El café me temblaba entre las manos. Estaba rota.
Hundida. Desorientada. Había buscado refugio en el primer lugar que encontré.
La voz al otro lado de la línea me destrozó. Una voz aséptica, fría, dura como
la mesa de una sala de autopsias todavía me
retumbada en la cabeza. No podía dejar de oírla y eso me estaba volviendo loca.
El destino no podía jugar otra vez conmigo. Apenas podía llevarme el café a la
boca. Tampoco quería. No deseaba salir
de mis recuerdos, de su presencia, de la última vez que nuestros sudores se
volvieron uno. De su voz, de su sonrisa. No podía dejar de pensar en él. Mientras pensara en él, seguiría conmigo y,
en el fondo, albergaba la esperanza de que esa pesadilla fuera eso, un mal
sueño, y que él volvería a aparecer por
cualquier esquina y me abrazaría como si nada hubiera cambiado. Una canción en
una voz ronca y desgarrada salía de algún lugar. Cuando llores, piensa en mí, decía Chavela. Tardé un rato en reconocerla.
Destino cruel. Yo misma había interpretado esa canción en una de mis películas
y ahora ahí estaba para recordarme que ni la fama, ni el
dinero, ni el glamour,
podían suplir la gran tragedia de mi vida. Una botella rota y abandonada
después del último trago. Así me sentía entonces, huérfana, perdida. Sola.
Me di cuenta de que llevaba puestas las gafas y el
sombrero. ¿Qué importaba eso en ese instante? Me sentía protegida con los
cristales oscuros. Hacían que la realidad no se mostrase tal y como era, que
fuese de otro color. La verdad distorsionada. Eran mi escudo y, al
quitármelas, temía aceptar que se había ido para siempre, que Fernando me había
abandonado de ese modo tan repentino e irracional. Una ira desgarradora arañaba
todo mi cuerpo. Quería gritar pero no podía. La fuerza se la había llevado
Fernando. Me sentía un ser débil y abandonado al capricho de un juego de dados de supuestos dioses.
Se oían gritos en el exterior que se hacían más potentes
a medida que la gente se agolpaba en la plaza. Alcé la vista y vi cómo se
empezaba a formar una masa de batas blancas en el centro. Gritaban y agitaban
pancartas que yo no logré descifrar. Me levanté de la mesa como sonámbula y
empecé a andar. Fue un impulso irracional. El equilibrio iba y venía a merced
de mis tacones. Parecía una borracha. Eso. Necesitaba eso. Emborracharme y aceptar
que Fernando había muerto, que jamás volvería a verlo. Aún me golpeaba esa voz anónima y gélida en mi
cabeza.
-
¿María Pérez?
-
Sí, soy yo.
-
Le llamo para informarle de que el cadáver de su marido,
Fernando Medina, ha sido identificado entre las víctimas del atentado. En breve
la embajada se pondrá en contacto con usted y le informará sobre el protocolo a
seguir. Por favor, permanezca atenta al teléfono, los servicios sociales y
psicológicos ya están en marcha.
Me quedé paralizada, sorda, apagada. Muerta. No entendía
nada. Había hablado la tarde anterior con él. Me había dicho que tenía prevista
una tarde tranquila, en casa. Faltaba una semana para tenerlo entre mis brazos
otra vez.
Colgué sin decir nada y mi vida se derrumbó como los
castillos de arena en una ola. De repente nada. Toda una vida en común se
evaporó en décimas de segundo. ¿Qué derecho tienen los hombres de disponer de
la vida de los otros? ¿Acaso todavía existen los sacrificios? ¿Para qué? ¿En
nombre de quién? Todo es tan absurdo como creer que alguien o algo se halla
ávido de sangre y dolor. Antes fue nuestro hijo. Una enfermedad fulminante le
dio dos meses de vida y, ahora, Fernando. ¿Por qué la vida golpea tantas veces?
Hasta el acero más duro termina fundiéndose.
Salí a la plaza y, tambaleándome, caminé sin rumbo ni
destino entre los jóvenes que gritaban y vociferaban algo ininteligible para
mis sentidos en ese momento, diluyéndome yo misma entre el blanco de los manifestantes. Una gota de
sangre en medio de la nieve.
No sé cuánto tiempo estuve perdida entre la multitud.
