TALLER DE ESCRITURA "A ORILLAS DEL BU REGREG" DEL INSTITUTO CERVANTES DE RABAT

Bienvenidos a «A orillas del Bu Regreg», el blog de los integrantes del Taller de lectura y escritura creativa, un curso especial que realizamos desde hace doce años en el Instituto Cervantes de Rabat (Marruecos).

En este espacio damos a conocer los cuentos, poemas y otros ejercicios de escritura que se proponen en clase y que realizan nuestros alumnos, aunque también publicamos colaboraciones de nuestros lectores.

Muchas gracias por leernos y por compartir vuestras opiniones.
Ester Rabasco Macías (profesora del Taller)

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viernes, 3 de diciembre de 2021

«ÁFRICA TIENE NOMBRE DE MUJER», ELISA CHOZAS

 

África tiene nombre de mujer. No sé si será por eso, pero la recuerdo llena de un misterio femenino que le confiere un encanto especial. Su tierra tan rotunda y sus frondosos palmerales, su aire alternativamente limpio y condenadamente contaminado, el más contaminado de la tierra, el bullicio de sus ciudades, sus silencios… sus secretos.

Yo nací en el norte de África en un tiempo muy diferente al de ahora. Aún, cuando cierro los ojos, la sigo viendo como un mosaico de colores, sonidos y olores muy diferentes a todo lo que he conocido después.

Como casi todo el mundo, supongo que mis primeros recuerdos son como piezas de un puzle, sueltas. La infraestructura de ese puzle es una casita acogedora de color amarillo… Grande. Con un comedor en el que se respetaban unas horas para las comidas y un cuarto de estar en el que se pasaban muchas horas, charlando, cosiendo, oyendo la radio y mi padre leyendo su periódico, El Telegrama del Rif. También veíamos, cuando el balcón estaba abierto, el monte Gurugú, y oíamos a Pavarotti, que era el canario de mi madre… Además, había una cocina grande, no muy luminosa, pero sí muy blanca, con una gran encimera en la que mi tía María hacía unas rosquillas de sobresaliente cum laude, que tenía la costumbre de contar, por lo que no había forma de meterles el diente… Por lo demás no hay mucho más que referir, tenía los dormitorios que recuerdo soleados, y un baño con una bañera muy grande. La casa era lo que ahora se daría en llamar minimalista… Y entre las piezas del puzle, mis padres, mi abuela, mi tía María, mis vecinos, y las persianas de madera también amarillas que cerraban el balcón con un aldabón al llegar la noche… bueno, y las macetas sin flores.

Tengo la impresión de que los días eran más largos que los de ahora, a pesar de que se acababan siempre a las once de la noche con las noticias de Radio París. Esto que cuento ahora no se lo había contado aún a nadie, porque mi madre decía que las cosas que se hacen o se hablan en casa, en casa deben quedar. Claro, santa palabra. Y es que ahora caigo en que lo de oír Radio París era mal entendido por las gentes de derechas o como diría mi amiga, de derechísimas, que no sé por qué abundaban tanto en aquélla época.

Los días transcurrían más o menos iguales, al menos allí, y estoy segura de que eran distintos al de otras gentes porque cerca de mi casa estaba el mar, y las gentes del mar son diferentes al resto del mundo que no lo tiene, porque siempre he sabido que es así, y porque además no les despiertan las gaviotas, con ese griterío que aún me sigue pareciendo maravilloso. Además, a donde hay mar van barcos de lugares muy alejados del mundo. También hay barcas de pesca que salen al atardecer y se van camino del horizonte, que a veces está lejísimos, y que luego, cuando vuelven, perfuman el aire con olor a calima y a brea.

Bueno, también recuerdo que había un parque cerca de mi casa que tenía un patinódromo lleno de baches y donde se quedaron muchos de nuestros dientes, me refiero a los de los niños de mi calle. Uno de ellos se llamaba Jeromín, y nunca lo olvidaré porque cuando le pisábamos las montañitas de arena que hacía en la calle, teníamos que estar huyendo de su madre que era una fiera de señora. A veces nos refugiábamos en una jaula de patos que había al lado del patinódromo, en donde vivían cinco o seis patos a los que nadie hacía caso, y para que no alborotaran con la madre de Jeromín, les tirábamos nuestros bocadillos. Claro, los patos encantados. Desde entonces parte ese dicho de “tienes más hambre que los patos del parque”

Pero la cuestión es que yo ya no vivo en África. Ahora estoy muy lejos de mi tierra. Aquí no hay mar, ni gaviotas, ni gentes con colores de piel, ni credos diferentes y ya tampoco juegan los niños en la calle. A veces tengo la impresión de haberme cambiado de planeta, y la verdad eso me entristece, así es que un día cuando se lo estaba contando a Manolito, que es mi perro, se me ocurrió una idea estupenda. Podríamos hacer una ciudad pequeñita con macetas sin flores, y canarios como Pavarotti, un parque pequeño, una laguna salada con peces para que vinieran las gaviotas, unos cuantos grillos, alguna luciérnaga, lagartijas y mariposas de todos los colores. Haríamos una casa abierta por todo los lados, con hamacas colgantes y alguna otra palmera, ah, y el suelo de arena... Y dejaríamos un espacio importante para los animales que quisieran pasar allí algún tiempo… A Manolito le encantó la idea, que además era sólo el principio, así es que nos pusimos manos a la obra y…

¡¡¡Qué maravilla cuando lo acabamos todo!!! Desde luego, la luz no era la de África, porque todo no se puede tener, pero desde cualquier rincón de la casa, podíamos ver titilar las estrellas… Manolito y yo nos pusimos muy contentos, pero anoche, mientras contemplábamos el cielo estrellado, nos dimos cuenta de que no recordábamos dónde estaba la puerta, y yo no le he dicho nada a mi perro, pero creo que me olvidé de ponerla.

