Ya le digo
yo, su señoría, que soy inocente, que otros quieren echarme el muerto encima
para que no cuente verdades como puños. ¿Las quiere oír? Está bien, usted es el
mandamás. Yo estoy aquí por error. Sello mis labios. No se ponga como un
basilisco, señoría. Le prometo que los abriré cuando usted me lo ordene, que
para eso es el rey de este circo y yo solo un simple peón a sus órdenes. Se me
ha escapado lo de “circo”. A veces se me desata la lengua. Como mande usted. Me
callo.
(…)
¿Qué empiece por el
principio? Acláreme eso del principio… Hay muchos, jefe. Perdón, no quería
molestarlo con lo de “jefe”, pero usted es el que manda aquí ¿no? ¿El principio
de los principios? No sé si lo recordaré… Es que hay muchos principios en la
vida y no sé a cuál se refiere… Está bien, no se encabrone conmigo, jefe.
Perdón, su señoría. Pues ahí va el principio: Yo estaba asustado, agitándome como un condenado en el vientre de mi
madre y la pobre mujer no sabía cómo tranquilizarme, así que se tomó una
botella de vodka de un tirón y consiguió devolverme la paz. Ella siempre supo
lo que yo necesitaba… Bueno, eso lo deduje yo cuando nací. Siempre fui muy vivo
para algunas cosas. Usted me ha dicho que empiece por el principio. Pero
ese es el principio de los principios y yo hago lo que me mandan. No. A ellos
no les hice caso cuando me dijeron que lo hiciese. No. Por aquel entonces no me
salía la mala leche.
(…)
Ellas eras dulces y
delicadas y yo el encargado de cuidarlas. Sí, señor, ya lo ha oído, “cuidarlas”.
Ellos las maltrataban. Sí, a todas. Las arrancaban y las desangraban, delante
de mis narices. Y yo no podía consentirlo. No. ¡Eran tan bellas! Y yo, un
romántico. Las salvé a todas de sus garras.
(…)
¿Tiene usted hijos? Pues
yo también. Tres. Y tienen que comer todos los días. Por eso me hice cargo de
ellas. Cuidarlas era tener doscientos euros más en el bolsillo además del
miserable sueldo que me dan todos los vecinos. Sí. Todos ellos son unos
miserables. Me están chupando la sangre. Y son unos desagradecidos. ¿Que por
qué acepté cuidarlas? ¿No lo hubiera hecho usted por los suyos? No lo estoy
comparando… Usted vive en una mansión y yo en una ratonera. Y ya estoy harto de
tragar. Cuando el presidente me dijo que ya no me encargaría más de ellas, se
la clavé enterita en el corazón. Siempre guardo una en el bolsillo del
pantalón. Por si acaso. ¿Si lo sentí? No entiendo la pregunta, señoría. ¿Quién
tenía que sentir qué? Yo siento por una mujer de bandera y no por una de tetas
caídas y arrugadas como las pasas, pero si se refiere a él… la respuesta es SÍ.
Sufrió una barbaridad. Pero éste también se lo merecía. Eso es, mi comandante.
Perdón, su señoría. A veces se me olvida que ya no estoy sirviendo a la Patria.
(…)
No, señoría. Ya se lo he
dicho. Estaban colgando de sus cuerpecillos, desamparadas. Sufriendo en
silencio. Hasta que me suplicaron y yo les tendí mi mano. Eso es. Yo era el
conserje y ellas me reconocieron al instante porque las cuidaba todos los días.
Yo no soy mala persona. Tampoco un bendito. Ellos ya no son mis amigos, dejaron
de serlo cuando las encerraron en sus casas y ellas necesitaban luz, mucha luz.
(…)
No señor, yo no les arranqué
la vida. Ya le he dicho que yo era el conserje y me ofrecieron cuidar el
jardín. No sé cuántas veces se lo he repetido. Tiene usted un problema auditivo
¿? muy serio, señor juez. Fueron ellos. Lo sé, eran criaturas, pero no
indefensas. También lo sé. ¡Por Dios! Tengo tres en casa. Debería ir usted al
médico, señoría. Hágame caso. En su trabajo es importante tener buen oído.
(…)
Estaban sedientas,
marchitas. Y yo les devolví la paz e hice Justicia. Ya le he dicho que no pude
evitarlo. Ellos no las dejaban en paz. ¿Por qué no llamé a la policía? Porque
no soy un chivato. Nunca lo fui y no voy a serlo ahora. ¿Que por qué se lo
cuento a usted? Porque usted es el mandamás y me ha hecho jurar que contaría la
verdad. Y yo soy un hombre de principios.
