TALLER DE ESCRITURA "A ORILLAS DEL BU REGREG" DEL INSTITUTO CERVANTES DE RABAT

Bienvenidos a «A orillas del Bu Regreg», el blog de los integrantes del Taller de lectura y escritura creativa, un curso especial que realizamos desde hace doce años en el Instituto Cervantes de Rabat (Marruecos).

En este espacio damos a conocer los cuentos, poemas y otros ejercicios de escritura que se proponen en clase y que realizan nuestros alumnos, aunque también publicamos colaboraciones de nuestros lectores.

Muchas gracias por leernos y por compartir vuestras opiniones.
Ester Rabasco Macías (profesora del Taller)

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martes, 15 de diciembre de 2009

CANCION DE CUNA de JOE MCCARROLL


Acababas de llegar y te sentías contenta de, por fin, poder refugiarte de la mañana pálida y glacial. Apenas te habías sacado el abrigo, cuando ella te dijo que iba a llegar tarde esa noche. Una hora, una hora y cuarto te dijo, y al mismo tiempo te preguntó - como si no tuvieras tu propia vida fuera de ese apartamento- si te importaba. Le contestaste que no. La respuesta fue automática e indudablemente la que se preveía. Todavía resonaba el eco de la palabra cuando escuchaste el portazo y después un silencio hipnótico. Te quedaste allí sintiéndote aturdida y mirando fijadamente a la nada. Momentos después el llanto del niño, que venía del otro lado del enorme apartamento, te trajo de vuelta. Fuiste hasta él y empezaste a cantarle una canción de cuna. La misma que le habías cantado al tuyo al dejarlo junto a muchos otros que desconocías para que otra persona lo atendiera. Mientras cantabas, apartaste la vista de ese niño para mirar a través de una ventana a un mundo que tampoco te pertenecía. La ironía absurda y grotesca de la situación te aplastó lenta pero contundentemente, con todo el peso de tu ser. Para manteneros, cuidabas al niño de otro mientras otro cuidaba al tuyo. Eso no era el ‘algo mejor’ con el que siempre habías soñado antes de emigrar. En ese momento tu existencia se sentía tan sombría como el día que te ofrecía la ventana de ese refugio ajeno.

Joe McCarroll
Diciembre de 2009

(Ejercicio basado en Lejos del 16º, una de las historias de la película París, je t´aime)

LOS LAZOS DEL CORDÓN UMBILICAL de ABDERRAOUF SBIHI


Desde siempre y desde la fecundación, los sentimientos de la madre hacia su futuro descendiente se intensifican día a día. El aumento de peso, los disparos involuntarios del estómago, los caprichos, el dolor del parto, todo eso se olvida rápidamente. Se ignoran aquellos tiempos cuando llegas y te ofrece todo su tiempo con una felicidad sin igual para ti, tiene una sonrisa casi permanente, una disponibilidad continua, incluso durante la tranquila profundidad de la noche. A cada solicitud, la madre está ahí, el aseo está ahí, y sobre todo la sonrisa está ahí. La conjugación de sentimientos de satisfacción, de la orientación y de la educación implica una cierta complicidad simbiótica a lo largo de toda la vida. Si yo digo miles y miles de veces "Te quiero mamá", eso no vale ni un fragmento de su sonrisa porque ella me ha amado de forma natural antes de verme y yo la he seguido amando después de aprovecharme de ella.
El profeta dijo que “El Paraíso está bajo los pies de las madres”. El papel de la madre es divino y eterno ya que la prole de la madre de ayer es la madre de hoy. Los medios cambian pero el amor es el mismo.

Abderraouf Sbihi
(Ejercicio basado en Lejos del 16º, una de las historias de la película París, je t´aime)

DRENÉ UN ABISMO de MARIBEL ANDRADE


La esperanza me aparta de la muerte cada día. Cada día me levanto, corro, atravieso la ciudad fría, llego a mi trabajo frío donde pasan las horas lentas. Corro de nuevo, así se pasan los días.
Cuando sentí tu vida dentro de mí, en la mía se abrieron un abismo y un horizonte nuevo, ese horizonte era igual a esperanza, palabra salvadora; caminé por ella y drené el agujero del abismo.
Cada día, la esperanza suena a las 6 de la mañana; la esperanza está en la guardería, cuando te dejo; nunca solo, porque mi amor allí te dejo, para que te cuide, para que te proteja; y también se halla en los autobuses y metros que de ti me alejan los lunes, los martes…
El viernes, la esperanza está más lozana, más entera, rejuvenece: “Mañana y pasado recuperaremos el tiempo perdido de cada semana, tachada invisiblemente en el calendario de mi alma”. El viernes la esperanza está más cerca, ha pasado otra semana. Nuestros sueños, hijo mío, se acercan.

Maribel Andrade

(Ejercicio basado en Lejos del 16º, una de las historias de la película París, je t´aime)

INQUIETUDES de SAMANTHA BORGES


Como todas las mañanas, te sobresaltaste con el despertador. Te levantaste de inmediato, tomaste a tu bebé en brazos y saliste rápidamente a las calles de un París que recién amanecía y que te conducirían a la guardería donde ibas a dejar a tu niña.
La pequeña, al quedar solita en una cuna tan igual a otras cunas, comenzó a llorar, y tú, que te ibas con prisa, te volviste para cantarle una canción hasta que se calmara, con tu voz dulcemente conocida, así como con tu sonrisa y tu mirada, y los movimientos de tu mano.
Corriste en las cintas de las correspondencias del metro. Debías coger tres líneas para llegar a tu trabajo. Caminabas muy rápido por las escaleras y en las cintas, tratando de adelantarte a otros que no llevaban tanta prisa como tú. En uno de los trenes esbozaste una sonrisa a alguien que te hizo un lugar, siempre de pie. En el último metro lograste sentarte y descansar tu cabeza contra la ventana que reflejaba tu rostro. Tus dedos se movían en tu brazo, impacientes, como buscando una respuesta a los problemas que debías enfrentar.
Saliste del metro y caminaste siempre apresurada en ese barrio residencial donde trabajas.
Tocaste el timbre, y una voz en español te dijo que pasaras.
Las dos habláis español. Ella como tú, también es extranjera en París. Las dos tenéis un bebé. Pero ¡qué diferencia entre su espaciosa casa y tu dormitorio donde el despertador suena tan temprano! ¡Qué diferencia entre su trabajo y el tuyo! Te comunicó que esa noche llegaría una hora y media más tarde; te sorprendiste un poco, pero aceptaste.
El bebé lloraba y te dirigiste hacia su impecable cuna. Cantaste la misma canción que habías cantado a tu hijita, pero ahora de forma automática, pensativa. Miraste por la ventana y seguiste cantando y moviendo tu mano sobre la cuna.
Más tarde te acercaste a la ventana. Miraste detenidamente los bonitos edificios de la bonita ciudad. Una enorme nostalgia te invadió, un anhelo profundo de tu tierra a la que a la que tal vez muy pronto decidas volver.
Samantha Borges
(Ejercicio basado en Lejos del 16º, una de las historias de la película París, je t´aime)

sábado, 12 de diciembre de 2009

TE DIJERON de IMAN TANOUTI


Te dijeron que la vida allí es más fácil, que allí uno se gana mejor la vida, que allí no hay miseria ni prejuicios, que el cielo es de otro color, que a una madre soltera no se le mira como a una cualquiera.

