TALLER DE ESCRITURA "A ORILLAS DEL BU REGREG" DEL INSTITUTO CERVANTES DE RABAT

Bienvenidos a «A orillas del Bu Regreg», el blog de los integrantes del Taller de lectura y escritura creativa, un curso especial que realizamos desde hace doce años en el Instituto Cervantes de Rabat (Marruecos).

En este espacio damos a conocer los cuentos, poemas y otros ejercicios de escritura que se proponen en clase y que realizan nuestros alumnos, aunque también publicamos colaboraciones de nuestros lectores.

Muchas gracias por leernos y por compartir vuestras opiniones.
Ester Rabasco Macías (profesora del Taller)

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lunes, 21 de junio de 2010

“EL SALTO” de SIHAM HMAMOUCHI



Los cantos se deben oír a kilómetros estoy segura. Los mayores van delante con antorchas, como intentando abrir paso no sé ante quién, pues sólo la playa nos espera. La fiesta se siente, se palpa. Los jóvenes siguen cantando y, según me cuenta Arwako, se trata de una canción típica de su tribu que los jóvenes aprenden desde pequeños con los abuelos y ancianos del lugar, los encargados de pasarla de generación en generación. Arwako ha adelantado posiciones en el grupo y se ha puesto a mi lado; su gesto es de total ilusión, imagino que intenta explicarme el significado de los rituales para contagiarme su entusiasmo. Miro hacia atrás, viene más gente de la que pensaba y en todos ellos la expresión del rostro es la misma: una mezcla de alegría y nervios. Tom viene unos pasos más atrás, sigue hablando con unos chicos del lugar. Y tía Minette, una mujer entrada en años, gordita y con el pelo blanco, que siempre es un encanto con nosotros, va unos metros más adelante y de la mano de Urko. Seguimos andando, más que andar casi todos bailan, se nota que disfrutan del acontecimiento, tengo ganas de llegar y de poder ver cómo todo transcurre…

El capitán llegó con retraso, todos en la mesa lo esperábamos. Lo primero que hizo fue saludar a las mujeres, pues su cortesía era impecable. El uniforme parecía sacado de la tienda, recién estrenado. La música de fondo había parado por un momento. Quizá los músicos se habían detenido para comer. Yo tenía un hambre devastadora, pero no quería ser maleducada, quería esperar a que el capitán empezara para por fin hacerlo yo también. Aunque él estaba tan dedicado a saludar y agradar a todos que no se daba cuenta de lo deliciosa que era la comida que nos esperaba en la mesa.
Tom se levantó por un momento, me dijo que enseguida volvía, que si preguntaban por él lo disculpase. Yo tenía tanta hambre que no quise preguntarle adónde iba. Por fin el capitán se sentó a la mesa
- Disculpen la tardanza… ¿Es todo de su gusto?
- No se preocupe, le esperábamos. Se dio prisa en contestar la señora Smith.
Los señores Smith eran de Oklahoma y según les oí contar anoche en cubierta venían a ver a su hijo que vivía en Dreali desde hacía 10 años.
Por fin el capitán empezó a cenar y yo tuve la posibilidad de calmar mi apetito con aquel asado que relucía como si llevase barniz y que olía maravillosamente

