TALLER DE ESCRITURA "A ORILLAS DEL BU REGREG" DEL INSTITUTO CERVANTES DE RABAT

Bienvenidos a «A orillas del Bu Regreg», el blog de los integrantes del Taller de lectura y escritura creativa, un curso especial que realizamos desde hace doce años en el Instituto Cervantes de Rabat (Marruecos).

En este espacio damos a conocer los cuentos, poemas y otros ejercicios de escritura que se proponen en clase y que realizan nuestros alumnos, aunque también publicamos colaboraciones de nuestros lectores.

Muchas gracias por leernos y por compartir vuestras opiniones.
Ester Rabasco Macías (profesora del Taller)

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lunes, 31 de octubre de 2016

« FRENTE A MÍ MISMA» de MARÍA EL KANNASSI




 En un momento tibio del atardecer, el momento en que el sol se derrite suavemente entre los impacientes brazos del horizonte, su compañero eterno e inalcanzable, estaba yo corriendo, como de costumbre, a la orilla del mar. Estaba sosegada por el sordo murmullo de las calmadas olas que brindaban un repetitivo baile al banco de arena que se extendía orgullosamente frente a ellas. Sus interminables tentativas para sobrepasar esos límites me hicieron pensar en los múltiples pasos que hacemos en la vida para probar nuestra existencia e imponernos en esa escena virtual e ilimitada en la que abrimos los ojos sin haberlo deseado.  Estaba corriendo, como de costumbre, para entretener el pecio que me servía y sirve de cuerpo.

 A medio camino, percibí la presencia de una adolescente sentada en la cima de una pequeña duna. No lograba ver su rostro, oculto tras su largo cabello castaño cosquilleado por los débiles rayos rojizos de un sol en agonía. Solo podía distinguir el cuaderno rojo que descansaba sobre sus rodillas y que acogía con los brazos abiertos las palabras que ella garrapateaba sobre sus sedientas páginas. Al verla así, totalmente aislada y absorta por lo que hacía, tuve un sentimiento de nostalgia por una época en la que solía encontrarme en parecidas posturas, a menudo sola, compartiendo mis pensamientos con mi diario íntimo.

Seguí mi camino y, al regresar, vi una hoja tirada en el suelo en el mismo lugar donde había estado sentada la chica. Enfadada, maldiciendo la inconsciencia y la irresponsabilidad de los jóvenes, me dirigí hacia el papel para recogerlo y tirarlo a la basura. Una vez entre mis manos, este me desveló muchas palabras escritas en desorden, en todos los sentidos, que lidiaban, en una encarnizada batalla, por su superficie tan codiciada. A medida que yo leía las frases, siguiendo la enumeración que había al lado de cada una, mi corazón empezó a temblar más y más dentro de su escondite, los pensamientos comenzaron a entrechocarse en su torreón. Algunas líneas estaban difuminadas por manchas seguramente debidas a las lágrimas de la joven, pero no tuve ninguna dificultad para leer todo el texto… Este se fue incrustando dentro de mí, como si lo hubiera escrito yo… Lo había escrito yo. Eran mis palabras, eran mis huellas…

¿Cómo podía ser? Buceé en los meandros hechiceros que se abrían ante mí y que me revelaban un secreto que no podía aceptar sin temer la viciosa presencia de la locura conllevada por la ineluctable vejez que me espiaba discretamente. Reconocí las irregulares líneas, el inseguro carácter de las letras, la ternura que pintaba las palabras… Si hubiera tomado alguna droga o alguna sustancia excitante, aquello me habría parecido normal, pero nunca había volado sin alas ni había saboreado momentos tan llenos de ilusión….

Mientras buscaba el equilibrio entre mi razón y mi corazón, una voz triste y asustada me sacó de mi nube:

-         Por favor, señora ¿no habrá usted encontrado una hoja de papel por aquí?

Me di la vuelta y descubrí un rostro muy familiar que me observaba con una mirada desconcertada. Al ver el papel entre mis manos, sus ojos se iluminaron y una sonrisa tímida se dejó entrever en su cara de ángel.

-         ¿Has escrito tú este poema?

Sí, lo perdí mientras volvía a casa. Acabo de terminarlo y no lo he copiado todavía. Afortunadamente, usted lo ha encontrado antes de que el viento se lo llevara volando…

- Es muy bonito… ¡Felicidades…! ¿Cómo te llamas?

- María.