 

Elisa Chozas.

Madrid, junio de 2021.

Este escrito surgió de vivencias. Mi habitación de niña tenía un balcón que no se cerraba del todo por las noches, y por la mañana aparecían las gaviotas y armaban un jaleo tremendamente estrepitoso que a mí me encantaba. A partir de esos momentos siempre he querido describir el cielo que yo veía en aquellos días…

«DUROS A PESETA», MARIBEL ANDRADE

Cuando abrí mis manos, sus pupilas se ensancharon y un brillo de ganadora apareció en ellas. Aquella cara había pasado de la desconfianza a la codicia. Efectivamente, aquellas diminutas manos estaban a reventar de monedas y su dueña, yo, de la mano y de las monedas, a mis seis años, estaba a punto de dar el primer golpe de mi vida.

Era un día de fiesta de los que la familia, dispersa por la geografía de la provincia, se juntaba para celebrarlo. A mí me encantaban aquellas fiestas porque eran días de libertad, sin la zapatilla que te calentara el trasero, sin que te cayera ningún cachete o, como decía mi padre, el día podía pasar sin que te calentaran el jato. En fin, en días como aquellos, una —más bien trasto— estaba a salvo entre la maraña de tíos, tías, primos, primas, allegados y vecinos, y podía dedicarme a lo que más me gustaba: jugar. Bueno, días como aquel, además, tenían un atractivo añadido muy especial, la recaudación, la colecta; en fin, no sabría como llamarlo. A mi corta edad, yo ya me había percatado de que, en aquellas celebraciones familiares, siempre caía alguna moneda para golosinas y para la hucha. Para que la recaudación fuera provechosa, lo mejor era acercarse a los tíos cuando estaban juntos, animados conversando, y saludar, darles un besos, decir alguna gracia, y entonces, infaliblemente, te caía alguna moneda de unos y de otros.  Lo mismo sucedía con las tías. La verdad es que la familia era muy, pero que muy modesta, pero aun así, al final del día podías haber recaudado suficiente para poder comprar alguna golosina. Efectivamente, aquella noche, cuando me fui a la cama, conté veinte monedas. Era la niña de seis años más feliz del mundo, sólo me faltaba contárselo a mi prima preferida, sólo unos meses mayor, y saber cuánto había sacado ella. Las conté una y otra vez hasta que me quedé dormida ¡20 monedas! ¡Dos pesetas!

Por fin, llegó la mañana. Emocionada entré en la cocina, y allí estaba mi prima, tan tranquila. Yo, excitada, le dije al oído que había conseguido mucho dinero. Entonces, ella se llevó la mano al bolsillo y me enseñó ¡dos duros! ¡diez pesetas! ¡Jamás conseguiría yo aquella fortuna! ¡Ah! Pero mis dos pesetas estaban en perras gordas y chicas, lo que suponía muchas monedas, y a simple vista aquello podía parecer mucho más que dos moneda a los ojos de mi incauta prima. Cuando estuve a solas con ella le empecé a decir que yo tenía mucho más dinero que ella, que nunca podían ser más dos monedas que veinte, pero que, si ella quería, yo se las cambiaba. Al principio, dijo que no, pero como yo le insistiera en el número vein-te, mucho mayor ¡claro! que dos, empezó a dudar. Pero necesitaba una prueba más convincente. De pronto, se me ocurrió, que si le enseñaba mi montón de monedas, la convencería del todo. Corrí a buscarlas, y, efectivamente, le compré duros a pesetas.

Mi madre solía aparecer como el viento, cuando una menos se la esperaba. Cuando aquel día apareció, no supe por dónde, pero me dejó meridiano que brillante; yo podría ser brillante que aquella carrera no sería la mía y que aquel sería mi último timo. Además, me calentó bien el jato.


Maribel Andrade Rodríguez.

Rabat, 09 de noviembre de 2021

Tarea de escritura basada en el cuento en "Mi hermano mayor" de Mª Luisa Puga.

jueves, 2 de diciembre de 2021

«MARÍA», ELISA CHOZAS

Los viejos del lugar no recordaban un invierno tan duro mientras ella había vivido en el pueblo. La lluvia, el viento y la nieve se habían sucedido sin descanso a partir de aquel otoño. Las casas empezaban a reflejar las inclemencias del tiempo: paredes desconchadas, tejas rotas y, lo que era peor, el frío empapaba las paredes de las casas, se filtraba por los recovecos y se instalaba en los cuerpos y en las almas de los cincuenta vecinos de aquél pueblo. Bueno, de los cuarenta y nueve desde que no estaba María.

