Sentado en el café con su amigo, se dio cuenta de que no le quedaban cigarrillos. Se dirigió hacia la maquina, situada en un rincón del local para comprarse un paquete y no prestó ninguna atención a la chica que estaba sentada en la mesa de al lado hasta que una voz lo interpeló. Él la miró atentamente para asegurarse de que le hablaba a él.
Al joven lo llamaré Sergio. Tiene treinta años o quizás un poco más. Alto, atlético, el pelo largo, atractivo, de ojos muy grandes y barba de dos o tres días. A ella la llamaré Ana. Su cara conserva todavía ciertos rasgos adolescentes, es muy guapa, graciosa, de grandes ojos y lleva los labios pintados con carmín Su pelo corto y negro cae sobre su frente y subraya el efecto seductor e irresistible que emana de toda su persona. Es de estatura media y desde su camisa asoma su largo cuello.
Ana empezó a hablarle a Sergio, todavía de pie y cerca de la maquina. Este le respondió y decidió sentarse junto a ella, tras disculparse de lejos con su amigo mediante un gesto significativo. La mirada de los oscuros ojos del joven se revelaba a veces interrogativa, otras sorprendida o emocionada, aunque sí se mostró durante todo el tiempo directa y franca. La de ella, que sonreía mientras le hablaba, era vivaz y atrevida, casi magnética, pues intentaba establecer contacto con él y con toda evidencia convencerle. De repente, Sergio sintió la necesidad de fumarse un cigarrillo de aquel paquete que había ido a buscar unos minutos antes, así que lo desgarró nerviosamente. Ana alargó su mano para pedirle uno también, mientras le ofrecía con mucha tranquilidad el fuego de su mechero. Luego ella se colocó seductoramente el cigarrillo entre sus labios y le sostuvo la mirada al joven. Hubo un momento de máxima comunión y de gran emoción que a ambos les humedeció los ojos y que a Sergio le produjo un nudo en la garganta. Este volvió la cara otra vez para asegurarse de que su amigo estaba todavía esperándole, vio con mucha contrariedad en el televisor del café la imagen de un perro furioso desgarrando con fuerza una muñeca, y, al mirar de nuevo hacia Ana, todavía permanecía en su rostro aquella expresión confusa que hizo dudar de sí a la chica. Para su sorpresa, sin embargo, en ese instante él se alzó y se fue aproximando hacia ella con un gesto cariñoso por encima de la mesa. Aún así, Ana siguió sonriendo, como para relajar la tensión que reinaba en el ambiente. Sergio, ya en pie, se le acercó decidido, le murmuró algo al oído y le tendió la mano. Ella se levantó a su vez, muy alegre, buscando con la otra mano su bolso para salir corriendo del bar junto a él.
Yo me quedé mirándoles, sentado solo a la mesa como todos los sábados, con la sana envidia de mis setenta años y la rutina de mis días tan iguales, sumergido en una hola de recuerdos y sobre todo de añoranza de mi juventud…
Texto basado en una secuencia de la película “Lucía y el sexo” (2001) de Julio Médem: descripción de personajes y de emociones.
Rkia Okmenni
Rabat, 6 de marzo de 2012
Es interesante ver como cada uno presenta una misma historia o una misma escen a su manera. Me gusta tu texto Rkia, descripciones precisas, vocabulario bien elegido... Me gusta tambien el final que nos aprende un poco quien es el narrador.
ResponderEliminarFelicidades compañera :)
¡Gracias, Fatine!
EliminarTe echamos de menos en el taller.
Un abrazo
Un texto bien hecho. Me gusta también el narrador, mayor, curioso, envidioso, en busca de escenas entre jóvenes para sumergir sus recuerdos.
ResponderEliminarFelicidades Rkia
Abdellah
¡Gracias, Abdellah!
EliminarMe gustó mucho tu historia Rkia,no dejaste ningún detalle sin describir…tus palabras nos llevan allí…a aquel rincón…a aquel café...a aquella mesa donde se sienta el narrador.
ResponderEliminar¡Estupendo!
Felicidades.
Aída.
¡Gracias por tu comentario, Aída!
ResponderEliminarY, bienvenida en el taller.