TALLER DE ESCRITURA "A ORILLAS DEL BU REGREG" DEL INSTITUTO CERVANTES DE RABAT

Bienvenidos a «A orillas del Bu Regreg», el blog de los integrantes del Taller de lectura y escritura creativa, un curso especial que realizamos desde hace doce años en el Instituto Cervantes de Rabat (Marruecos).

En este espacio damos a conocer los cuentos, poemas y otros ejercicios de escritura que se proponen en clase y que realizan nuestros alumnos, aunque también publicamos colaboraciones de nuestros lectores.

Muchas gracias por leernos y por compartir vuestras opiniones.
Ester Rabasco Macías (profesora del Taller)

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sábado, 31 de octubre de 2015

“OLOR Y CALOR” de ABDELLAH EL HASSOUNI

Subió apresuradamente los peldaños, tiró sus zapatos, se arrancó la ropa desde la corbata hasta los pantalones, para colarse en el interior de su pijama ancho y desplegar, periódico en mano, la escalera en el sentido contrario. Hacia su destino, su lugar favorito: la mecedora colocada frente a la chimenea.
Con las piernas tendidas, los brazos apartados, se quedó con los ojos arraigados en las danzarinas y pequeñas llamas, a la vez que visualizaba de nuevo la película de aquel día tan abrumador. Se enderezó, tomó el periódico, cruzó las piernas como lo hacía antes, durante una época remota, sentado sobre una alfombra tejida por esteras de junco, e intentó iniciar aquel balanceo tan acostumbrado y tan apreciado. Pero la mecedora no respondía a su solicitud y parecía estar cuajada, sólida como una roca, como una silla a cuatro patas, y se mostraba simple y estúpida. Intentó apoyarse con más fuerza, pero la resistencia seguía. Se bajó para ver qué era lo que impedía a la mecedora balancear aquellas partes suyas encorvadas, pero no había nada más que dibujos sutiles de la alfombra un poco avejentada. Lo intentó una segunda vez y luego otra vez, antes de proferir algunos insultos:
Si crees que con sus palabras me harás cambiar de opinión, es que te equivocas sobradamente exclamó la mecedora con una voz ronca y que parecía emanar de un largo tubo de bambú.
¿Qué?
Sí, me niego a moverme, a mecerme, sobre todo cuando tengo que oír obscenidades.
Y ahora me lo dices...
Sí, he esperado demasiado tiempo... Pero ya estoy harta de aguantarte casi cada tarde, de mimarte, de balancearte sin recibir a cambio ni reconocimiento ni respeto. Aplastas mis ramas de mimbre con tu peso que no deja de aumentar. Nadie te ha dicho todavía que te has vuelto gordo, muy grueso, enorme.
Él se levantó, giró alrededor de sí mismo, echó una ojeada a su barriga respetuosa, que le disimulaba el ancho pijama, y miró fijamente su mecedora para replicarle que la había comprado con su propio dinero (Era verdad que lo había hecho hacía mucho tiempo: se la había adquirido a un cooperante que debía abandonar el país ante el anuncio de la liberación). Así que ella solo debía asumir su papel.
Sí, eso es precisamente lo que he hecho hasta hoy. Pero estoy hasta las narices de tu excesivo peso y de tus pedos, ya tan frecuentes y nauseabundos.
Pero eso solo me lo permito cuando estoy solo.
Lo cual es casi siempre…. Y encima, cuando viene tu nieto, o bien me pisa con sus zapatos sucios o bien se sienta sobre tus rodillas sin que le importen mis continuos crujidos.
Él se volvió, lanzó el periódico a las llamas y bajó la cabeza. Después de un largo y pesado silencio, tomó el camino de la escalera, con destino a la gran cama vacía y fría del dormitorio. Parecía llevar sobre sus hombros el peso de sus sesenta largos años. A lo lejos oyó aquella ronca voz que murmuraba:
Vuelve hombre…. En realidad, me he acostumbrado a tu calor, aunque el olor me…

Abdellah El Hassouni.
Rabat, 11 de septiembre de 2015.
Inspirado en el cuento “Historia de un paraguas” de Álvaro Cunqueiro.


lunes, 26 de octubre de 2015

“MICROCUENTOS” de ABDELLAH EL HASSOUNI

Creencias

Terminó su larga oración con un agradecimiento al divino, pidiéndole que le ayudara en la ejecución de su misión. Pasó por la habitación de su hijo recién nacido para darle en la frente un largo beso de adiós y salió a la calle bajo las primeras luces de la madrugada.
Poco después, las cadenas de noticias se arrojaron a transmitir que “un hombre-bomba se ha dado explosión entre la gente que hacía cola en la entrada principal del gran hospital, causando un gran número de muertos y heridos”.
En el mensaje que él había dejado, el hombre-bomba explicaba que no era un terrorista sino un salvador, ya que estaba convencido que es inútil morir a causa de cualquier enfermedad.