Sumergida en mi desgracia, no era consciente de las leyes que rigen la vida de
los hombres. De repente, un tsunami de uniformes azules irrumpió sorprendiendo a todos y entonces, en ese
instante, empezó la tormenta. Una lluvia de gases lacrimógenos cayó sobre la
multitud seguida de granizo en forma de pelotas de goma, que revotaban en los
cuerpos transformado los gritos de protesta en alaridos de dolor. Me quedé
parada en medio de la plaza soportando la tempestad. Un golpe sobre mi vientre
me curvó de dolor. Otra pelota dio sobre mis sienes y noté un hilo caliente
recorriendo mi mejilla. La sangre llegó a mi boca, empapó mis labios y fue a mezclarse
con el rojo del vestido. El vestido que tanto le gustaba a Fernando manchado
por la desgracia y el dolor. Caí al suelo mareada y semiinconsciente, dispuesta a unirme con él. No me importaba
nada en ese momento. Nada me quedaba ya. Solo morir.
Cuando abrí los ojos, un silencio atronador me hizo
incorporarme en la cama. Un olor a lejía, antiséptico y cloroformo, me indicó
que estaba en un hospital. Instintivamente giré la cabeza buscando a Fernando
esperando que todo hubiese sido una mala pesadilla.
Anastasio García.
Rabat, marzo del 2016.
Actividad basada en motivos estilísticos de “Desagravio” de Ricardo Piglia.
Anastasio,
ResponderEliminar¡Me encanta tu cuento!
Me gusta como la protagonista narra los acontecimientos dramáticos de la perdida de su marido. Se da cuenta que ella también no esta a salvo del peligro en medio de manifestantes.
Me han impactado ciertas reflexiones que comparto como mas adelante: “¿Qué derecho tienen los hombres de disponer de la vida de los otros?”.
¡Felicidades!
Rkia.
Muchas gracias Rkia por tu comentario. La protagonista está tan perdida por la muerte de su marido que lo único que quiere es morir.
EliminarGracias de nuevo por tus ánimos siempre.
Anastasio
Anastasio!!
ResponderEliminaruna descripción muy fuerte de los sentimientos de esta mujer destruyando por la perdida de sus marido. Qué refugio, solo la esperanza de los recuerdos tan felices pero ella esconda su pena detrás de sus gafas oscuras y a través muchas preguntas a las que no tiene respuestas."Destino cruel" una palabra que resume todas sus desgracias.
Me gusta mucho el texto, fácil a leer, no largo, pero expresa muy bien los sentimientos de la mujer herida. El texto capta la atención del lector hasta al final .
Enhorabuena amigo!!!
Bahia
¡Felicidades!
ResponderEliminarHas escrito un relato precioso. Es una historia conmovedora, con un estilo literario muy bien logrado. La historia es dura, como la vida, pero sabes que a mí, personalmente, son las que más me emocionan. El retrato que haces del dolor de la pérdida de un ser querido duele en lo más hondo. Puede llegar a ser, incluso, insoportable. Bravo, Anastasio.
Anastasio,Como siempre escribes de una manera muy profesional.Texto muy,muy bien hecho por su trama y su estilo.Por la profusión de sus expreciones, descripciones y sentimientos de amor, de dolor, de soledad,de tristeza... para una pretagunista golpeada en su vida por desgracia,por un destino cruel, por la perdida de su marido, abatida hyendo de un presente severo a los recuerdos pasados.
ResponderEliminarMuchas gracias compañeras por vuestros comentarios y apoyo. Sin vosotras, con el ambiente que hay en el taller nada de esto sería posible.
ResponderEliminarEs verdad que es un relato conmovedor y desesperante, pero la vida a menudo nos somete a este tipo de pruebas y tenemos que ser fuertes para continuar viviendo con esa pena y ese vacio.
Saludos a tod@s y muchas gracias otra vez por vuestros comentarios.
Anastasio
Anastasio
ResponderEliminarComo siempre, me encanta mucho lo que escribes. La historia es conmovedora, y el estilo muy bien logrado. Me gustan por ejemplo las frases: “La última vez que nuestros sudores se volvieron uno” o “una gota de sangre en medio de la nieve”. Enhorabuena amigo.
Abdellah