Vuelvo a mirar hacia atrás para no perder de vista a Tom. Sigue con esos chicos que son del pueblo, va tan absorto en lo que estamos viviendo que hace rato que también baila o que mueve sus piernas sin ritmo alguno.
- Tom ¿no sabes hacerlo mejor? -Le pregunto mientras me empiezo a reír.
Siempre ha sido un buen amigo, desde la infancia, y esta vez me ha vuelto a demostrar su amistad con su empeño en acompañarme en el viaje. Imagino que temía mi reacción después de todo lo ocurrido y la verdad es que en muchos momentos hasta yo misma la temía. Iván, mi amado Iván, iba a casarse con mi hermana. Pero no quiero pensar en eso ahora, no quiero perderme en la desesperación de no comprender nada, quiero seguir disfrutando de la fiesta.
Arwako, que sigue andando a mi lado, me cuenta que el joven que preside la comitiva, el que va vestido de blanco y azul y que lleva unas flores en su cuello a modo de obsequio, es el que lo va a hacer esta vez. Pero ¿hacer el qué? Nadie termina de explicármelo. Según me dice es una costumbre de siglos que los viejos del lugar han luchado por conservar. Intento no demostrar mi curiosidad exageradamente pero ya estoy ansiosa por llegar y ver lo que va a pasar. Pongo interés en lo que Arwako me dice. Unas jóvenes del lugar vienen corriendo y nos cuelgan un collar flores a todos alrededor del cuello. Dicen algo en su dialecto natal pero no consigo entenderlas.
Seguimos caminando al son de la música, el sol empieza a ocultarse y ahora las antorchas, que horas atrás no tenían sentido para mí, empiezan a dibujar un paisaje tan bonito que es imposible explicarlo con palabras. El aroma de las flores que las chicas me han puesto invade todos mis sentidos. ¿Cómo es posible tanta armonía? La gente parece olvidar por unas horas sus problemas y preocupaciones y se dedica simplemente a ser feliz, a disfrutar de la compañía de los otros, a cultivar eso que llamamos vivir. Aunque, cuando me fijo detenidamente en los que acompañan al chico de la camisa blanca y pantalón azul, percibo que estos están más tensos.
Yo también intento dejar mi angustia en cada paso que doy. Saco mi cámara de fotos para atrapar cada momento, cada mirada, cada suspiro de todos los que nos dirigimos a la playa al ritmo de esta danza. Éste será el material de mi próxima exposición en Nueva York.

Terminamos de cenar, el capitán siguió contando batallitas de sus numerosos viajes, los señores Smith escuchaba sin pestañear. Yo tenía la sensación de que el capitán inventaba muchas cosas en sus relatos, pero no iba a interrumpir la velada, parecía muy cómodo y se notaba en su sonrisa que lo pasaba bien viendo las caras de asombro que provocaban sus historias.
- ¿Y cómo es que tres jóvenes se deciden a venir solos por estos mundos? -preguntó de repente mirando a Wendy. Ella se quedó como sorprendida ante la curiosidad y balbuceó sin articular palabra. Wendy es mi hermana pequeña, miedosa, introvertida y amante de la danza. Desde pequeña siempre ha recorrido los pasillos de nuestra casa ensayando sus pasos de baile. “Mira, mira, este lo he aprendido hoy”, recuerdo que siempre decía llena de ilusión mientras los demás no le hacíamos demasiado caso entregados a nuestras tareas diarias. Pero, para mí, desde siempre ha sido mi hermana favorita. Y quiero creer que yo para ella también lo soy.
Cuando pasó todo aquello, cuando me enteré de que Iván, a pesar de que llevábamos un año amándonos, se casaba con mi hermana, así sin avisar, sin decirme nada, como si yo no fuera más que una colilla tirada en la calle, me sentí morir. Yo no comprendía como Iván podía ser tan falso, tan frío, tan poco hombre. ¡Qué lástima de tiempo perdido a su lado! Pero no podía decirle nada a ella, mi hermana no debía enterarse por mi boca. Iván era un ser despreciable, pero mi hermana debía enterarse por otros medios, no por mí. Ante todo quería mantener la lealtad a mi hermana. Fue entonces también cuando Wendy se enteró de que Tom y yo preparábamos el viaje. Y enseguida se unió a nosotros. Iríamos a visitar a tía Minette. Ella siempre había sido encantadora con nosotros y siempre nos había insistido en que fuéramos a verla.