Normalmente, ya nada podía alterarme pero,  al escuchar su nombre, me empezó a bajar un sudor frío por mi espalda. Ya nada existía alrededor.

-         No vives en esta ciudad ¿verdad?

-         No, estamos aquí de vacaciones.

-         ¿Qué tal tu madre? ¿Sigue todavía vigilándote desde la playa con su silbato?

-      ¡Sí, claro! Ella sabe muy bien que el mar es muy peligroso y que a veces me hago la valiente. No lo debería hacer, pero a veces el valor va emparentado a la inconsciencia y la torpeza.

Al terminar su frase, bajó la mirada y unas lágrimas centellearon sobre sus mejillas. Sus labios vibraron al pronunciar:

-         El mar me robó a mi mejor amigo.

-         ¿El poema era para él?

-        ¡Sí…! Lo echo de menos, era la única persona que me comprendía… No tenía que morir. Dejó esa desgracia a su familia y a mí me abandonó y me dejó sola. Tras su fallecimiento, empecé a odiar el mar a pesar de la atracción que ejerce sobre mí.

-         Pero tu amigo murió feliz haciendo lo que más le gustaba.

-         ¿Cómo lo sabe usted?

-         Lo sé porque tú lo sabes.

Frunció el ceño y me respondió con una nota de susto resonando en su voz:

-      Lo siento pero me está prohibido hablar con extraños… ¿Me puede usted entregar mi poema para que pueda volver a casa? 

-         ¡Por supuesto!

Con un gesto rápido, cogió el papel y se dio la vuelta para irse.

-         ¡María…! Tú no tuviste la culpa de la muerte de tu amigo… Aquel día, él deseaba más que nada en el mundo conquistar las olas a pesar del fuerte oleaje que había… Y tú se lo habías advertido…

Se paró de repente y regresó hacia el lugar donde estaba yo sentada, abrazando muy fuerte su cuaderno, como si fuera un escudo que la protegiera contra un peligro imaginario.

-         ¿Cómo sabe usted todo eso? Estábamos solos en aquel momento.

-         ¿Me puedes mostrar tu mano izquierda?

Abrió la mano temblorosa y me la tendió indecisa

-        ¡Mira la cicatriz en tu dedo corazón! ¡Mira el mío! Es una herida que te hiciste de niña con un juguete que le habían regalado a tu hermano en su cumpleaños. Estabas celosa e intentaste romperlo con la mano… Esa es mi propia anécdota.

En un impulso de impotencia, se dejó caer a mi lado y siguió observando nuestras manos durante muchos minutos en un silencio mortal solo interrumpido por los chillidos de las gaviotas que se disponían a volver a sus nidos.

-         ¿Cree usted que esto puede ser posible?

-         ¿El qué…?

-         Que sea usted mi fantasma….  Pero si yo estoy todavía viva y usted es mucho mayor que yo…

-         No creo ser tu fantasma, aunque nunca tuve la oportunidad de saber a qué puede  perecerse un fantasma.  Seguramente son mucho más espantosos que yo.

-      ¡No me lo puedo creer! Mamá me dice siempre que tengo mucha imaginación y que paso demasiado tiempo hundida en mis libros… Pero no creo que esto sea una ilusión y puro producto de mi imaginación.

-         Somos las dos totalmente reales, aunque está claro que mi cuerpo está más usado que el tuyo, no solo por haber acogido y dado luz a un niño que ya tiene nueve años, sino también por el desgaste del tiempo, ese mismo tiempo que nos separa. Por obra de un milagro, ahora estamos compartiendo el mismo lugar y el mismo tiempo… Pero ¿por cuánto tiempo? No puedo explicar todo lo que ocurre, estoy tan sorprendida como tú… Solo sé que tengo en mi casa el mismo poema que has escrito hoy mismo y que, hasta ahora, no lo ha leído nunca nadie.

-         ¿Y sigue sintiendo usted el mismo amor por la lectura y la escritura?

-        ¡Sí! Pero me habría gustado tener tanto tiempo e inspiración como tú para dejar sobre el papel todo lo que galopa en mi mente. Con el paso del tiempo, aprenderás a frenar tus deseos y abandonar algunos sueños; a veces, otras personas se encargarán de hacerlo, sin darse cuenta de que eso te puede dañar. Ahora hay algunas diferencias físicas entre nosotras, pero la llama que resplandece en tus ojos, lleva años luchando para seguir sobreviviendo en los míos y, aunque a duras penas,  afortunadamente lo consigue. Realmente, las arrugas nos marcan menos que las pruebas que afrontamos durante nuestra existencia.