(…)
¿Que qué hice después?
Las rescaté y las devolví al jardín, pero algunas no sobrevivieron y tuve que
enterrarlas. También tengo mi corazoncito. No, señoría, no soy un sanguinario.
No tuve escapatoria. Ellos se acercaron de nuevo y les arrancaron los pétalos,
uno a uno, para disfrutar como las otras veces y yo tenía que hacerlo para que
dejaran de sufrir. Primero me deshice del Rubio, el más bárbaro de los dos. No
se lo puedo contar. Ya le he dicho que no me gusta ver la sangre desparramada,
vomito al instante. Sí, supongo que se desangró, pero yo no lo vi. Estaba
ocupado con el Pecas. Le rajé la garganta como una sandía. El muy cabrón se
desplomó al instante. Él merecía sufrir. Como los otros. Sí, tengo mucha
experiencia por los años que pasé deslomándome en la carnicería de Santiago.
¿La conoce? Es la mejor del barrio. Te venden carne de la buena. ¿Que eran solo
unos críos? Sí. Eran unos jodidos críos que se cargaron las azucenas más
hermosas de mi jardín. Y NAIDE toca mis flores.
(…)
Me estoy hartando de
repetirle lo mismo. No insista, no vaya por ese camino, señoría, ¡qué no quiero
faltarle al respeto! A usted no, que es el mandamás y yo solo un simple peón.
Los peones siempre obedecemos las órdenes. ¿Que eran unas simples flores? ¡Me
cago en la leche! ¿Me está diciendo que unos mocosos malcriados pueden destrozarlas
sin piedad porque son unas plantitas sin importancia? Son mis azucenas. Y NAIDE
toca lo mío. NAIDE.
(…)
Me descuidé y la vecina
del primero me vio la cara. Y no debía hacerlo. No. No debía. Pero lo hizo. Le
rogué que mirase al suelo. Ella se fijó en mis ojos y me reconoció en el minuto
cero. Estaba harta de la vida. Lo sé. Me lo dijo una vez en el rellano de las
escaleras. Y esa noche me lo pidió otra vez con sus ojitos encogidos y
apagados. Y yo, que soy un simple peón, más obediente que un monaguillo, la
obedecí. No, señoría. Ella no sufrió. El corte fue limpio, sin dolor. Ya se lo
he contado todo. No, señoría. Ya se lo he repetido millones de veces. Yo la salvé
del dolor de ver su piel arrugada como los higos y su estómago más vacío que mi
cuenta corriente. ¿Qué era una pobre vieja? Sí, señoría. Se pasaba el día
pidiendo y me daba una “penita pena mu grande”. ¡Por Dios! Como el
Gobierno no se preocupa de los jubilados… Yo la salvé de la miseria. Y ahora
descansa en paz.
(…)
¿Qué por qué hice lo que hice
con mi hermana? Porque me buscó… Y el que me busca, me encuentra. Era una
lagarta, me quería arruinar. Le he dicho que no. Que no vaya por ese camino,
señoría, que puede perderse. No. Su padre no era mi padre, y ella… la preferida
de mi madre. Cuando la muy zorra se casó de nuevo, después de abandonar a mi
padre, dejó de quererme. Sí. La odiaba. A muerte. A mi hermana también. Ya se
lo he dicho. Me voy a rayar como un disco de los de antes. ¿Qué mi padre era un
borracho? Y mi madre… una puta. ¿Y quién no se bebe un par de cervecitas? Que
levante la mano aquí el que no lo haya hecho nunca. ¿Ve, su señoría?
(…)
¿Que a cuántos he
salvado? No soy bueno con los números, señoría, pero supongo que dos veces
tantos dedos como tengo en ambas manos…
(…)
Ya me harté. Pregúntele
al de Arriba. Él lo ve todo y lo sabe todo. Sabe que no puedo evitarlo. Soy
débil. No puedo ver el sufrimiento. Y todos sufrían demasiado. Y yo estaba allí
para remediarlo. Tiene razón, señoría, pero yo no he pecado. Él lo sabe. Yo estoy
libre de culpa.
Clara Urbano
Rabat, mayo de 2016
Actividad
“Narrar en 1ª persona el relato de un personaje que se considera inocente y a
quien el lector debe ver como agresor” (Propuesta de clase inspirada en Los
girasoles ciegos de Alberto Méndez.)