Te dijeron que ya no hay lugar para ti aquí, en este pueblo fantasma; un lugar en el que, cuando sucede una cosa así, todos le echan la culpa a ella, por mucho que el daño, en sustancia, lo haya hecho él. Eso es lo que te ocurrió, todos pensaron que la culpa la tuviste tú, que no vigilaste, que no protegiste. Así son en tu pueblo, donde la obsesión con el que dirán es grande y donde la opinión ajena es más importante que la de uno mismo.

Te dijeron todo esto y te fuiste sin mirar atrás, más decidida que nunca, en busca de una vida mejor, para explorar nuevos horizontes y, por un momento, te sentiste libre, ligera, liberada, tan recién nacida como el bebé que llevabas en los brazos y que parecía compartir tu felicidad.

Iniciaste entonces, si cabe, un peregrinar más arduo y apretado por una tierra extraña. Aterrizaste en un mundo diferente donde tu vida se resumía en una sucesión de empleos precarios y, a veces, indecentes, abandonando a tu bebé cada mañana en una especie de prisión infantil para que sus llantos se unieran a los de los otros, también de padres y madres desesperados y miserables. Todo ello hasta acabar en la casa de esa falsa aristócrata, mimando a un bebé que no es el tuyo, mirando la vida escapar por las grandes ventanas de una casa que no es la tuya, esperando con tanta ilusión que se acabe el día para encontrarte con el rostro de tu bebé que tanto temes olvidar con el paso de los días o confundir con el de la falsa aristócrata.

Te dijeron y te dijeron, pero ahora te das cuenta de que todo era mentira, que la vida acá es más cruel, la gente mas egoísta; que cada día es un largo y estresado viaje en unos aparatos subterráneos que no habías conocido antes, con unas caras demasiado deprimidas y angustiadas. Y aquí estás, pobre de ti, prisionera por tu propia voluntad.

Y ya casi sientes que te faltan esas miradas duras de los tuyos, el dulce amanecer y el cielo azul de ese lugar perdido y olvidado, pero que tanto añoras.

Iman Tanouti
Rabat, 15 de Noviembre del 2009

(Ejercicio basado en Lejos del 16º, una de las historias de la película París, je t´aime)

LA MADRE de RKIA OKMENNI


Hubo momentos durante tu embarazo en los que pensaste en abortar, rechazando toda idea de maternidad y queriendo olvidar aquella fiesta de estudiantes que había acabado pasadas las tres de la madrugada. Seguiste yendo a la universidad con mucho ánimo, afrontando las miradas fijas sobre tu vientre. Tuviste que aguantar muchos problemas de salud durante el embarazo. Tenías ya un nombre minuciosamente elegido para tu niño que empezó a moverse y a darte golpetitos por dentro. Supiste que jamás lo abandonarías y que nunca permitirías que tú misma o cualquier otra persona le hiciera daño.
Llegaste a vivir lo lindo que es el momento de dar vida. Viste por primera vez al ser pequeño y frágil que llevaste durante meses dentro de tu cuerpo: ¡Tu niño! Entonces tu corazón se llenó de tanta ternura que no hubo en él suficiente espacio para contenerla. Olvidaste el dolor y viviste solamente el instante presente pensando con mucho cariño y los ojos húmedos: “¡Mi niño, carne de mi carne!”.
Antes de dar a luz -hacia la mitad de tu embarazo- la realidad se impuso sobre ti y tuviste que encontrar un trabajo fijo: el de cuidar a un recién nacido en una familia rica. El mismo de quien sigues ocupándote hasta hoy. En cuanto a tus estudios -la principal razón por la que emigraste a esta gran ciudad extranjera-, preferiste no pensar en ellos, por el momento.
Por ese sentimiento de amor y de responsabilidad hacia tu niño, decidiste permanecer lo máximo posible a su lado, para verlo crecer minuto a minuto. Por eso, cronometraste hasta el tiempo que tardarías en llegar hasta tu trabajo, aunque cada día, muy temprano, éste apenas te alcanza realmente para prepararlo y salir de prisa a la calle, todavía desierta y con las luces encendidas, mientras lo estrechas contra tu pecho y lo llevas a la guardería. Luego le cantas una canción para que siga durmiendo. Y con el corazón roto y sintiéndote culpable, sales corriendo para tomar diversos medios de transporte en donde te cruzarás con caras y siluetas que casi no percibes. Y, como de costumbre, empiezas tu trabajo cuidando al otro niño que calmas con la misma canción que poco tiempo antes le cantaste a tu hijo. Y lo haces soportando la superposición de las dos caras y sin parar de darle vueltas a lo que te espera hasta llegar a la guardaría, al cabo del día, para poder abrazar de nuevo a tu niñito querido.

Rkia Okmenni
Rabat, 16 de noviembre de 2009

(Ejercicio basado en Lejos del 16º, una de las historias de la película París, je t´aime)

martes, 1 de diciembre de 2009

RECUERDOS de FATINE SEBTI


Me acuerdo del hombre que me escupió en plena cara, un día de mercado. Un loco que me había elegido entre miles de personas. Aquel día debí de lavar mi mejilla un millón de veces.

Me acuerdo de un patio luminoso, con flores, hierbas y limones. Me acuerdo de su fuente y de aquella agua que nos prohibían beber, pero que a mí me sabía a azúcar. Me acuerdo del día en que me dijeron que aquella casa no pertenecía a mi abuela y que teníamos que mudarnos. Las lágrimas se agolparon en mis ojos. Y lloré.

Me acuerdo de la primera vez en la que tuve que desnudarme delante un médico. Mi corazón latía a toda velocidad y parecía que la vergüenza iba a matar a la muchacha de quince años que yo era. Pero cuando me tocó, una oleada de placer sorprendió a mi cuerpo y tiñó mis mejillas de rosa.