Mientras ella estuvo allí, en aquel lugar no se había dejado sentir el invierno, porque desprendía un calor que admiraba a propios y extraños, y todos en el pueblo daban por sentado que a ella se le debía que aquel lugar fuera el más cálido de la comarca. Y es que tenía la sangre tan caliente, que en su casa no se tenía que encender nunca la chimenea. A veces, ella hasta se avergonzaba, y porque no pensaran nada raro los vecinos, aunque todo el mundo lo sabía, cuando alguno se dejaba caer por su casa, encendía la estufa, para que no pensaran que todo ese calor era solamente suyo. Y todos salían de allí con una sonrisa en el alma sabiendo que aquel calor confortable venía del fuego de su sangre y de su corazón, y le daba una fuerza que no la dejaba estar quieta.

María se levantaba al amanecer y empezaba una larga jornada de actividades, soltaba a las gallinas, recogía los huevos, y se daba una vuelta por el huerto. Después de sentir el aire del amanecer, volvía a su casa, preparaba café bienoliente para toda la familia y se iba corriendo al desván para mirar muchos libros que tenía con historias de pájaros. Ella siempre había querido volar; por eso, cuando miraba las imágenes de aquellos pájaros, se tumbaba panza arriba en aquella colchoneta y, como si de un acto reflejo se tratase, levantaba las piernas agitándolas sin parar, aunque no mucho tiempo porque sus botas le pesaban demasiado.

Nadie en la casa le hacía mucho caso. Todos allí se habían acostumbrado a su presencia, pero nunca hablaban de ello, porque en un pueblo tan pequeño y con una vida tan monótona, no se habla mucho. Por eso, ella no le contó a nadie que había conocido a un hombre que era volador profesional y que, además de poder volar, tenía unos ojos chispeantes increíbles.

Lo había conocido por casualidad una mañana que iba a comprobar cómo estaban de granadas las moras del zarzal de la esquina que da a la carretera. Se metió dentro de la zarza, pero luego, aprisionada por tantas espinas, se vio incapaz de salir, hasta que de pronto alguien empezó a apartar con un palo las ramas del zarzal. Era un hombre que, desde luego, no era de allí. Mientras le ayudaba a salir, le dijo que trabajaba en la base aérea que había cerca del pueblo y que su autocar había tenido una pequeña avería. El hombre la miraba entre sonriente y divertido mientras le ayudaba a desprenderse de las espinas que tenía adheridas por todas partes. Sucedió que, mientras ocurría todo esto, empezó a hacer allí tanto calor que ambos empezaron a sofocarse. Ya estaba pensando María en salir corriendo, cuando él empezó a hablarle. Y a ella se le aflojaron la timidez y las ganas de correr, y hasta la vergüenza, y pudo empezar a mirarlo con relativa tranquilidad. Era un hombre fuerte, de sonrisa amplia y ojos chispeantes, con una voz tan cálida que la dejó como pegada con cemento al suelo. De su cuerpo se desprendía una especie de aire perfumado que a ella se le subía de la nariz a la cabeza y la atontaba un poco.

Pasaron juntos casi toda la tarde hablando, él sobre todo. Ella escuchaba muy atenta, hasta el momento en que él le dijo que volaba... Abrió tanto los ojos que parecía que se le iban a salir de las órbitas. Él no pareció darle importancia a su asombro, y le contó que siempre le había gustado volar por esa sensación de libertad que sentía cuando se despegaba de la tierra y todo se iba haciendo pequeño y lejano.

Cuando se dijeron adiós, él, como notando la tristeza que se asomaba a los ojos de María, le prometió volver; al fin y al cabo, la base quedaba cerca y, según decía, le había gustado mucho estar allí con ella... ¡Quién sabe! Incluso podría ir a buscarla para que fuera con él a la base y subiera en uno de los aviones que él pilotaba. Ella oía su voz como el que oye una turbadora melodía. Lo vio alejarse en aquel enorme autobús, y no salió corriendo tras él porque sus botas le pesaban demasiado.

A partir de aquel día María no volvió al desván, prefería ocupar su tiempo libre paseando por la carretera, justo por el tramo que llegaba hasta la zarzamora. Allí se sentaba y se quedaba perdida en la contemplación del horizonte hasta bien entrada la tarde, y entonces volvía con paso lento hacia su casa, para hacer esa cena que era como el eterno retorno de la monotonía. Una de esas tardes volvió a su casa un poco más sombría que de costumbre. Cerca de la carretera circulaba un autobús como el del aviador, pero el autobús pasó de largo. Volvió a su casa muy despacio. Cada vez le pesaban más esas malditas botas. No quiso cenar y se subió al desván. Hacía demasiado tiempo que no iba por allí.

Se tumbó en la colchoneta con los pies muy quietos. se quitó las botas y cerró los ojos. Todavía resonaban los matices de aquella voz en sus oídos, la voz del hombre de los ojos chispeantes, del hombre que sabía volar. Ella no había conocido nunca ningún hombre así. Empezaron a caer lágrimas de sus ojos cerrados por la nostalgia, y el calor de su cuerpo empezó a decrecer de forma alarmante.

