- ¿No tienes nada que
decirme?
- ¿Qué es lo que he hecho esta vez?
- No, nada… ¡Simplemente que
una vez más te has olvidado del aniversario del día en que nos conocimos!
- Pero acabamos de celebrar
nuestro aniversario de matrimonio y eso no lo había olvidado.
- Ya, pero lo habías anotado
en tu portátil… Pero no anotaste el día de hoy. ¡Debes recordar cada fecha que nos concierne! ¡Es importante para mí y debe
serlo para ti también!
- Pero he tenido un día
agotador, abrumador y enojoso. Me habría gustado verte enarbolar la más bella
sonrisa para hacerme olvidar mis preocupaciones y mi cansancio, pero…
- ¡Te habría gustado, te
habría gustado…! Yo compruebo que no me quieres como antes, que no tengo el
mismo interés para ti. ¡No hay que pensar siempre en el trabajo!
- Sabes muy bien que te
quiero, que te quiero de verdad.
- Pruébamelo.
- ¿Mi presencia a tu lado no
te basta como prueba?
- Si, por supuesto que sí,
pero…
- Escucha, yo creo que nada
ha cambiado entre nosotros. La única diferencia es que las preocupaciones de la
vida aturden mi espíritu, a menudo hunden mis labios y obstruyen mi expresión.
- ¡Preocupaciones! Esas no
son las verdaderas razones. Yo necesito tus palabras: «mi espiga dorada»,
«gatito mío», «mi gota de miel», «mi brisa dulce de otoño» y otras tantas más….
Dímelas aunque en realidad no las pienses verdaderamente. ¡Tan sólo una bella
expresión al día! Prefiero cubrirme de una sábana adornada de bellas palabras
que engañarme con espejismos fugitivos. Actualmente oigo sólo «¿Está lista la
cena?», «Me caigo de cansancio», «Sube a dormir. Yo me quedo aquí un poco,
tengo un expediente que hay que cerrar», «Pásala, pásala… ¡Ah, me apagas la
tele cuando estaban a punto de marcar…!».
- ¡Escucha, bastoncito mío
de caramelo! Tienes razón y tus reproches están perfectamente justificados.
Pero, por otra parte, sabes bien que, en cierto modo, mi comportamiento es
normal y te lo puedo resumir con la siguiente pregunta: ¿Has visto a algún pescador
que diera un cebo a un pez después de haberlo atrapado?
Su
risa inundó el salón aún después de que su sombra lo siguiera hasta la curva de
la escalera que lo llevaba al primer piso.
Rabat, 11 de febrero de 2013
Basado en una escena de la película El porqué de las cosas de Ventura Pons.
Bonita historia que refleja desgraciadamente una realidad. El amor puede ser duradero, pero la intensidad de este amor es efímera, va desapareciendo con el tiempo, como le ocurre a la pareja de esta historia.
ResponderEliminarÁnimo para seguir escribiendo más.
Anastasio
El ejercicio parte de una escena de la película de Ventura Pons, pero lo que más me gusta es que Abdellah consigue que todo sea puramente abdelliniano, gracias a su forma de ver la vida y al hecho de haber encontrado un estilo propio en su expresión literaria.
ResponderEliminar¡Bravo!
Ester
Me encanta lo que dice Ester del estilo abdelliniano. Está ya creado con tu vasta producción, Abdellah!!!
ResponderEliminarCreo que en tu historia no desaparece la intensidad del amor, lo que pasa es que cae en la rutina que se rompe ante la demanda de una de las partes, y el apelativo de "mi bastoncito de caramelo" de la otra parte. Muy bueno
La diferencia entre el pez y la pareja en mi punto de vista, es que hay que atrapar mutuamente y en permanencia al otro, hacer prueba de genio para elegir el cebo o bien mueren los sentimientos.
ResponderEliminarFelicidades por “cuestión de cebos”, Abdellah.
Me gusta mucho y como te lo dije, al leerlo, no pensé que estaba basado en una película.
Rkia
Amigo mio,
ResponderEliminarTu estilo lleva siempre el perfume de tu pluma que a mi me encanta :)
Me encantan los dialogos, son ligeros de leer y al mismo tiempo te lo dicen todo. Tocas a un asunto muy importante, que me da miedo a veces, la rutina que mata la pasion, que le quite al amor su locura, su imaciencia, su sed... para volverlo aplastado, tranquilo, perezoso e incoloro ...
El secreto es pensar que nada es definitivo, que hay siempre que conquistar al otro, y no dejarse llevar con la rutina.
Un placer leerte como siempre.
Un abrazo
Fatine