Me acuerdo de la vez en que mi pelo se llenó de piojos. En aquel tiempo no sabía que, sin duda alguna, me los habían pegado en la escuela. Me acuerdo de que, durante aquel periodo, la vergüenza y la culpabilidad me ahogaban. Para no pegárselos a nadie, debía quedarme lejos de los demás. Incluso de mi madre, y esto era realmente insoportable.

Me acuerdo de todas las personas que me fascinaron. Me acuerdo de sus nombres, sus caras, sus miradas o sus sonrisas… Incluso, ahora, cuando años después pienso en ellas, mi corazón late dos veces más rápido de lo normal.

Me acuerdo del día en el que mis padres me regalaron un verdadero Piano. En realidad, me habían regalado la luna. Me acuerdo de que durante bastante tiempo, cada día antes de dormir iba a mirarlo, acariciaba su madera y le decía cosas. Hasta incluso lo besaba. Aquellos besos tenían el sabor de un sueño realizado.

Me acuerdo de la voz tierna y profunda de mi abuela contándome con gran arte historias fantásticas. Me acuerdo de que tenía tanto miedo de perderla que siempre quería poder darle algo de mi juventud, de mi fuerza y de mi salud. Tiempo antes de irse me hizo prometer que nunca la olvidaría y que cada viernes leería el Corán para que su alma descansara en paz. Me acuerdo de que aquel día lloré mucho. Por amor, por tristeza, por rabia e impotencia.

Me acuerdo de cuando mi mejor amiga escribió sus primeras frases en español. Sentí el orgullo de una madre que ve a su niño dar sus primeros pasos. Me acuerdo de la alegría que me invadió. Aquel día supe que ya no andaría sola por el camino de mi pasión.

Me acuerdo de la mirada azul y tierna del hombre turco del gran Bazar que me vendió un mantel a mitad de precio para que me tomara un café con el. Me acuerdo de que era muy guapo y que luego sentí mucho no haber optado por la locura de aceptar.

Me acuerdo del dolor que sentí cuando mi mejor amigo me relató sus amoríos y me pidió mi opinión. Y yo me vi dándole consejos al hombre que amaba para que éste pudiera conquistar a otras. Me acuerdo que esta situación duró bastante tiempo y de que yo siempre le respondí honestamente.

Me acuerdo de que el once de septiembre de dos mil uno. Yo tenía un curso particular de matemáticas en casa. Acabamos de instalarnos alrededor de la mesa de trabajo cuando anunciaron la caída de las torres gemelas del World Trade Center. Mi padre y el profesor hablaron de política durante las dos horas siguientes. Yo me quedé contenta por haber escapado de aquella clase. Pero me acuerdo de que aquel día también me pregunté a mí misma qué era lo que odiaba más: las matemáticas o la política.

Me acuerdo de cuando me enteré de que en ciertos países circuncidaban a las mujeres. El asunto me obsesionó días y días. Me acuerdo de que una vez hasta sentí un dolor tan atroz como el que imaginaba que ellas sentían. Me acuerdo de que aquel día odié a todos los hombres de la tierra.

Me acuerdo de un día. Mi hermano había dejado la puerta entreabierta y entraba una brisa ligera y agradable. Yo estaba adormecida. Un niño se me acercó y me susurró algo en un idioma que yo no comprendía. Me besó la mano y se fue. Me acuerdo de que intenté levantarme y seguirlo, pero algo me paralizaba los miembros y no me moví. También me acuerdo de que mi hermano nunca me creyó. Pero yo no he olvidado la cara ni la voz de aquel niño que ya nunca jamás volvió a visitarme.

Me acuerdo de la primera vez en que logré leer una frase completa sin la ayuda de mi padre. Aquel día sentí que yo ya podía influir sobre mi destino.

Me acuerdo de cuando mi mejor amiga se casó. Me acuerdo de haber sentido que su marido me la había robado. Y de que, con ella, se había llevado mi corazón.

Me acuerdo del día en el que corrí por las calles con un conejo en una jaula. En el último minuto no había podido dárselo al profesor para disecarlo y estudiarlo. Renuncié a que me subieran tres puntos en Ciencias, pero vi en los ojos del conejo blanco una mirada de reconocimiento.

Me acuerdo de una pista blanca, de la voz de Mariah Carey cantando ‘Through the rain’, de un hombre tomándome la mano y haciéndome volar. Me acuerdo de que mi cuerpo se había vuelto tan ligero que se movía sin que yo hiciera esfuerzo y de que, a pesar de no dominar el arte del patinaje, me había dejado llevar olvidándome del miedo a caer. Quería que la canción durase eternamente y que el desconocido no me soltase la mano.

Me acuerdo de la primera carta de amor que recibí. Estaba escrita en un árabe muy poético. Me acuerdo de que el chico que me la envió solo había visto mi foto. En la carta me decía que él sabía de mis sentimientos hacia él y que yo sólo debía dejarme llevar. Decía que debíamos afrontar el mundo con nuestro amor. Yo no sentía ningún interés por él, pero sus cartas me encantaban. Me enamoré de su pluma.

Me acuerdo de los tres días que pasé en la ciudad de las luces. La ciudad de mi alma. Me acuerdo de que abracé París apasionadamente desde lo alto del Sagrado Corazón de Montmartre. Y de cómo ella me besó en la frente.

Me acuerdo de tantas otras cosas… Pero los recuerdos engañan. El tiempo los toca, los altera o los idealiza. Pero ¡qué importa! Quedan líneas y líneas en el libro de nuestras vidas…

Fatine Sebti, 15 de noviembre de 2009

RECUERDOS de ABDELLAH EL HASSOUNI


Me acuerdo la cara tensa de mi hija el día de su matrimonio; me acuerdo también las lágrimas de mi futura mujer, su madre, veinticinco años antes.

Me acuerdo de las ocultas lágrimas de mi hija que aún no había cumplido los dieciocho, cuando la abandoné y me fui a 3000 km. del hogar familiar con el pretexto de realizar unos buenos estudios. Me acuerdo de su primer aniversario al que fallé por motivos de trabajo. Me acuerdo de los remordimientos que tuve por no haber sido su sostén al dar sus primeros pasos por culpa de mi egoísmo y por no haber sabido tomar ciertas distancias. No logré subsanar este error hasta cinco años después, cuando le enseñé a montar en bicicleta. Es verdad que ciertas cosas simples toman, sin razones evidentes, dimensiones enormes.

Me acuerdo de mi primera vez: primer cigarrillo, primera cogorza, primera tarde de desenfreno, primer coche, primera salida, primera mujer. Pero no me acuerdo mucho de todas las veces que siguieron a esa primera vez.