-         ¿Ha sido tan dura la vida para ti?

-        Tuve tantas alegrías como dolores, pero el peso de la madurez hace que se incline nuestra espalda. En ocasiones, el viento es tan fuerte que tenemos que acurrucarnos para padecer menos pérdidas.

-         Es demasiado tarde, no quiero que mis padres se asusten. Tengo que irme pero quiero saber más cosas de usted… De mí misma…

-       Si vivieras en mi época, podrías llamar a tus padres por el teléfono móvil.

-         ¿Qué es eso?

-        Es un teléfono que podemos llevar con nosotros a todas partes. Muy práctico, aunque a veces limita nuestra libertad. Es una cadena inmaterial que nos condena a mantener constantemente un lazo con los familiares y los pretendidos amigos. Aislarse, tal como tú logras hacerlo ahora, es prácticamente imposible, a no ser que tires el teléfono a un pozo muy profundo. Además de todo esto, existe Internet, que podemos consultar en cualquier momento.

-         ¿Internet?

-       ¡Ah! He olvidado que todavía no existía en tu época. Es una ventana abierta al mundo. Es lo que ha acabado por eclipsar a los libros. Ha destruido el deseo de tomar un libro entre las manos. La intimidad no significa ya nada en mi época, tampoco la amistad, las relaciones humanas ni el amor… Ha destruido las barreras culturales entre los países volviendo la información más accesible, aunque ya no sabemos distinguir la verdad de la mentira. Es también  el mejor vehículo para el vicio humano, es más virulento que todos los virus conocidos. Ha difundido el odio, la maldad, el terror. Ha abierto las puertas virtuales a muchas cosas desagradables que nos hacen vivir horribles acontecimientos. Ha desvelado en pocos años la realidad del carácter humano. Si hubiera existido en la época de Hitler, éste habría quemado el mundo en tan solo dos días…  Y yo soy un poco como un viejo tocón, siento nostalgia por las cosas auténticas, puras y tangibles. El contacto, la vista, el gusto, el olor, el oído… ¿para qué sirven sino para poder evaporarse y dispersarse de placer y de alegría cada vez que estamos en presencia de algo que nos gusta? Todo es efímero en la vida, solo persisten los recuerdos grabados para siempre en nuestra memoria gracias a esos sentidos. Si no los usamos, se mueren y perdemos la única herramienta que nos puede ayudar a entretener  estos  recuerdos que acaban por desaparecer.

-         Y a usted, ¿le ha afectado tanto todo esto?

-        No te preocupes, todo eso lo superarás… Los libros siguen siendo mis mejores compañeros. La escritura, el papel, la tinta que fluye al ritmo de las palabras arrancando lo mejor de nosotros mismos… Nada puede sustituir todo eso. Muy pocas cosas me pueden ofrecer el alivio y el bienestar que siento cuando vierto sobre las hojas las ideas que me ahogan. Para mí, nunca habrá nada mejor que un libro que descansa sobre mi pecho.

-         El tiempo se me escapa en su presencia, y la razón también, pues todo lo que me está describiendo usted me parece idéntico a lo que siento yo. Sin embargo, todo esto es demasiado pesado para mí, es más de lo que yo nunca hubiera podido imaginar. Necesito mucho tiempo para asimilar lo que me está sucediendo ahora…

-         ¿En qué estás pensando concretamente…?

-         Estoy imaginando la tormenta que me espera ahora en casa a causa de mi retraso. Tengo que despedirme de usted, pero no me atrevo.

-         Si quieres, nos encontramos aquí mañana…



Ella abrió religiosamente su precioso cuaderno y sacó una foto que me señaló:

-         Como señal de que voy a volver, le confío esta foto… Es…

-         ¡Es tu foto con tu amigo fallecido!

-      Es la única que tengo. ¡Tiene usted que devolvérmela! ¡Tiene que prometérmelo!

-         ¡Te lo prometo!



Se levantó  y se alejó poco a poco dándose la vuelta de vez en cuando como para asegurarse de que yo no era un espejismo. Me puse de pie mirando la foto en la que la vida parecía abrazar a los dos jóvenes que posaban en el centro. Al día siguiente, la foto estaba todavía entre mis manos entre otras muchas más, dispersas sobre la cama, dispuestas con el objetivo de refrescar mi memoria que revelaba señales de fatiga… de vejez…



María El Kannassi.

