TALLER DE ESCRITURA "A ORILLAS DEL BU REGREG" DEL INSTITUTO CERVANTES DE RABAT

Bienvenidos a «A orillas del Bu Regreg», el blog de los integrantes del Taller de lectura y escritura creativa, un curso especial que realizamos desde hace doce años en el Instituto Cervantes de Rabat (Marruecos).

En este espacio damos a conocer los cuentos, poemas y otros ejercicios de escritura que se proponen en clase y que realizan nuestros alumnos, aunque también publicamos colaboraciones de nuestros lectores.

Muchas gracias por leernos y por compartir vuestras opiniones.
Ester Rabasco Macías (profesora del Taller)

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domingo, 17 de enero de 2016

“LAS LÁGRIMAS DEL SULTÁN” de ANASTASIO GARCÍA

Andaba cansado y un poco desorientado. Tenía la sensación de que había pasado mil veces por el mismo punto. Todo me parecía igual. Las calles, las viejas casas amontonadas y encajadas unas con otras se asemejaban a un juego matemático. Todo era caótico pero a la vez maravilloso. Tenía la sensación de que había retrocedido siglos y que me encontraba en plena Edad Media. El bullicio, las risas, las voces y la algarabía impregnaban la atmósfera dándole un aire más desconcertante a todo lo que me rodeaba. La gente, vestida de mil maneras y colores transitaba por las más estrechas callejuelas dando la sensación de estar inmersa en un laberinto del que jamás había podido salir. Me encontraba cansado y quería irme, salir de allí, pero a medida que buscaba la salida más me adentraba en sus entrañas. Era un remolino que había empezado a tragarme.
De vez en cuando, veía un burro por las angostas y laberínticas calles transportando comida, madera… o cualquier otra carga que, sin duda, se esperaba en alguna de aquellas casas tan herméticas por fuera como como abiertas por dentro, donde el único contacto con el exterior eran las pequeñas ventanas protegidas por la celosía cuyo objetivo era filtrar el aire, los aromas o el ruido pero no el mundo exterior. Ver sin ser visto. Imaginar un mundo real del que posiblemente se verían privado la mayoría de las mujeres cuando esas casas fueron construidas para edificar un mundo imaginario ajeno a cualquier mirada indiscreta.
Acababa de visitar parte de la mezquita El-Qaraouiyyn y me dispuse a andar sin  rumbo fijo en busca de una salida. No sabría calcular cuánto tiempo anduve, si mucho o poco, cuando vi a lo lejos, una pequeña construcción. Tendría unos tres metros cuadrados y estaba encalada de blanco, al estilo de las casas típicas andaluzas. Más tarde supe que se llamaba musalla, un oratorio al aire libre y localizado junto a los sepulcros de hombres venerables conocidos por su sabiduría o su buen hacer. Esta ermita era conocida como “la tumba del santo Sidi Bel Kasem”. Cuando llegué a su altura comencé a merodear alrededor de ella como buscando algo. De repente, me tropecé con un viejo hombre de esos a quienes las arrugas y la piel encurtida no dejan pasar los años. Estaba hablando con un grupo de niños, cuatro o, a lo sumo, cinco. Me acerqué sigilosamente a él y empecé a escuchar.