Como esto sucedía tras la cena, nadie la echó en falta. A la mañana siguiente, en la cocina reinaba el desorden más completo y no estaba el desayuno preparado. La familia de María se encontró de pronto, agolpada y perpleja en la cocina. Era la primer vez que pasaba esto en todos los años en que ellos existían como familia. Salieron en tropel de la cocina sin que mediara una palabra entre ellos. Todos buscaban algún rincón en el que hubiera aire caliente que permitiera detectarla, pero no lograban encontrarlo. Y de repente, alguien se acordó del desván. Subieron despavoridos por la escalera empujándose unos a otros y al fin la encontraron. Estaba tendida en el suelo como dormida, muy lejos de sus botas, y al lado de las imágenes de todos sus pájaros que yacían a su lado por el suelo. Tenía los brazos extendidos hacia arriba como queriendo volar y de su cuerpo salía un aire helado que los dejó ateridos.

Aquel día fue recordado no sólo en el pueblo sino en todos los lugares de los alrededores. Y no sólo porque se fue María, sino porque cayó una helada de tres metros de espesor y porque, a partir de entonces, hizo tanto frío durante todo el año, que ni tan siquiera en primavera nacieron flores en los campos. Sin embargo, en el lugar en el que se esparcieron las cenizas de María, nació un rosal silvestre que estuvo florecido todo el año. Su aroma flotaba por todo el pueblo y era tan intenso que llegaba hasta la zarzamora que estaba justo en la esquina de la carretera.

Elisa Chozas.

Tarea de escritura basada en el cuento en "Mi hermano mayor" de Mª Luisa Puga.

Rabat, 31 de octubre 2021.

 

«A MIS GAFAS LES GUSTA DESAPARECER», AMAL KHIZIOUA

Ahora lo veo claramente, aunque en realidad me lo han hecho siempre desde el momento en que las compré las compré. Esconderse o desaparecer de mi vista fue siempre el juego favorito de mis gafas. Bastaba con quitármelas un segundo para que ellas aprovecharan y desaparecieran súbitamente como si siempre me estuvieran vigilando, como si siempre se encontraran a la espera del más mínimo momento de distracción para cometer su delito.

Lo que pasa es que últimamente suelen hacerlo cuando más las necesito, cuando debo salir a toda prisa o necesito ver algo de lejos o cualquier otra cosa urgente. Y lo cierto es que, cuando por fin logro ponerles la mano encima, me veo forzada a admirar su ingenio para ocultarse de la manera más inesperada o insospechada en los lugares más inverosímiles: en la cocina, charlando con las tazas de café y simulando ser unas de ellas; en el cuarto de baño, deslizándose hábilmente dentro de un montón de toallas; sobre el mueble de la entrada, fingiendo esperarme para salir y con la mirada perdida en la puerta del piso; colgadas de mi cuello, haciéndose pasar por un inocente collar; sobre la cama, aprovechando su color rojo para confundirse de forma insidiosa con las rayas de una sábana; sobre la mesa del comedor, jugando sin vergüenza a imitar los dibujos de frutas del mantel.

Aunque lo peor es cuando se colocan sobre el sofá del salón y se pierden en los motivos florales de su tela… Son tan atrevidas que no se dan cuenta de que arriesgan su vida cuando dan un paseo por las sendas del sofá. ¿Cómo pueden no saber que ese es el lugar el más peligroso para ellas? ¿Pero no ven que me siento allí siempre sin mirar? ¡Y que incluso, a veces, hasta me dejo caer con todo mi peso cuando estoy muy cansada! ¡Así que, si alguna vez llegaran a ser víctima de un accidente, lo tendrían bien merecido!

Parece que disfrutan muchísimo al verme buscarlas por todos los rincones de la casa, mientras yo voy yendo y viniendo, desesperada e impotente con mi visión neblina de miope. En esos momentos, puedo sentir en mi espalda su mirada descaradamente satisfecha y llena de sorna observando mi inútil agitación e inquietud.

Es muy raro. Estas gafas, que siempre me han ayudado a ver mejor, están intentando expresar algo. ¿Será posible que unas gafas puedan tener sentimientos y que me hagan sufrir así por celos o rencor? ¿Es posible que …?  ¿Que no soporten lo que mi oftalmóloga llama "la revancha de los miopes"? Sí, me refiero al curioso hecho de que la gente con buena vista, al llegar a una cierta edad, necesite llevar gafas para poder ver de cerca, mientras que a los miopes les da por ver perfectamente sin gafas.

¿O puede ser que no soporten que me las quite para leer de cerca o para usar mi teléfono? ¿O que, ante todo, no soporten que yo no me muestre enteramente sumisa ante su poder?

¡A lo mejor su descontento no se dirige solamente contra mí! ¡Quizás se trate de una conspiración internacional de gafas unidas! ¿Habrá otras personas en el mundo que hayan vivido peripecias similares a las mías?

Pero, a pesar de todo esto, hay ocasiones en que, sintiéndome más tranquila, pienso que tal vez mis gafas no tengan realmente malas intenciones. Si analizo con calma las condiciones de sus repentinas desapariciones, me doy cuenta de que eso ocurre únicamente cuando me dejo desbordar por las circunstancias, cuando las ideas se agitan en mi mente e intento hacer muchas cosas al mismo tiempo.