Me acuerdo de todos los sufrimientos que mis mujeres me causaron, pero no tengo idea alguna del daño que yo mismo pude causar. Egoísmos de macho, por supuesto.

Entre todas mis mujeres, me acuerdo muy bien de las que me dieron plantón dejándome abrazado a una farola.

Me acuerdo de un cierto número de grandes tonterías que debí cometer y sobre todo de una de ellas: haber abandonado a mi amor juvenil sin razón ninguna ni justa, simplemente por el deseo de sentirme un hombre, un hombre deseado. Mucho tiempo después, acabé por insultarme cada vez que me miraba en un espejo.

Me acuerdo de mi larga estancia en los países del Norte, de sus ciudades frías y sumergidas en la niebla, ancladas en la historia y abarrotadas de edificios, coches y cultura. Me acuerdo de aquella chica rubia, blanca y fría parecida a una pechuga congelada. Me acuerdo del regalo de la otra: las “Palabras” de J. Prévert, que abrieron mis ventanas al mundo de la poesía. Me acuerdo de gente sarcástica e irónica y de su mirada despreciativa que rozaba el racismo. Me acuerdo sobre todo de la mente universal y acogedora de otros que sí me dieron la mano.

Me acuerdo de aquella cita perdida con la puntualidad, que me costó una noche bien fresca en un banco de una estación francesa.

Me acuerdo los escalofríos de miedo y de las olas de autosatisfacción que me invadían cada vez que atravesaba un algo prohibido: la lectura de “El comendador de los creyentes”, el paso de la aduana marroquí con los discos de Cheikh Imán y el visionado de la película "El atentado".

Me acuerdo del sentimiento de hombre responsable que cumple su deber cívico que tuve al participar como observador en las elecciones parlamentarias. Me acuerdo de la gran desilusión que siguió a esto.

Me acuerdo de cómo salí del agua tras atravesar por primera vez a nado el Bu Regreg (fruto de un serio entrenamiento en el estanque de la granja de mi tía). Me habría gustado que mi padre hubiera estado allí para admirar mi gran hazaña.

Me acuerdo de aquella noche en la que asistí al último viaje de mi padre. Mientras volvía del entierro, yo intentaba entender por qué él había decidido abandonarme solo en esta jungla a la edad de diez años. Después, ya todas las visitas del Príncipe de la muerte fueron menos impactantes.

Me acuerdo de nuestra casa situada en las inmediaciones de la Medina, de mi habitación en el primer piso inundada del perfume a yodo del mar. Me acuerdo de las noches mecidas por el ruido de las olas y de mis despertares al amanecer por la bella voz del almuadín.

Me acuerdo y me acordaré siempre de Mamá Zhor, la comadrona que me trajo al mundo en la bonita y zanfonía casa familiar. Trajo al mundo también a la casi totalidad de mis primos y primas de mi generación. Se jactaba de conocernos muy bien dado que nos había visto completamente desnudos.

Me acuerdo del pánico general que invadió a todo el mundo el día del matrimonio de mi prima tras el anuncio del golpe de Estado del 16 de agosto de 1972.

Me acuerdo de la gran acogida familiar el día en que obtuve mis notas de final de Bachillerato. Había pasado la tarde sentado sobre una roca del gran espigón. Me había tomado un tiempo para interiorizar el sentimiento de ser ya un adulto, un hombre de verdad.

Me acuerdo de la famosa piel, blanca y lisa de mi bella tía Zubida. Hacía rabiar al chico ingenuo que yo era, diciéndome que era más blanca que yo.

Yo, que tengo una cabeza a lo Gorbachov, me acuerdo de haber tenido una cabellera abundante que me recogía en un moño. Quizá sí, quizás no. Esto posiblemente también es la exageración de un calvo convicto.

Me acuerdo de que me acordaba fácilmente de muchos más acontecimientos. Ahora olvidé también cómo se nombra esa falta de reacción de la memoria. ¡Da igual! Si la memoria se debilitada cada vez más, al menos ya sé que la imaginación se vuelve más fértil.

Abdellah EL HASSOUNI, 11 de noviembre de 2009

lunes, 23 de noviembre de 2009

MIS BREVES PERO INTENSOS RECUERDOS de ABDERRAOUF SBIHI

Me acuerdo de aquel momento increíble y de mí sudando, con el corazón latiendo al ritmo de las agujas de un reloj y con el estómago encogido. Llevaba esperando aquel momento desde hacía años… Al mismo tiempo, pensé ¡con tanto orgullo! en mis padres, en mi barrio y en mi Salé, tan querida para mí. Aquel momento inolvidable quedó fijado para siempre cuando levanté, frente a los oficiales, el trofeo del trono en la liga del balonmano.

Me acuerdo del momentito en que reparé en aquella chica. No la había visto nunca antes, su rostro era muy joven y yo no tenía más de 20 años, pues apenas había empezado mis estudios en el extranjero. Ella no se dio cuenta de nada, pero para mí, con mi corazón batiendo el record de pulsaciones, sufrí un flechazo, me olvidé de todos mis proyectos de futuro y… Me acuerdo de que fui al grano… Esa muchacha es hoy la madre de mi hija.

Me acuerdo del 7 de septiembre de 1970. Ese día fue como caer en la cuneta de mi vida. Hasta entonces ésta había transcurrido en mi ciudad, animada con deportes, amigos y un gran ambiente familiar. A pesar de mis estudios, yo vivía casi en unas eternas vacaciones sin necesidad de tenerlas realmente. Además, nuestra casa estaba frente al mar y yo, entre el buen tiempo y el sonido de las olas, me sentía siempre feliz. Pero ese fatal 7 de septiembre de 1970 fue un día oscuro: yo debía irme al extranjero para estudiar y debía dejarlo todo, sobre todo a mi novia. Al llegar a mi nuevo país, el abrazo recibido fue la imagen de mi depresión bajo un cielo gris. Luego, supe que allí llovía casi todo el año, que los rostros mostraban arrugas paralelas, que los colores eran colores apagados y que la luz eléctrica siempre estaba encendia, tanto de día como de noche.

Abderraouf Sbihi. Noviembre de 2009.

ME ACUERDO DE QUE... de MARIPOSA


Me acuerdo de mi primer año en la escuela, me gustaba que me acompañara alguien porque aún no tenía amigos y no sabía el camino. Y me acuerdo de que mi primera institutriz me amaba mucho, hasta el punto de que me dejaba jugar en clase, aderezar cosas, juguetes y objetos de decoración.