Cada vez se nota más que la noche nos hace suyos. El grupo cada vez es más grande o quizás es una sensación mía. Ya se ve a lo lejos la playa. Aunque todavía no se puede distinguir si allí hay o no gente esperando. Un grupo de mujeres se ha parado; yo intento observar y adivinar qué pretenden hacer, pero aún no soy capaz de descifrar el enigma.
- Chicos, chicos. Viene buscándonos tía Minette.
– ¡Shhh! -le digo sin dejarle articular palabra mientras le indico que estoy atenta a lo que hacen esas mujeres. Cojo mi cámara y comienzo a hacer fotos para mi exposición. Miro a mi alrededor, por un momento el tumulto de la gente me agobia, espero que lleguemos pronto adonde quiera que sea y que esto acabe.

Ante el balbuceo de Wendy intento que no se me notara la ansiedad y tomé la palabra para contestar al capitán:
– Venimos a ver a nuestra tía Minette, hace años que no la vemos.
– Muy bien -contestó el capitán como dándonos su bendición.
Un miembro de la tripulación vino hacia la mesa y le dijo algo en el oído a nuestro anfitrión. El capitán se levantó al momento;
– Me van a tener que disculpar, tengo que subir a la sala de máquinas.
– ¿Algún problema? –se apresuró a preguntar la señora Smith.
– Ninguno, no se preocupen. Sólo son unas cuestiones técnicas las que debo resolver. Les deseo que pasen una agradable velada. Mañana a medio día llegaremos a puerto.
Sin más se fue por el lado derecho de la sala, la música hacía rato que había vuelto a sonar y el murmullo de las conversaciones de todas las mesas quedaba difuminado entre las notas de los violines. Nosotros también nos levantamos de la mesa. Al día siguiente debíamos estar descansados y era mejor irse a los camarotes a dormir.
Yo tenía que preparar mi cámara de fotos y dormir sin pensar en nada, no quería que la tristeza me envolviera en sus alas aquella noche otra vez. Me quedé mirando las estrellas por la escotilla de mi camarote. La inmensidad del universo me cautivaba y me venía a la mente el recuerdo de Iván… Se casaba con mi hermana... Sin darme cuenta me quedé dormida.
Sentí el calor en mi espalda de los rayos de sol que entraban atravesando el cristal. Se oyó un ruido afuera. Yo no sabía qué hora era, pero tenía la impresión de que habíamos llegado a puerto. Salté de mi cama, me vi corriendo y me fui voy a buscar a Tom, no había nadie en su camarote. Iba a dejar mis nudillos marcados en su puerta como siguiera llamando.
–Estamos aquí –me dijo entre risas Wendy-. Íbamos a buscarte ahora, hermanita –añadió mientras caminaba con sus maletas–. Coge todas tus cosas, tía Minette ya nos espera.
Bajamos del barco. Tía Minette no había cambiado nada en todos aquellos años. Seguía siendo la mujer gordita con el pelo blanco que me cogía en sus brazos cuando era pequeña. Me acerqué corriendo a ella y la levanté con un abrazo como si fuera a hacer que tocara el sol con sus manos.
– Bájame, no seas descarada – me gritó con alegría mientras se recolocaba su vestido.
Luego, casi no nos dejó hablar. Nos explicó que habíamos llegado justo el día en el que la gente del lugar celebraba el ritual de la juventud. Pero debíamos darnos prisa para llegar a tiempo, así que sin más nos dirigimos adonde empezaba el recorrido…

Tía Minette espera pacientemente a que yo haga las fotos. Seguimos andando mientras me explica lo que va a ocurrir y que está relacionado con lo que los nativos del lugar llaman “el paso de niño a hombre”. Arwako la interrumpe para decir que es una tradición de siglos y siglos.
Hemos llegado a la playa, la gente hace un semicírculo. El chico que iba delante de todos sube por una sencilla escalera hecha con cuerdas, debe haber unos veinte metros hasta arriba. Con tan sólo mirar, siento vértigo. El muchacho sube como pensándose cada uno de sus pasos y la gente del lugar parece repetir mentalmente cada uno de los pasos. Abajo los más jóvenes se preparan para el momento. ¿Pero es que se va a tirar desde allí arriba?
No puedo creer que vaya a hacerlo, pero así es, cuando llega arriba se encomienda a sus espíritus y se tira… Abajo los hombres de la tribu lo esperan. Se han colocado de una manera muy especial para cogerlo. Según me explican, el muchacho deja en ese momento “el niño” arriba y comienza su vida como hombre después de ese salto. Ese es “el paso de niño a hombre” que generación tras generación se encargan de mantener vivo.
Me quedo mirando, pensativa, ese salto que por supuesto he atrapado en mis fotos ha significado para mí más de lo que yo pensaba. Soy consciente de quién soy, de quién he querido ser y yo también voy a dar ese salto aunque sea en mi mente. Nunca más me sentiré mal por Iván. No lo merece.


