Ayer en el crepúsculo, mi mamá salió de la
casa del horno hacia la del ganado para dar el alfalfa a las vacas y la paja al
burro. Tropezó contra algo blando que se movía y
saltaba. Gritó. Cuando encendió la luz, descubrió no solo una rana, sino muchísimas
ranas dirigiéndose hacia todos lados. Entonces empezó a decir entre dientes
unos insultos que a nosotros no nos deja pronunciar. Luego, empezó a buscar al
responsable que había soltado aquellos bichos en el pasillo de nuestra casa, y
así fue preguntando uno a uno lo mismo, tanto a mis hermanas, como a mis hermanos,
como a mí…
Me llamo Tara. Tengo once años y soy la más
pequeña en mi familia. Tengo también cinco hermanas y siete hermanos. Los dos
mayores tienen sus respectivas madres. Mi padre se divorció
dos veces antes de casarse con la mía. Mi hermanastro mayor, Ahmed, vive con
nosotros, pero Ali vive con su madre
lejos de aquí.
Por lo que respecta a las ranas, yo sé quién
es el culpable. No le diré nada a mi madre porque podría enfadarse con él. Son
las ranas de Sami, el nieto de nuestros vecinos de enfrente y que vive en la capital. Viene a
casa de sus abuelos durante las vacaciones. Tiene ocho o nueve años y es un
niño algo raro, pero divertido. Le gusta buscar ranas en el palmeral y jugar
con ellas. Ayer se le escaparon de su vaso de plástico tras derramar el agua
por accidente. A mí las ranas me dan asco, por lo cual no pude ayudarle.
Mi mama estaba convencida de que alguien
quería hechizarla para que sus hijas jamás se casaran. Encargó a mi hermano que
se fuera a buscar unos sapos prometiéndole a cambio una moneda. Dos días
después, nuestros vecinos encontraron unos sapos muy feos en el umbral de su
puerta y ni siquiera se quejaron.
Estos días, mi madre grita y se enfada porque
mi hermana Muna se fue a trabajar al monte y muy lejos. Todos la echamos de
menos en casa. Además, desde que mi papá ve solo siluetas y formas y no puede
cocer el pan, ni ayudar en casa y ni siquiera ir solo a la mezquita, mi mamá
está muy triste y a veces llora sin esconderse. Y mientras llora dice todo lo
que le hace llorar.
Desde que mi papá esta casi ciego, reza mucho
y habla poco, salvo cuando murmura sus rezos desgranando el rosario. El viernes
pasado, su amigo no pudo acompañarle a la mezquita para rezar porque estaba de
viaje. Mi padre mi pidió que lo acompañara y que le esperara delante de la gran
puerta hasta que terminara de rezar para llevarle de regreso a casa. En el
camino, le pregunté si empezaba a acostumbrarse a su ceguera. El me respondió
que le faltaba mucho tiempo para eso. Yo lo mantenía con la mano izquierda y él
se ayudaba mediante un palo con su mano derecha. Además, yo le indicaba cuándo
debía subir o bajar de la acera o evitar un obstáculo. En una mezquita, las
chicas no deben entrar por el lado reservado a los hombres, por eso mi padre me dejó sus zapatos para que nadie se
los llevara. Muy avergonzada ante todos aquellos hombres que entraban para
rezar, volví mi cabeza y miré hacia otro lado. Y como todos se vuelven muy
piadosos el viernes, algunos me dieron una moneda pensando que yo pedía limosna. A nadie le enseñé ese dinero.
Compraré caramelos al salir de clase y jamás acompañaré otra vez papa a la mezquita. Que lo
haga uno de mis hermanos, ya que ellos sí pueden entrar.
Rkia Okmenni.
Rabat, 14 de mayo de 2013.
Basado en “Beatriz (Las estaciones)”de la
novela Primera con una esquina rota de Mario Benedetti.
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