TALLER DE ESCRITURA "A ORILLAS DEL BU REGREG" DEL INSTITUTO CERVANTES DE RABAT

Bienvenidos a «A orillas del Bu Regreg», el blog de los integrantes del Taller de lectura y escritura creativa, un curso especial que realizamos desde hace doce años en el Instituto Cervantes de Rabat (Marruecos).

En este espacio damos a conocer los cuentos, poemas y otros ejercicios de escritura que se proponen en clase y que realizan nuestros alumnos, aunque también publicamos colaboraciones de nuestros lectores.

Muchas gracias por leernos y por compartir vuestras opiniones.
Ester Rabasco Macías (profesora del Taller)

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viernes, 29 de abril de 2016

«MI VECINO, OTRO HÉROE DE LA VIDA» de RKIA OKMENNI

En homenaje a  Ba Hmad.

 El dedo grande de su pie derecho cambiaba de color cada día más y se iba volviendo morado. Pasó una semana y, aunque lo masajeaba y pinchaba de vez en cuando para medir su grado de sensibilidad, la extremidad violácea se mostraba ajena al cuerpo. No la sentía. Empezaron entonces las amputaciones. Al dedo, le siguió el pie entero. Pasaron tres meses llenos de sufrimiento y de dolor físico y moral. Él no manifestaba su padecimiento. Apretaba sus dientes aguantándolo todo y solo la tensión de los músculos de su rostro revelaban su sufrimiento, muy a pesar suyo. Más tarde, cuando ingresó en el hospital militar, tras una noche de insomnio en que nadie en la casa pudo dormir, los médicos le anunciaron a su hijo mayor que la pierna derecha estaba gangrenada desde la rodilla. El cirujano le explicó: «La única alternativa para que siga con vida es la misma que practicamos con el pie. Quizás hubiera sido mejor hacerlo todo de una vez; pero, en aquel momento, había un cincuenta por ciento de posibilidades de que pudiera conservar la pierna».
Mientras el equipo quirúrgico lo preparaba para la sala de operaciones, Ba Hmad, semiconsciente, estuvo pensando en varios periodos de su vida sin ningún orden cronológico. No sabía lo que le iban a hacer, pero lo intuía. Era cierto que amaba a su mujer, a su familia, la vida y que no quería morir.
Una enfermera entró. Lo saludó y lo animó diciéndole que todo saldría bien. Le puso una inyección, colgó el suero medicinal y salió. Él ya la veía borrosa.
La canción de Fairuz que, de adolescente, solía escuchar en la radio irrumpió en su mente…

لم لا أحيا وظل الورد يحيا في الشفاه
ونشيد البـلـبـل الشـــــــادي حياة لهواه

¿Por qué yo no viviré?
¿Por qué yo no viviré sabiendo que
la sombra de las rosas vive en los labios
y el canto del ruiseñor da vida a su amor.

Militar de profesión desde sus dieciocho años, la disciplina y el compromiso hacia el ejército fluían por las venas de Ba Hmad. Había estado en campamentos, en fronteras y muchas veces rozó el peligro al manipular las armas. Salió del cuartel cuando se casó. Alquiló un piso y se despidió de su vida de soltero. Luego, fue cambiando de ciudades y de casas y le nacieron cinco niños y dos niñas. Estaba orgulloso de su familia numerosa. Decía que sus hijos eran también sus hermanos y hermanas. Los que jamás tuvo, dado que había sido hijo único. Se podía decir que era feliz porque, dentro del remolino de su vida de militar, las cuestiones de aquel tipo no lograban preocuparle mucho. Sentía que lo arrastraban las olas de la vida, del deber cumplido hacia su familia y hacia el ejército, su otra familia. Reía y bromeaba todo el tiempo y con todos. En sus bolsillos tenía siempre caramelos y, desde que su moto entraba en la callejuela, todos los niños lo acogían con gritos de «Ba Hmad, Ba Hmad…». Y cuando no tenía ningún dulce, volteaba sus bolsillos en signo de buena fe para que lo dejaran y siguieran con sus juegos. Amaba la vida. Para Ba Hmad, el sueño y la muerte eran hermanos gemelos. Por eso, apreciaba cada nuevo día como un regalo.
Aquel lunes, el teniente lo convocó a su despacho. Le informó de que se acercaba el momento de retirarse y le pidió que le entregara unos documentos que le faltaban. Su jefe miró el calendario que había delante de él, puso su dedo sobre una fecha y le comunicó que le quedaban justo un mes y veinte días para su jubilación.
Le llegó la noticia como una liberación. Sabía que se despertaría todos los días muy temprano. Encendería su radio. Escucharía las noticias de la cadena nacional o de la BBC y algunas canciones. Tenía la cabeza llena de proyectos y proyectos. Iba a casar a sus dos hijos mayores. No tenía tiempo para enfermedades y su silla de ruedas era bastante confortable.
Lo estaban moviendo y le pareció que tenía los oídos tapados con algodón. Muchas voces le llegaron desde el fondo de un pozo.
.
لم لا أحيا وفي قلبى وفي عيني الحياه
سوف أحيا . ســوف أحيا