Rabat, junio-septiembre de 2016.

Actividad inspirada en “El otro” de J. L. Borges. 

«OLVIDAR» de MOHAMMED HIMMI


En noches como esta, me siento el más vulnerable de los hombres.
Me hacen recordar a quien amé, aunque no quiero recordar nombres,
y me hacen escribir, aunque nunca formó parte de mis costumbres.
Me hacen recordarte a ti, estrella bonita que ocupabas el gran espacio de mi corazón;
a ti, reina de mi mundo, con tus ojos grandes y toda tu perfección.
Me hacen recordar y me hacen lamentarme…
Ahora que estoy solo, irremediablemente solo,
desamparado, decepcionado y perdido.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Ahora que el viento es más frío y más violento,
ahora que se detiene el tiempo, y que me quedé solo con mi pensamiento.
Ahora que sufro y que se llena mi corazón de nubes grises de arrepentimiento,
siento un dolor lleno de silencio que me hiere desde dentro.
Espero a que llueva y salgo, porque no quiero que se vea mi llanto.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pero mañana dejaré de soñar contigo y no volveré a estar triste:
llenaré el gran lugar que ocupaste, pero que has dejado más vacío al irte.
Lo haré pasito a pasito con la esperanza de volver a amar,
aunque eres el tipo de persona que no se puede olvidar.
Las noches como esta son duras y ásperas,       
pero luego llega el día y me resulta tan duro como la noche,
y luego llega la noche otra vez.
Qué poco dura el amor y qué largo es el olvido…


Mohammed Himmi.
Rabta, octubre de 2016.
Poema inspirado en el poema “Puedo escribir los versos más tristes esta noche….” de Pablo Neruda. Actividad de escritura: “Exposición de poemas de amor”.