Ayuda

Vi cómo cuatro hombres disfrazados agredían a mi ex-novia en la calle y me pregunté si debía ayudar.
Luego me dije que cuatro eran suficientes.

Palabra de un sabio

El sabio me había murmurado al oído estas palabras: "Tu futuro depende únicamente de tus sueños".
Así que, sin perder ni un solo instante, corrí a meterme en la cama.

Serenidad momentánea

Sentado frente a mí, estaba sosegado y sereno. Me hablaba de su vida, sus éxitos y sus fracasos.
Desprendía esa sabiduría característica de las personas de su edad, satisfechos de haber vivido tanto.
Hablaba tranquilamente de la muerte diciéndome que la esperaba apaciblemente.
De repente, miró su reloj y se alejó con el pretexto de que tenía un montón de cosas que hacer.

Pensamiento

¡Es curioso! ¡Este tipo es curioso! Hace un rato estaba mirando pasar en la calle a una hermosa mujer. ¡Yo, la miraba también! ¡La misma! Le dije:
- ¿En qué pensaba usted mirando a esa hermosa mujer?
Me dijo: ¡La misma cosa que usted!
Le dije: ¡Pues es usted un personaje repugnante!

Domingo

Harto de mi vida, pienso a menudo en suicidarme.
De lunes a viernes, trabajo mucho y generalmente hasta bastante tarde.
Los sábados por la mañana los reservo para el mercado y las tardes a mis amigos.
Así que, si lo hago, será en domingo.
Pero el domingo apenas deja tiempo suficiente para descansar.



Abellah El Hassouni

domingo, 25 de octubre de 2015

“EL LEÑADOR ENFADADO Y DOÑA SINALMA” de RKIA OKMENNI

La Dama Muerte, la Segadora, la Parca, la Mensajera del más allá, la Comadre Sebastiana o Doña Sinalma…  No le importaba el nombre que le dieran los humanos dado que, según ella, jamás podrían acusarle de ser injusta Sabía lo que había que hacer. Y lo hacía sin reposo alguno y con toda perfección, a la hora precisa, con cualquier ser y en cualquier lugar.
Aquella madrugada se dirigía, camino de sus respectivas citas, por unos senderos tortuosos de montaña para ganar tiempo. Iba en su carreta que rodaba o volaba según la orden que ella le diera y, sobre todo, para evitar a gente sana, que provocaba su ira y sus alergias. Cuando llegó al lugar en que solía taparse la nariz, por el hedor a hambre y miseria que soltaba el leñador más asiduo del monte,  le sorprendió que ese día, al contrario,  invadiera su olfato un buen olor a asado y a caldo de gallina. Muy hambrienta, el buen aroma le abrió el apetito. Siguió el rastro del olor y, de repente, oyó a dos voces que reconoció de inmediato: la Voz sagrada del Señor Dios pidiéndole al leñador que compartiera su comida con él y la del hombre atreviéndose a negarle su petición. Este, para justificarse, le reprochaba su injusticia en el reparto de riquezas entre sus súbditos.
Al ser testigo de aquella escena, se sintió muy molesta por aquella respuesta dada al Poderoso Señor. Quiso acercarse para averiguar y aclarar lo que había escuchado, y entonces se le clavó la melodiosa y dulce voz de María Santísima, solicitando lo mismo que su hijo y recibiendo la misma respuesta que antes había obtenido Jesús. El leñador añadió que aquello se debía a que ella no hubiera intercedido ante su Hijo para que hiciera a todos iguales: todos ricos o todos pobres.
Entonces, y a su alrededor, Doña Sinalma decidió jugar con este energúmeno, que se mostraba tan enfadado con el Señor Dios y María Santísima.  Quería ver, sobre todo, hasta qué punto podría resistir el leñador frente al poder, la riqueza y la codicia.
Se acercó y se quedó estupefacta cuando el leñador hizo una excepción al aceptar compartir su comida con ella por verla tan flaca. Tras comer juntos, Doña Sinalma le ofreció lo que él quisiera… Este le respondió:
- Señora, siendo usted más flaca que el más gordo de mis hijos y estando más hambrienta que yo, por no haber comido desde hace días, no voy a ofenderla y aceptaré lo que usted me dé. 
El leñador aceptó el regalo de Doña Muerte, la cual le ofreció la gracia de ser curandero poniéndole determinadas y estrictas condiciones. Tuvo entonces la oportunidad de enriquecerse, evidentemente siempre bajo la vigilancia de Doña Sinalma. Pasó tiempo y tiempo. Se curaron muchos enfermos: pobres y ricos, mayores y jóvenes y murieron otros: ricos y pobres, jóvenes y mayores, sin ninguna distinción. Y un día, cuando el energúmeno se atrevió a engañar por codicia a la Dama Muerte con el rey enfermo, que debía morirse dado que su hora había llegado, Doña Sinalma intercambió el destino del rey para que este siguiera viviendo con el alma del leñador y reservándole a este último el mejor sitio en su muy famosa carreta que rueda despacito por toda la eternidad.
Y es que… ¡Con la Muerte, nunca se bromea!
Y aquí se acaba este cuento y, casi” como me lo contaron, yo te lo cuento.

