Lunes, 4 de enero
Al aproximarse el día de hoy, mi impaciencia tenía a su igual sólo en mi temor. Pero al final, todo se ha reducido a una gran curiosidad, la mayor de mis debilidades. De pie, en el centro de esta gran oficina, nosotros, los tres recién llegados, parecemos tres alumnos que esperan el castigo de su maestro de escuela. Alrededor de nosotros, los muebles claman su desgaste y el olor de tinta que expelen las pilas de papeles amarillentos y que llegan casi hasta el tejado, traduce la edad avanzada de los lugares. ¡Un lugar siniestro en el cual deberemos pasar gran parte de nuestra vida activa!
Delante de nosotros, y en medio de una cabeza desguarnecida, dos pequeños ojos brillantes nos miran de arriba abajo, de abajo arriba, nos escudriñan, nos hablan sin decirnos una palabra. Tengo la impresión de que me quitan una a una todas las prendas de ropa que yo he escogido con tanto cuidado para este día tan especial. Al cabo de un rato, que me ha parecido una eternidad, los labios toman el relevo y empiezan a recitarnos un discurso sobre el recubrimiento, los gastos, los ingresos, los libros de mercaderías y, sobre todo, las cifras y diferencias, cualquier pequeña diferencia por minúscula y viciosa que sea. Esos céntimos se esconden por aquí o por allá, o tal vez en otro lugar. Y nosotros, la horda infatigable, tendremos el privilegio de perseguirlos incansablemente. ¡Qué bello programa! Imagino que tras el estallido del grito glorioso de "los he encontrado", esos "ojos" van a sonreír y a gratificar al feliz cazador con una mirada de satisfacción, la recompensa última. Los demás deberán esperar la próxima batida para obtener una nueva posibilidad y se contentarán con la esperanza de llegar a conseguir esa mirada de satisfacción en un futuro cercano.
Este discurso de bienvenida es irritante, desmotivador, fastidioso. Siento cómo me entran unas ganas locas de sacarle la lengua y de irme lo más lejos posible. Pero no lo haré. No me gustaría ir a suplicar un sueldo de fin de mes como un perro de carrera tras un cebo.
Antes de cruzarme con esta mirada reductora, que se fija cada vez en una parte diferente de mi anatomía, no podía imaginar que los céntimos, las cifras, pudieran llegar a ser tan nocivos, tan perjudiciales. Por encima de esos ojos, hace su aparición un desierto casi perfecto, sin tan siquiera un solo cabello ni una cana. Yo vuelvo a pasar mis dedos por mi densa cabellera con el fin de tranquilizarla y de tranquilizarme y para saber que todavía sigue allí. Pero, de hecho, ¿al cabo de cuánto tiempo perdió él la suya? Apuesto a que fue un proceso bastante rápido...
Aunque debe ser todavía capaz de alcanzar con cierta facilidad los cordones de sus zapatos, debe encontrar el invierno más frío, el verano más caliente y debe temer las corrientes de aire. No me lo imagino sentado en una terraza de los cafés del centro, sino más bien desparramado en una butaca del interior y pegado al cristal de la ventana, soñando con unas piernas lindas o con traseros abombados.
Y sobre todo sospecho lo que este veterano debe decirse a sí mismo mientras nos observa: ¿Por qué los empleados son más jóvenes de lo que lo eran cuando yo tenía su edad? Definitivamente, me digo, debe ser un envidioso.
Abdellah El Hassouni
Rabat, 22 de marzo de 2011
Ejercicio basado en “describir en primera o tercera persona el primer día de trabajo de un personaje imaginario”. Actividad propuesta a partir de la lectura de La tregua de Mario Benedetti.
Acabas “DIARIOS DE UN NOVATO” con la frase: definitivamente, me digo, debe ser un envidioso.
ResponderEliminarY yo digo: definitivamente, el NOVATO ha podido escanear los pensamientos de su futuro jefe e interpretar sus miradas; lo que le hace sentirse más seguro de si y sobre todo superior
al calvo que tiene enfrente por su juventud y su cabello.
¡Que texto caricatural y que tono humorístico, Abdellah!
Rkia