Siham Hmamouchi
Rabat, mayo-junio de 2010
(Basado en el ejercicio realizado a partir de “Comienza el desfile” de Reinaldo Arenas)

“YAKUT, LA MUJER DE MIS SUEÑOS” DE FATINE SEBTI



Me levanté temprano y muy feliz. Casi no había dormido en toda la noche, ya que tan excitado e impaciente me hallaba. Era miércoles, el día del Gran Mercado… Y yo, después de años de privación y de ahorro, ¡por fin iba a comprar la esclava más tierna y más sumisa del mundo!
Me puse mi traje más elegante, tomé mi mula y me fui más alegre que nunca al Gran Mercado. Brillaba un sol radiante, el cielo estaba de azul primaveral y los ruiseñores compartían mi alegría cantando serenatas de amor.
- ¡Por fin tendré a la mujer de mis sueños! Ya imagino su cuerpo alto, delgado, fuerte y vigoroso. Veo ya sus ojos negros, su boca grande con sus labios carnosos, su piel de seda y hasta noto su olor a desierto del Sahara. La llamaré Yakut. Ya siento sus manos expertas lavándome los pies con agua caliente, dándome masajes y muchas otras cosas… -me decía a mí mismo, cuando una ola de placer hizo que me estremeciera.
Llegué al mercado que, como de costumbre, estaba repleto de gente. Me bajé de la mula, la coloqué tras de mí y empecé a abrirme camino entre la muchedumbre. El comerciante de esclavas estaba exponiendo sus bellas mujeres de color chocolate cerca del cerezo. Yo ya las podía ver desde lejos y mi corazón vibraba de impaciencia. Caminé un rato y, cuando me quedaban tan sólo algunos metros para llegar, mi mula empezó a aminorar el paso hasta que finalmente se detuvo por completo. Me puse muy nervioso, la venta había empezado y yo quería llegar para escoger de entre las primeras mujeres. Tiré con fuerza de la mula, pero ésta no quiso moverse. Le grité, la azoté, sin lograr resultado alguno. Iba a pedir ayuda cuando, de repente, el cielo se tiñó de negro, se hizo de noche y la gente desapareció. Me encontré solo, descalzo y sin mula, en la plaza desierta del mercado, cerca del cerezo con sus sombras amenazadoras. Tenía en la mano una manta y llevaba mi pijama de rayas rojas y azules. Muerto de miedo y de frío me puse a correr hacia mi casa. Al llegar, encontré a mi hija esperándome ansiosamente y con un incesante vaivén.
- ¡Por fin! ¡Gracias a Dios que te has despertado! Mamá había olvidado cerrar la puerta con llave.
Subí a la habitación y encontré a mi mujer roncando estrepitosamente y ocupando casi toda la cama. La miré un rato… Blanca, demasiado blanca. Gorda, demasiado gorda. Fría y oliendo a patatas fritas… Con aquellos pelos desordenados, el pijama muy ancho y sin color alguno… ¡Dios mío, qué castigo! La única mujer que aceptó casarse conmigo… Todo esto por ser sonámbulo…
Me fui al salón con mi manta y me volví a dormir… Quizás esa noche lograra por fin comprar a mi Yakut, la mujer de mis sueños.