Rkia Okmenni.
Rabat, 17 de octubre de 2015.
Ejercicio de rescritura basado en el cuento mexicano: “La Comadre Sebastiana” 

viernes, 23 de octubre de 2015

“MALDITA SEA LA POBREZA” de BAHIA OMARI

Este era un hombre pobre que se mantenía esquilando lana para hacer ropa para él y su familia y también para venderla en el mercado. El día en que no vendía nada se quedaban sin comer. Así estuvo viviendo durante mucho tiempo. Un día sus dos carneros murieron y no tuvo lana que vender, así que decidió robar otros dos en la granja del rico Antonio. Se fue al aprisco y eligió dos y tres y hasta cuatro carneros, los que más lana tenían. Empezó a esquilarlos hasta que tuvo una cantidad considerable de lana, pensando que podría venderla y sobrevivir un cierto tiempo.
Entonces se fue al mercado y, de repente, sintió a una persona que se arrimaba hasta donde él estaba. El pobre hombre tuvo miedo, creyó que este era el rico Antonio o uno de sus criados. Él le preguntó si quería comprar su lana. El hombre le dijo que no.
- ¿Quién es usted?
- Pues soy la conciencia. Tú hiciste una cosa mala, robaste algo que no te pertenece, debiste devolverlo ayer mismo.
- No, no lo devolví porque necesito dinero para comprar comida para mi familia, la conciencia no me da de comer.
Aquel ser se fue muy triste pensado que, en este mundo, la conciencia estaba muerta.
Al poco rato, el pobre hombre vio venir a otra persona. Esta era la dignidad del hombre.
- Tú hiciste una cosa mala.
- ¿Quién es usted?
- Pues soy la dignidad del hombre. Tú hiciste una cosa mala. Claro que eres pobre, pero deberías comer del resultado de tu trabajo, no de robar cosas ajenas. ¿Has olvidado tu dignidad?
- No, no la olvidé, pero la dignidad no me da de comer ni a mí ni a mis hijos.
Cuando se fue la dignidad, al poco rato vio venir a otra persona. Era el hada madrina.
- ¿Quién es usted?
- Yo soy tu hada madrina y sé que hiciste una cosa mala, pero yo podría ayudarte a ganar tu pan honestamente. Sin embargo, debes prometerme que nunca más va a robar lana, de lo contrario voy a desenmascararte delante de todo el pueblo.
En primer lugar, debes devolverle la lana a su dueño y pedirle perdón.
En segundo lugar, yo te daré un rebaño para esquilar y vender su lana, para que vivas con tu familia con conciencia y dignidad.
En tercer lugar, no cuentes a nadie nunca nuestro secreto.
El hombre le prometió que así lo haría y empezó a llorar por el mal acto que había hecho.
Y desde ese día el pobre hombre trabajó como una persona digna de confianza y se ganó el pan con conciencia y dignidad. Poco a poco, se convirtió en uno de los hombres más ricos de aquel pueblo. Pero un día le contó a su amigo el secreto de su riqueza. En ese momento, se presentó su hada madrina.
- Has faltado a la promesa que me hiciste cuando te hice rico.  ¿No te dije que no contaras a nadie nuestro secreto? Yo te di la conciencia, y por eso pensé que, ya que tenías experiencia, no necesitabas mi ayuda. Me equivoqué… Ahora debes arreglártelas solo para mejorar en tu negocio.