… eran las tres de la tarde del dos de enero de 1492 cuando Abu Abdallah Muhammad ben Ali salía de la Alhambra. Conocido más popularmente entre sus súbditos con el sobrenombre de “Al-Zugabi” o el desdichado, en ese momento su desdicha se hacía más patente ya que acababa de entregar las llaves del último reino musulmán. Granada era cristiana frente a todos los esfuerzos y batallas.
Boabdil, como lo conocían los cristianos, encabezaba una comitiva en la que le acompañaban su madre, la sultana Aixa y Morayma, su mujer. Siguiendo al séquito, iban algunos familiares y fieles servidores hacia el exilio en las Alpujarras. Era un frío día de invierno en donde las temperaturas acompañaban al estado de ánimo de los que salían de Granada. Unas nubes plomizas cubrían el cielo dando la sensación de que se iban a desplomar de un momento a otro aunque poco importaba a Boabdil, puesto que la vergüenza que arrastraba era todavía más pesada. Una procesión de antorchas salía y otra entraba por las puertas de la Alhambra. En ese momento, el séquito pasó por la puerta de la Justicia, la que daba un acceso más rápido a las calles del Albaicín y la que permitía una pronta salida de Granada. No pudo evitar Boabdil una sonrisa sarcástica al pasar por esta puerta, era como si la Alhambra se burlara de su desdicha, la de no haber sabido defender y proteger a su pueblo y abandonar lo que les había pertenecido durante siglos. La media luna salía para dejar paso a la cruz. Ya no se volvería a escuchar el canto del muecín llamando a alabar a Alá, sino que se rezaría al Dios de los infieles.
Este fue el final de una larga contienda, de pactos y traiciones que terminó unos días antes con la firma de los tratados entre los reyes cristianos y Boabdil y en donde se puso punto final a la larga guerra ya que Granada llevaba años sufriendo el asedio de las tropas de Isabel y Fernando. No tuvo otra elección pues, abandonado por sus aliados, se vio obligado a elegir entre la rendición o la muerte. El hambre, el frío, los consejos de sus hombres de confianza y la gran sequía a la que estaba sometida la Alhambra, hicieron que firmara y se sometiera a la voluntad de los infieles.
El dos de enero fue la fecha prevista para la partida. Esa mañana Boabdil deambuló por todos los palacios y estancias. Apenas tenía fuerzas para abrir los ojos y verlos por última vez. No quería o no podía ver su derrota. Debido al asedio, el suministro de agua se había visto mermado por lo que estanques, acequias y fuentes estaban casi secos, no había agua en el paraíso terrenal. La Alhambra moría de sed. Hacía dos primaveras que el aroma de las flores no inundaban sus estancias. Recordó los primeros años con Morayma y cómo la sorprendía al llevarla a ver una nueva flor que había nacido y cuya planta provenía de los más recónditos y exóticos rincones, o como él se la colocaba en el pelo resaltando aún más su belleza y sus grandes ojos negros, profundos, llenos de vitalidad y alegría que tanto le cautivaban. Todo ello ahora era pura ilusión. Aquella vida, su vida y la de todos sus seres queridos se había esfumado como los mejores sueños al llegar el alba y cantar el gallo.
Pasó por el patio de los Arrayanes en donde se vio reflejado en la poca agua que aún conservaba la alberca hasta que llegó al salón de los Embajadores, la obra maestra del palacio y se sentó en el trono por última vez. Allí, el lugar del centro del poder, el lugar donde tantos destinos y decisiones se habían tomado, allí, sentado, lloró por su desgracia y la de todos sus antepasados, maldiciendo el momento en que su madre traicionó a su padre, haciendo de él un rey a su antojo y capricho, maldijo a Isabel y Fernando y se maldijo a sí mismo. Miró hacia arriba y bajo las estrellas que adornaban el techo formado los siete cielos del paraíso, rezó a Alá por última vez en la Alhambra. Sintió cómo su cuerpo se desvanecía, ya no tenía fuerzas para continuar. No podía más. Habían sido años de luchas y esfuerzos, años en los que se había visto privado de sus hijos, sometido a la ira de su madre y a la voluntad de los reyes cristianos. Solo deseaba una cosa con toda su alma, que su pueblo, al que había traicionado, lo perdonara.
El séquito salió de la Alhambra y recorrió las calles del Albaicín para dejar Granada a sus espaldas. Boabdil montado en su palafrén blanco el cual iba cubierto por un caparazón de terciopelo verde bordado en oro iba con la cabeza baja y la vista clavada en el suelo. Avanzaban poco a poco y muy lentamente. El silencio y los ánimos hacían que todo se asemejara a una comitiva fúnebre, en donde el difunto no era uno, sino todos. El sultán no pudo o no quiso levantar la cabeza del suelo durante todo el trayecto y solo cuando estaba en la última colina, sobre la que se podía divisar la Alhambra, se detuvo para contemplarla por última vez. Miró hacia la Sabika y allí estaba, iluminada con las antorchas de sus nuevos moradores que ya montaban guardia y se disponían a defenderla de sus legítimos dueños. A sus espaldas podía verse un fondo blando, el de la nieve que había caído días atrás y que contrastaba aún más con el color rojo. Boabdil no pudo evitar un esbozo de sonrisa viendo a la Alhambra haciendo honor a su nombre. Un gran suspiro se apoderó del desdichado sultán y mirando a su madre le dijo:
    - ¡Que Alá en su misericordia y sabiduría me perdone!
   - ¿No es mejor ser sultán de un reino convulso que esclavo de los infieles? -le replicó su madre quitándose el velo de la cara y mirándolo fijamente.
   - No he podido hacer otra cosa –dijo “Al-Zugabi” dirigiendo su mirada hacia el suelo.
   -  Pues entonces –sentenció Aixa- no llores como mujer lo que no supiste defender como un hombre.
Tras esa sentencia Boabdil rompió a llorar en silencio y, tal fue su llanto que, según cuenta la leyenda, en ese mismo momento la tierra se abrió y brotó de sus entrañas una acequia de agua cristalina que se dirigió hacia la Alhambra para llenar sus estanques y fuentes que, a su vez, permitirían regar todas las flores que poblaban los palacios. De este modo, el alma de Boabdil quedó unida a la Alhambra para siempre, pues cada gota de agua que encontramos allí es una lágrima suya ante tal pérdida y cada nueva flor un poema escrito por el propio sultán. Cuenta la leyenda también que, cada noche de luna llena, en las aguas de los estanques y fuentes se ven los rostros de Boabdil y Morayma contemplando la Alhambra y reviviendo su amor, que el destino se empeñó en no prolongar demasiado.

