Más que antes, le dolía su
rodilla izquierda. El dolor la despertó muy temprano. Aparte del dolor físico persistente,
la otra razón que le hacía huir el sueño eran las pesadillas recurrentes en que
su hija mayor lloraba y la
llamaba. Y aunque se interpretaban las lágrimas de los sueños
como signo de felicidad y alegría, no se representaban buenas imágenes de la
situación actual de su niña... ¿Por qué su corazón de madre no llegaba a
tranquilizarse a pesar de que Muna le había asegurado en una carta suya que se
estaba acostumbrando al lugar, a los alumnos y a los aldeanos?
Sabía que le esperaba mucho
trabajo, así que decidió levantarse. Pero antes se hizo unos masajes con aceite
de oliva y se puso una venda de lana para aliviar su rodilla y arrastrar menos
el pie. Salió del cuarto y se dirigió hacia el lado de la panadería para
encender el fuego del horno y preparar la masa. Luego, su marido se encargaría
de hornear el pan que distribuían a los
comercios del barrio diariamente desde las siete de la mañana.
Después las tareas diarias siguieron
su habitual orden. Preparó el desayuno para todos. Despertó a sus niños para ir
al colegio. Barrió y fregó el pasillo ancho y largo que conducía al horno y también
a la parte reservada para la
familia. A lo largo de este pasillo habían construido un
banco de cemento donde las personas, en general niños y mujeres, solían esperar la cocción del pan. Tuda siempre pasaba
para saludar a todos los que esperaban allá y a veces se detenía para bromear con
unos y a pedir noticias a otros. Después, fue a la casa del ganado, que no era
un corral como en el campo, sino la antigua casa en que habían vivido antes de
construir su nueva vivienda-panadería de hierro y hormigón. Le bastaba solo atravesar
la calle para ocuparse de sus animales y ordeñar sus vacas.
Antes del mediodía, ya estaba en
la cocina preparando la
comida. Salió tras oír gritos, no solo de una persona, sino
de dos o tres que reprochaban algo a su marido. El no respondía y seguía en la
fosa de dos metros cúbicos que le permitía ver mejor por dentro el horno y
vigilar la cocción del pan. Antes de pedirles el porqué de tanto alboroto, vio aquel
pan quemado, casi carbonizado, de tres o cuatro hornadas. Arreglaron el
problema con los clientes y su marido envió a llamar a un ayudante que iba a
ayudarlo cuando lo necesitaban para acabar la cocción. Tuda pensó
que quizás su marido se había dormido un rato o había pasado más tiempo de lo
normal fumando durante la breve pausa que solía tomarse entre dos hornadas.
Sin embargo, él le confesó que hacía unos días que no soportaba el deslumbramiento
del fuego y hasta le convenció de que era algo eventual.
Pero su ceguera era progresiva y
dolorosa para todos, familia y vecinos. Tuda encontraba siempre tiempo para
ayudarle. Su cariño hacia su esposo se notaba hasta en su voz cuando le dirigía
la palabra. Todavía distinguía siluetas y formas y ella esperaba que, quizás,
un día recobrara la visión y, con ella, sus miradas de enamorado.
Entre fuego y suelo,
Tuda va, Tuda viene,
anda cojeando día a día,
amplían sus dolores,
va arrastrada por sus bromas
que borran pesares y penas.
Entre horno y ganado,
Tuda va, Tuda viene,
se desplaza y corta el aire
empujada por el cansancio,
con las piernas de plomo
y los brazos rotos.
Aquel día, de nuevo el dolor en la
rodilla la despertó. No sintió el descanso que solían procurarle algunas horas
de sueño. Sabía que le esperaban muchas tareas, así que decidió levantarse.
Pero antes, se hizo unos masajes con aceite de oliva y se puso una banda de
lana para aliviar su rodilla y arrastrar menos el pie.
Su marido estaba todavía en la
mezquita. Desde su ceguera, su fiel amigo venía cada madrugada para acompañarlo
e iban a rezar juntos. Mitad por amistad y mitad para borrar algunos de sus
pecados y asegurarse su ingreso en el paraíso.
Tuda va, Tuda viene
entre horno y tiempo
y sus sueños y despertares
se arrugan con sus noches,
se alargan sus días,
y se desbordan sus faenas.
Entre hoy y sus ayeres
Tuda va, Tuda viene,
y en sus ojos morenos
como nubes irisadas
viajan sombras tristes
hacia secretos escondidos.
Salió del cuarto y se dirigió al
horno de la panadería para encender el fuego y preparar la masa. El nuevo panadero
no tardaría en llegar.
Rkia
Okmenni.
Rabat,
17 de mayo de 2013.
Basado
en “EXILIOS
(Caballo verde)”de la novela Primera
con una esquina rota de Mario Benedetti.
Rkia
ResponderEliminarEn tus tres últimos textos, reencuentro la pluma de Rkia, nuestra poetisa, caracterizada por una inteligibilidad de escritura y una ingeniosidad que acerca al lector del contenido de manera muy agradable. Creo que estoy ahora mucho más familiar con el sur marroquí y sus tradiciones que antes de leerte.
Abdellah
Abdellah,
ResponderEliminarTe agradezco tus palabras y tu comentario.
¡Gracias por animarme siempre,amigo!