Me acuerdo de que en primavera siempre íbamos de excursión por los alrededores de nuestra ciudad. La naturaleza era magnifica; el aire, puro y limpio. La vista se podía explayar y no había límites.

Me acuerdo de que me caí muchas veces en aquellas escaleras más o menos altas de nuestra antigua casa de la Medina de Fez .Gracias a Dios, jamás me ocurrió nada grave.

Me acuerdo de mi primer viaje. Fui a Casablanca en el automóvil de mi primo.

Me acuerdo de los molestos comentarios de la hija mayor de nuestros vecinos, cuando vio que el hijo de los vecinos de enfrente y yo intercambiábamos flores y hablábamos de las plantas de nuestras terrazas. Nuestras manos cruzaron la estrecha calle desde nuestras respectivas terrazas y se encontraron en la mitad del aire.

Me acuerdo de que en Ramadán había un hombre que se encargaba de despertar a la gente para que todos comieran antes del amanecer y así poder ayunar hasta el anochecer. Pasaba por las calles golpeando rítmicamente con un martillo de madera todas las puertas de las casas.

Me acuerdo de mi esperanza al nacer mi sobrino. Yo estaba detrás la puerta de la sala de partos, en el hospital. Tenía catorce años. Estaba muy contenta por poder participar llevando cosas de nuestra casa a la clínica y viceversa.

Me acuerdo de la mudanza de mi familia a Casablanca y de mis estudios secundarios allí. Me acuerdo de mis profesores, tan amables. Yo sentía verdadera adoración por ellos, hasta el punto de que, cuando tuvimos que dejar Casablanca para venirnos a vivir a Rabat, yo me negué, lloré y tuve grandes dificultades para integrarme en la nueva escuela.

Me acuerdo de la muerte de mi tía paterna. Fue el primer funeral de mi vida. No sé exactamente, pero creo que tenía alrededor de cinco años. Ella era la única de la familia que vivía en la misma ciudad que nosotros y solíamos compartir muchos momentos con ella, su marido y sus hijos.

Me acuerdo también de la muerte de mi abuelo materno. Sin embargo, esto ocurrió siete u ocho años después de la muerte de mi tía. Fue el único abuelo que yo conocí.

Me acuerdo de mi enorme tristeza y del golpe que me sobrevino cuando me anunciaron que la posesión de un coche era obligatoria para ser visitador médico. Era el primer trabajo al que me habían convocado estando yo en paro.

Me acuerdo del día en que recibí el sobre con mi primer sueldo. Era la víspera del Aid El Kebir.

Me acuerdo… me acuerdo… En verdad me acuerdo de muchos sucesos y sobre todo de grandes y pequeñas cosas que han sido trascendentales en mi vida.

Mariposa
Noviembre de 2009

RECUERDOS EN TRES INSTANTÁNEAS de SABAH MEZZOUR


Me acuerdo de la primera vez que fui a Ifran, una cuidad nevada, las montañas, el frío. Me puse un abrigo, una bufanda… Al llegar nosotros hizo un día soleado y espléndido. Lo mas cómico fue que me sacaran fotos… Yo era una auténtica chiquilla ridícula con aquella ropa, la única ridícula… Me era tan difícil subir la montaña, correr… Y aunque me enfadara con mis amigas algunas veces, realmente aquel viaje no fue tan horrible.

Me acuerdo de todos los nietos y nietas que nos reuníamos en la antigua casa de la abuela. Subíamos y bajábamos las escaleras, gritábamos… Había dos primos muy traviesos que nos impresionaban siempre con sus modos de jugar. Como en aquella ocasión… En la terraza había una gran jaula llena de palomas, de gallinas…De repente, hubo un cambio de contenido dentro la caja: los niños nos habíamos metido dentro de ésta y las palomas habían empezado a volar hacia arriba, así que finalmente, dentro, tan sólo quedamos nosotros.

Me acuerdo de un accidente muy grave que me emocionó y me causó una gran tristeza. Un día, yendo en coche, nos encontramos detrás de un vehículo que transportaba cerezas; de golpe, se oyó un gran ruido que venía de fuera de nuestro coche… Al camión se le había reventado una rueda y la escasa distancia entre los dos vehículos se convirtió en una fatal atracción. Finalmente, el camión volcó y salió disparado. Y al mismo tiempo, como por milagro, se fue alejando de nuestro coche sin rozarnos siquiera.



Sabah Mezzour
Noviembre de 2009

FRAGMENTOS DE MÍ de JOE McCARROLL


Me acuerdo de mi llegada a Rabat. La noche era muy oscura.

Me acuerdo de la mañana en Hungría en que conseguí el trabajo en Rabat.

Me acuerdo de la llamada telefónica por la que supe que había logrado mi primer trabajo profesional. Después de colgar, salté de alegría. Resulta que hay mejores lugares para eso que debajo del marco de una puerta.

Me acuerdo de mi primer vuelo. No me gustó la pasta integral la primera vez. La segunda me supo peor.

Me acuerdo de lo divertido que fue el viaje a Bali con el equipo de futbol.

Me acuerdo de mi llegada a Los Ángeles. Soldados cargados con ametralladoras se mezclaban con los recién llegados.

Me acuerdo de los meses en los Estados Unidos trabajando en una estación de esquí y viviendo en una habitación de hotel con otras nueve personas.

Me acuerdo de una noche invernal travesando el desierto de Nevada con cuatro amigos y cantando alegremente la infernal canción Sloop John B.

Me acuerdo de mi ingenuidad al llegar a México al creer que iba a poder hablar el idioma en tan sólo unos meses.

Me acuerdo de una puesta del sol en el Real Catorce, con sus dragones y colores cambiantes.

Me acuerdo de la bondad de mi profesor en México cuando acudí a la clase sintiéndome mal y con los ojos amarillos. Me llevó a su doctor. Al parecer, el mío se había equivocado en el diagnóstico.

Me acuerdo de la noche que mi padre me despertó para ver el cometa Halley. Me dijo que yo lo vería otra vez, pero que él no.

Me acuerdo del temor de mi padre el día en que me caí del guardabarros del tractor mientras él fumigaba los cultivos con insecticida. Paró el tractor justo antes de atropellarme. Me prohibió que volviera a ir con él mientas fumigaba.

Me acuerdo de mi abuelo Ken, apenas.

Me acuerdo de los desfiles de ancianos cada 25 de abril. Había algunos que, como mi tío abuelo Jack, ya no tenían brazos.

Me acuerdo de las Semanas Santas que pasábamos acampados en la orilla del río Murray con la familia y los amigos.