Por eso, quisiera pensar que es posible que mis gafas tan sólo se escondan para llamar mi atención sobre lo esencial, para recordarme que debo respirar, calmar mi mente, hacer una sola cosa a la vez y centrarme más en las cosas.

Si esa es la verdadera razón, queridas gafas mías, os pido perdón por todas mis sospechas y os doy las gracias por intentar guiarme hacia la serenidad.

Amal Khizioua.

Rabat, noviembre 2021.

Tarea de escritura basada en el cuento "En mi casa, los objetos se suicidan" de MARÍA LUISA PUGA. 

viernes, 26 de noviembre de 2021

«TIEMPO DE AZLA», ASSIA EL OUALIDI

El hombre que lleva una enorme maleta, tan grande como un ataúd, aparece en el pueblo de Azla un domingo de septiembre que no es más que cualquier domingo en el que los vivos salen de sus casas de adobe y piedra, sobre todo esos hombres que caminan tomados de la mano como señal de amistad. Las mujeres llevan sobre su espalda ramas de árboles porque las estufas de leña son la única fuente de calor.

El chaikh del pueblo presenta al hombre como el nuevo maestro de la escuela. Su nombre, Kamal, es hermoso. Tiene una mirada seductora, como teñida de las olas del mar y que va a juego con su camisa, el pelo oscuro y ensortijado, que combina con su piel mulata, y unos dientes blancos como bloques de hielo. Posee una belleza realmente exótica. Un profundo silencio aparece especialmente entre los hombres que conservan un vasto poder sobre sus mujeres y sus hijos, y que por ello prefieren no enviar a sus hijas a la escuela. Tiempo después, cuando ya está totalmente instalado entre unos arbustos que carecen de toda condición mínima de vida, el maestro no sólo se limita a enseñar, sino que también educa a las niñas sobre su importancia en la sociedad. Los padres lo consideran como una incitación directa contra las costumbres del pueblo y, a partir de entonces, cuando Kamal se acerca a una mujer o una niña, ve sus ojos aterrados y que nadie le habla. Más que eso, el profesor empieza a sufrir acoso por parte de los hombres.

Lo doloroso llega un día cuando la noche es solo una mancha negra y fría, y el pueblo nada en un profundo silencio, y viene con unos muchachos instigados por sus padres a prender fuego en la casa del maestro.

Nunca olvidaré esa mañana en la que arrestaron a mi hermano con las manos temblorosas y los ojos secos de rabia, ni la salida de nuestro maestro del pueblo dentro de un ataúd. La vergüenza nos acompañará a lo largo de la vida y vivirá en nuestra memoria para siempre.

Assia El Oualidi

Rabat, abril-noviembre de 2021

Tarea de escritura basada en motivos de «Historia de una maestra» de Josefina Aldecoa y en la estructura de «Un lugar llamado Antaño» de Olga Tokarczuk.

«LUNA BLANCA», BAHIA OMARI

Yo amaba a los gatos. Cada día me despertaba bajo el maullido de una gata con pelaje blanco. La había llamado Luna Blanca. Yo era hija única en mi familia. Tenía como únicas diversiones mis cursos, mis primos, y por supuesto a Luna Blanca. Luna Blanca era mi secreto, solo mi abuela lo sabía. Y es que vivíamos con ella, nuestra excelente cocinera, mi tierna, afectuosa, cariñosa y comprensiva abuela.

Allí el invierno era muy duro, hacía mucho frío, había lluvias durante tres o cuatro meses. Y yo pensaba en cómo ayudar a mi gata durante esos periodos. Con la ayuda discreta de mi abuela, yo había construido un refugio en el sótano, un sitio donde mi abuela tenía hornos y hornos para preparar la comida cuando  organizábamos fiestas. Había sido idea de mi abuela, ya que ella conocía perfectamente la inevitable reacción de mis padres. La cocina que utilizábamos estaba en la primera planta. Allí no teníamos que dar explicaciones al resto de la familia. El refugio consistía en una cesta de mimbre. Mi abuela la tapizó con una tela de lana de color verde. Me decía que el color verde calma el alma. Mi alma y también la de Luna. Allí Luna Blanca no tenía frío.

Mi habitación estaba en la planta baja y mi ventana daba al jardín, de manera que, cada mañana, Luna me dirigía sus maullidos desde detrás de los cristales hasta que yo abría los ojos y lograba despertarme. De este modo, yo me desvelaba sin reloj alguno. Luego, abría la ventana sin ruido y cedía el paso a mi alma, mi compañera. Aquel era un acto que se repetía cada día. Pasábamos juntas momentos muy agradables, conversábamos, jugábamos, reíamos, hasta que mi madre me llamaba para tomar el desayuno e ir a la escuela.

Antes de salir, yo le llevaba queso, pan, todo lo que podía coger del desayuno en secreto. Todo para Luna Blanca, que me acompañaba hasta el portal de la escuela. Yo entonces la acariciaba y luego entraba. A la salida, Luna me esperaba y me acompañaba hasta casa. Ese ritual duró mucho tiempo, hasta que...

