TALLER DE ESCRITURA "A ORILLAS DEL BU REGREG" DEL INSTITUTO CERVANTES DE RABAT

Bienvenidos a «A orillas del Bu Regreg», el blog de los integrantes del Taller de lectura y escritura creativa, un curso especial que realizamos desde hace doce años en el Instituto Cervantes de Rabat (Marruecos).

En este espacio damos a conocer los cuentos, poemas y otros ejercicios de escritura que se proponen en clase y que realizan nuestros alumnos, aunque también publicamos colaboraciones de nuestros lectores.

Muchas gracias por leernos y por compartir vuestras opiniones.
Ester Rabasco Macías (profesora del Taller)

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jueves, 21 de enero de 2016

“LEYENDA DE UN CUENTACUENTOS” de ABDELLAH EL HASSOUNI

Me fascina Marrakech y su puesta del sol detrás de las montañas del Atlas, su flujo ininterrumpido de pieles blancas desguarnecidas, en busca de rayos de sol y de exotismo; esta ciudad ocre, dónde las tradiciones que se perpetúan desde hace siglos se combinan con este perfume de modernismo venido de otras partes. Perderse en sus callejuelas, sus exiguos callejones medio sombríos y medio alumbrados, con sus bóvedas que casi rozan las cabezas de los transeúntes… Todo ello crea un hechizo que, a menudo, acaba por inyectarnos en los brazos de la plaza Jemaâ El Fna, de sus narradores de todo género, de sus encantadores de serpientes, de sus jugadores de acrobacias o de sus adivinadores que siguen manteniendo toda su autenticidad.
No puedo olvidar esa época en la que mis cabellos eran todavía tiernos y mis nalgas no habían conocido las butacas rojas y sedosas del teatro, sino que se hallaban a menudo en contacto con la tierra dura y húmeda, cuando me colocaba en cuclillas en el círculo de una halka1. La halka era nuestro teatro tradicional, una representación al aire libre, sin cortinas, sin distancia alguna entre nosotros, los espectadores boquiabiertos y el cuentacuentos, ese narrador-comediante, carente de maquillaje y artificios, capaz de interpretar obras de todo género y de jugar con nuestros sentimientos y emociones. Asistir a una halka y escuchar a un cuentacuentos, es como abrir una puerta sobre la plaza central del gran zoco. La vida, que comúnmente fluye como el agua límpida de un arroyo, se vuelca repentinamente en un caótico bullicio donde una multitud de personajes llegan sin aviso previo y ponen patas arriba la tranquilidad solitaria que ha reinado hasta ese momento. Todos los personajes acaban enardecidos, hasta el extremo, y toman muy en serio los papeles que le han sido otorgados. Y yo, en aquella época, no podía hacer nada más que sentirme totalmente responsable de todos mis personajes, debía ocuparme de ellos, alojarlos en mi pequeña memoria, alimentarlos con todos los fantasmas posibles. Por la noche y antes de que Orfeo esparciera al viento del sueño mis imágenes del día, las de esos cuentos que había engullido antes, una pizca del galope del caballo de Ali Ibn AbiTálib2 seguía trotando y brotando en mi cabeza, tanto como el soplo de la bestia de Jámila y lwahch, nuestro relato de La bella y la bestia, que avivaba todavía mis endebles mejillas.
Muchos años después, un día, no supe por qué milagro (a decir verdad, fue una especie de nostalgia devoradora) me encontré agarrado por una voz que parecía ascender desde mi infancia, una voz similar a la de los cuentacuentos que solía escuchar bajo la muralla de la Puerta de Ceuta en Salé. Hasta puse las manos sobre mis nalgas, como gesto natural para protegerlos del eventual frío, aunque era una tibia tarde y yo estaba de pie en medio de una densa muchedumbre en la plaza famosa de ese Marrakech que tanto me gusta. La voz era cautivadora, el cuento también. Inmediatamente me sentí transportado allí donde podéis imaginar o, tal vez, no…
Pero, ese día, lo que más había llamado mi atención fue la melodiosa música que acompañaba su cuento, la música de un güembre, un instrumento de tres cuerdas punteadas a semejanza del laúd. Tras prometernos que, al día siguiente, continuaría el relato, a la misma hora y en el mismo lugar, el cuentacuentos acabó en mis redes, cuando lo atraje hacia la terraza del café Árgana para tomar un té caliente con menta. Le acabé interrogando para comprender el porqué de su elección del güembre, en lugar de un verdadero laúd de cinco cuerdas, tal como era costumbre entre los músicos del momento. Me escuchó con una sonrisa socarrona y acabó por relatarme una historia fantástica:
-No hay una única historia del ser humano, sólo hay muchas historias que tratan diversos aspectos de la vida humana… Y yo voy a contarte la mía. Pero me parece que no sabes que jamás hay que fiarse de las apariencias. Yo, el cuentacuentos al que acabas de escuchar y que está sentado frente a ti, soy, en realidad, un experto en madihin3, un confirmado músico cantante de alabanzas. Y puedo decirte que fui solicitado y apreciado en todas las tierras norteafricanas y andalusíes; sí, en todas partes, querido amigo. ¡Deja de abrir tus ojos desmesuradamente! Sí, yo fui incluso presentado, por mi maestro, al mismísimo monarca; sí señor. Y una vez delante de él y después de las acostumbradas zalamerías, le dije con gracia y de manera distinguida:
-Puedo cantar los poemas que otros cantantes de alabanzas saben; sin embargo, mi repertorio está constituido también por canciones que deben ser interpretadas tan solo ante un soberano y un devoto enamorado de la música más sabia, alguien de la talla de su Majestad. Otros no conocen estas nubas. Si su señoría me lo permite, voy a cantar para usted lo que el oído humano jamás ha oído antes.
