Había
estado haciendo ejercicios de calentamiento para mi primera prueba, cuando
apareció, como una pesadilla en medio del día, aquella larga cola de caballo de
color miel.
Años atrás, estando yo agachada,
intentando forzosamente llegar a mis zapatos para atar los cordones, mi acto
fue interrumpido por una llegada que resultaría más tarde, el inicio de mi
tortura. Sin levantar la cabeza, mirando por debajo del pupitre, pude ver aquella
misma melena de color miel, bailando al compás de unos pasos ágiles, pero
seguros, hacia la mesa de la maestra que no tardó en presentarnos a la nueva
compañera recién llegada de la capital.
Llevaba una cola de caballo que salía
absurdamente de la coronilla, como un manantial, desembocando hasta el nivel de
la cintura. Sus ojos eran tan grandes que parecían observar el mundo desde
otros ángulos, sus labios habían sido finamente dibujados, su voz suave casaba
perfectamente con su pelo, sin una octava de más. Su delgadez era tal que
parecía que cualquier ráfaga pudiera llevársela; resultaba sorprendente que
aquella raya en forma de niña pudiera soportar el peso de un uniforme colegial
tan espeso. Enfrente, estábamos mi cuerpo y yo, tan gruesos, tan abultados, en
constante lucha con los caprichos de un estómago insaciable, exigente, glotón,
en constante lucha con una cremallera que se me resistía cada mañana intentando
desafiar los pliegues carnales de mi cadera.
La nueva compañera -que bauticé como la nueva- no tardó en despertar el
interés de todos los niños, tanto en clase como en todo el colegio, haciéndome
perder los pocos aliados que yo tenía. Los privilegios de la belleza son
inmensos, provoca su efecto incluso en los que no se fijan en ella.
Vivía yo en ese mundo colegial sin
pertenecer a él, como una infiltrada, miraba a los demás sin que ellos me
vieran. Estaba poseída por una extraña transparencia. Y lo corroboraba cuando
pasaba al lado de los otros para averiguar si alguien iba a volver la vista,
repitiendo el experimento varias veces, sin resultado, llegando a convencerme de
que era lo mejor, pues cualquier gesto mío, cualquier reacción hubiera acabado
siendo objeto de burla y de chiste.
Una semana después de su llegada, ella
por fin se fijó en mí, me auscultó de pies a cabeza, pero aparentemente mi
exploración física le resultó apática, y el diagnóstico poco alentador.
Yo no pertenecía a ningún bando en
concreto, como era la costumbre, así que me alisté al más majadero, al más
bobo, donde todavía reclutaban por escasez de miembros, pues era mejor que
hacer bando sola.
Ella, como era de esperar, estaba en
el bando de los mandones, de los valientes, de los forzudos, que la habían
declarado, de entrada y unánimemente, como la jefa indiscutible, y habían
elegido, como cuartel general, ni más ni menos, que el jardín de su propia
casa, lo que luego debilitaría gravemente mi nuevo don de espía. Su popularidad
fue subiendo como la espuma, alcanzando dimensiones impresionantes, a medida
que mi hundimiento moral y psicológico se hacía más profundo. A mesura que sus
proezas despertaban el interés y la curiosidad de todos, mis torpezas
despertaban un mar de risas y carcajadas.
Se fue acumulando tanta angustia y
tanta frustración dentro de mí, que al cuarto mes de su llegada yo pensaba que
ya no aguantaría más, por eso contaba los días para que el verano llegara. Fue
entonces cuando el grandullón de clase, que había observado seguramente mi
calvario y mi malestar –los marginados son los mejores observadores- me propuso
sus servicios, a cambio de una moneda de diez céntimos. Sin pensármelo dos veces,
acepté el trato que cerramos con un apretón de manos.
No me resultó difícil conseguir el
dinero, mi hucha se había ya llenado en vísperas de unas vacaciones que
prometían ser ricas en helados, palotes, chupa-chups y chuches.
Me encerré en el cuarto de baño para
cerciorarme de que la moneda que debía salvar mi orgullo y devolverme el honor
era exactamente de diez céntimos, según lo prometido. Nos reunimos, mi vengador
por encargo y yo, cerca del Cine Español, tal como habíamos convenido. Le
entregué la moneda, que él exploró como un verdadero asesino a sueldo. El plan
consistía en tenderle una emboscada una vez que estuviera sola, camino a casa,
atacarla por sorpresa por detrás, y cortarle su larga melena.
Era demasiado esperar de un ser que
padecía obesidad, tanto cerebral como física. El plan nunca fue llevado a cabo,
y los diez céntimos terminaron en la caja del pastelero de la calle real.
El verano por fin llegó, ese junio de
mil novecientos ochenta y dos, y con él llegó mi salvación. Corrieron rumores –que
luego se confirmarían–, que la nueva
se iba el próximo curso, de vuelta a la capital. Lo celebré por todo lo alto,
en mi cuarto, sola, devorando una cinta entera de bombones de cola y otra de
lima y limón.
Aquel día, una voz pronunció mi
nombre, que sonó como un eco en mi mente. Muy aturdida, llegué a darme cuenta
de que era mi turno para la prueba, busqué con la mirada la cola de caballo de
color miel, pero esta había desaparecido.
Iman Tanouti
Rabat, 18 de marzo de 2017.
Actividad de escritura basada en el
tema de los celos a partir de la obra El
perro del hortelano de Lope de
Vega.
Imane,
ResponderEliminarGracias por este cuento que me ha hecho viajar hacia el mundo de la infancia.
Una historia cautivadora, magnifica con suspenso y algo de intriga a la medida de la edad de la protagonista.
También, me han encantado tus descripciones en estilo y en vocabulario como cuando dices más adelante:
“Sus ojos eran tan grandes que parecían observar el mundo desde otros ángulos,…”
¡Enhorabuena!
Rkia
muchas gracias Rkia por tu comentario .
ResponderEliminarIman
Muy cautivador cuento, expresa una incertidumbre, una duda en el alma infantil de la protagonista. El texto es muy bien elaborado, el estilo también.
ResponderEliminarMe gusta mucho.
Enhorabuena amiga!
Bahia
Un saludo desde Lleida; soy Gloria Martín, coordinadora de un taller de escritura creativa en esta ciudad.
ResponderEliminarMe gustaría aportar unos comentarios sobre "Aguafiestas". Un toque muy personal en las descripciones, la cola de caballo que salía como un manantial, la raya en forma de niña que soportaba el peso del uniforme... fantástico.
En cuanto al tema, creo que habla de la envidia más que de los celos.
Muchas gracias por tu comentario y tu interes Gloria.
Eliminarsaludos desde Rabat
Imane, una historia con unas descripciones excelentes que te llevan a estar allí pudiendo ver a "la nueva", ver a los grupos o pnadillas e imaginarte todo lo que pasa.
ResponderEliminarEs una historia muy común cuando llega alguien nuevo a un lugar, es la novedad y como tal consigue destronar y desplazar a los que ya están, pero como ocurre en la historia si llega alguien nuevo, lo más probable es que se vaya y de este modo vuelve todo a la normalidad.
Me gustan mucho todas las comparaciones y metáforas que utilizas.
Enhorabuena.
Muchas gracias Anastasio.
Eliminarespero verte en Octubre
un saludo
Iman
Muy bien escrito tu cuento,Iman!La muchacha que relata, está casi delante de mí con su apariencia,sus planes,su desprecio hacia sí misma convertido en celos...
ResponderEliminarComo siempre es un placer leer algo tuyo.
Albena