Un día, a la salida de la escuela, no vi a mi alma, mi compañera. Me preocupé mucho, corrí hasta casa, pregunté a mi abuela. Nadie me dio respuesta alguna. Corrí otra vez afuera, busqué en diferentes sitios, nada. Regresé a casa, muy triste. Mi abuela le preguntó al portero si la había visto y este dijo que mi Luna había tenido un accidente, y que él había recogido su cuerpo y lo había dejado en el jardín. El me preguntó si yo quería verla antes de que la enterrara. No, no podía, no. Mi abuela añadió que aquello podía ser muy difícil para una niña de mi edad. Sería un sufrimiento intenso.

Yo no podía explicarme aquel desastre, no quería saber lo que harían con su cuerpo. Todo cuanto yo sabía era que sentía un gran dolor en mi alma y un vacío tan grande que no podía definir y que permanecería en mí para siempre.

La compañía de mi gata me permitía hacer cosas que deberían haber posibilitado las personas mayores. Ella me reconfortaba del vacío que yo sentía por no tener hermanos. Con Luna yo no estaba sola, pero ya entonces ...

Sigo amando a los gatos hasta hoy día, y he adoptado una gata rubia que me acompaña ahora que mis hijos ya se han ido de casa.

Se llama Pitsou, la amo, la adoro.

Bahia Omari

Tarea de escritura basada en el cuento "Mi hermano mayor" de Maria Luisa Puga

Rabat, 31 de octubre 2021

martes, 23 de noviembre de 2021

«SIRIMIRI», Mª ÁNGELES GARCÍA COLLADO

 


Adoro el mal tiempo. La lluvia fina y constante llegaba a finales de agosto y se iba en junio, aunque a veces la traían las galernas de julio. Así pasábamos el año, apenas con dos semanas sin su presencia. Siempre nos esperaba fuera de casa y estaba en los cristales de nuestras ventanas, para que no la olvidásemos. Por ello nos propusimos quererla y convivir en armonía con sus exigencias, como la ropa, ya que nuestro vestuario se limitaba a chubasqueros y katiuskas. Los domingos salíamos con las bicis y los impermeables, atravesando las cortinas de agua a la carrera sin importarnos ni los charcos ni las salpicaduras de los coches. Éramos felices porque la vida era jugar sintiendo el frescor de las gotas en nuestros rostros, el buen clima no entraba en nuestros esquemas. Incluso bajo el chaparrón nos llevabas a caminar hasta la punta del faro del Abra. Los familiares de otras ciudades nunca nos visitaban, preferían quedarse refugiados en sus soleadas tardes y cielos rasos. Desde entonces me inquieta el brillo del sol, como si fuera el preludio de algo que sucederá y que escapa a mi comprensión, una sensación exigente de aprovechar la vida rápidamente, con quien sea, de manera efímera. Como aquella mañana en que recibí aquel rotundo mensaje de mis hermanos sobre ti, hacía tanto calor que la reverberación del suelo me traía los charcos de mi infancia. Sé que yo también me reuniré contigo un día de verano.

Mª Ángeles García Collado.

Tetuán, noviembre de 2021.

Tarea de escritura basada en el cuento en "Mi hermano mayor" de Mª Luisa Puga.


miércoles, 23 de junio de 2021

«EL GRITO SILENCIOSO», FÁTIMA EZZEHAR

                                 

Llaman a la puerta, 

alguien espera mi respuesta.

En el replano, un hombre me asombra,

de aspecto alto vestido con largo abrigo,

con sombrero de copa y gafas negras,

en su mano una rama de flores amarillas.

Por una mirada inquisidora, le dije:

-Dígame usted, ¿qué desearía?

Me contempla, sonríe tímidamente,

balbuciendo excusas, responde:

-Busco a una mujer, el sueño de mi vida,

su rostro, usualmente ronda mi alma.

Contesto yo:

-Lo siento señor, se ha equivocado de dirección.

 Pero ¿quién es usted? Dígame, si no es molestia.

-Ya estoy dentro de tu mirada,

 por tus ojos brillantes obtendrás la respuesta,

querida, no me dejes en la puerta.

- ¡Oh! Está demasiado seguro de sí mismo,

aunque esté disfrazado.

Con tono más cierto, se quita sus gafas diciendo:

- ¡Amor mío! Soy el maestro de la guitarra,

¿Has olvidado mi canción, mi palabra?

¿Y el río donde dejamos deseos y obra?

- Mientras lo miro Yo callo sorprendida,

La realidad está aquí, revelada.

¡Dios mío!  ¿Cómo osas?

Tú, que fuiste mi amor;

infiel amor, fuente de dolor,

qué desencanto tu reaparición,

 muy grande fue tu traición,

muy fuerte fue la decepción;

ahora estás aquí, ante mí inclinado.

-Amor mío, por mi error ando vencido,

déjame, presentarte mis disculpas,

la añoranza me quema las venas,

 el eco de tu voz me viene de lejos,

es un verdadero amor sin fronteras;

ante tus miradas, estremezco

por alegría, por arrepentimiento;

querida, ahora no es como antes,

quiero abrazarte en silencio

atendiendo a latidos de tu corazón.