¿Por qué no viviré si la vida
llena mis ojos y mi corazón?
Yo viviré. Yo viviré…

Horas después Ba Hmad despertó y, con la mano derecha, fue palpando su cuerpo bajo las sábanas. Así se enteró de lo que había intuido horas, días o quizás meses antes. Pero él estaba allí y ya no le importaba lo que hubiera durado aquel regreso a la vida. Él seguía allí. Se encadenaron los versos de la canción en su mente. Se saltó una estrofa y sus labios se movieron en un intento de tarareo:

ليس سـراً يا رفـيقي أن أيامي قليلـة
ليس سـراً إنما  الأيــام بســــمات طويلة
إن أردت السر  فاسأل عنه أزهار الخميلة
عـمرها يوم وتحـــــيا اليوم حتى منتهـاه
سوف أحيا.. سوف أحيا

No es ningún secreto, compañero,
que solo me quedan pocos días.
Tampoco es ningún secreto
que los días son largas sonrisas.
Si aspiras a conocer el secreto,
pregunta a las bellísimas flores de la selva:
viven tan solo un día
y lo aprovechan, lo viven, hasta su final.
Yo viviré, yo viviré…

A la hora de las visitas, sonrió con torpeza a su mujer, que lloraba, y a sus hijos. Y les dijo:
 -¿Por qué tenéis esas caras?
Se miraron no muy sorprendidos por aquella frase con que los recibía.
-¡Estoy todavía vivo!
 Y continuó:
-¡Mejor una prótesis sana que una pierna gangrenada! ¿No?
Y añadió:
-Ya tengo cita, para dentro de un año, para que me saquen medidas para la prótesis. Hay que dar tiempo al tiempo para que cicatrice la herida. Además, es casi una herida de héroe de guerra.

Sin embargo… 
*******
Ba: padre o papá.

Rkia Okmenni.
18 de abril de 2016
Actividad «Incrustar letra de canción en un cuento con doble acción temporal», inspirada en la técnica narrativa de los capítulos 12 y 13 de La voz dormida de Dulce Chacón.
(Canción de la cantante libanesa Fairuz: «سوف أحيا» o «Viviré»)

