Sin el menor ruido, sin el menor movimiento, una voz glacial me ha interpelado:
- ¡Vengo a acompañarle para su último viaje, el viaje hacia el mundo eterno!
- Usted debe de ser el diablo, un diablo que seguramente nos engaña... Estoy seguro. ¡El problema es que jamás uno sabe cuándo usted nos engaña!
- No es el momento de hacer bromas.
- Entonces, ¿está usted seguro de que es a mí a quien busca? ¿Y de que es éste mi instante fatídico?
- ¡Nosotros jamás cometemos errores!
- ¡Vaya! Pero, la verdad es que me habría gustado tener más tiempo, vivir un poco más... Bueno, en vistas de eso… Mire, tengo muchos asuntos pendientes y me gustaría que usted al menos me diera el tiempo necesario para cumplir algunos de mis sueños inacabados. De ser posible… ¡Al menos uno! ¡Una sola locura! ¡Una última gilipollez! Y después...
- Es lo que todos ustedes dicen: ¡Más tiempo, más tiempo…! Eso jamás es posible y usted lo sabe bien, puesto que cada uno sabe bien que nació para morir al final. Hay un día para el nacimiento y otro para la muerte y entre los dos el tiempo fluye sin cesar, sin vuelta atrás. ¡Además, esto no es una cuestión de tiempo sino más bien de miedo! Es eso ¿no?
- No, no, qué va… -me digo-. No adivina nada… Bueno, en verdad no debe de interesarse tanto por mí en particular ni, en todo caso, no más que por otras almas que ya ha debido transportar… Para un ser eterno como Él, este no debe ser un trabajo divertido y, en última instancia, comprendo su diligencia por rematarlo. Una diligencia que me recuerda a la del repartidor de pizzas, siempre a punto de partir o de volver, aunque éste por lo menos siempre se muestra agradecido y con una sonrisa más o menos ancha según la importancia de la propina… Todo lo contrario de este mensajero del otro mundo de rostro frío. ¡Es tan siniestro! ¡De hecho, me pregunto qué requisitos son necesarios allá arriba para hacerse mensajero de la muerte! Probablemente no haya condiciones especiales e indispensables… Lo más seguro es que se les reclute con toda urgencia para afrontar el incremento del número de los muertos. Seguro que se necesita un buen ejército de transportistas siniestros...
No, mensajero, no tengo miedo de seguirte en ese último viaje. Creo que soy un favorecido en este valle de lágrimas y no sé si logras imaginar lo que siento, si llegas a palpar los estados de mi alma. No me sacrifiqué sobre el altar de sus eslóganes movilizadores y ridículos: "Patria, Honor, Nación, Interés general…". Sentado en mi butaca, frente a mi estúpida pantalla, me reía burlonamente viendo cómo enviaban tropas a los campos de honor acompañados de esos famosos himnos patrióticos. Y luego, bebía a la memoria de los que habían muerto por el honor. ¡Por cierto, estoy seguro de que, vosotros, los mensajeros, tenéis que odiar esos ataques de locura de los hombres que os obligan a trabajar horas y horas suplementarias! ¡Debéis sentiros cansados y agobiados! Además, no sólo están esas guerras que se inflaman de modo periódico, los hombres siempre se las ingenian para elaborar procesos que os anegan de trabajo: el hambre, la traición, las epidemias, la codicia…. De todos modos, me importa un pito tu ritmo de trabajo. Mientras tú ibas por ahí, ejecutando tu tarea repetitiva, yo he tenido tiempo de hacer todas las locuras que se me pasaron por la cabeza. Hasta tuve niñas a las que enseñé a hacer locuras todavía más grandes que las mías. Tuve tiempo… Tuve tiempo de dejar que mi galera encallara en aguas turquesas que jamás podrás llegar ni a imaginar. Tuve tiempo de bajar a toda prisa por todos mis caminos el mismo día, jamás al día siguiente, dado que el terreno del día siguiente es a menudo incierto. Y es que, en realidad, lo mejor no es el futuro sino el momento presente, el preciso instante. Tuve tiempo de comprender que cada experiencia vivida con otra persona es única e irrepetible. Tuve tiempo de sentirme necesario, de sentir que otros eran indispensables para mí, de deleitarme con la palabra "amar " bajo todas sus formas verbales.
