Fue como aquellos hechos en los cuales no puedes diferenciar entre lo verdadero y lo fantástico,
entre la certeza y el engaño, entre la realidad palpable y el sueño
teleológico. Sucedió en un mes incógnito del año
2002, cuando yo era un chico de ocho años. No me di cuenta de su importancia y su
extrañeza hasta que cumplí trece o quizá
catorce años y no me he lanzado a escribirla hasta mis diecinueve años.
Sucedió en la época marcada por la propagación de los
teléfonos móviles o los celulares, como solían llamarse antes. A mí también me
gustaba tener uno. Al principio, era muy difícil
convencer a mis padres; sin embargo, bastaba con
insistir y eso era suficiente para lograrlo todo.
Así que, finalmente, logré tenerlo. No era un
experto en esos aparatos, pero era algo tan precioso para mí que lo cogía
siempre con delicadeza y con mucho cuidado. Tres días después de la compra, mi
celular sonó, me acuerdo bien de que el sonido me era familiar aunque no se
parecía en nada al de otros aparatos. Fue un momento raro porque eso sucedía
por primera vez en mi vida. Sentí
une mezcla de emociones que pueden resumirse en orgullo, confusión y alegría. Esperé
un rato y respondí: «¿Quién es?». El otro dijo con en un tono mordaz: «¡Buenos
días, chaval!», y
añadió luego: «Estas no son maneras de hablar, uno debe respetarse a sí mismo».
A pesar de mis pocos años, acepté su reacción, le pedí disculpas y le pregunté
de nuevo quién era. Él me contestó, pero esta vez con un tono burlón: «Soy tú
mismo».
Esta respuesta me dejó en verdad
bastante confuso. Yo le pregunté de manera débil e ingenua: «¿Cómo que eres “yo
mismo”? ¿Me estás diciendo que tu nombre es Anass Khaldi?» Y él me contestó que
sí. Esa réplica no despertó en mí nada y la asimilé
con mucha indiferencia. Tras un breve momento de silencio, le dije: «Si de
veras eres “yo”, debes, por lo menos, convencerme y hablarme de mi vida o, más
bien, de “nuestra vida”». Mi contestación no
pareció molestarlo, sino al contrario, y empezó inmediatamente a enumerar mis
malas notas en la escuela, las faltas y las tonterías que yo hacía, y me
amenazo también con desvelárselo todo a mis padres.
Para mí, eso era más que suficiente para que yo pudiera
creerlo, sin embargo no podía dejar que me humillara y me avergonzara ante mis
padres, porque últimamente me habían comprado aquel teléfono. Eso no puede ser,
le dije, y le pregunté también: «¿Por
qué me haces esto? ¿No te gustas a ti mismo o
qué? Sentí que le había callado esta vez, pero me
respondió diciendo: «Puesto que sigues actuando de manera tonta e infantil, me demuestras que no mereces
ni el tiempo ni las informaciones que estaba a punto de desvelarte. Quizás será
posible en otro momento…». Luego, me colgó el teléfono sin escuchar unas de mis
frases más cultas de aquella época: «¡No hay
nadie más tonto que usted!».
Pasaron los años y nunca volvió a llamarme, aunque yo cambié
de celular muchas veces. A mis catorce años me sobrevino la idea de buscar el
primero de aquellos con el sueño de volver a tener una nueva conversación “conmigo
mismo”. Acabé por encontrarlo. Fue en aquel momento cuando me percaté de que el
aparato que me habían regalado mis padres y con el cual hablé “conmigo mismo”,
no era sino un maldito juguete que emitía
sonidos.
Anass Khaldi
Rabat, junio de 2016.
Actividad inspirada en el cuento
“El otro” de J. L. Borges.
Bravo anass khaldi me gusta mucho tu cuento porque tiene objetivo educativo
ResponderEliminarmuchas gracias
Assia el oualidi
Hola anass! Tu idea es muy original usando un objeto que invade nuestro quotidiano y casi se vuelve maestro de nuestra vida! Felicidades!
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