El soberano alzó las cejas y ordenó que me devolvieran el laúd de mi maestro, un laúd árabe de cinco líneas de cuerdas. Pero yo, con todos mis respetos, decliné su oferta diciéndole que tenía mi propio instrumento que yo mismo había fabricado, alisando y esculpiendo la madera de manera especial, y que ningún otro instrumento podría satisfacerme. Después de haberlo examinado, el monarca me preguntó:
- Pero, ¿por qué no tocas el laúd de tu maestro, que es un músico y cantante de gran reputación y al que apreciamos personalmente?
- Si Su Majestad quiere que declame al estilo de mi maestro, voy a utilizar su laúd, pero para cantar en mi propio estilo, necesito este instrumento.
- A primera vista, observo que no se parece a un laúd clásico.
- Así es, señor, ni por la madera ni por su volumen, y ni siquiera su peso es el mismo. El mío pesa cerca de un tercio menos y sus cuerdas están hechas con tripas de cordero enjuagadas en agua caliente, lo que les otorga mayor suavidad y sonoridad que si fueran de otro animal. Y para puntear, he elegido un pedazo de cuerno pulido y aplastado, y no un plectro corriente de madera esculpida. Además, la diferencia más significativa reside en el hecho de que el mío contiene sólo tres series de líneas de cuerdas, lo que le procura mayor sutileza de expresión y mayor alcance sonoro.
El soberano, entusiasmado, me pidió que cantara otra vez. Después me ordenó que volviera de nuevo al palacio. Antes, se volvió hacia mi maestro para decirle:
- Si pensara que me habías ocultado a propósito las extraordinarias capacidades de este joven, te habría castigado por no haberme hablado de él antes. Sigue de cerca su instrucción hasta que finalice.
Luego, el cuentacuentos hizo una pausa. El ruido que emitía tomando sorbitos de su té me había sacado del sopor en el cual me habían sumergido sus ojos, tan vivos e inteligentes, y su cautivadora voz. Durante todo ese tiempo, yo había perdido el ritmo del latido de la realidad y el control del tiempo. Pero entonces comprendí que, aunque era un hombre robusto y vigoroso, de tez muy sombría y tan alto como una montaña, la claridad de su voz y la dulzura de sus dedos eran como los de una mujer. Lanzándome una mirada interrogativa, me inquirió:
- ¿Me crees?
- ¡Sí, creo que sí!
- ¿Y adivinas que hablo del güembre?
- Yo creía que el güembre había acompañado a los esclavos africanos venidos de Guinea y de Mali.
- ¡En cierto modo, sí; pero era una versión muy primitiva! El mío es otra cosa, completamente otra; es “el rey” de los instrumentos musicales de cuerda. Los antiguos decían que las diferentes series de cuerdas del laúd correspondían a los humores del cuerpo: el primer par era amarillo y simbolizaba la bilis y el elemento del fuego; el segundo era rojo como la sangre; el tercero era de color carmesí y correspondía a la vida y al alma; el cuarto era blanco por el agua y la flema, y el quinto par, la de sonido más grave, era negra, es decir, la encarnación de la tierra y la melancolía. ¡Qué galimatías! ¡Tonterías y nada más! Yo pienso que no son necesarias tantas series de cuerdas para aportarnos alegría, amor, pasión o melancolía.
- Pero dime, ¿cómo sigue tu historia con el soberano?
- En mi segunda visita al palacio, me permití revelarle la técnica personal que había desarrollado para los cantos, las nubas. La nuba, que quiere decir “esperar su turno”, es una continuación de piezas vocales e instrumentales y yo había creado veinticuatro tipos, uno para cada hora del día. Actualmente, todos ellos forman parte de los fundamentos de la tradición musical andalusí y, créeme, también se encuentran en la base del flamenco.
- ¡Me siento realmente impresionado, de verdad! Y después, ¿qué sucedió…?
- Tras solo dos entrevistas con el soberano, logré sobrepasar al Ruiseñor, el más célebre cantante del reino. Seducido por mi voz de oro y mis melodías originales, el soberano quedó muy impresionado (hecho del que yo jamás había dudado) y me otorgó el sobrenombre del Mirlo negro. Mis perfectas cualidades sonoras y el prodigioso dominio de la voz cantada previenen de la precisión de mi técnica, basada principalmente en la codificación del canto y en limitar las improvisaciones en las moaxajas4. A menudo, me sentaba sobre un almohadón de cuero para calibrar la potencia de mi voz: tenía que interpretar lo más alto y agudo posible "Ya Haÿÿan…" ("Oh barbero") para regular los problemas que había detectado en mi respiración, y lo hacía hasta el punto de ver cumplidas mis expectativas. Algunas veces, realizaba ejercicios para moldear mi propio cuerpo, como el de asir a mi abdomen un turbante que hiciera presión sobre él, con la intención de reducirlo y, de este modo, mejorar la disposición exacta de los sonidos emitidos. Seguí así hasta que mi habilidad en esta práctica se volvió impecable y me ofreció una dicción clara y sonora. ¡Supongo que sabes que nada es fácil!
- ¡Mirlo negro, Mirlo negro…! Es como si ya hubiera oído ese calificativo antes. Pero sigue, por favor.
- Pero parecía que se cebaba en mí la mala suerte…  Justo después de esta secunda entrevista, donde yo había manifestado visualmente mi orgullo y, cuando finalmente nos habíamos encontrado solos, mi maestro, sintiéndose engañado por mí, fue presa de una rabia indescriptible. No dejaba de repetirme que yo había disimulado mis talentos a propósito. Estaba claro que sentía celos de mis competencias y temía que pudiera reemplazarlo en los favores del Soberano. Así que me lo echó en cara:
- No puedo perdonarle algo así a ningún hombre, ni siquiera podría perdonárselo a mi propio hijo. Si no fuera porque todavía te guardo algo de afecto, no vacilaría en matarte, sin importarme para nada las consecuencias. He aquí lo que vas a hacer: abandona la ciudad y vete a vivir lejos de aquí para que no pueda oír hablar nunca más de ti. Si estás de acuerdo, te daré bastante dinero para responder a tus necesidades más urgentes. Pero si escoges quedarte, a pesar de mi voluntad, te prevengo, que arriesgaría mi vida y todo lo que poseo para acabar contigo. ¡Ahora haz tu elección…!
Y aunque sabía que mi conocimiento de la música era irreparablemente finito -mientras que la ignorancia de los demás era infinita-, tomé el dinero sin dudar un instante y dejé la capital aquella misma noche.
- ¿Y el soberano no preguntó después por ti?
- Según me contaron después, tras mi partida, mi maestro le explicó al monarca que yo estaba mentalmente desequilibrado y que, enfurecido, había abandonado la capital estimando que no había recibido el regalo que verdaderamente merecía. Le dijo:
- Ese joven está poseído por el diablo. Está sujeto a accesos de frenesí que son horribles de ver. Cree que los genios le hablan e inspiran su música. Es muy agresivo y lunático y cree que su talento es inigualable en el mundo. No deja de repetir a los que quieren escucharlo que, ni antes ni después de él, jamás había existido un hombre de su profesión con tan buen oído musical. No sé dónde está ahora ese loco. Siéntase feliz, Su Majestad, por saber que se ha ido.
- Pero, ¿cómo llegó a declararle todo eso?
- ¡Yo no estaba ni estoy poseído en absoluto! Pero lo que me sucedía con bastante frecuencia era que oía los cantos de los genios musulmanes. Entonces, despertaba a mi compañera, que también poseía gran talento musical y le repetía las melodías que yo acababa de recibir en sueños. Pero nadie mejor que mi maestro sabía que no había nada de locura en todo aquello… ¿Qué verdadero artista, creyente en los genios o no, no ha conocido momentos similares cuando se ha encontrado bajo la influencia de emociones difíciles de definir y quien no ha saboreando esos instantes sobrenaturales?
-¿Y después…?
-Fui errando de ciudad en ciudad, vagando de plaza en plaza para acabar aquí, en el centro de Jemaâ El Fna, con este público tan generoso y de tan buen gusto como tú mismo y donde no oigo más crítica virulenta ni insultos, ni adjetivos, como músico mercenario o músico errante, a las cuales ya me había acostumbrado.
-¿Y cómo has podido convertirte en el famoso cuentacuentos que eres ahora?
- Gracias a mi memoria prodigiosa. No solamente puedo cantar millares de canciones de antiguo origen sino también recitar poesías y un montón de cuentos, relatos y leyendas. Soy un narrador inagotable, aunque no sea tan famoso por esta habilidad.
Los camareros del Árgana, donde flotaba un perfume de irrealidad y de sueños, casi habían acabado el arreglo de las mesas y las sillas y comenzaban a apagar las luces. Nos levantamos y nos dirigimos hacia la salida. Me noté un poco extraño, como alguien que acababa de seguir la carrera de las nubes en el cielo, como un rey africano sobre una silla de mano, como uno de esos héroes guerreros sobre un caballo más alto que un camello y una espada tan larga como una lanza. Me sentí de regreso, durante unos instantes, a los subsuelos de mi infancia y a esos cuentos que adoraba. Había revivido, durante un buen rato, la felicidad de haberme sumergido en ellos de nuevo.
Bajo el viento fresco de ese bello anochecer estrellado de Marrakech, que me había permitido reorganizar mis pensamientos, vi cómo mi casual compañero se alejaba y se perdía en la boca de una de las callejuelas de la medina. Sin embargo, me quedaba un cierto sabor de esa tarde, una forma de admiración sin límite por aquel incomparable cuentacuentos. Me eché a caminar, seguro de que, aquella noche, mis sábanas serían un cuento; mi almohada, una leyenda, y mis compañeros unos héroes de antaño. Y de repente, brotó en mi memoria el famoso personaje del Mirlo negro, su vida y su huella en la historia de la España musulmana. Y sentí una especie de compasión por aquel hombre, tan inmerso en cuentos y leyendas, que era capaz de revivir las vidas de sus héroes desaparecidos hacía ya mucho tiempo. Pero yo había tenido suerte, me había regalado una bella y maravillosa historia, una representación de la vida, un relato que, según él juzgaba, debía ser servido en función del apetito del oyente y no de las necesidades más comunes.
Al día siguiente, yo acudí a la cita que nos había fijado el cuentacuentos para continuar su relato. Yo tenía un montón de preguntas que hacerle sobre el Mirlo negro, sobre su propia historia, sobre toda la confusión que había sembrado en mi mente. Pero, el lugar estaba ocupado por otra halka, otro cuentacuentos, un hombre bajito, raquítico con una voz ronca; en resumen, un cuentacuentos que no tenía nada que ver con el que yo buscaba. Mis interpelaciones a la gente de la plaza quedaron sin respuestas. Nadie parecía conocerlo, ni siquiera recordaban que hubiera estado allí mismo el día anterior.
Un veterano bien arrugado, con su sebsi5 en la mano, me llamó y me prometió la verdadera historia de la persona que yo estaba buscando. Parecía ser la única persona que lo había visto y oído. Así que me volví para dirigirme, tras él, hacia una de las callejuelas que, desde su corazón, la plaza de Jemaâ El Fna, serpentean en el cuerpo de la vieja medina.