«UN PUÑADO DE TIERRA» de ANASTASIO GARCÍA

Esta tarde, nada más encontrarlo, he sabido que iba a llorar. Y mucho. He vuelto a casa hace un par de horas y estoy solo. Marina ha viajado a La Plata para festejar el octogésimo cumpleaños de su madre. Allí se reunirá con nuestra hija Cecilia y pasarán el fin de semana con toda la familia. Yo me he quedado en la ciudad con la excusa de una falsa reunión de trabajo; pero, en realidad, lo he hecho porque quería estar solo para rendirle el último homenaje a mi padre. Quería que fuese una comunión entre él y yo.
Aquel era un disco que mi padre ponía en la vieja gramola los domingos por la tarde… La vieja gramola que habíamos comprado en un mercadillo al más estilo Melquiades a su llegada a Macondo. Sentado en el sofá, frente a la ventana y con la vista perdida, se sumergía en la nostalgia y en todo lo que había dejado atrás. Más de una vez vi una lágrima recorrer su mejilla; pues, por mucho que el tiempo pasara, la añoranza nunca desaparecía en él.
El disco se lo había regalado doña Rosita o doña Rojita, como le gustaba llamarla mi padre, porque en roja no le ganaba nadie. No pude resistir la tentación y coloqué el disco sobre el plato giratorio de la gramola. Una voz dulce y triste entonaba la canción en la que miles de españoles se vieron reflejados hace, lo menos, setenta años. Cruzando la mar serena, con ella te digo adiós, adiós mi España preciosa, la tierra donde nací. Mi padre, al igual que otros muchos padres, madres, hermanos, primos, hijos y nietos, se vio obligado a abandonar lo poco que le pertenecía en busca de un futuro incierto. A dios le pido llorando que pronto te vuelva a ver, y todos lloraban, me decía mi padre, con la promesa de volverse a ver lo antes posible. Los pañuelos blancos ondeaban diciendo adiós tanto en la tierra como en el mar, manteniéndose unidos por un hilo invisible; y hasta que unos y otros no se perdían de vista, no dejaban de agitarlos en el aire. Que lejos te vas quedado España de mi querer, continuaba Antonio Molina cantando. Una vez roto ese hilo invisible que los unía, afloraban todos los sentimientos, el miedo, el abandono, el pánico, la incertidumbre, los mismos sentimientos que experimenté yo mismo más tarde. Es una escena que todavía me acompaña a pesar de los años. Llantos, gritos de desesperación, niños en volandas para ser vistos por sus padres por última vez en mucho tiempo, jóvenes enlutadas de pies a cabeza… Todos despidiendo lo poco que les quedaba vivo… Desde hace tiempo, al ver el noticiario, el corazón se me encoge, pues la historia es cíclica y se repite, ya que si antes éramos nosotros, ahora son otros los que parten a un futuro aún más incierto.
Me contaba mi padre que tardó casi cuarenta días en llegar. Cuarenta días en un barco oxidado y lleno de gente, tratada a veces como mercancía, y con el único equipaje de una vieja maleta de madera llena de hambre y de esperanza, porque fueron el hambre y la miseria lo que le hizo buscar un nuevo porvenir. Yo me quedé con mi madre y con la promesa de que volvería a buscarnos, pero mi madre se fue. Un día se fue sin mi permiso y sin el permiso de nadie, y es que un susto se la llevó. Un susto me dejó huérfano y a cargo de una tía que tenía más hijos que pan que llevarse a la boca. Ay, ay, ay, voy a morirme de pena viviendo tan lejos de ti, y su llegada a Buenos Aires fue una tarde de otoño. Un gallego más, como decían los bonaerenses. Un gallego andaluz, como le gustaba matizar a mi padre. Llegó con todo el optimismo y la voluntad de encontrar un destino. Sin más señas que las de la pensión de doña Rosita y cargado de cansancio y pena. Allí se dirigió y allí permaneció unos tres años, hasta que llegué yo.