jueves, 27 de octubre de 2016

“ZAPATOS” de ANASTASIO GARCÍA


Le dolía todo el cuerpo. Había dormido mal. Se sentía pesado, lento y un poco mareado. El calor y el dolor eran los causantes. Apenas había podido dormir. Vueltas y vueltas de un lado a otro de la cama arrastrando pensamientos e incertidumbres habían sido sus únicos acompañantes durante toda la velada. La noche anterior había sido tremenda. Había recibido más golpes de los que él pudo dar a pesar de estar en mejor forma que el resto. Sentía las manos desarmadas. Las había forzado demasiado contra su adversario. No pudo evitar ver las cicatrices, mil veces memorizadas, en manos y antebrazos, testigos de la lucha y de la vida, mientras se ataba los cordones de unas pumas amarillas que había comprado en un mercadillo de segunda mano. Un último apretón y estarían listas para encarar un nuevo día, se dijo a sí mismo. Al levantar la cabeza, un ligero mareo estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio. Se incorporó lentamente y recorrió los apenas tres pasos que lo separaban de la cocina. Vivía en un cuchitril, una habitación de tres metros cuadrados donde todo estaba colocado a su antojo. El caos y el desorden se hacían patentes por todos los rincones de la pieza, aunque, sinceramente, poco le importaba. Las únicas visitas que recibía pasaban la mayor parte del tiempo en la penumbra y en la cama y cuando acababan su función él se encargaba de que desaparecieran lo antes posible.
Ella había terminado de ponerse su vestido rojo. El más sexy y provocador que tenía. Un vestido de licra, que se le adhería al cuerpo como una segunda piel y que le resaltaba las trepidantes curvas de su cuerpo haciendo que no pasara desapercibida. Unas medias de rejilla negra y unos zapatos vertiginosos rojo sangre completaban su atuendo. Buscó en todos los bolsos que tenía y no encontró el pintalabios rojo. Quizás lo había perdido o se lo había quedado alguna de las compañeras que tenía tan, literalmente, amantes de lo ajeno. Encontró un lápiz de labios marrón, tampoco le dio mucha importancia ya que el color no le duraba mucho. Empezó a perfilar los labios por fuera para proporcionarles un efecto de mayor volumen y así aparentar unos labios más carnosos.  A ella le gustaba así. Se sentía poderosa y segura. Empezó a perfilar desde el centro hacia afuera, al principio de forma suave, para delimitar, y luego con trazos más fuertes y sólidos para finalizar. Todavía le temblaban las manos. La  noche anterior había sido dura. Un combate de kárate en un antro cochambroso, repleto de humo y de hombres con las feromonas alteradas, acompañado de unos cuantos tragos de vodka en un estómago en ayunas habían terminado por derribarla. No sabía cómo había llegado allí. Lo cierto es que, desde hacía algún tiempo, no le apetecía trabajar y la mayor parte de los días los pasaba deambulando de un lugar a otro esperando el momento en el que su madre y su hijo ya se hubieran ido a la cama, evitando así un buenas noches cargado de reproches y culpabilidad. Vivía con su madre en un pequeño piso en el que apenas había espacio para una sola persona. Se trasladó allí después de que la dejaran abandonada y tirada en la calle con un niño de apenas año y medio. Nunca se había llevado bien con su madre y, últimamente, las cosas iban empeorando día a día. Mientras se maquillaba, el estómago empezó a revolvérsele al mismo tiempo que iba recordando el sabor amargo y seco del vodka que se había tomado la noche anterior. Cerró  los ojos para controlar las náuseas y apretó los labios con fuerza. ¡Cuántas veces se había prometido que esa vez iba a ser la última! Pero el olor a alcohol o la simple idea de beber era mayor a todas sus promesas. ¡Puta vida!, se repetía sin cesar a la mañana siguiente. Necesitaba un hombre a su lado, que la quisiera, que la consolara, que le preparara un café y le diera unas buenas noches con un beso en la mejilla. Y por encima de todas las cosas, necesitaba un padre para su hijo. Deseaba ser amada y, sobre todo, amar.
Las zapatillas de deporte amarillas le gustaban. Se sentía cómodo con ellas. Además eran veraniegas y le hacían juego con la camiseta. Empezó a prepararse el desayuno: cereales, leche, cola-cao, un plátano y un huevo. Lo puso todo en la batidora y, al igual que la lava de un volcán en erupción, un borbotón de esa mezcla compacta y negruzca salió disparado para mancharlo todo. No le dio la mayor importancia. Se bebió lo poco que había quedado y el resto lo dejó esparcido en la mesa, aumentando la entropía que reinaba en su universo.
Empezó a ponerse los zapatos rojos. Perdió el equilibrio y anduvo dos o tres pasos hacia atrás hasta casi caerse. Se mantuvo en esa posición, semisentada. La rabia y la impotencia le corrían por dentro. Se sentía basura, un desecho, que la vida se había permitido el lujo de crear. Se creía atrapada en una noria que daba vueltas y vueltas y de la que era imposible bajar. A veces le parecía que estaba sumergida en un pozo de fango y lodo, inmersa en una lucha continua y sin descanso para poder sobrevivir. Cogió el zapato que se le había salido del pie al caerse y golpeó con fuerza el suelo plasmando toda su rabia con cada impacto. Cuando abrió los ojos, unas pantuflas marrones y blancas avanzaban a pequeños pasos, casi arrastrándose por el suelo. Fue todo lo que vio en ese primer instante. Se secó las lágrimas y alzó la cabeza. Una sonrisa angelical rodeada de cabellos castaños y rizados se acercaba a ella. Extendió las manos y lo abrazó con fuerza besando su cara, sus ojos, su cuello, su boca, su pelo… Era lo único que le pertenecía, el único derecho que la vida le había otorgado, y la mayoría del tiempo tenía la sensación y vivía con el miedo de que lo podía perder. Lo abrazó aún más fuerte y se incorporó. Se colocó el zapato rojo y se dispuso a salir.
Bajó las escaleras apresuradamente. No podía evitar mirar sus pumas amarillas. Tenía que tener cuidado de no mancharlas, pensó. En el patio interior estaba la vecina barriendo como cada mañana. Siempre ella barría y él pasaba. Si sus miradas coincidían, se saludaban con un ligero movimiento de cabeza; si no, cada uno seguía su ritmo. Recorrió el estrecho pasillo que lo llevaba a la calle y allí, como siempre, se encontró al mendigo sentado en el tranco de la puerta, viendo pasar la vida o quizás esperando la muerte, ¡quién sabe! Cogió la moneda del bolsillo y la depositó en la mano que ya la estaba esperando. En un acto reflejo, el mendigo la guardó y, luego, bebió un buen trago de una botella de aguardiente, lo que contribuyó a aumentar la expresión de felicidad que tenía y a transportarlo un poco más allá de este mundo. El perro empezó a correr tras él. Un chucho resultado de miles cruces, marrón claro y ojos saltones, sin identidad y sin ni siquiera nombre. Ese animal era uno de los pocos amigos que tenía, era casi siempre el primero que le daba los buenos días y el que lograba arrancarle una sonrisa consiguiendo que saliera lo mejor de él cada mañana. Este perro lo hacía más humano. Llegó al taxi, un viejo mercedes blanco con una línea verde en el lateral, abrió la puerta con un movimiento brusco y entró sentándose enérgicamente. Un calambre le recorrió todo el cuerpo y volvió a recordar la paliza de la noche anterior. Empezaba a perder facultades, un indicio de que ya no era un niño. Tenía que entrenar fuertemente para mantenerse en forma, aunque pensó que esa noche no iría al club de boxeo. Esperaría dos o tres días hasta que sus músculos y huesos se recompusieran. Su fiel amigo se le acercó hasta casi ponerle el hocico en su muslo. Abrió la bolsa de papel, sacó el bocadillo y cogió la loncha de jamón que, expresamente, colocaba cada mañana para dársela al chucho. Le gustaba ese ritual. Le daba suerte.
Ella bajó las escaleras, lentamente, escalón tras escalón, con cuidado de no resbalarse con los zapatos, pues el agua corría escaleras abajo. Alguien las había fregado y se había olvidado de recogerla. El niño iba pegado a su cuerpo, en sus brazos. Podía notar el olor a inocencia que exhalaba. Olía a primavera, a flores, a sol, a azul… a vida y ella no pudo reprimir una lágrima.
Él puso en marcha el taxi, no sin antes acariciar la pata de conejo que colgaba de la llave de contacto. Todo formaba parte de un mismo ceremonial que se había vuelto casi tan imprescindible como respirar: la moneda al mendigo, la loncha de jamón al perro, la pata de conejo…
Ella continuó bajando hasta llegar a la lúgubre y estrecha calle en la que se encontraba su casa. Anduvo unos cuantos metros más y salió a la avenida. Un sol abrasador le hizo olvidar la oscuridad de su casa y empezó a calentarle los huesos. Alzó la vista buscando un taxi pero no pudo distinguir ninguno de entre todos los coches que se avecinaban. Empezó a dar cortos paseos por la acera. Hacia la izquierda, a la derecha, otra vez a la izquierda, luego a la derecha… Estaba impaciente, nerviosa, angustiada y, sobre todo, tenía miedo. Había decidido que su vida tenía que cambiar. Lo había resuelto mientras bajaba las escaleras. Cada peldaño que descendía la hacía sentirse más cerca de la boca del pozo, cada escalón era una reafirmación más de su determinación. Con cada peldaño estaba más segura de su decisión. El calor de su hijo la fortalecía, no merecía la miseria y el desamor que ella había vivido.
Un taxi se acercaba, era un viejo mercedes blanco con una línea verde en el costado. Alzó la mano y se paró. Entró en el taxi sin ni siquiera ver al conductor y murmuró la dirección que tanto tiempo llevaba martilleándole en la cabeza.