El viejo hombre terminó su historia y los chiquillos salieron despavoridos por la puerta más cercana que, ironía del destino, antiguamente se llamaba puerta de la Justicia. Cuando el anciano me lo dijo pensé que el destino, a veces, se ríe de nosotros. Boabdil murió al salir de Granada por la puerta de la Justicia y aquí se encuentra enterrado precisamente a escasos metros de otra puerta de la Justicia. En ese momento deseé que, allá donde esté, haya tenido un juicio justo.
Aquel hombre también me dijo que en esa musalla era donde estaba enterrado el sultán y que él mismo era un descendiente suyo. Le gustaba sentarse allí para hacerle compañía. Por eso, cada vez que alguien se lo pedía, contaba su historia para que no cayera en olvido y para limpiar su honor, ya que si tuvo que vivir toda su vida con el nombre de “Al-Zugabi” no fue porque en realidad lo fuese, sino por las circunstancias que le tocó vivir.
Le di una pequeña propina que el hombre solo aceptó tras yo insistir varias veces y comencé de nuevo a deambular por las angostas y estrechas calles, no sin antes hacerme la promesa de visitar la Alhambra y los lugares en los que estuvo Boabdil para ofrecerle mi pequeño y reconocido homenaje pues su historia me había emocionado.
A mi vuelta, el primer sitio que visité fue el último desde donde el sultán vio la Alhambra. El espectáculo era asombroso. Allí, sobre la colina de la Sabika, se encontraba tan majestuosa e imponente como nunca antes la había visto. Bajé la vista al suelo, pues los rayos del sol me deslumbraban, y al hacerlo quedé impresionado y mi corazón casi se paralizó... A mis pies vi un orificio en la tierra y el vestigio de lo que podría haber sido un cauce de agua.

Anastasio García.
Pozo Alcón-Rabat, diciembre del 2015
Actividad basada en la rescritura de una leyenda de un famoso personaje hispanomusulmán.

4 comentarios:

  1. Enhorabuena por la encrucijada de espacios que, tras el correr del tiempo, se le desvela al protagonista.

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  2. Empieces para una descripción muy fina de las casas y ventanas pequeñas, de tal manera que nos da una idea de la manera de vivir en esa época : el respeto y la consideración envés la mujer de tal manera que nunca podría la verla sino su marido y su familia.
    Y después la descripción y la narración de un momento tan triste, tan delicado que es el fracaso y el sufrimiento en el momento de la renuncia del poder, son muy bien elaborado.
    Bravo amigo
    Bahia

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  3. Anastasio
    Estoy de acuerdo con Ester: conseguiste bien esta mezcla de los espacios y también de los tiempos a través del viejo. Me gustará que me muestres sobre la famosa colina de la Sabika, el orificio en la tierra donde había brotado el flujo de lágrimas.
    Encuentro que tu leyenda es muy bien hecha
    Enhorabuena amigo.
    Abdellah

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  4. Anastasio,
    ¡Estupendo recorrido del narrador antes de su encuentro con el viejo! Reserva al lector la sorpresa de un magnífico texto de la mano del escritor viajero que eres.
    (Además señalas abajo que lo escribiste en Marruecos y en España)
    Me encanta como se hace el viaje narrativo entre los dos tiempos: él del viejo que cuenta la historia, fiel guardia de la tumba de su antepasado y él del desgraciado último rey Boabdil, y también entre los dos espacios: Fez y Granada.
    ¡Felicidades por “LAS LÁGRIMAS DEL SULTÁN”, una leyenda muy bien lograda!
    Rkia

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Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

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Viernes, 24 de abril de 2015

Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

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Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

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Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

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