Abdellah El Hassouni
Rabat, 14 de enero de 2016
Basado en motivos de un fragmento de la vida del famoso músico arábigo-andaluz Ziryab, el Mirlo negro


1.  La halka es la forma más antigua del teatro tradicional marroquí. Existe desde tiempos remotos y es una representación al aire libre amenizada por un cuentacuentos-bailarín-músico-actor.
2.  Ali ibn AbiTálib, primo y yerno del profeta Mahoma, héroe de muchas leyendas que resaltan su valentía y valor.
3.  El madih nabawi o el madihin es uno de los géneros principales religiosos de la música árabe musulmana. Es una forma de canto poético que elogia al profeta Mahoma y le manifiesta amor.
4.  La moaxaja (muwashaha): es una forma árabe poética y, también, género secular musical. Los poetas del norte de África, al contrario de los poetas del Oriente, no siguen estrictamente las reglas de la métrica árabe.
5.   El sebsi es la pipa tradicional marroquí. 

martes, 19 de enero de 2016

“LA TÚNICA MISTERIOSA Y LEGENDARIA” de BAHIA OMARI

“LA TÚNICA MISTERIOSA Y LEGENDARIA” de BAHIA OMARI

Alrededor de una bandeja y de una tetera caliente, dos familias discuten, discuten y discuten. El tumulto suave de la música de Alá, la música andalusí, acompaña sus discusiones. Desde el jardín, los gritos de sobrinos, primos y nietos llegan al salón, mostrando su despreocupación por los motivos de esas conversaciones. Además, una gran actividad reina en la casa, para las criadas también ya que deben servir a todos, como es costumbre, té, café y dulces. Es evidente que esa gente se dispone a realizar un gran acontecimiento. Pero ¿cuál?
Tal vez alguien vaya a hacer la peregrinación a la meca o quizás alguien está muy enfermo…
No, no, no… El ambiente no es triste, desde el salón se oyen risas, bromas y alegría. Hablan de la organización: el número de invitados, la comida, la orquesta, las flores, la decoración de la sala de fiestas, el vestido de las damas de honor… Claro que se trata de un acontecimiento feliz, probablemente sea una boda… Pero este punto necesita una aclaración.
Durante toda la tarde las discusiones se prolongan entre dos grupos: por un lado, las personas mayores y, por otro, los jóvenes. Cada uno discute según sus preocupaciones. Poco a poco, las conversaciones han disipado la razón de este ambiente cálido y familiar.
Las risas de la hermosa Ahlam, cuyo nombre significa “Deseos”, de sus sobrinas y sus amigas emergen del salón. Parece que la reunión termina en buena armonía. Ella parece muy feliz. Al anunciarse la fecha concreta de su boda, su rostro se ilumina. Muchas cosas e ideas se confunden y arden en su mente de esta hija mimada.
Ahora se entiende la razón esencial de este trajín.
Los padres, Ahlam y su hermano se quedan solos por la noche. Es muy tarde, cado uno sube a su habitación. Mañana será otro día, lleno de multitud de cosas por hacer. Los padres están tan excitados que no pueden dormir. Claro que es normal, ahora son muchas las preocupaciones que reclaman su atención. Primero, la organización de la boda y segundo, lo más importante, el vestido de la novia, su hija. El padre, para reconfortar a su mujer, le dice:
- No te preocupes, todo se ha arreglado bien y tal como tú querías.
- Espero… Espero que Dios me dé fuerzas para cumplir mis deseos en buenas condiciones.
Ahlam, tampoco puede dormir, se cuestiona muchas cosas: qué peinado y qué colores del vestido va a elegir, qué imagen va a ser adecuada para las circunstancias… Efectivamente, esas preguntas son muy importantes, pero a esa hora lo mejor es dormir y como dice el proverbio “La almohada es el mejor consejero”.
Ahlam es una chica muy hermosa, de familia pudiente. Su cabello es largo, de color tan amarillo como el sol del verano y sus ojos son azules como el mar, todo lo cual le otorga una belleza sobrenatural. Ahlam es una joven muy instruida, culta y también educada en la mejor universidad del país. Y siente una pasión muy fuerte por la poesía.
Su belleza y su pasión poética recuerdan las de una princesa de la España musulmana del siglo XI.