Bahia Omari.
Rabat, 17 de octubre de 2015.
Ejercicio de rescritura basado en el cuento mexicano: “La Comadre Sebastiana”.

martes, 20 de octubre de 2015

“AMOR Y BABUCHAS” de DRISS EL GANBOURI Y RKIA OKMENNI

Érase una vez un babuchero que vivía en un pueblo famoso por las babuchas que fabricaba. Por eso, mucha gente acudía a él desde todas partes para admirarlas y comprarlas.
Un día, una princesa pasó por el pueblo donde vivía el babuchero, coincidiendo su visita con el día del zoco público, día en que se vendía de todo, como en los cuentos maravillosos, y que atraía a mucha gente que iba hasta allí a hacer sus compras y a pasar un buen rato. La princesa no era del mismo pueblo, era de un pueblo lejano, por lo cual no sabía el idioma de las personas de aquel lugar. Al entrar, se  enteró de que aquel día había zoco, así que decidió pasear, mirar y comprarse lo que le gustara.
Andando entre las tiendas de los comerciantes, vio una donde se exponían  babuchas de todos los colores. La princesa dio la orden a sus compañeros de parar y caminó hasta la tienda, en donde había un anciano de barba muy blanca, símbolo de que había vivido mucho y tenía mucha experiencia en su trabajo como babuchero. Tomó la princesa en sus manos una de las babuchas expuestas, pero no supo cómo expresarse ante el anciano y se quedó callada.
Como el babuchero tenía un hijo muy culto que hablaba el idioma de la princesa, ya que en el pasado había trabajado un par de años con un comerciante del mismo pueblo, mandó llamarle. Poco tiempo después, el joven se presentó en la tienda de su padre.
Pero,  al ver la belleza de la princesa, el joven no pudo pronunciar ni una sola palabra…
Se quedó mudo de la fuerte emoción y, a pesar de que la princesa y su padre esperaran su ayuda como traductor, él no emitió palabra alguna.
Sorprendido, el anciano le dijo:
- ¿Qué te ocurre hijo mío? Su alteza no va a permanecer más tiempo con nosotros. Ambos te esperábamos para que tradujeras su pedido… Y tú ahora te quedas mudo como un tonto… ¡Y además, ni siquiera has sido capaz de saludar a la princesa como es debido!
Luego añadió:
- ¡Ah, juventud…! –pensó al darse cuenta de que su hijo estaba sufriendo  por primera vez los hechizos del amor.
Y aunque él lo intentó una y otra vez, ningún sonido le salió de la boca al joven vergonzoso, que se había quedado petrificado por aquel sentimiento repentino que le inundaba el pecho y le había puesto tan rojo como un niño.
Así que el babuchero mandó a su ayudante que fuera a buscar a su amigo, el vendedor de espadas, navajas, fusiles de Damasco y demás armas. El señor Alí, que era un gran, pero que muy gran viajero y políglota, él, sin duda alguna, iba a resolverles el problema. Llegó y, momentos después, la princesa se fue con la promesa que le llegarían sus bellas babuchas bordadas con hilos de oro y plata el mismo día y antes del crepúsculo.
El anciano y todos sus ayudantes trabajaron sin reposo en la tienda-taller, dejando de lado el resto de pedidos. Al final del día, el babuchero le pidió a su hijo que llevara las preciosas babuchas al palacio y a tiempo.
Pensaba el padre que, quizás, viendo la princesa por segunda vez, el joven recobraría la palabra, y tal vez, al probarle las babuchas, podría también confesarle su amor declamándole unos versos, tal como él sabía hacer.
El babuchero, que era también un gran mago, estaba convencido, por su larga experiencia, de que jamás el sultán aceptaría unir a la princesa con su querido hijo. Por eso, ya lo veía marchitarse a causa del desamor y su desgracia… Tanta pena le dio que decidió ayudarle, tal y como solía ayudar a otros enamorados. Usando su poder de mago, lo hipnotizó y le dictó unos versos mágicos para que se los recitara a la princesa y saliera de una vez de aquel estado de mudez que nunca le ayudaría a conquistar el corazón de su alteza.
Así fue. El joven colocó las babuchas en los pequeños y frágiles pies de la princesa, recobró el uso de la palabra  y le declamó unos versos tan llenos de amor que la princesa le rogó que se los repitiera una y otra vez.
Desde aquel día, la princesa paseaba por todo el palacio, tanto de día como de noche, recitando los mágicos versos con una voz tan dulce y tan triste que hacia llorar a todos, incluso al sultán, que acabó por investigar para conocer el origen de la infelicidad de su querida hija. Fue así como supo la verdad y envió sus mensajeros al babuchero para que convinieran una fecha para celebrar la boda de la princesa y de su hijo.
Una semana después, se oyó en el zoco la voz de un mensajero del sultán gritando e invitando a todos al palacio para festejar la boda de la princesa y del hijo del babuchero y que se aceptaba todo tipo de regalos excepto babuchas.  