No obstante, lamento que nosotros, los hombres, conozcamos sólo una vida efímera y limitada, una verdadera "nada" respecto a la inmortalidad de esos mensajeros de la muerte. Por eso, siento pena por este cuerpo que es el mío y que será arrojado a uno de esos hoyos sucios y estrechos de las entrañas de la tierra. Este cuerpo, a quien dediqué tanto tiempo y a quien cuidé, colmé y mimé…Pienso en mis ojos marrones y claros como las castañas, en mis labios finos color cereza, en mis manos tan diestras y sensibles, en mis redondeces, en mis líneas visibles, en mis rasgos y en mis encantos que se distinguen apenas y que descubrí sólo a mis más íntimos. Todavía adoro este cuerpo, aunque exhibe ahora algunas huellas del tiempo. Sé que en cuanto extraigas el alma que transportarás allí adonde se te ordenó hacerlo, los míos pondrán este cuerpo al servicio de las lombrices. ¡Qué derroche! ¡Verdaderamente, qué derroche! Así que toma este alma, la mía, cuando quieras… Eso no me afectará en nada, dado que jamás me ocupé de mi alma… ¿Por qué y para qué debía hacerlo? En este, nuestro mundo, sólo el escaparate interesa, la apariencia, la fachada. Y la mía no era mala.
Pero, mensajero, entiende también que viniste demasiado tarde, demasiado tarde para asustarme. Te temía cuando me despojaste de mi padre, mi protector, mi modelo, siendo yo niño. Te temí el día en que me privaste de mi amigo, mi joven compañero, mi alma gemela. Recelaba tu llegada cuando mis retoños iban a cuatro patas, cuando eran seres indefensos, cuando necesitaban apoyo. Llegas demasiado tarde, realmente tarde. Tan tarde, que ya la vida no me reserva más sorpresas. ¡Tú vienes a ser la última sorpresa! No, no tú. Sí, verdaderamente no tú. Sino tan sólo el preciso momento de tu llegada. Y ahora que estás aquí, ya ni eres una sorpresa. Te has vuelto una trivialidad, algo prosaico… No, mejor dicho, eres una fatalidad. El miedo, como la estupidez, siempre fue y seguirá siendo uno de los fundamentos de la acción humana. Y yo no tengo miedo de ti, así que no haré nada en absoluto frente a ti, simple mensajero de la muerte.
Haz lo que tienes que hacer, ahora que mi tiempo se escurrió, que el reloj ha dado las doce, que la llama de mi vela vacila esperando el último soplo del viento. Creo que es estúpido desafiar el ciclo de las estaciones, la lógica de las cosas, el hacer brotar a las rosas rojas bajo el abrigo del invierno. Probablemente es absurdo, mensajero robotizado, repetir nuestro debate desde su principio; el verdadero ruiseñor jamás repite el mismo sonido musical. ¡Haz lo que tienes que hacer! ¡Un invierno más muere y otra primavera renacerá! ¡De las nubes negras surgirá una hierba perfumada!
Pero, debes saber que me negaré a cerrar los ojos incluso cuando me los cubran con un blanco paño. Los mantendré abiertos, clavados en este cielo atravesado por las golondrinas, habitado por caballos de nubes blancas que descienden las llanuras azules donde reina esa vela amarilla.
Tan sólo un estremecimiento y el mundo se vuelve una cuna de paz.
Abdellah El Hassouni
Rabat, 5 de diciembre de 2010
Tema de escritura: “Un encuentro con la muerte: mil caras, mil formas de escritura
Querido Abdelah,
ResponderEliminarYa te comenté largamente este texto exquisito.
Un punto de vista muy interesante, casi un juego con la muerte presentandola al lector como la mas poderosa al principio. Ese mismo lector avanzando, se da cuenta que la muerte se vuelve cada vez mas debil, hasta volverse al final minuscula y flaca. Entendemos que el verdadero poderoso es el hombre, el mas venturoso tambien...
Una buena leccion, y un placer infinito eerte y REleerte.
Hola Abdellah!
ResponderEliminarAl leer “La última sorpresa” pensé ¿Si tenía a enfrentarme con la muerte, llegaría a actuar como el protagonista o no?
Me gusta mucho tu cuento y sobre todo el estilo y el tono lleno de desafío y algo burlón del dialogo entre el protagonista y la muerte.
¡Enhorabuena, amigo!
Rkia
Hola Abdellah:
ResponderEliminarMe agradó mucho tu texto, y coincido con lo que comentaron Rkia y Fatine.
Agregaría que me gustó mucho la crítica a los "eslóganes movilizadores". Y la crítica implícita, banalizándolam si se quiere, pero firme el concepto, a la inutilidad de las guerras.
Un texto muy ingenioso.
Felicitaciones
Ana
Muchas gracias Ana
ResponderEliminarEstoy orgulloso de ver que mi texto te gusta.
Tus palabras me emocionan muchísimo.