Fatine Sebti.
Rabat, 2009.
(Ejercicio basado e inspirado en un sueño)

“ROSTROS” DE IMAN TANOUTI



Desfilaban todo el día ante mis ojos. Unos eran agradables, dulces y hermosos y me hacían mimos y gestos cariñosos. Y otros tan feos que, convencidos y casi avergonzados de su fealdad, agachaban la cabeza con temor y vacilación, como si temieran hacerme llorar. Otros, por el contrario, aunque no eran necesariamente guapos, mostraban autoestima y orgullo y me miraban con toda la seguridad del mundo. Algunos, ridículos y pesados, realizaban ciertos gestos estúpidos y patéticos como para hacerme reír.
Y cuanto más pasaban los días más se multiplicaban. Unos eran blancos, otros amarillos o negros, redondos, cuadrados u ovalados. Rostros y más rostros. Y yo allí, disfrutando caprichosamente y aprovechándome de la situación para satisfacer con una sonrisa a los que me gustaban e intimidar con fuertes y ensordecedores llantos a quienes me caían mal.
Yo, es verdad, aquí en mi cuna bien calentita y estratégicamente situada, como una reina bendiciendo a sus súbditos, viendo desfilar esa variedad de rostros buenos o malos, pero jamás indiferentes ante mi diminuta superioridad.

Iman Tanouti
Rabat, 15 de diciembre de 2009
(Ejercicio basado en “Los Besos” de Juan Carlos Onetti)

jueves, 10 de junio de 2010

LA CIUDAD ENFEBRECIDA de ABDERRAOUF SBIHI



El lunes de la última semana de junio de mil novecientos setenta, la ciudad de los corsarios amaneció con fiebre. Las calles estaban llenas de banderas con los colores rojo y blanco, los mismos colores que abanderaban las camisetas del equipo del balonmano. Durante toda la semana siguiente, tanto viejos como niños conversaron una y otra vez sobre el partido del domingo siguiente: el partido de la Final de la Copa del Trono.
Nosotros, un grupo de amigos, formábamos el equipo del momento. Mi familia, mis padres especialmente, seguidores fervorosos, trataban de relajar el ambiente, pero yo veía la verdad en sus caras relumbrantes de orgullo. Yo y seguramente mis amigos creíamos a pies juntillas en nuestro propio triunfo. Tal vez, sobre todo, por los demás. Yo no quería decepcionar a mis padres, ni a mi barrio ni a las murallas que testimonian nuestra generosa historia.
En aquellos días, cada ida y regreso entre la casa y el colegio se convirtió en una escena de intercambio de miradas. Por otra parte, yo era un héroe virtual (como diríamos ahora) y en mi interior eso aumentaba la adrenalina y la motivación… ¡Dios mío! Además, yo realmente realizaba dos idas y dos regresos para ir al colegio cada día.
Al acercase aquel domingo, el peso de las miradas acababa poniéndome los pelos de punta… Pero yo debía estar a la altura de los acontecimientos. Ante la pregunta “¿Qué vamos a hacer el domingo?”, yo respondía: “No tengo ni idea”. La víspera del domingo me mantuve en la ingravidez pensando en tan sólo una cosa: “¿Cómo podía hacer feliz las miradas que me perseguían?”.
El momento crucial llegó. El estadio estaba lleno, los aficionados vestían también de rojo y blanco. Yo me olvidé de todo y me fije en el trofeo que resplandecía en la mesa oficial.
Hasta ahora me acuerdo de aquel momento increíble y de mí sudando, con el corazón latiendo y llorando de orgullo. Aquel momento inolvidable quedó fijado para siempre cuando levanté el trofeo del Trono con el sonido de fondo de los aficionados, que incrustaron para siempre su eco en las murallas de nuestra Salé.
El desafío acabó en victoria. ¡A Dios gracias!