Apenas un mes le separa de la fecha de la boda. Su madre distribuye las funciones entre todos, pero queda la función más difícil de hacer: la elección del principal vestido de la boda. Deben ir a muchas tiendas para elegir las telas de los vestidos que, después, llevarán a la modista para coser. Ahlam y su madre van de una tienda a otra hasta llegar a un comercio muy grande donde hay un vendedor joven y otro bastante viejo, el cual conocía a su abuelo. La madre le dice:
- Estamos buscando telas para vestidos de boda. Y necesito para mi hija los tejidos más bonitos que tenga, es la nieta del Haj Mohammed y la hija del Haj Abderrahmán, que todos conocen muy bien en nuestra ciudad.
- Desde luego, señora, las telas de nuestra kissaria*son incomparables. Mire y elija los colores que más le gusten.
Desde el fondo de la tienda les llega la voz de una persona bastante anciana:
- Ah, el Haj Mohammed era mi mejor amigo, lo conocía muy bien y a su hijo también, es la familia más respetada de la ciudad. Elija usted las telas para los tres vestidos y, luego, yo les mostraré un tejido que ninguna novia ha llevado jamás en nuestro país.
Con mucha emoción, entusiasmo e impaciencia, las dos miran los tejidos que despliega el joven vendedor. Tras muchas reflexiones, Ahlam y su madre eligen tres paños de diferentes colores: uno verde para la primera aparición, uno violeta para la segunda y uno rosa para la tercera. Pero queda la última aparición de la novia que, desde luego, será con un vestido de color blanco. El vendedor presenta muchas categorías de tejidos, pero ellas tienen sus dudas a la hora de elegir. En ese momento, el anciano comerciante les dice:
- ¿No podéis elegir la última tela…? Un momento… Pero, antes, necesito saber si a Ahlam le gusta la poesía.
Ahlam le responde:
- Sí, me apasiona, pero ¿a qué viene esa pregunta, tío?
- Porque, hija mía, debes saber que la poesía ha sido y seguirá siendo la mayor riqueza de un corazón enamorado. Y como a ti te gusta la poesía, tú serías la persona adecuada para llevar algo especial…Espera, tengo una sorpresa para ti, hija.
El anciano vuelve a perderse en el fondo de la trastienda y regresa con un tejido blanco enrollado. Ellas se preguntan qué puede ser: ¿una tela o un vestido? El vendedor desenrolla la tela, pero no es una simple tela, es una túnica.
- ¡Oh, qué maravilla!
- Sí, es una túnica que nadie ha visto antes jamás. Una túnica blanca bordada con hilo de oro… Pero no son simples adornos ni formas geométricas, son letras del alifato árabe.
El vendedor se ríe y dice:
- Tu nombre, tu belleza, tu encanto y el brillo de tus ojos me recuerdan una historia que me contaba mi abuelo al mostrarme esta prenda… Esta túnica tiene una historia maravillosa, es única y perteneció a una princesa árabe que se llamaba Wallada, su abuelo se llamaba Mohammed y su padre Abderrahmán, como el tuyo.
Ahlam sonríe y le ruega:
- Cuéntame, cuéntame, tío.
El hombre continúa su cautivadora historia:
- En el siglo XI, en tierras del Al-Andalus, había una princesa tan culta y famosa como tú. Organizaba tertulias literarias en su palacio, las Majalis Al Adab, donde siempre expresaba sus sentimientos con gran libertad. La princesa estaba enamorada de un hombre que marcó su vida para siempre. Era un hombre noble, de excelente posición. Se había enamorado de él una noche, en una celebración poética, mientras jugaban a completar poemas, según la costumbre cordobesa de entonces. Allí chocaron dos vanidades literarias, aunque fue ella la que tomó la iniciativa. Tras unos amores estrepitosos, apasionados, públicos y muy versificados, pronto se rompió el idilio. Pero, ahora, para nosotros, el objetivo es la particular prenda de esta princesa: su túnica, donde se encuentran bordados con hilo de oro unos versos suyos, unos versos de amor.
- Mira, mira y lee estos versos –le invita el viejo.
Ahlam intenta leer, pero lo hace con algo de dificultad, así que finalmente es el hombre quien recita los versos:

Yo soy capaz de grandes cosas y, altiva, las persigo a mi manera.
Yo, ¡por Dios!, merezco la grandeza y sigo orgullosa mi camino.
Doy gustosa mi mejilla a mi enamorado y doy mis besos a quien los quiera.