Me acuerdo de la noche en que me dijo mi padre que nos íbamos a mudar.
Me acuerdo de la primera noche en la nueva granja. El ruido del antiguo Molino se parecía al de un escuadrón de pterodáctilos.
Me acuerdo de aquella Nochevieja siete días después de habernos mudado. Mis padres se fueron de la fiesta sin mí.

Me acuerdo de la inyección que, entre coces, me dio mi padre en el hombro en vez de dársela al caballo.

Me acuerdo de las fotos que me tomaba cada año mi madre, junto a los lirios, el primer día del año escolar.

Me acuerdo de las mañanas en que caminábamos con mis hermanas hasta la parada del autobús escolar. Cruzábamos el campo con los pies metidos en bolsas de plástico para que no se mojaran.

Me acuerdo de las mañanas en la parada de bus jugando al tejo.

Me acuerdo de una excursión a Canberra. Yo tenía nueve años. Me enamoré locamente de una chica de la otra escuela, pero nunca tuve el coraje para hablarle.

Me acuerdo de la vergüenza que sentí un día cuando, en una clase de química en que no prestaba atención, se me salió un pedo ruidoso.

Me acuerdo del día que mis padres me dijeron que mi padre se iba a vivir a otro sitio.

Me acuerdo de los domingos de mi adolescencia. De aquellos días de cambio.

Me acuerdo de las calles de Melbourne, tan mías a las cuatro y media de la mañana.

Me acuerdo de la compra de los boletos para volver allí.

Me acuerdo de todos los yos que he sido y deseado ser.

Me acuerdo de quién seré.

Joe McCarroll, 2009

DE MIS RECUERDOS de ANA BORGES





Escuchando a Bach
Interpretado por Mª Cristina García Banegas
en los mismos órganos que el compositor tocó…


Me acuerdo del olor del dulce de guayabas de la casa de mi abuela.

Me acuerdo de largos veranos a sol y océano, de jugar mis hermanos y yo en casa de una maestra vecina y amiga, mientras esperábamos que nos acompañara a la playa. Mi madre tenía siempre algún bebé a quien atender.

Me acuerdo de que me gustaba caminar con los ojos cerrados colgada del brazo de mi abuela, en las nochecitas de invierno durante el mes del Sagrado Corazón.

Me acuerdo de que dejaba la playa para disfrutar del carnaval con la tía Taya. Esos días que dormía en su casa, ella extendía su brazo hasta mi cama para tomar mi manita entre la suya. (Ahora la comprendo bien y la recuerdo con mucho cariño).

Me acuerdo de mi padre cortando el césped en la casa de la playa. Le gustaba hacerlo; seguramente le permitía descansar la mente luego de una ardua jornada de trabajo. Me gustaba ayudarle.

Me acuerdo de la capita de lana que llevaba mi abuela para ir al jardín. Iba siempre después de comer, quitaba los yuyos de los canteros, cuidaba los narcisos, las calas y las hortensias y veía cómo estaba el guayabo.

Me acuerdo de cuando estaba en primer año de liceo, que comía de prisa para llegar antes de que salieran los de bachillerato. Quería ver a un chico alto y desgarbado, con su bufanda color bordó.

Me acuerdo del olor del viento y del mar en una esquina de la casa de la playa.

Me acuerdo de subir a los naranjos del patio de casa algunas tardes de invierno, con mis hermanos y vecinos, y de comer las naranjas hasta que la piel próxima a los labios se cuarteaba por el frío y el ácido de la fruta.

Me acuerdo de algunos días de verano en casa de mi abuela, con mis primos, que sólo cruzábamos la calle para llegar al mar, y que por las tardes íbamos a jugar entre los pinos y construíamos chozas de pinocha.

Me acuerdo de un grupo de jóvenes, teníamos una reunión semanal. Podíamos ser muy serios en nuestras tareas, pero también nos divertíamos muchísimo y compartíamos la amistad en una gran armonía.

Me acuerdo de mi abuelo materno, cuando pronunciaba palabras ininteligibles antes de comer o de conducir su coche. Más tarde me di cuenta de que eran las primeras palabras de las suras del Corán.

Me acuerdo también de mi abuela materna. Le gustaban las canzonettas italianas. También le gustaba la poesía. Un día me dictó una que escribí en un papel de color celeste.

Me acuerdo del examen de ingreso a la Facultad.

Me acuerdo de mi confidente, mi tía Esther, tan comprensiva, abierta y generosa. ¡Qué cruel es el Alzheimer!

Me acuerdo de mi primer viaje a París, de la emoción de ver tan de cerca aquello que conocía tan bien.

Me acuerdo de otros viajes a París. Me acuerdo de cuando vivía en París.

Me acuerdo de la ternura y del cariño de un niño en un año difícil de mi vida.

Me acuerdo de mis otros sobrinos, y de los cumpleaños de quince de Carolina y de Etelvina.

Me acuerdo de un taller de Literatura en Montevideo, en Punta Carretas.

Me acuerdo de la mañana en que murió Federico Fellini. Me enteré de la noticia en la radio de un taxi en Buenos Aires. Ese día iba a morir también mi padre.

Me acuerdo de caminar llorando una nochecita de invierno por la Avenida du Roule en Neuilly, cargando las bolsas de la compra de Monoprix.

Me acuerdo de nuestro caminar y de deslizarnos tomados de la mano, tú y yo, en las calles de París, un nevado mes de febrero.

Me acuerdo de mi abuelo paterno a quien no conocí personalmente, pero sí a través de mi abuela (la de la capita de lana), y a través de mi padre y de mis tíos.

Me acuerdo de Olga y Roberto y de Mecha y Carlos. Olga fue mi segunda madre.

Me acuerdo de la tarde que nos conocimos tú y yo, de la ida al cine y de que tu mano rozó tímidamente la mía.

Me acuerdo de conciertos de jazz en noches de junio en la Villa des Arts de Rabat.

Me acuerdo de unas frescas vacaciones en Deauville, de nuestros paseos por la playa y del agua helada, y del cine por las noches.

Me acuerdo de muchos días de varios veranos en Hammamet, de disfrutar juntos el mar por las mañanas, y de contemplar en un abrazo el mar plateado por la luna.

Me acuerdo de la magia de una noche de flamenco en el teatro romano de Cartago.

Me acuerdo de mucho más.

Ana Borges.
Rabat, noviembre de 2009.

domingo, 22 de noviembre de 2009

ME ACUERDO de IMAN TANOUTI

Me acuerdo de todos los momentos bonitos de la vida y de los malos también.

Me acuerdo de mi primer día en el colegio, con unas trenzas de «Pipi Langstrum», un uniforme blanco como la nieve, las medias de lana blancas y toda la curiosidad del mundo en los ojos.