Rabat, 12 de octubre de 2015
Driss El Gambouri y Rkia Okmenni.
Cuento basado en motivos de “El hijo del babuchero” (cuento anónimo del norte de Marruecos).

jueves, 15 de octubre de 2015

“DON GUMERSINDO Y EL HOMBRE DEL POZO” de ANASTASIO GARCÍA


De repente, el espeso y frondoso bosque se transmutó en un terreno árido y seco en donde hacía mucho tiempo que  no había crecido la hierba. Y allí, en medio de ninguna parte, don Gumersindo vio lo que parecía un pequeño montículo de piedras.
Y es que, como cada mañana, don Gumersindo de la Mata y Cienfuentes del Alba había salido a dar su paseo matutino ataviado con el único traje que tenía, el cual había conocido tiempos mejores y no por la situación convulsa que se vivía en el pueblo, ya que la hija del alcalde se había fugado con el sobrino del cura y desde ese momento los dos poderes, el político y el eclesiástico, estaban enfrentados sino por los remiendos y agujeros que el sufrido traje tenía. A pesar de todo ello, don Gumersindo  se resistía a salir a la calle de cualquier otra guisa, pues un hombre de su alcurnia y linaje familiar estaba obligado a guardar cierta imagen y compostura, ya que descendía del mismísimo Conde de las Almendras, valido del rey.
Empezó a caminar ocupando su mente con ideas falaces, viendo cómo sus antepasados poseían todos los terrenos por donde él ahora pisaba y cómo los campesinos, prestos a satisfacer las exigencias de su señor, los adulaban y agasajaban con los más tiernos frutos y los mejores animales, cuando, de repente, se encontró en un lugar, que si era menester jurar, nunca lo había visto. Avanzó unos pasos hasta una chapa metálica que, al igual que su traje, hacía mucho tiempo que debía haber sido renovada. En dicha placa apenas se podía distinguir: Cascaalmendras del moral, 500 m.
Picado por la curiosidad  decidió dirigirse hacia el pueblo para preguntar el camino de vuelta y, a tenor del nombre que tenía el pueblo, el cual podía haber sido fundado por sus antepasados, estuvo obligado a darse a conocer por si su magna presencia era necesaria para algún evento o acto importante digno de su rango. Apenas dados tres pasos, se encontró en mitad de aquel desierto, en donde la probabilidad de encontrar alguna criatura de Dios, animal o vegetal, era imposible o fruto de un milagro.
Continuó su marcha hacia el montículo de piedras y a medida que se acercaba iba cobrando forma, hasta que llegó a la conclusión de que era más bien un pozo. Sentado y recostado sobre el mismo, había lo que parecía un hombre. Como don Gumersindo se había educado con las monjas, no por su rango sino por caridad, el espíritu de hacer el bien lo tenía inculcado, por lo que no dudó un instante en correr hacia el individuo para socorrerlo, pues quizás estuviese herido o incluso moribundo, pensó don Gumersindo.
- Buenos días le dé Dios –dijo el hombre al mismo tiempo que se colocaba el gorro para dejar visible su cara.
- Buenos días, ¿Está usted bien? ¿Necesita ayuda? He podido observar que esta es una tierra un poco hostil –le contestó don Gumersindo con cara de preocupación.
- Sí, sí, no se preocupe, que yo estoy bien. Aquí estoy esperando noticias de mi primo.
- ¿Y van a tardar mucho las noticias? Es que usted puede pillar una insolación, aquí no hay nada con lo que protegerse del sol  –dijo don Gumersindo mirando a su alrededor.
- Pues no sé, ya va para dos años que se fue. Creo que está en América y, como dicen que está muy lejos, por eso tarda tanto en decir si llegó bien o no.
- Puede usted esperar en su casa o ¿acaso no tiene?
- Sí, sí que tengo. Allí está la Manuela con los muchachos, pero yo tengo miedo que vengan las noticias y al no encontrar a nadie para recibirlas, pues se pierdan.
Don Gumersindo, extrañado, miró hacia todos los lados, al cielo, a la tierra, hacia delante y hacia atrás, para ver si veía algún atisbo de civilización y, aún más extrañado, insistió:
- ¿Está usted seguro que hasta aquí van a llegar las noticias?
- Sí, por supuesto. Él se fue por aquí –dijo señalando la boca del pozo– y por eso espero sus noticias por aquí. Yo todos los días lo llamo y le digo Anselmo, Anselmooooooo ¿estás bien?  La marrana ya ha parido, este año los almendros han dado higos y las higueras ciruelas… O  también le cuento lo que pasa en el pueblo. Bueno… yo todo eso no lo sé. Son los muchachos o la Manuela quienes me lo cuentan cuando vienen a traerme la comida. Pero él todavía no me ha contestado… Claro… como está tan lejos… pues… necesitan su tiempo para llegar las noticias. Por eso no me quiero ir de aquí, ya que en el momento menos pensado pueden llegar.
- Pero, buen hombre, ¿usted ha pensado lo que está diciendo? Si su primo se fue por el pozo es que se cayó y se ahogó –dijo don Gumersindo con cara de asombro, al mismo tiempo que se quitaba el sombrero en señal de respeto.
- No puede ser –replicó el hombre–… Si se hubiera ahogado se habría sabido y comentado. Cuando alguien se muere en el pueblo, la gente lo va diciendo, el difunto se entierra y luego se dicen las misas, pero con mi primo no se ha dicho nada.
De repente, el hombre se incorporó y mirando a don Gumersindo fijamente a los ojos le dijo:
- ¿No irá usted para América?
- No. Yo me he perdido y venía a preguntar el camino de vuelta –dijo don Gumersindo.
- ¿Y no conocerá usted a alguien que vaya para allí? Es para darle una carta para que se la dé a mi primo.
- Eso es imposible –exclamó don Gumersindo, que no daba crédito a lo que oía.
- Noooo, es  muy fácil. En América solo hay que preguntar por Anselmo, el de las vacas, y seguro que le dan razón de él. Todo el mundo lo conoce así. No creo que haya muchos “Anselmos, el de las vacas” allí. Aquí, en el pueblo, es el único y por eso lo conoce todo el mundo.