Anastasio García.
Rabat, octubre del 2016
Actividad inspirada en el Cortometraje mexicano “Zapatitos”, de Armando Ciurana.

«VEINTE AÑOS, HIJO», BAHIA OMARI

    Lloro sin cortar cebollas, pero oigo la fluidez de las lágrimas, lágrimas por el dolor que alcanza siempre mi corazón, mi alma; un...

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Cantando los versos de José Martí.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Iman y Anastasio recitando a Mario Benedetti. Mohammed a la guitarra.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Manal, Ahlam y Assia recitando a Oliverio Girondo.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Rkia recitando a Delmira Agustini

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Bahia recitando a Alfonsina Storni.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Laura & Mohamed y Mohamed & Laura cantando a Alfonsina Storni.

Ensayando para el Día E junio 2015

Ensayando para el Día E junio 2015
Grupo del Taller de Lectura y escritura 2015

Recital 18 de junio de 2016

Recital 18 de junio de 2016
21.00 Instituto Cervantes de Rabat

Bahia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Bahia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015, 19.00 -INSTITUTO CERVANTES DE RABAT -

Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015

Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015

Fatima. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Fatima. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Rabat, 24 de abril de 2015.

Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

RECITAL 11 DE JUNIO DE 2014

RECITAL 11 DE JUNIO DE 2014
Recital "A orillas del Bu Regreg 2014"