Me acuerdo de Layka, mi perra. Murió a los nueve años atropellada por un coche.

Me acuerdo del ataque de risa que tuvimos mis primos y yo en el entierro de mi tío mayor, los mayores nos dejaron sin cenar ese día.

Me acuerdo de mi primer novio, del primer beso, de las primeras mentiras.

Me acuerdo de aquel día en que quedamos atrapadas mi prima y yo en el ascensor de un hotel. Yo lo superé; ella, que era mayor que yo, se ganó un castigo por salir sin permiso, pero también una recién estrenada claustrofobia.

Me acuerdo de unas inundaciones en México. Y de aquella niña atrapada debajo de los escombros, con todo el cuerpo bajo el agua, solo se le veía la cara. Suplicó durante tres días que la sacaran de allí, nadie pudo hacer nada por ella, ya el cuarto día se le agotaron las fuerzas.

Me acuerdo de mi primer pecado, pero no me apetece compartirlo.

Me acuerdo del día que lloró mi padre. Fue cuando murió su hermana gemela. No me vienen a la mente otros recuerdos de aquel día, sólo sus lágrimas y un viaje muy largo al Rif para asistir al entierro.

Me acuerdo del día que se me murió nuestro gato, era un regalo de mi padre, un siamés muy testarudo que dormía conmigo en la cama, Se dejó atrapar por el perro de un vecino. Lloré como nunca. No me acuerdo de haber llorado tanto por la pérdida de un ser humano.

Me acuerdo de mi primera menstruación, me desperté por la mañana con las sábanas manchadas. Tenía más vergüenza que miedo. Menos mal que mi madre estaba allí.

Me acuerdo de mi primer viaje sola. Me fui a Madrid a casa de unos amigos de mi padre, me regalaron un pijama de “Espinete”, un poco infantil para mi gusto y mi edad. Las excursiones culturales me parecieron muy largas y aburridas, aunque mostré lo contrario.

Me acuerdo de mi segundo viaje a Madrid a los veintitantos, con unas amigas. Madrid me resultó diferente y las excursiones culturales igual de aburridas.

Me acuerdo de la primera vez que vi un cuerpo sin vida, el del marido de mi tía. Se fue un 23 de mayo. Lo quería como a un segundo padre.

Me acuerdo del día en que mi sobrino vino al mundo. Fui la primera en tenerlo en brazos después del médico y su madre. Aquello me dio ganas de procrear. Dar la vida es, tal vez, la cosa más bonita del mundo.

Me acuerdo de mi primer día en la Facultad de Derecho. Nada del otro mundo.

Me acuerdo de mi primer cigarrillo, me acuerdo del último también, pues fue el mismo.

Me acuerdo de mi primer coche y también de mi primera multa.

Me acuerdo de la cara de orgullo que mostró mi madre el día que obtuve mi Diploma de Notario, la de mi padre no la pude ver, pues no estaba allí aquel día. Me llamó algunos meses más tarde para felicitarme.

Me acuerdo del primer cheque que recibí por mi trabajo. Mis amigas y yo lo festejamos a lo grande.

Me acuerdo y me acuerdo…

Me acuerdo de todos los momentos bonitos de la vida y de los malos también.

Iman Tanouti
Rabat, 8 de noviembre de 2009

HURGANDO, HURGANDO… de MARIBEL ANDRADE R.


Me acuerdo de ti, niñez.
Me acuerdo del tiempo lento.
Me acuerdo de la vida larga.
Me acuerdo de ti, infancia.
Me acuerdo de un vestido rosa a rayas de mi maestra de párvulos.
Me acuerdo de las cartas de mi padre, que me releían y, yo niña, llorando.

Me acuerdo de una niña en el campo.
Me acuerdo del verde del campo.
Me acuerdo del cielo de mi tierra: azul y alegre brillando.
Me acuerdo de mi bosque y los espárragos.
Me acuerdo de las encinas.
Me acuerdo de la plata del río zigzagueando.
Me acuerdo aún de más atrás, cuando la cigüeña trajo a mi hermano.
Me acuerdo de mi espera en la ventana.
Me acuerdo de mi madre: “¡Esa niña está mirando!”.
Me acuerdo de mí preguntando: “¿Por dónde entró la cigüeña? Si ya está aquí mi hermano…”
Me acuerdo aún de antes, de un barreño blanco con agua de parto y de un nuevo llanto.
Me acuerdo de mi amigo Claudio subiendo y bajando.
Me acuerdo de que el sol lo envolvía todo: mis días grises y mis días blancos.
Me acuerdo de aquellos amigos que ya se marcharon; unos definitivamente, otros porque cambiamos.
Me acuerdo de mi padre joven casi siempre malhumorado.
Me acuerdo de mi madre siempre trabajando.
Me acuerdo de mis sueños, de mis pesadillas.
Me acuerdo de mi abuela Perpe en la cama rezando.
Me acuerdo de mi abuela Perpe y del “Alcaraván”, no sabía otro cuento… ¡Cuéntelo otra vez abuela! Y otra y otra…
Me acuerdo de mis maestras.
Me acuerdo de mis escuelas.
Me acuerdo de la fragancia de las rosas en mayo con “Flores a María”.
Me acuerdo del olor a libro nuevo, que nunca he olvidado.
Me acuerdo de la felicidad que sentí con el primer libro que me regalaron, había leído muchos, pero no ninguno era mío.
Me acuerdo de la llegada de los libros a la escuela y de “El Silbo del aire”, mi primera lectura.
Me acuerdo de mi familia en las noches de invierno alrededor del la mesa camilla con su brasero, en la que casi siempre faltaba el mismo, mi padre.
Me acuerdo de mi Primera Comunión, en un mayo soleado, y de las fotos de ese día, de mi vestido largo.
Me acuerdo de mis pecados que pesaban toneladas en aquel corazoncito blanco.
Me acuerdo de los grillos, de las estrellas, en aquello cielos tan diáfanos de la Vía Láctea o del Camino de Santiago, y de las noches de verano.
Me acuerdo de las cigarras y de su canto en las siestas de verano, y del sol abrasando.
Me acuerdo de las Navidades, época de felicidad y angustia.
Me acuerdo de mi Paraíso y de su Infierno.
Me acuerdo de la primera vez que vi nevar, estaba en la calle jugando a la rayuela.
Me acuerdo de mi despedida de ese mundo y de su gente.
Me acuerdo del día en que me robaron el Paraíso y sólo me quedó el Infierno: destierro, soledad, llanto y silencio.
Me acuerdo de mi reacción: lucha.