Ahlam exclama con fuerza:
- ¡Oh! ¡Qué bellas palabras!
 La madre, muy cautivada por la historia de la túnica, exclama con emoción:
- Dime, por favor, Haj, si tienes esta túnica a la venta.
- No, no hija, esta túnica es de gran valor para mí, porque la heredé, junto con su historia, de mi abuelo y este, a su vez, de su propio abuelo, y no puedo vender estos recuerdos. Pero, por vosotras, podría hacer una cosa.
- ¿El qué, tío?– se apresura a preguntar la madre. Mi deseo es que mi hija lleve esta mágica túnica el día de su boda.
- No te preocupes hija, vamos a hacer lo siguiente… Te daré la túnica para que tu hija la luzca el día de su boda, pero tú debes prometerme que me la devolverás después de la celebración.
- ¡Oh, muchas gracias, tío! ¡Es el mejor regalo que podrías hacerle a mi hija!
El anciano se siente tan orgulloso que, además, les confía un gran secreto que guarda desde hace muchos años… Abre un cajón de madera, saca de él un antiguo manuscrito y les dice:
- Escuchadme, hijas, este es el manuscrito que mis antepasados heredaron de padres a hijos en nuestra familia. En él se cuenta toda la historia de amor de Wallada, cuyo destino solo podía ser el fracaso. Este manuscrito narra su encuentro con su enamorado, su separación, el periodo de la cárcel que él sufrió, su exilio, etc…
Ahlam se muestra tan interesada en conocer los detalles del maravilloso relato de la princesa que solicita leer el manuscrito, pero el anciano, con una amplia sonrisa, le dice:
- Este manuscrito es un documento tan valioso que no puedo dárselo a ninguna persona. Pero, de nuevo, para ti, voy a hacer una excepción. Si quieres conocer más detalles, reserva cada día dos horas y ven aquí para leer la historia. Y el viejo añade:
- Si en el plazo de un mes, es decir, desde el hoy hasta el día de tu boda, terminas la lectura del manuscrito, yo te daré un precioso regalo, con el que tú podrías conseguir algo extraordinario.
Las dos mujeres se emocionan hasta tal punto que, finalmente, aceptan la propuesta. Así que compran las tres telas, dejando reservada allí la túnica y se van.
A partir de ese día y durante todo el mes, Ahlam no piensa más que en el manuscrito y la maravillosa historia de la princesa.
Los preparativos avanzan, la fecha de la boda está cerca y faltan solo dos días. Toda la familia está emocionada, Ahlam también, porque ya casi ha terminado la lectura del manuscrito.
Como Ahlam es una chica muy inteligente, hace una cosa que asombra al anciano. Al mismo tiempo que lee el manuscrito, lo va copiando para sí misma, de modo que acaba haciendo una segunda copia de la historia. Hay un extracto del manuscrito que le interesa mucho a Ahlam. Se trata de un fragmento relacionado con el motivo de la ruptura y el final de la historia de amor de Wallada.
« ¿Cuál fue la razón de su ruptura? Ibn Zaydun traicionó a Wallada con una esclava negra. Lo cierto es que la princesa no lo perdonó nunca. Luego, ella se convirtió en la amante de un hombre de gran importancia en Córdoba, el visir Ben Abdús, que era el rival político y el enemigo personal del enamorado de Wallada. Fue este visir quien privó de sus bienes a Ibn Zaydun y quien lo metió en la cárcel. Durante esa época, que fue un cautiverio físico y amoroso, el poeta escribió sus versos más famosos. Según la leyenda, Wallada no quiso volver a verlo. Tras recobrar la libertad, él recorría todas las noches los palacios arruinados de Medina al-Zahara, símbolo de una pasión destruida. Toda Córdoba lo vio errante y ojeroso, enfermo de amor, y supo de sus poemas sumisos, que imploraban el perdón que nunca le fue concedido. Por su parte, Wallada recorrió los reinos de taifa, pero volvió con Ben Abdús, a su palacio, donde vivió bajo su protección, aunque jamás se casaron. Wallada lo sobrevivió, siempre altiva y hermosa, y murió a la edad de cien años, casi veinte años después de la muerte de Ibn Zaydun.»
El viejo se siente realmente admirado ante el ingenio y la creatividad de la chica que, embargada de emoción, transcribe el manuscrito con todo cuidado.
Un día antes de la boda, el anciano le ofrece la túnica para que pueda lucirla en la última aparición de la ceremonia tradicional.
El día de la boda, el anciano y su hijo están invitados. Ahlam parece una princesa. La sorpresa es tan grande que los invitados se quedan boquiabiertos al aparecer ella con la túnica blanca.
Antes de salir con su novio, Ahlam cuenta la historia maravillosa del poema que está bordado en la túnica, bajo la maliciosa mirada del anciano.
Ahora, la leyenda de Wallada no está enterrada porque hay dos manuscritos, el original y la copia, pero hay tan solo una túnica blanca que todas las muchachas de la familia podrán disfrutar el día de su matrimonio y transmitir de madres a hijas junto a su maravillosa historia.
Esta es la sorpresa que el anciano tenía reservada para Ahlam.
Lo que nunca le cuenta el anciano es que hubo un tiempo en que él había reservado la bella túnica para su propia boda con la abuela de Ahlam. Un matrimonio que jamás tuvo lugar. Pero esa es ya otra historia…

*Kissaria: mercado cubierto.

Bahia Omari
Diciembre de2015
Actividad basada en la rescritura de la leyenda de Wallada la Omeya bint Al Mustakfi Billah.

domingo, 17 de enero de 2016

“LAS LÁGRIMAS DEL SULTÁN” de ANASTASIO GARCÍA

Andaba cansado y un poco desorientado. Tenía la sensación de que había pasado mil veces por el mismo punto. Todo me parecía igual. Las calles, las viejas casas amontonadas y encajadas unas con otras se asemejaban a un juego matemático. Todo era caótico pero a la vez maravilloso. Tenía la sensación de que había retrocedido siglos y que me encontraba en plena Edad Media. El bullicio, las risas, las voces y la algarabía impregnaban la atmósfera dándole un aire más desconcertante a todo lo que me rodeaba. La gente, vestida de mil maneras y colores transitaba por las más estrechas callejuelas dando la sensación de estar inmersa en un laberinto del que jamás había podido salir. Me encontraba cansado y quería irme, salir de allí, pero a medida que buscaba la salida más me adentraba en sus entrañas. Era un remolino que había empezado a tragarme.
De vez en cuando, veía un burro por las angostas y laberínticas calles transportando comida, madera… o cualquier otra carga que, sin duda, se esperaba en alguna de aquellas casas tan herméticas por fuera como como abiertas por dentro, donde el único contacto con el exterior eran las pequeñas ventanas protegidas por la celosía cuyo objetivo era filtrar el aire, los aromas o el ruido pero no el mundo exterior. Ver sin ser visto. Imaginar un mundo real del que posiblemente se verían privado la mayoría de las mujeres cuando esas casas fueron construidas para edificar un mundo imaginario ajeno a cualquier mirada indiscreta.
Acababa de visitar parte de la mezquita El-Qaraouiyyn y me dispuse a andar sin  rumbo fijo en busca de una salida. No sabría calcular cuánto tiempo anduve, si mucho o poco, cuando vi a lo lejos, una pequeña construcción. Tendría unos tres metros cuadrados y estaba encalada de blanco, al estilo de las casas típicas andaluzas. Más tarde supe que se llamaba musalla, un oratorio al aire libre y localizado junto a los sepulcros de hombres venerables conocidos por su sabiduría o su buen hacer. Esta ermita era conocida como “la tumba del santo Sidi Bel Kasem”. Cuando llegué a su altura comencé a merodear alrededor de ella como buscando algo. De repente, me tropecé con un viejo hombre de esos a quienes las arrugas y la piel encurtida no dejan pasar los años. Estaba hablando con un grupo de niños, cuatro o, a lo sumo, cinco. Me acerqué sigilosamente a él y empecé a escuchar.