Abderraouf Sbihi.
Rabat, mayo de 2010.
(Ejercicio realizado a partir de “Comienza el desfile” de Reinaldo Arenas)

miércoles, 9 de junio de 2010

EN EL BARRIO DEL “AYUN” de MARYAM BENCHEKROUN



Era pequeña. Vivíamos en la Medina de Fes. Mi hermana mayor estaba casada. De vez en cuando yo iba a visitarla a su casa que se ubicaba en un wadi y que estaba en el barrio del Ayun, un barrio de estilo tradicional. Claro que estaba dotada de fuentes y de un algo parecido a un pozo que en árabe se llama maada.
Para llegar a su casa tenía que atravesar diferentes barrios, unos con muchas tiendas y actividades, otros con cierto movimiento de va y viene y otros casi sin vida, desocupados y peligrosos y en donde se ven sólo una o dos puertas y paredes, semejando el conjunto una muralla.
Ese es el caso del último barrio que da al callejón donde se situaba, al fondo, la casa de mi hermana. Desde su terraza se veía, debajo de su fachada principal, un cementerio. Y, desde la parte de atrás, la pequeña muralla de un riad y, debajo, el wadi. Desde su parte lateral y detrás de unas casas, había un marabú con tumbas.
Un día llegué a este temeroso barrio, pero me detuve frente a la puerta del taller del zapatero en donde había que girar para subir unas grandes y largas escaleras delimitadas por tremendas paredes. Al mirar la parte de arriba de esa puerta, vi una gigantesca ola del mar que se abalanzaba hacia mí. Estuve a punto de perder la respiración, como si realmente ya estuviese ahogada.
Otro día, al llegar al mismo sitio, me vi caer libremente desde esa pared tan alta. Sentí mi corazón caer muy abajo y también en esa ocasión casi perdí la respiración.
Gracias a Dios, volví en mí y me desperté en ese momento crítico con una elevada tasa de adrenalina importante en mi cuerpo, pero sana y acostada en mi cama.

Maryam Benchekroun
Rabat, mayo-junio de 2010
(Ejercicio inspirado en los sueños de “Antes de que anochezca” de Reinaldo Arenas)