Me acuerdo de cosas que había olvidado.

Maribel Andrade R.
Rabat, noviembre de 2009

DULCES SUEÑOS de AIXA CHERRABI


No me acuerdo de cuando, aún pequeña, me perdí en el Mellah de Rabat, pero me acuerdo de la expresión de terror de mi madre cuando me lo contaba una y otra vez.

Me acuerdo, como si fuera ayer, de los maravillosos rencuentros con mis primas en las vacaciones de verano, de la locura y el peligro de los juegos prohibidos de la infancia, de las llamadas interminables y desperadas de mi abuela.

Me acuerdo de mi primer baño en el mar y en una piscina, del choque de las olas frías y revueltas, de mis gritos de desesperación y de las carcajadas de mis compañeros.

Me acuerdo de los momentos mágicos tumbada sobre la arena fina y ardiente bajo la sombrilla, de la mirada fija en el horizonte infinito y de mi alma perdida en sueños de felicidad.

Me acuerdo de los paseos campestres en el mes de octubre, de las carreras para ver ¡quién es el primero en encontrar setas!, del perfume de la tierra mojada por el rocío del alba y de la música interminable de los zapatos sobre la alfombra de hojas secas.

Me acuerdo de las tiernas noches de invierno, cerca de la pequeña chimenea, y de la crepitación de la leña en el fuego ardiente, del acostumbrado tazón de sopa de garbanzos y de los mágicos cuentos de mi abuela.

Me acuerdo de los momentos de felicidad con la llegada de la primavera, de su magnificencia, de los gorjeos de los pájaros mientras que brincaban sobre los árboles llenos de yemas, de la maravilla y el atractivo de los campos de amapolas y de los botones de oro, de los gritos y de las risas locas de los niños corriendo en la calle bajo la lluvia.

Y con tu ausencia, madre, me acuerdo de la hermosura de tu mirada, de esos ojos tan tiernos por haber llorado tanto a escondidas, de la dulzura de tus caricias sobre mi cabeza, de tu sonrisa pueril y tímida mientras nos contábamos chistes. Y, para siempre, madre, me acuerdo de mi pena ahogada bajo los cánticos que acompañaban tu ataúd hasta el cementerio.

Pero no te vas, madre, porque me acuerdo también de la promesa que nos hicimos de seguir juntas. Y, como lo prometido es deuda, debes saber que te llevo para siempre en mis sueños. Me acuerdo de ti.

Aicha Cherrabi
5 de noviembre de 2009

MEMORIAS AUTOBIOGRÁFICAS de RKIA OKMENNI


Me acuerdo de que debía alcanzar mi oreja con mis dedos, rodeando con mi brazo mi cabeza por detrás, para poder ingresar en la escuela.

Me acuerdo de la dolorosa caída de bici y sobre todo de las risas de los niños burlándose de mí.

Me acuerdo del día en que muchas abejas picaron a mi hermano pequeño cuando fue a robar la miel de nuestros vecinos a su tejado. Tuvimos que llevarlo a Urgencias para salvarle la vida.

Me acuerdo de aquel viaje en autocar hacia el internado en el que todos los viajeros tuvimos que permanecer casi congelados dos días y dos noches en la nieve esperando las máquinas quitanieves.

Me acuerdo del día en que decidí de manera irreversible trabajar como profesora para dar lo mejor de mí misma a alumnos y alumnos a lo largo de años y años. Hasta hoy día.

Me acuerdo del vestido blanco de fiesta que cosí completamente a mano para mi hija de siete años.

Me acuerdo de la alegría que sentí el día en que mi hijo acabó el bachillerato.

Me acuerdo con gran ternura del día en que mi hija se casó.

Me acuerdo de que al querer acordarme de todo lo precedente, hubo muchos recuerdos que preferí dejar en el olvido. (Por el momento).


JUEGOS DE LA MEMORIA

Lo que fue tan importante
Perdió ya su importancia
Con el paso del tiempo
Con el olvido ayudando.


Rkia Okmenni
Rabat, 7 de noviembre de 2009


RECUERDOS de RKIA OKMENNI

ZOCO DE RECUERDOS

Sigo derrochando mis recuerdos
en el Mercado del Olvido.
Los llevo en mí,
ligeros o pesados.
Los voy dejando caer,
salvo algunos,
a lo largo del camino.


MEMORIA HERIDA

Hay recuerdos que nos duelen,
que nos hacen revivir
con regusto amargo
momentos de soledad
de dolor y sufrimiento,
de separación y de duelo.
¡Heridas de la memoria!
Sin embargo,
hay otros que nos calman
nos relajan, nos animan
a seguir adelante,
a confiar en el futuro,
a sentirnos ligeros, ebrios,
a ver la vida
de cuantiosos colores:
verde, azul, amarillo…
en cualquier sitio
y bajo cualquier cielo.


MEMORIA VIVA

Nos hace falta memoria
para los recuerdos esenciales
alegres o dolorosos de la vida
que viajan hacia el olvido.
Nos hace falta memoria
para recordar pedazos de vida
con instantes de buena suerte
y otros de peor fortuna.
Nos hace falta tanta memoria
para evocar la infancia,
la intensa adolescencia
y todo aquel pasado
más o menos lejano
de seres queridos
vivos o muertos
que un día formaron
parte de nuestras vidas.


Rkia Okmenni
Rabat, 17 de noviembre de 2009

«VEINTE AÑOS, HIJO», BAHIA OMARI

    Lloro sin cortar cebollas, pero oigo la fluidez de las lágrimas, lágrimas por el dolor que alcanza siempre mi corazón, mi alma; un...

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Cantando los versos de José Martí.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Iman y Anastasio recitando a Mario Benedetti. Mohammed a la guitarra.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Manal, Ahlam y Assia recitando a Oliverio Girondo.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Rkia recitando a Delmira Agustini

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Bahia recitando a Alfonsina Storni.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Laura & Mohamed y Mohamed & Laura cantando a Alfonsina Storni.

Ensayando para el Día E junio 2015

Ensayando para el Día E junio 2015
Grupo del Taller de Lectura y escritura 2015

Recital 18 de junio de 2016

Recital 18 de junio de 2016
21.00 Instituto Cervantes de Rabat

Bahia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Bahia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015, 19.00 -INSTITUTO CERVANTES DE RABAT -

Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015

Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015

Fatima. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Fatima. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Rabat, 24 de abril de 2015.

Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

RECITAL 11 DE JUNIO DE 2014

RECITAL 11 DE JUNIO DE 2014
Recital "A orillas del Bu Regreg 2014"