… eran las tres de la tarde del dos de enero de 1492 cuando Abu Abdallah Muhammad ben Ali salía de la Alhambra. Conocido más popularmente entre sus súbditos con el sobrenombre de “Al-Zugabi” o el desdichado, en ese momento su desdicha se hacía más patente ya que acababa de entregar las llaves del último reino musulmán. Granada era cristiana frente a todos los esfuerzos y batallas.
Boabdil, como lo conocían los cristianos, encabezaba una comitiva en la que le acompañaban su madre, la sultana Aixa y Morayma, su mujer. Siguiendo al séquito, iban algunos familiares y fieles servidores hacia el exilio en las Alpujarras. Era un frío día de invierno en donde las temperaturas acompañaban al estado de ánimo de los que salían de Granada. Unas nubes plomizas cubrían el cielo dando la sensación de que se iban a desplomar de un momento a otro aunque poco importaba a Boabdil, puesto que la vergüenza que arrastraba era todavía más pesada. Una procesión de antorchas salía y otra entraba por las puertas de la Alhambra. En ese momento, el séquito pasó por la puerta de la Justicia, la que daba un acceso más rápido a las calles del Albaicín y la que permitía una pronta salida de Granada. No pudo evitar Boabdil una sonrisa sarcástica al pasar por esta puerta, era como si la Alhambra se burlara de su desdicha, la de no haber sabido defender y proteger a su pueblo y abandonar lo que les había pertenecido durante siglos. La media luna salía para dejar paso a la cruz. Ya no se volvería a escuchar el canto del muecín llamando a alabar a Alá, sino que se rezaría al Dios de los infieles.
Este fue el final de una larga contienda, de pactos y traiciones que terminó unos días antes con la firma de los tratados entre los reyes cristianos y Boabdil y en donde se puso punto final a la larga guerra ya que Granada llevaba años sufriendo el asedio de las tropas de Isabel y Fernando. No tuvo otra elección pues, abandonado por sus aliados, se vio obligado a elegir entre la rendición o la muerte. El hambre, el frío, los consejos de sus hombres de confianza y la gran sequía a la que estaba sometida la Alhambra, hicieron que firmara y se sometiera a la voluntad de los infieles.
El dos de enero fue la fecha prevista para la partida. Esa mañana Boabdil deambuló por todos los palacios y estancias. Apenas tenía fuerzas para abrir los ojos y verlos por última vez. No quería o no podía ver su derrota. Debido al asedio, el suministro de agua se había visto mermado por lo que estanques, acequias y fuentes estaban casi secos, no había agua en el paraíso terrenal. La Alhambra moría de sed. Hacía dos primaveras que el aroma de las flores no inundaban sus estancias. Recordó los primeros años con Morayma y cómo la sorprendía al llevarla a ver una nueva flor que había nacido y cuya planta provenía de los más recónditos y exóticos rincones, o como él se la colocaba en el pelo resaltando aún más su belleza y sus grandes ojos negros, profundos, llenos de vitalidad y alegría que tanto le cautivaban. Todo ello ahora era pura ilusión. Aquella vida, su vida y la de todos sus seres queridos se había esfumado como los mejores sueños al llegar el alba y cantar el gallo.
Pasó por el patio de los Arrayanes en donde se vio reflejado en la poca agua que aún conservaba la alberca hasta que llegó al salón de los Embajadores, la obra maestra del palacio y se sentó en el trono por última vez. Allí, el lugar del centro del poder, el lugar donde tantos destinos y decisiones se habían tomado, allí, sentado, lloró por su desgracia y la de todos sus antepasados, maldiciendo el momento en que su madre traicionó a su padre, haciendo de él un rey a su antojo y capricho, maldijo a Isabel y Fernando y se maldijo a sí mismo. Miró hacia arriba y bajo las estrellas que adornaban el techo formado los siete cielos del paraíso, rezó a Alá por última vez en la Alhambra. Sintió cómo su cuerpo se desvanecía, ya no tenía fuerzas para continuar. No podía más. Habían sido años de luchas y esfuerzos, años en los que se había visto privado de sus hijos, sometido a la ira de su madre y a la voluntad de los reyes cristianos. Solo deseaba una cosa con toda su alma, que su pueblo, al que había traicionado, lo perdonara.
El séquito salió de la Alhambra y recorrió las calles del Albaicín para dejar Granada a sus espaldas. Boabdil montado en su palafrén blanco el cual iba cubierto por un caparazón de terciopelo verde bordado en oro iba con la cabeza baja y la vista clavada en el suelo. Avanzaban poco a poco y muy lentamente. El silencio y los ánimos hacían que todo se asemejara a una comitiva fúnebre, en donde el difunto no era uno, sino todos. El sultán no pudo o no quiso levantar la cabeza del suelo durante todo el trayecto y solo cuando estaba en la última colina, sobre la que se podía divisar la Alhambra, se detuvo para contemplarla por última vez. Miró hacia la Sabika y allí estaba, iluminada con las antorchas de sus nuevos moradores que ya montaban guardia y se disponían a defenderla de sus legítimos dueños. A sus espaldas podía verse un fondo blando, el de la nieve que había caído días atrás y que contrastaba aún más con el color rojo. Boabdil no pudo evitar un esbozo de sonrisa viendo a la Alhambra haciendo honor a su nombre. Un gran suspiro se apoderó del desdichado sultán y mirando a su madre le dijo:
    - ¡Que Alá en su misericordia y sabiduría me perdone!
   - ¿No es mejor ser sultán de un reino convulso que esclavo de los infieles? -le replicó su madre quitándose el velo de la cara y mirándolo fijamente.
   - No he podido hacer otra cosa –dijo “Al-Zugabi” dirigiendo su mirada hacia el suelo.
   -  Pues entonces –sentenció Aixa- no llores como mujer lo que no supiste defender como un hombre.
Tras esa sentencia Boabdil rompió a llorar en silencio y, tal fue su llanto que, según cuenta la leyenda, en ese mismo momento la tierra se abrió y brotó de sus entrañas una acequia de agua cristalina que se dirigió hacia la Alhambra para llenar sus estanques y fuentes que, a su vez, permitirían regar todas las flores que poblaban los palacios. De este modo, el alma de Boabdil quedó unida a la Alhambra para siempre, pues cada gota de agua que encontramos allí es una lágrima suya ante tal pérdida y cada nueva flor un poema escrito por el propio sultán. Cuenta la leyenda también que, cada noche de luna llena, en las aguas de los estanques y fuentes se ven los rostros de Boabdil y Morayma contemplando la Alhambra y reviviendo su amor, que el destino se empeñó en no prolongar demasiado.