Tras la muerte de mi madre, mi padre reunió toda la plata para pagarme el pasaje y me enviaron bajo los cuidados de un vecino al que, a nuestra llegada a Buenos Aires, le daría unas cuantas monedas y la ayuda necesaria para instalarse.
La vida no le fue mal. Se instaló en la pensión de aquella doña Rosita, una salmantina que había abandonado la ciudad una noche fría y gélida de Navidad, antes de que España se manchara más de azul, contaba siempre, unas veces entre risas y otras entre lloros. Era dulce, tierna, estaba llena de vitalidad y de ideas revolucionarias. Es la única madre que recuerdo. A mi llegada me acogió como al hijo que nunca tuvo. Me dio todos los abrazos, besos y cariño que un niño desorientado y perdido necesita. Allí permanecimos algunos meses hasta que mi padre logró ahorrar lo suficiente para alquilar un café no muy lejos del teatro Avenida. Detrás del café, había una pieza que hacía las veces de almacén y dormitorio, por lo que nos trasladamos a vivir allí. Poco a poco la avenida de Mayo se fue llenado de negocios, hoteles, cafés, casas comerciales…, todos ellos regentados por gallegos, andaluces, extremeños… venidos de ultramar, de modo empezó a conocerse como la avenida de los españoles. Allí, cada día, me veía rodeado de apellidos, nombres y caras familiares, pero extrañas al mismo tiempo. Poco a poco fui conociendo a gente, haciendo amigos y formando la familia de la que carecía. Yo seguía yendo todos los días al barrio de la Concepción a visitar a doña Rosita. La pensión hacía tiempo que ya no existía, la había convertido en un gran apartamento en donde pasaba sus últimos días con la tranquilidad y la paz que merecía. La seguí visitando hasta el día de su muerte. Como una rosa encendida perfuma mi corazón, continuaba la canción. Nunca podré olvidar lo que hizo por mí y por todos los que la buscaban. Fue anfitriona, madre, padre, mecenas de todo el que la necesitaba. Siempre estaba rodeaba de una aureola de dulzura y de amor. Fue un ángel en la tierra, una bendición del cielo para todos los que íbamos en su busca.
El tiempo pasaba y las cosas iban bien. El café pasó a ser de nuestra propiedad y era un lugar bastante frecuentado por los que iban al teatro a escuchar zarzuela o algún otro espectáculo. Aún recuerdo el incendio del setenta y nueve: dos días ardiendo hasta que se redujo a cenizas. Una parte de la historia de la ciudad se fue con el fuego. Fue una desgracia y un impacto para todos, ya que el teatro Avenida fue de los primeros que se construyeron y se convirtió en el lugar de encuentro de muchos españoles, en donde pasaban tardes amenas disfrutando de algún espectáculo de copla o flamenco de las compañías que se habían formado y que recorrían los diferentes rincones de la ciudad y del país. Al igual que el fuego empezó a apagarse y terminó por extinguirse, mi padre también empezó a apagarse. Y al darte mi despedida, y es beso, y es oración, un día, en su lecho de muerte y casi agonizando me hizo prometer que lo enterraría en la tierra que un día abandonó, cerca de mi madre, la única mujer que amó en toda su vida. Y pese a que los dos sabíamos que era casi imposible, se lo prometí.
La vida continuó, pasó el tiempo y aunque había vuelto varias veces a España, esta vez decidí que iba a ser la última. Volví a mis orígenes, a la tierra que por nacimiento me pertenecía. Volví para despedirme. Volví para no volver más. Una semana era suficiente para recorrer los lugares de mi niñez. Mi última visita fue al cementerio. Una cruz oxidada e hincada en la tierra rodeada de hierba definía la tumba de mi madre. Con mis manos la arranqué y limpié todo. Una placa de metal en la base de la cruz rezaba:

Cecilia Gámez Vela
04/08/1943

En eso se resumía mi madre, en un nombre y en una fecha. Una lágrima asomó por mis ojos al recordar que sería la última vez que estaría tan cerca de ella. Pensé en mi padre y en su amor por ella y en ese momento se me ocurrió. Cogí un puñado de tierra de su tumba y la guardé en una bolsa que encontré. Y esta tarde he acabado de cumplir mi promesa. He reunido el coraje y la fuerza suficiente para ir al cementerio y abrir la tumba de mi padre. Cargado de emoción y sentimiento y con un reguero de lágrimas corriéndome por el rostro, he esparcido ese puñado de tierra sobre la tierra que lo cubre. Ahora mi padre sé que ya puede descansar en paz.
Adiós mi España querida pa’ ti canto mi canción
Mi España tierra querida, pa’ siempre adiós.

Anastasio García
Pozo Alcón, 26 de abril de 2016
Actividad «Incrustar letra de canción en un cuento con doble acción temporal», inspirada en la técnica narrativa de los capítulos 12 y 13 de La voz dormida de Dulce Chacón.

lunes, 25 de abril de 2016

«DESILUSIÓN» de ABDELLAH EL HASSOUNI



Mientras entraba en el primer café de la plaza central, habían ido apareciendo aquellas batas blancas. Igual que garcillas bueyeras junto a los cubos de basura. El cielo de la tarde estaba tan despejado y limpio como aquellos uniformes inmaculados. Trató de huir de sí misma, de la multitud que comenzaba a crecer. Um recordó haber escuchado en la radio, temprano, por la mañana, que «Está previsto que hoy los médicos internos, desilusionados por sus condiciones laborales, se manifiesten para expresar su descontento….». Le asombró la coincidencia. Presentía algo, otra mala racha de suerte, quizás.
El campo de los refugiados que había sido construido en los suburbios de Kunduz para un millar de personas, se había convertido en una pequeña ciudad rural. Sucio, repugnante. Enfermedades, barro, lluvia, tiendas improvisadas que no protegían de casi nada. Un campo de emergencia que se impuso como permanente. En el único hospital, Ben, el médico de urgencias, se despertó de mal humor. Dos horas de sueño y un día más para intentar lo imposible: mantener su sonrisa pegada a sus pálidos labios… Prescribir palabras en lugar de medicamentos paliativos. Todo se había convertido en algo inútil, sin sentido, superfluo. Allí, él se olvidaba de sí mismo, de los propios reclamos de su cuerpo, de su madre. La ilusión se había diluido hacía una eternidad, o casi.
Ben se había ido al lugar más lejano, destrozando así sus propias esperanzas. Solo le importaba la gente. Salvar vidas. Un joven médico novato. Se agarró, como un náufrago en el mar, a la primera misión que la organización “Médicos sin Fronteras” le había ofrecido. Una misión, humanitaria, decían, en un país destrozado, fracturado. Un país de cuerpo magullado.
Um añoraba el olor de sus cabellos y el calor de su piel que habían adornado toda su existencia. Ben la había dejado hacía sesenta y siete días y once horas, a pesar de sus «jamás» y sus «salvo si me arrancaran de esta vida». Eso le dolía. La soledad siempre duele. La falta de rumbo también. «Nada es nada... » y Ben es todo su mundo. Ella, en su interior, lo había perdonado. Pensaba que se había visto obligado a llevar su peculiar carácter, sus inclinaciones íntimas lejos de una sociedad machista e hipócrita.
Desde que él se había ido, ella no tenía ganas de nada, no existían ya reglas, solo la de matar el tiempo. «A veces, la soledad no se puede llenar con otra persona, con otras diversiones. La soledad nos pierde en el camino de un viaje interior que, en realidad, nunca quisimos emprender». Se encontraba, entonces, en un pasillo, frío, hueco, dado que la suya era la soledad de las soledades.
Ben tenía sus creencias y sus propias certezas. Declamaba que «Debemos abandonar religiones, partidos políticos, razas y colores, tabúes y prohibiciones para no ver más que al ser humano, sin falsas historias de amor y odio». Se repitió esa frase para clavarse el sentido en lo más profundo de su mente. Espejismo. A menudo, el ser humano se deja engañar por palabras rimbombantes.
En ocasiones, en las noches de insomnio, ella se veía esperando a Ben en los pasillos del aeropuerto. Dándole un gran abrazo lleno de amor, a él, la razón de su vida. Lo imaginaba como siempre, esbelto y frágil, con la bata blanca que le había regalado. La imagen volvía y volvía, como un recuerdo, algo del pasado. Ben sonriendo, sin maletas. Veía su grata sonrisa y, después, unos ojos enrojecidos y sin vida. No había podido sacarse esa imagen de la cabeza. La sangre, la muchedumbre, los gritos.