Don Gumersindo decidió dar media vuelta y adentrarse en el bosque rechazando la idea de llegar hasta el pueblo, pues si todos los habitantes eran como este hombre, no estaba dispuesto a hacer ninguna inauguración… Y se fue pensando y rogando a Dios que quizás el nombre del pueblo fuese fruto del azar y que no tuviera nada que ver con sus tan ilustres antepasados.

Anastasio García
Rabat, septiembre-octubre de 2015
Cuento de inspiración propia…

“BELLEZA Y MAGO DE CIRCUNSTANCIAS” de ANASTASIO GARCÍA y ABDELLAH EL HASSOUNI

Había una vez un viejo babuchero que era famoso en todo el valle por su maestría y destreza en el arte de fabricación de babuchas de todo género. Por su tienda, situada en el gran zoco, desfilaban tanto los altos dignatarios del reino como la gente del pueblo para comprar babuchas y lucirlas los días de fiesta o en grandes ocasiones. Sin embargo, el viejo babuchero que vivía modestamente en una pequeña morada situada a la salida de la ciudad no exigía nunca un alto precio por su trabajo. Él y su único y joven hijo, Jamal, se bastaban con poco, pues creían que la austeridad agradaba a Dios. Por otra parte, su famosa tienda no era frecuentada solamente por compradores de babuchas, sino también por atractivas y jóvenes chicas que venían a admirar la gran belleza de Jamal. La comparaban con la de José de Nazaret, el más hermoso de los profetas. Pero Jamal tenía un corazón indomable, jamás había palpitado por ninguna de ellas, a pesar del gran encanto de algunas de las jóvenes que se acercaban a verlo.
Un día, el babuchero salió a cumplir una de las obligaciones que le imponía su práctica religiosa y el hijo se quedó solo. Un olor de lo más refinado invadió toda la tienda y penetró por las fosas nasales de Jamal hasta lo más profundo de su ser, antes de verse bajo la luz que irradiaban los grandes ojos de la más preciosa de las mujeres que había en el reino, la princesa Shamsdha. Todo en ella era sinónimo de pura perfección. De pie, entre sus criadas y damas de compañía, aparecía como una luna llena entre las estrellas de un cielo claramente despejadoCon una voz que recordaba el ruido de una fuente de agua de manantial al derramarse, le pidió unas babuchas finas bordadas de hilo de oro para ponérselas en la próxima ceremonia de la fiesta del trono de su ilustre padre, el sultán. Él se había quedado de rodillas, después de haber tomado las medidas de los tiernos y finos pies de la princesa, y estaba absorto, con la mirada perdida y el pensamiento embriagado por su dulce voz, sin saber en qué momento la princesa se había ido. El zumbido creciente de la gente agrupada alrededor de la tienda lo devolvió al mundo de los hombres. Estos hablaban, murmuraban y miraban con recelo a Jamal diciendo que la princesa había venido para ver y constatar por ella misma la belleza del joven.
Con la ayuda de Jamal, los dedos de hada del padre acabaron el delicado trabajo en un breve plazo y Jamal fue al palacio montado en su viejo asno para entregarle las babuchas a la princesa, albergando la esperanza de volverla a ver, pero el destino quiso que esto no sucediera, así que volvió a la tienda más apenado que antes. Pero los días siguientes habían provocado cierta contrariedad en el viejo babuchero con respecto a su hijo. Jamal parecía completamente transformado. No trabajaba, no dormía, no comía casi nada y una palidez inquietante había cubierto su gracioso rostro de ángel. Después de algunas peripecias y una larga insistencia, el pobre padre había acabado por comprender que su hijo estaba enfermo de amor y que la deliciosa princesa Shamdha había invadido el indomable corazón de su joven hijo y que solo le quedaba un único camino, si bien estaba sembrado de espinas.