-Tú, que fuiste mi amor:

Ahora no es como antes,

ahora es demasiado tarde,

el tiempo pasó como un torrente,

sin piedad, causando un terrible daño;

maldito tiempo, maldito recuerdo.

Sí, recuerdo aquel día:

Te había puesto una mesa prestigiosa,

y reservado un ambiente majestuoso,

todos los honores te les habían realizado

con atención, amor y sumo cuidado.

Maldito día de la mujer, maldita mentira;

te esperaba, con gran amor te esperaba

Y fue larguísima la esperanza.

El temor me torció el corazón. Salí.

De repente en la orilla del río te vi,

amor de mi vida, hombre de guitarra, ahí,

en el barco calurosamente abrazando a otra:

Otra mujer, otra canción, otra palabra…

El frío de la nieve me quema la espalda,

La monstruosidad del engaño me arroja

como hoja de otoño marchita. 

Regreso huyendo, tropezando con mis pasos,

el corazón desollado, los ojos lacrimosos.

Ante la mesa decorada, pierdo la razón;

de mi fondo ensangrentado brota,

por orgullo, un grito silencioso;

temblada, echo el mantel al suelo;

me desplomo, hundida en el llanto.

Todo se derrumbó. Todo se acabó.

El desastre tranquiliza mi alma.

Hace tiempos, días, noches y meses…

Sí, me acuerdo;

Ahora, pero ahora no es como antes.

No me importa tu provincia ni tu destino,

ni tu declaración acerca de otros tiempos.

El grito silencioso me resucita,

tu abandono me ofreció renacimiento,

más sensatez, más experimento.

“Tu amor”, entre paréntesis, se esfumó.

Todo se convirtió en poema maldito.

Levántate, no te arrodilles,

no me gustan los hombres débiles.

Más allá, sobre las nubes oscuras,

la serenidad del cielo inspira…

 

Fátima Ezzehar

Rabat, 8 de marzo de 2019.


lunes, 1 de marzo de 2021

“BEIRUT-LÍBANO”, BAHIA OMARI

  

I

Abuela, mujer, madre, tía, amiga y mucho más…

Tengo sesenta y cinco años, soy valiente, cariñosa y tierna con todos, tengo una mente abierta, muy culta, he viajado mucho, he visitado muchos países y conocido muchas culturas diferentes. Puedo decir que la vida me había reservado un destino luminoso, lleno de buenas cosas, mucho placer, hasta ahora, cuando todo ha cambiado, ha precipitado al desastre.

En un minuto, en una fracción de segundo, todo se ha derrumbado.

Ahora ya no queda nada de aquella abuela, ni de la mujer, ni madre, ni de la tía, ni de la amiga de nadie. Y en poco tiempo he alcanzado el punto máximo de una vejez sombría, opaca. Yo, que esperaba tener una vejez feliz.

En estos instantes, yo misma estoy perdida por haberlo perdido todo y a todos. Me  he quedado sola para contemplar este paisaje deplorable. Entre un cielo asombrado, cenizo, de una tarde oscura, un silencio mortal, entre cenizas y ruinas, entre mi alma herida y un pensamiento vacío.

De momento, me quedo de pie, sin movimientos ni voz, contemplo un paisaje que me resulta extraño.

Mis sueños se han diluido con el desastre y tan sólo me quedan mis recuerdos, ahora ya tan lejanos. He bajado mi cabeza, no puedo levantarla al cielo, sino para interrogar a Dios y buscar una respuesta lógica.

El peso de la destrucción me paraliza, me clava al suelo.

¿Qué me ha pasado? ¿Qué nos ha pasado?

¿Es solo una pesadilla o es la realidad?
Esperaba que fuese solo una pesadilla.

A veces, me siento perpleja, abandonada; a veces busco las razones del desastre.

¿Qué me va a ocurrir ahora, sin nada, ni familia, ni apoyo, ni casa, ni dinero?

Era una mujer de buena familia, con una casa espaciosa, mi padre era una persona honorable, de clase social alta y del círculo diplomático; tenía un marido cariñoso, hijos y nietos cariñosos; tenía un destino brillante… Tenía, tenía… y ahora no tengo nada.

¿Debo resignarme a vivir en la calle como una vagabunda, como una sin techo?

¿Qué o quién es el culpable?

La explosión en Beirut me redujo a cero.

La calle me atrapa, me recibe. Pensamientos oscuros, sí, es normal en esta situación.

II

Karam  (que en árabe significa generoso), socorrista voluntario, percibe a través de la niebla de humo una forma encogida, se acerca a ella para socorrerla. El hacía aquel trabajo por voluntad propia. Aquel ovillo encogido era una mujer que estaba en un estado físico y psicológico calamitoso.

De pronto, él la reconoció. Era la señora Ichrak, la madre de su amigo.

Y de repente, le preguntó sobre su familia, hijos y padres, pero ella hablaba de manera desordenada, insensata.

Sí, es normal, estaba en estado de shock. A pesar de la situación caótica, cogió a la señora Ichrak y corrió hasta la ambulancia. Ella no tenía heridas físicas graves, pero sí sufría heridas psicológicas profundas.