En aquel fangoso agujero, Ben no se había acostumbrado mucho a todos aquellos ruidos. Deflagraciones de bombas a lo lejos, oleadas de aviones volando a baja altura, quejidos de dolor de los heridos, algunas balas silbantes. Su único consuelo eran sus pacientes y los breves momentos que se reservaba para admirar aquel cielo azul claro o aquel azul marino del anochecer, que le evocaba aquel otro cielo que tanto añoraba.
Tras la negrura de sus gafas, ella seguía alejándose con sus pensamientos. Un torrente de melancolía la sumergía. Parecía destrozada, desesperada, despistada, profundamente herida, ahogada en su pasado. Una tristeza amarga inundaba las huellas que el tiempo había surcado sobre su rostro. A él lo veía como en sus sueños: delicado, tierno. Tomó el vaso y le temblaban las manos. Estas apestaban a humo y sudor. Debería ocultarse a sí misma lo esencial, la noticia inverosímil. Se agarró al vaso, a la voz de aquella eterna canción, a sus palabras tan amargas. Amor lejano, inalcanzable.
Aquella noche del sábado tres de octubre de dos mil quince, Ben, el contemplativo contrariado, pensaba que el cielo era el más resplandeciente que jamás había visto. Oía el zumbido sordo de los motores de los aviones. Se decía a sí mismo que iban a manchar otra vez el cielo. Con la vista los buscó en el aire helado. Realizaban extraños movimientos que le sorprendieron. Parecía un juego. Sobrevolaban a media altura y, después, giraban para acercarse otra vez desde el horizonte. Tras cada vuelo, dejaban tras de sí un reguero de humo gris que manchaba el azul del cielo. Aunque eran aeroplanos de la tropa de la coalición, Ben los insultó, sin emitir la más mínima palabra.
Ella intentaba tragarse su amargura. La voz tierna de la cantante solo aumentaba su debilidad. Le deprimían aquellas palabras, destruían su ánimo. Sus escasas lágrimas se negaban a salir. Solo una había surcado su mejilla izquierda. Decidió salir en busca de aire fresco. La puerta le parecía como el extremo lejano de un túnel interminable. Caminaba titubeando, sintiéndose vacía. A la salida del café, vio que la multitud se había convertido en un blanco y enorme oleaje.
Todo sucedió en un instante a las dos y ocho minutos de la madrugada. Se oyó un ruido sordo. Ben retrocedió, se dio la vuelta para correr en dirección opuesta. El ruido era intermitente. El humo y los escombros ensombrecían el cielo. Hubo gritos. Gente corriendo. El estruendo se perdió en los sonidos de las sirenas de alarma. En aquel momento, Ben entendió que allí iban a quedar enterradas todas sus ilusiones. Es caprichoso el azar; puede cambiar la vida en un instante. Allí estaba él, donde no tenía que estar.
Los domingos siempre habían sido tristes. Muy tristes y con una soledad demasiado penosa. Más desgarradora que el resto de días de la semana. El de aquel cinco de octubre no podía escapar de la norma. No era igual a todos los domingos. Era a la vez distinto y extraño, como en un sueño. La voz de la representante de la organización humanitaria concretaba que el hospital de Médicos sin Fronteras de Kunduz había sido bombardeado aquella misma mañana, temprano, por un avión americano de las fuerzas de la coalición. Una matanza. Una locura. Una carnicería, por error, decían los americanos. Una pérdida horrible e incomprensible de vidas humanas.
La calle bullía, hormigueaba, parecía hervir entre un millar de hogueras. Voces, crujidos, ladridos, olas que se rompían, que volvían a emerger. Las batas blancas se habían convertido en un trastorno singular. Un congreso de garcillas bueyeras.
Ella intentaba abrirse paso entre la muchedumbre. Un remolino, un torrente. El murmullo del gentío superaba los rumores de la memoria. Imágenes brutales. Voces que se reían de ella. Papelitos blancos en todos los rincones, restos de pancartas pisadas. Um flotaba sobre esas olas juveniles como una brinza en un viento violento. Una gota azul en un mar blanco. Transportada, arrastrada, se deslizaba sin rumbo. El esfuerzo de apartar a su hijo de su mente lo había reducido a un estado mental de blando decaimiento. Estaba dentro de los caminos tortuosos de la tristeza. Erraba, deambulaba. Ni viva ni tampoco muerta. Se había marchitado durante las últimas horas.
Al día siguiente, los basureros hallaron, en primer lugar, un gorro rojo y luego, bajo un montón de papeles publicitarios, manchados de sangre, el cadáver de una mujer de cara arrugada y pelo encanecido, con un vestido azul y una sonrisa desilusionada.