Vencer sus temores y disipar sus inquietudes no era cosa fácil, pero el hecho de haber visto el sufrimiento de su adorado hijo había acabado por llevarlo a los pies del trono para pedirle al sultán, con una voz vacilante, la mano de la princesa para su bello Jamal. La respuesta del soberano cayó sobre la cabeza del viejo babuchero como lo habría hecho una roca enorme de piedra: “¡Que arrogancia! Si piensas que la supuesta belleza de tu hijo es razón suficiente para presentarse ante mi majestad y atreverse a pronunciar las palabras que acabas de pronunciar, es que eres un verdadero loco enajenado. Nuestra sangre noble no se mezcla con sangre cualquiera y mi hija se casará sólo con una persona digna de ella, digna de su sultán y de nuestro reino. De todos modos, eso no es lo que me preocupa ahora, has escogido muy mal momento para hacer tu demanda… Guardias, enciérrenme a este energúmeno en el fondo de la celda más húmeda y más sombría y habladme de él solo una vez que los tambores de la guerra se hayan silenciado”.
En efecto, el sultán tenía grandes preocupaciones con el reino vecino, ubicado en la otra orilla del gran río. El apetito que devoraba a su rey conquistador había sido alimentado por el hecho de que el armero del sultán estaba casi muerto y no había nadie que pudiera reemplazarlo. Además, con todas las informaciones halagüeñas que habían llegado hasta sus oídos sobre la belleza de la princesa Shamdha, había llegado también la noticia de que el rey conquistador quería hacerla su esposa, para así poder unir los dos reinos en uno solo y ser el rey más poderoso y temido de todos los territorios.
El sultán no dormía, no comía y una fuerte rabia le corroía el interior, pues no sabía cómo podía vencer a su enemigo ya que carecía de las armas necesarias para hacerle frente en la guerra. A principios del tercer día del encarcelamiento del babuchero, los guardias del palacio real corrieron para informar a su majestad de que habían encontrado un montón de armas en la entrada principal, entre ellas las famosas espaldas de Toledo, puñales y fusiles damasquinados e incluso sillas de montar y estribos de acero. La escena se repitió al día siguiente, al otro y al otro, y así sucesivamente hasta que durante la noche del séptimo día el sultán decidió velar hasta el alba él mismo, ocultándose en la cumbre de la gran torre y así ver quién era el artífice del milagro. Con gran estupefacción, comprobó que era el viejo babuchero quien depositaba las armas que transportaba en magníficos mulos blancos como la nieve y las dejaba delante de la puerta del palacio. Bajó de dos en dos por los peldaños hasta la celda donde debía encontrarse el prisionero para ver si había escapado, pero ante su sorpresa, el babuchero estaba allí, apenas visible, en cuclillas y en el fondo de la celda. El sultán interrogó al babuchero, el cual, con una maliciosa sonrisa, proclamó que no era babuchero solamente sino también mago de vez en cuando y que, si había provisto al sultán de las armas, era porque lo debía hacer, pues él se debía a su sultán y se consideraba su más ferviente servidor.
El sultán estaba tan feliz al ver alejarse el espectro de la guerra con el reino vecino, que decidió aceptar la demanda del babuchero y casar a su hijo con la princesa, pero bajo la condición sine qua non de poner a prueba la inteligencia del futuro esposo de su querida hija. El pretendiente Jamal debía pedirle al sultán algo que este jamás pudiera realizar. Al día siguiente, y bajo la mirada de una inmensa muchedumbre, Jamal le pidió al sultán que le hiciera servir un vaso de leche fresca recién extraído de las ubres de una vaca. Sorprendido por la facilidad de la petición, el sultán se apresuró a satisfacerlo. Algunos minutos después, y tras haber bebido algunos tragos del precioso líquido, Jamal dijo que estaba saciado y que había que devolver el resto de la leche al mismo lugar de donde había sido recogida. Ante la imposibilidad de satisfacer esta demanda, el sultán, satisfecho de la inteligencia de su futuro yerno, declaró al gran público presente que las fiestas del gran matrimonio de Shamsdha y Jamal coincidirían con la de la próxima fiesta del trono.

