Al final de mi
largo paseo, no sé cómo ni porqué, me encontré en un lugar desconocido, a pesar
de que, juraría yo, había pasado por allí infinidad de veces.
Estaba en un enorme paraje,
desierto, estéril y casi yermo, en donde la única presencia de vida era un
árbol, no muy alto y un poco achaparrado. Allí estaba ella, la encina, como una
reina, altanera y petrificada, dominando su territorio. Su color, el color de
sus hojas, era de un verde oscuro, un poco intenso, lo que le daba una
apariencia un poco siniestra. Así lo indicaban las espinas de sus hojas. A la
distancia a la que estaba, cada hoja se asemejaba a una boca con dientes que
parecía querer defenderla de los posibles intrusos, pues ni siquiera un pájaro,
o un pequeño animal podían verse cerca de ella.
No pude evitar la tentación de
caminar hacia la encina. Al hacerlo, sentía el suave roce de la hierba en mis
pies, era una sensación agradable, placentera, totalmente opuesta al miedo que
empezaba a adueñarse de mí al ver que me aproximaba cada vez mas a la reina del
paraje. Un viento cálido, agradable, me empujaba, me daba ánimo y fuerza para
caminar. No sé si impulsado por este viento, o guiado por mis pasos, me
encontré a la distancia suficiente como para distinguir un objeto apoyado sobre
su tronco, era grande, como de dos metros. ¿Qué sería? Al final puede ver que
era una escalera, una escalera de mano. Normalmente una escalera se utiliza
para subir, y una vez arriba, para bajar. Esta parecía decir lo contrario: utilízame primero para bajar.
Armado de más miedo que valor, empiezo
a descender, bajo y continúo bajando hasta llegar a un espacio vacío, donde todo
está oscuro, frío y silencioso. Esta oscuridad hace aumentar mi miedo, tengo
ganas de subir, pero alguna fuerza mas poderosa me dice que no, que continúe
hacia adelante. Un sudor frío empieza a cubrir mi cuerpo. Siento que mis
músculos se tensan, y antagónicamente, de pronto mis piernas empiezan a
temblar. Es un temblor que se adueña de mi cuerpo y que no puedo controlar. Para
orientarme y quizás buscar un punto de apoyo, empiezo a buscar la pared. Al
principio no la encuentro, estoy desorientado, mi pánico aumenta hasta que mis
dedos tocan algo sólido, frío y rugoso, y si, allí está la pared. Empiezo a
tantearla y descubro que hay un orificio, más o menos grande. Es la única
salida que hay. Entro y empiezo a caminar y caminar por un largo túnel. Una
inmensa oscuridad me envuelve. No sé si quiero gritar, reír, escapar o
quedarme. No puedo controlar mi cuerpo, y, lo que es peor, no me controlo a mí
mismo. De repente oigo un “clac”, un gran chasquido que retumba por todo el
espacio haciéndome volver a la realidad.
Camino, o más bien corro hacia ese ruido. Empiezo a vislumbrar un
rayo de luz. A cada paso se hace más grande y envuelve mi cuerpo como un manto
protector, al igual que una madre abraza a su hijo para decirle no estás solo, yo estoy aquí, no tengas
miedo. Por fin respiro aliviado, he encontrado la salida, aunque no sé qué
me encontraré. Seguramente algo bueno.
Anastasio García García.
Rabat, 03 de junio de 2012
Me encanta «MIEDO». Una descripción rica, detallada y precisa que permite al lector recorrer el trayecto con el protagonista con mucha curiosidad.
ResponderEliminar(Seguro que la música en clase te ha inspirado.)
Me gusta cuando más adelante el narrador dice: “Armado de más miedo que valor…” como en busca de aventura, emoción y de subida de adrenalina.
¡Qué sigas escribiendo más y más, Anastasio!
Rkia
Muchisimas gracias Rkia,seguiré escribiendo e intentaré hacerlo cada vez mejor. Muchas gracias por tu apoyo.
EliminarAnastasio