Abdellah El Hassouni.
Rabat, abril de 2016.
Basado en motivos de relato “Desagravio” de Ricardo Piglia.


«CONFESIONES DE UN CORAZÓN LÁNGUIDO» de MARÍA EL KANNASSI



Me vuelco  ante el sonido de tu voz suave y volátil,

como el velero engullido por los brazos amorfos del mar.

Tu  viento me aleja de todas las orillas acogedoras

en las que podría  atracar sin demasiado daño,

me atrae y  me arrastra cruelmente  en tu corriente  ineluctable,

me hace encallar contra los acantilados irregulares de tu cuerpo,

atrayente, inaccesible,

espejismo siempre presente  en  mi camino.



Haces que me hunda en el vértigo  de tu mirada misteriosa ,

desconcertante y maligna,

que intento robarte  para iluminar mis noches solitarias.

Sigo viviendo, esperando,

quizá algún día podrás calentar el lado vacío de mi lecho.



Cuando las paredes desnudas de mi habitación me aíslan del mundo,

solo me puede alcanzar tu imagen ineludible,

me atrapa en la tela  despiadada  de tu recuerdo,

el recuerdo de tu aliento  tibio,

cuando roza mi piel curtida.



Tu contacto abrasador despierta mis deseos más escondidos,

más ignorados.

Imperturbable es mi amor,

inconmovible,

aunque sigues jugando con él,

como una niña caprichosa,

insaciable,

que no conoce todavía limite ni código.



¿Adónde me estás llevando, criatura de mi fantasía,

imagen dominante de mi obsesión permanente?

¡Ay, mariposa fascinante!

No eres consciente del peso de tus delicadas alas sobre mi pecho demacrado,

te  imaginas todavía inerte en tu crisálida envolvente,

te crees  todavía inofensiva, inocente .



¡Ay,  mujer de mis sueños!

No te puedo imaginar fuera de mi historia,

aunque parece una pesadilla .

No soy nada más que un huérfano,

huérfano de la caricia inesperada de tus labios .



¿Cuántos amores me estás contando?

¿De cuántos me estás alejando?

Te  has apoderado de mi corazón vagabundo,

acallas sus sueños más íntimos…

Haces vacilar este árbol  tremendo  y  majestuoso.



Se me escapa sin pesar,

tu amor.

Me rechazan sin vergüenza,

mis sueños.



La pena…

Esa misma pena que me persigue  en  tu ausencia,

se  vuelve poderosa, insufrible,

me estrangula,

se burla de mi impotencia.



Desvela las  suspendidas palabras a tus labios parcos…

Deja que echen a volar hacia mi corazón ávido,

que se conviertan en joyas ,

quizás en puñales ,

aunque me quiten el lazo que me detiene,  indefectible…



María El Kanassi

Rabat, marzo-abril de 2016

«VEINTE AÑOS, HIJO», BAHIA OMARI

    Lloro sin cortar cebollas, pero oigo la fluidez de las lágrimas, lágrimas por el dolor que alcanza siempre mi corazón, mi alma; un...

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Cantando los versos de José Martí.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Iman y Anastasio recitando a Mario Benedetti. Mohammed a la guitarra.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Manal, Ahlam y Assia recitando a Oliverio Girondo.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Rkia recitando a Delmira Agustini

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Bahia recitando a Alfonsina Storni.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Laura & Mohamed y Mohamed & Laura cantando a Alfonsina Storni.

Ensayando para el Día E junio 2015

Ensayando para el Día E junio 2015
Grupo del Taller de Lectura y escritura 2015

Recital 18 de junio de 2016

Recital 18 de junio de 2016
21.00 Instituto Cervantes de Rabat

Bahia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Bahia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015, 19.00 -INSTITUTO CERVANTES DE RABAT -

Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015

Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015

Fatima. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Fatima. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Rabat, 24 de abril de 2015.

Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

RECITAL 11 DE JUNIO DE 2014

RECITAL 11 DE JUNIO DE 2014
Recital "A orillas del Bu Regreg 2014"