Anastasio García y Abdellah El Hassouni
Rabat, 10 de octubre de 2015

Basado en motivos del cuento marroquí anónimo “El hijo del babuchero”

“EL HIJO DEL BABUCHERO” de AMAL KHIZIOUA, ZINEB GORMAT Y BAHIA OMARI


Había una vez una princesa bella como la luna, muy amada por el sultán, su padre. Su séquito le hablaba mucho sobre las calles del zoco, sobre las tiendas… Un día, la princesa decidió ir al zoco, pero sola, sin sus damas de compañía, y nadie supo que había salido. La princesa llevaba ropa normal y corriente. A las cuatro de la tarde, cuando en el palacio era la hora de la siesta, la princesa salió en silencio por la puerta trasera.
La princesa vagó por las calles del zoco, sorprendida por las coloridas tiendas y sus cautivadoras luces, las lámparas de piel, los tejidos multicolores, la henna, los tintes, las frutas de todo tipo, las joyas de plata, las maderas raras…
De repente, una tienda llamó su atención: la tienda del babuchero. La princesa se paró y contempló la belleza de las babuchas expuestas en los escaparates. El babuchero levantó la cabeza y se cruzó con la fascinada mirada de la princesa. El babuchero estaba muy desconcertado por la belleza de esta mujer y se vio incapaz de pronunciar una sola palabra; pero se recuperó rápidamente cuando su hijo, que  estaba a su lado, le preguntó a la princesa qué quería. El babuchero empezó a mostrarle diferentes modelos de babuchas, pero ella estaba ocupada mirando a su hijo, que era bello como el día.
El hijo también la miraba y le sonreía y le presentó un par de babuchas que eran únicas en la tienda. Ella, sonriéndole, cogió una de las babuchas. Pero como aquel joven también era mago, cuando la princesa se calzó la babucha, se vio trasladada directamente a la orilla del río, donde el hijo del babuchero se reunió con ella.
Pero en el otro lado del río estaba el sultán con sus soldados y, cuando vio a su hija con un hombre extraño, pensó que este la había secuestrado. Así que ordenó a sus soldados que la liberaran. En ese momento, el hijo del babuchero se puso sus propias babuchas mágicas, tomó de la mano a la princesa y ambos salieron volando sin alfombra y gritando que se amaban.
El sultán se sintió derrumbado, no sabía qué hacer ni qué pensar, no sabía por qué su hija estaba con aquel hombre. De repente, apareció un pájaro con una carta en su pico, el sultán ordenó a sus soldados que lo atraparan. Cuando leyó la carta, su cara se iluminó: la princesa estaba de nuevo en el palacio, pero como el hijo del babuchero se había enamorado de ella y ella de él, este le quería pedir la mano de la princesa. El hijo del babuchero pudo ofrecerle lo que el sultán quería como dote para la princesa: “Claro que soy el hijo del babuchero, pero puedo ofrecerle a tu hija, mi princesa, el mundo entero…”
Al final, el sultán aceptó y celebraron una gran boda con magníficas fiestas durante siete días y siete noches y a ellas asistió la ciudad entera.
Y desde ese momento, vivieron muy felices…

“Se ha ido con el río mi cuento
y yo con la gente buena me quedo”


Amal Khizioua, Zineb Gormat y Bahia Omari
Rabat, 14 de octubre de 2015
Cuento basado en motivos de “El hijo del babuchero” (cuento anónimo del norte de Marruecos).

«VEINTE AÑOS, HIJO», BAHIA OMARI

    Lloro sin cortar cebollas, pero oigo la fluidez de las lágrimas, lágrimas por el dolor que alcanza siempre mi corazón, mi alma; un...

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Cantando los versos de José Martí.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Iman y Anastasio recitando a Mario Benedetti. Mohammed a la guitarra.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Manal, Ahlam y Assia recitando a Oliverio Girondo.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Rkia recitando a Delmira Agustini

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Bahia recitando a Alfonsina Storni.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Laura & Mohamed y Mohamed & Laura cantando a Alfonsina Storni.

Ensayando para el Día E junio 2015

Ensayando para el Día E junio 2015
Grupo del Taller de Lectura y escritura 2015

Recital 18 de junio de 2016

Recital 18 de junio de 2016
21.00 Instituto Cervantes de Rabat

Bahia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Bahia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015, 19.00 -INSTITUTO CERVANTES DE RABAT -

Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015

Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015

Fatima. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Fatima. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Rabat, 24 de abril de 2015.

Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

RECITAL 11 DE JUNIO DE 2014

RECITAL 11 DE JUNIO DE 2014
Recital "A orillas del Bu Regreg 2014"