El viejo hombre terminó su historia y los chiquillos salieron despavoridos por la puerta más cercana que, ironía del destino, antiguamente se llamaba puerta de la Justicia. Cuando el anciano me lo dijo pensé que el destino, a veces, se ríe de nosotros. Boabdil murió al salir de Granada por la puerta de la Justicia y aquí se encuentra enterrado precisamente a escasos metros de otra puerta de la Justicia. En ese momento deseé que, allá donde esté, haya tenido un juicio justo.
Aquel hombre también me dijo que en esa musalla era donde estaba enterrado el sultán y que él mismo era un descendiente suyo. Le gustaba sentarse allí para hacerle compañía. Por eso, cada vez que alguien se lo pedía, contaba su historia para que no cayera en olvido y para limpiar su honor, ya que si tuvo que vivir toda su vida con el nombre de “Al-Zugabi” no fue porque en realidad lo fuese, sino por las circunstancias que le tocó vivir.
Le di una pequeña propina que el hombre solo aceptó tras yo insistir varias veces y comencé de nuevo a deambular por las angostas y estrechas calles, no sin antes hacerme la promesa de visitar la Alhambra y los lugares en los que estuvo Boabdil para ofrecerle mi pequeño y reconocido homenaje pues su historia me había emocionado.
A mi vuelta, el primer sitio que visité fue el último desde donde el sultán vio la Alhambra. El espectáculo era asombroso. Allí, sobre la colina de la Sabika, se encontraba tan majestuosa e imponente como nunca antes la había visto. Bajé la vista al suelo, pues los rayos del sol me deslumbraban, y al hacerlo quedé impresionado y mi corazón casi se paralizó... A mis pies vi un orificio en la tierra y el vestigio de lo que podría haber sido un cauce de agua.

Anastasio García.
Pozo Alcón-Rabat, diciembre del 2015
Actividad basada en la rescritura de una leyenda de un famoso personaje hispanomusulmán.

«VEINTE AÑOS, HIJO», BAHIA OMARI

    Lloro sin cortar cebollas, pero oigo la fluidez de las lágrimas, lágrimas por el dolor que alcanza siempre mi corazón, mi alma; un...

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Cantando los versos de José Martí.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Iman y Anastasio recitando a Mario Benedetti. Mohammed a la guitarra.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Manal, Ahlam y Assia recitando a Oliverio Girondo.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Rkia recitando a Delmira Agustini

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Bahia recitando a Alfonsina Storni.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Laura & Mohamed y Mohamed & Laura cantando a Alfonsina Storni.

Ensayando para el Día E junio 2015

Ensayando para el Día E junio 2015
Grupo del Taller de Lectura y escritura 2015

Recital 18 de junio de 2016

Recital 18 de junio de 2016
21.00 Instituto Cervantes de Rabat

Bahia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Bahia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015, 19.00 -INSTITUTO CERVANTES DE RABAT -

Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015

Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015

Fatima. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Fatima. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Rabat, 24 de abril de 2015.

Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

RECITAL 11 DE JUNIO DE 2014

RECITAL 11 DE JUNIO DE 2014
Recital "A orillas del Bu Regreg 2014"