido me da su mano, mi yo tiene miedo, pero mi otro yo le susurra que se
puede confiar, que hay gente generosa y buena sin que haya algo detrás. A veces
la escucho, para ver su sonrisa.
Si la soledad camina tras de mí, la abrazo y nuestra unión cree otros mundos, solo
visibles para mi otro yo. Pero últimamente creo que soy yo quien camino tras de
ella. No siempre se para.
Si la felicidad baila conmigo, me encanta el baile. Y le digo en un
arremolinamiento que soy muy buena bailarina, para que venga a bailar conmigo a
menudo. No importa el ritmo, solo la melodía.
Si no tengo palabras, me las invento. Es mi juego preferido.
Si leo, es que
estoy viviendo, intensamente, respirando y disfrutando muchísimo.
Si escribo, es que
estoy dando vida, respirando y disfrutando tal vez aun más. Las palabras son
mis niños. Cuesta mucho sacarlos a veces, pero merece la pena.
Fatine Sebti
Rabat, 27 de marzo de 2014
Actividad de escritura y de desbloqueo para escribir
sobre nosotros mismos.
Escrito original Fatine, Me gusta mucho.
ResponderEliminarDe verdad la vida no espera a nadie.
Maryam
Querida Fatine,
ResponderEliminarMuy contenta de encontrar un texto tuyo en el blog, lo leí con placer mezclado a cierta curiosidad de descubrir lo que ibas a contestar en tu “entrevista muy personal”.
Me deje llevar en una lectura muy suave y agradable siguiendo el hilo de tu pensamiento para descubrir con encanto lo que has dicho para cerrar tu entrevista:
” Si escribo, es que estoy dando vida, respirando y disfrutando tal vez aun más. Las palabras son mis niños. Cuesta mucho sacarlos a veces, pero merece la pena.”
Gracias por compartirlo, amiga.
Un fuerte abrazo.
Rkia