«Un niño que lee será un adulto
que piensa»
La lectura nunca falla, sino que te da
la oportunidad de corregir tu visión de la vida, de desarrollar tu
comportamiento personal. Eso es durante tu juventud, pero en tu madurez, tu visión
cambia. La lectura te proporciona una facultad analítica propia, más seria, más
responsable.
De niña, yo era muy solitaria y
soñadora. En verdad, la lectura me permitía y me permite soñar. Mantengo vivo
un recuerdo muy íntimo, a los ochos años y en mi clase, en el colegio Santa
Marguerite de Rabat. Las monjas me transmitían el amor a la literatura a través
de la lectura diaria de historias con moralejas durante la primera hora de
clase. Después, la ambición por la lectura se fue reforzando a través de
cuentos y lecturas infantiles, en los cuales yo encontraba una gran
satisfacción personal, moral e intelectual. De esta manera, pasé de la lectura
como una obligación en clase a la lectura por placer y distracción. Y para
ampliar mi espacio de descubrimiento, me inscribí en la biblioteca, que
consideraba como la intersección de todos mis sueños.
En clase, había un proceso mágico:
empezamos con la lectura auditiva,
seguida de la lectura silenciosa, la cual nos permitía un seguimiento
ordenado del texto; y finalizábamos con la lectura solitaria, aislada, llena de concentración. Allí y
con ese método nació mi adicción a la lectura. Para mí, la lectura constituía
una apertura hacia la libertad y por eso siempre me ha influido de manera
positiva.
Por otro lado, estaba el apoyo familiar
de mis padres. Mi padre era mi principal sostén intelectual, eso no lo olvido
nunca. Mi madre, como era más moderna que las mujeres de su época, aceptaba la
educación de la niña, por supuesto, pero mantenía por su cuenta los aspectos
más tradicionales: “Sí a la instrucción, pero acompañada de la preparación para
la vida, para que seas una mujer perfecta de buenas maneras y elegante”. La
existencia de aquella interrelación me daba rabia, pero con el tiempo perseveré
en la lucha que me iba adaptando a la cultura de la época.
A los quince años, me convertí en una
máquina lectora, devoraba libros, poemas, cuentos, novelas. Nunca me ha
importado la crítica, ni me ha influido la cultura, pues pensaba que
constituían un freno a mi ambición.
“Ésta es la almohada de tu vida” me
decía mi padre, y así yo lo recuerdo cada día. No lo olvido nunca. Mi almohada
es mi libro de cabecera, siempre. Este hábito lo mantengo hasta ahora y lo he
transmitido a mis hijos. Mi lema para ellos es el libro es la almohada de
cabecera, y no es una simple decoración, sino una iniciación a la lectura y al
descubrimiento del mundo.
De
Montesquieu hasta Victor Hugo, pasando por Lamartine, Colette, Emile Zola,
Stendhal, Guy de Maupassant, Guy des Cars, y otros, a través de Los miserables, Sans famille, Le rouge et le
Noir, Méditations poétiques, contes et nouvelles, La dame du cirque, la brute,
la maudite..
He adquirido muchas cosas y he viajado a
través de países y culturas.
Mis estudios de Derecho me dieron la
oportunidad de descubrir otros cielos y ver cómo funcionaba el mundo: sistemas
políticos, económicos, jurídicos. Mis lecturas se han ido ampliando y mis
conocimientos se han forjado, moldeado.
Ahora, leo con pasión, empatía, rabia,
miedo y hago una estigmatización involuntaria de mis lecturas. La lectura —es decir, la estimulación del cerebro,
la adquisición de la capacitad de reflexionar y de análisis, el enriquecimiento
del conocimiento, del vocabulario y de la redacción, así como la concentración,
y sobre todo la diversión gratuita y el propio placer— enriquece el alma.
Bahia Omari
Rabat, 2 de noviembre
2019
Tarea 0:
"Escribir un texto sobre la lectura relacionado con tu
vida"
“LA EXPERIENCIA DE
LEER Y ESCRIBIR (I), TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA CREATIVA, Instituto
Cervantes de Rabat, 2019-2020”