martes, 1 de junio de 2010

“ÚLTIMA DESPEDIDA” DE RKIA OKMENI



A mi padre le gustaba, durante mis escasas visitas, sentarse a mi lado en el coche y contemplar al paisaje mientras hablábamos de todo: de la reciente venta de alguna parcela, de la última o próxima boda de vecinos o familiares, de la –imposible olvidarlo- muerte de un amigo suyo o de sus proyectos futuros. Quería que me enterase de todo lo ocurrido en el pueblo durante mi ausencia. Solía bajar el cristal, poner su codo derecho fuera del coche y, de vez en cuando, saludar a algún conocido que pasaba por la calle. Yo sentía su orgullo, el orgullo de ser mi padre, un orgullo casi palpable. Entonces lo veía de otra manera. Estaba atento a sus cualidades y a sus defectos, pero no lo juzgaba como se juzga a un adulto. Lo aceptaba tal como era. Era mi padre.
Al salir de la mezquita, los hombres, mayores y jóvenes, mientras andaban con un movimiento rítmico, cantaban a una sola voz unida por el canto religioso como se solía hacer en todo funeral. Además, durante aquel mes de junio, en nuestro oasis, todos sudaban pero nadie se quejaba del calor. Yo iba poniendo mis pies uno ante otro mecánicamente mientras seguíamos al féretro, que transportaban tres jóvenes y mi hermano mayor.
- Os acompaño en el sentimiento a ti y a toda tu familia -me dijo nuestro vecino de enfrente apretándome la mano.
Luego, la misma frase y el mismo gesto se repitieron a lo largo del funeral.
Yo llevaba mis gafas oscuras para ocultar mis ojos hinchados. Pensaba que mis lágrimas no iban a cesar nunca. Veía a muchos desconocidos, seguramente la mayoría de ellos eran niños de mi ayer que habían crecido durante mis años de ausencia, pues todos al verme se acercaban y, apretándome la mano o abrazándome, según el grado de familiaridad con el difunto, me decían una de esas frases hechas que se suelen decir en parecidas ocasiones. Muchos añadían: “¡Era un buen hombre, qué descanse en paz!”. Yo respondía algo, pero ellos no se paraban a escuchar mi respuesta perdida en medio de los cantos funerarios. Todos seguíamos andando. Tampoco me pasó desapercibido que la gente del pueblo, al ver el cortejo, se detenía al borde del camino por respeto al muerto.
Fue durante un viaje, no muy largo, sólo a unos doscientos kilómetros del pueblo. Habíamos ido para asistir a la boda de una prima mía. Después del almuerzo, nos sentamos juntos sobre un montículo lejos del ruido, de la música y de los cantos que nos llegaban desde la casa de mi tía. Ambos mirábamos hacia el acantilado de color ocre de enfrente y hacia la carretera que pasaba por debajo. Mi padre empezó a hablar. Miraba los coches que pasaban a lo lejos a toda velocidad dirigiéndose hacia las dunas de arena que hay al sur del país y que todas las agencias de viaje aconsejan a sus clientes.
Hablaba y me contaba su primer viaje que había realizado para estudiar, no unos estudios cualesquiera, sino estudios religiosos, en una comarca desértica que lo dificultaba todo: las costumbres, las condiciones climáticas e incluso el habla eran diferentes. Venía con grandes ganas de lograr el aprendizaje y la memorización del libro sagrado. Se había comprado con sus ahorros (días antes del gran viaje de su vida y cuando sólo contaba veintidós años) ropa y zapatos nuevos.
Debíamos atravesar el único puente que separaba el cementerio del pueblo. Dos primos míos, que reconocí con gran dificultad por los turbantes que se habían puesto en la cabeza para protegerse del sol, salieron de la masa para organizar el paso del puente. Ayudaron a parar los vehículos mientras el cortejo continuaba huyendo de aquel calor inaguantable. Al echar una mirada hacia atrás, me sorprendió el número de personas que nos seguía. Había aumentado, quizás incluso doblado o mucho más. El canto continuaba: la mitad de delante lo empezaba y la otra de atrás acababa la segunda parte. Después del puente, se formó una nube de polvo inevitable provocada por las sandalias de cuero de fabricación local que todos llevaban en verano y, sobre todo, por el hecho de que toda aquella muchedumbre arrastraba los pies a causa del calor, de la sed y del cansancio. Vi las primeras lápidas del cementerio. A poca distancia de nosotros, dos hombres esperaban nuestra llegada cerca de la tumba ya cavada y preparada para recibir a mi padre.
Yo lo escuchaba con algo de solemnidad en mi actitud. No podría determinar ahora con precisión qué fue lo que hizo que mi padre se acordara de sucesos ocurridos casi medio siglo antes. Era la primera vez que me confiaba hechos de la vida de aquel joven ambicioso que él había sido y que había decidido no seguir siendo un ignorante pastor durante toda su vida. Disfruté intensamente con aquel momento ubicado fuera del tiempo, un momento de auténtica complicidad, aunque llegara con retraso. Continuó narrándome su historia mientras yo lo interrumpía por curiosidad o para que aclarase algo que no entendía o simplemente para incitarle a seguir. Yo estaba totalmente atento a aquellos detalles de su vida que tanto ignoraba, recién salidos del fondo de su memoria o quizás del olvido. Consciente de aquel privilegio, durante unos instantes se me cerró la garganta por la emoción. Mientras me contaba sus recuerdos, de vez en cuando me decía: “¡Me alegro mucho de que hayas regresado aquí, que estés entre nosotros, hijo!”.
Al ver yo cómo echaban la tierra para tapar el hoyo (aquel último domicilio de mi padre), las lágrimas no paraban de fluir de mis ojos. Sentí un gran vacío dentro de mí y también toda mi impotencia ante la muerte. Apreté otras manos, abracé a familiares y, al regresar a casa, fui a consolar a mi madre y a mis hermanas. Estas últimas no podían ir de visita al cementerio hasta el tercer día.
Han pasado dos años y ahora estoy sentado cerca de su tumba en el cementerio, por primera vez después de su entierro y, por primera vez, acepto que debo llevar a cabo este duelo.