III

La imagen de esta mujer me viene al pensamiento, es como si viera una película muy agradable. Una película donde yo soy un actor con un papel en la historia.

Yo frecuentaba esa familia hacia poco tiempo, comía con ellos, viajaba con ellos, estudiaba con sus hijos. Es decir, que esa familia y, esencialmente, esa mujer habían marcado mi vida con recuerdos intensos, maravillosos.

No puedo imaginar que este desastre haya caído sobre esa dulce mujer. Hasta ahora no sé todavía lo que le ha pasado.

Sí, lo sé, y todo el mundo lo sabe, es la explosión de un almacén en el puerto de Beirut. Una explosión que ha agitado toda la ciudad: casas, comercios, gente, muertos…

Necesito acabar lo que debo hacer: socorrer a la gente. Y después iré al hospital para descubrirlo que ha sucedido, para buscar a la señora Ichrak una vez pasada toda esta tragedia.

IV

El socorrista la busca durante horas en diferentes hospitales de Beirut, no la encuentra. Llama a su amigo, el hijo de Ichrak, a su marido, a su padre, nadie responde. Está asustado, de verdad. Sin embargo, todavía le queda por buscar en el hospital público de las afueras.

 V

Aquí, inesperadamente, oyó una voz que le llamaba. Es Ichrak, cierto, es ella, “Alba” o Ichrak en árabe.

Por fin, la había encontrado. Tenía algunas heridas leves pero se mostraba muy agitada, ansiosa y nerviosa; es lo que veía por el momento. El había acabado su turno y entonces tenía tiempo para hacerle compañía a lo largo de aquella noche trágica.

VI

 

Al verlo, “Alba” o “Ichrak” empieza a hablar con palabras incoherentes.

El ha puesto su dedo en su boca y le ha dicho:

-Por favor, no hables, déjame que exprese mis sentimientos; quizás eso pueda ser una forma de aliviar tus sufrimientos.

-¿Te acuerdas de nuestro viaje a la montaña, en la primavera, con los abuelos, tu marido, tus nietos y tus hijos?

-¿Te acuerdas de la buena y rica comida que te había preparado cada día para ir de picnic o de merienda?

¿Te acuerdas de la boda de tu hijo, mi amigo? ¿Te acuerdas del día en que nació tu primer nieto?

¿Te acuerdas de cuando te llamaba “mi querido hijo”? No lo olvidaré jamás.

En ese momento, Ichrak fija su mirada en mí, como si buscara recuerdos maravillosos que pudieran unirse con el pasado reciente. Se levanta y dice:

¿Dónde están todos?

¿Dónde estoy?

-No te preocupes “Alba”, estás en el hospital, no tienes heridas graves. Estás bien. Voy a hacer todo lo que pueda para encontrarlos.

Sí, voy a hacerlo. Pero no olvides que tú eres como mi madre, tu familia es la mía también, hemos compartido muchos acontecimientos y recuerdos agradables. Hablo, hablo…sin parar.

Súbitamente, se oye muchísimo ruido en el corredor.

¿Qué ha pasado?

VII

Vi una multitud de socorristas entrar en el hospital gritando que cedieran el paso. Un colega me había dicho que habían sacado a una familia de entre los escombros. Todos estaban vivos. Él corrió detrás de ellos para obtener más información.

Había ocurrido un milagro, era la familia de Ichrak. A toda prisa, regresó a la cama donde ella estaba.

-Te lo he dicho, te lo he dicho, no te preocupes, todo se ha arreglado.

- Tú has perdido tu casa, tus muebles importados, tus objetos raros, pero lo mejor es que no has perdido a tu familia, mi familia.

Dos lágrimas brotaron de sus ojos azules, mientras me miraba fijamente. Pero su rostro se iluminó al oír la buena noticia. Esa es una imagen que no olvidaré en toda la vida. Había algo bello a pesar del dolor de las circunstancias.

 

Los nombres de los protagonistas no son fortuitos sino que tienen connotaciones significativas en la historia: Karam (de alma generosa, con sensibilidad) e Ichrak (Alba que inspira la esperanza).

Bahia Omari

Tarea de escritura inspirada en una foto. Narrador en primera, tercera y segunda persona.

Rabat, 10 de febrero de 2021.

«VEINTE AÑOS, HIJO», BAHIA OMARI

    Lloro sin cortar cebollas, pero oigo la fluidez de las lágrimas, lágrimas por el dolor que alcanza siempre mi corazón, mi alma; un...

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

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RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

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Laura & Mohamed y Mohamed & Laura cantando a Alfonsina Storni.

Ensayando para el Día E junio 2015

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Grupo del Taller de Lectura y escritura 2015

Recital 18 de junio de 2016

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21.00 Instituto Cervantes de Rabat

Bahia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

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Recital del 24 de abril de 2015

PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015, 19.00 -INSTITUTO CERVANTES DE RABAT -

Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015

Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

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Recital del 24 de abril de 2015

Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015

Fatima. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

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Rabat, 24 de abril de 2015.

Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

RECITAL 11 DE JUNIO DE 2014

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Recital "A orillas del Bu Regreg 2014"