Rkia
Rabat, 22 de mayo de 2010
(Texto basado en “Comienza el desfile” de Reinaldo Arenas)

DE VISITA
Poema escrito mientras pensaba en mi difunto पद्रे

Estoy aquí.
¿Me sientes, hija?
Voy a sentarme,
cerca de ti.
¿Cómo estás?
Cuéntamelo todo,
todo cuanto te ocurrió
durante mi ausencia.
¿Cómo viviste estos años
sin mi presencia ni mi apoyo?
Aquel día tuve que irme
sin despedirme de nadie,
sin un abrazo
ni un hasta luego.
¿Cómo estás?
Dímelo todo,
¿La vida es dura contigo?
¿Dónde están tus hijos?
Seguro que han crecido,
que te dan mucho cariño,
y que te devuelven aún poco
de tu amor y tu sacrificio
¡Mis disculpas, hija mía!
¡Disculpas por el retraso!
Debía venir de visita antes,
Pero, con el tiempo que ha pasado,
ya ni me acuerdo
de qué me lo impidió.
Aunque ahora que lo digo…
Me parece estar seguro
que fue por culpa
de la lápida, de la sepultura.

Rkia Okmenni
Rabat, mayo de 2010

“CUANDO ERA NIÑA…” DE BOUTAINA BEN ABIDIBA



Cuando era niña y tenía diez años, me encantaba jugar al escondite. Un día, mientras jugaba con mis primos, me escondí encima del armario del dormitorio de mis padres y me dormí sin darme cuenta de nada. La verdad es que ya nunca después pude dormir tan bien como aquél día. Pero, a lo que iba…
De repente, sentí una fuerza extraña que me arrastraba y me hacía caer hacia abajo. Durante aquella caída me salieron en la espalda dos alas y me convertí en un ángel. Nunca después olvidé aquella primera ocasión en la que sentí tal sensación de libertad… Bueno, pues cuando empecé a volar por toda la casa, todos se asustaron de verme así y no podían creer lo que veían sus ojos. Pero no todo acabó ahí: luego entró un dragón por la ventana y empezó a devorar todo lo que encontraba en su camino.
Por fin, me desperté llorando de aquel terrible sueño y gracias a él me encontraron mis padres, que me habían estado buscando durante todo el día. Claro que nunca se les ocurrió pensar que yo me atrevería a esconderme en un lugar como aquel, sobre todo conociendo mi fobia a las alturas…
Lo que nunca se explicaron fue de dónde habían salido aquel par de alas que hasta el día de hoy llevo incrustadas en mi espalda.

Boutaina
Rabat, mayo de 2010
(Ejercicio basado en el tema de “Con los ojos cerrados” de Reinaldo Arenas)

«VEINTE AÑOS, HIJO», BAHIA OMARI

    Lloro sin cortar cebollas, pero oigo la fluidez de las lágrimas, lágrimas por el dolor que alcanza siempre mi corazón, mi alma; un...

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Cantando los versos de José Martí.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Iman y Anastasio recitando a Mario Benedetti. Mohammed a la guitarra.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Manal, Ahlam y Assia recitando a Oliverio Girondo.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Rkia recitando a Delmira Agustini

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Bahia recitando a Alfonsina Storni.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Laura & Mohamed y Mohamed & Laura cantando a Alfonsina Storni.

Ensayando para el Día E junio 2015

Ensayando para el Día E junio 2015
Grupo del Taller de Lectura y escritura 2015

Recital 18 de junio de 2016

Recital 18 de junio de 2016
21.00 Instituto Cervantes de Rabat

Bahia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Bahia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015, 19.00 -INSTITUTO CERVANTES DE RABAT -

Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015

Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015

Fatima. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Fatima. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Rabat, 24 de abril de 2015.

Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

RECITAL 11 DE JUNIO DE 2014

RECITAL 11 DE JUNIO DE 2014
Recital "A orillas del Bu Regreg 2014"