Pero todavía se atropellaban a la salida de este cine, como si huyeran de esa sala oscura que acababa de darnos a luz. Y esto me molestaba. Yo que detestaba, y que detesto todavía, que me toquen incluso involuntariamente. Decidí entonces refugiarme en los laberintos tamizados y despejados de esta exposición ambulante, donde algunos aficionados perdidos se quedan boquiabiertos, enganchados, colgados de sus obras favoritas mientras pueden. De pie, al lado de Ana María, admiré largamente a través de la ventana ese mar turquesa del turbulento y surrealista Dalí, antes de mirar codiciosamente "El Almuerzo de los Remeros" de Renoir. Y, aunque aseguran que este desprende buen humor, no sentí que nada me contagiara.
La necesidad de aire puro y de luz todavía me proyectó fuera de ese silencio aterciopelado. La muchedumbre me esperaba allí. Enseguida me rodeó, me envolvió, me empujó y me arrastró a lo lejos, me llevó hacia los callejones estrechos y tortuosos de la medina, su dominio y feudo favorito, su reino. Una marea de carne humana abigarrada con todo un espectro de colores: cuerpos que me rozaban, hombros que me empujaban, manos que me palpaban o casi y olores que me invadían las ventanas nasales hasta la saciedad. Los protagonistas eran parecidos a los de Renoir pero en esta ocasión estaban vivos y eran de carne y hueso. Actores que deambulaban, hablaban, cotorreaban, lo cual aparentaba un teatro permanente con un texto invariable, aunque las frases cambiaran continuamente. Y, por añadidura, me miraban de manera extraña; probablemente, detectaban mi angustia, la inquietud en mis ojos, mi sueño de escrutar ese mundo desde une ventana lejana. Una ventana entregada al silencio, dejando entrar sólo el simulacro de una sinfonía de olas estrellándose contra la arena blanca.
Todo alrededor mío me inspiraba temor al contacto, una gran aprensión al roce, un gran asco que apenas lograba disimular. Fui apretando el paso hacia el punto más alejado, la punta del espigón, el peñasco extremo, para tener enfrente sólo el azul del océano, el desfile de las olas suicidándose a mis pies y algunos extremos de cañas de pescar cuyos pequeños movimientos de oscilación me devolvieron poco a poco a la calma y a la serenidad. Aproveché este sosiego reconquistado para escudriñar a mí alrededor. Nada especial, a parte del temblor de aquella sombra negra que me respondía repartida sobre la roca. Me imitaba, me imitaba a la perfección, lo que realmente me irritaba:
- Déjame en paz. Estas aquí otra vez para fastidiarme la vida.
- No puedo actuar de otro modo, verdaderamente no puedo.
- ¡Qué harta estoy de ti! Estoy hasta las narices de esto, de verte brotar cada vez que estoy a punto de recobrar la serenidad.
- Tienes una necesidad vital de mi presencia, por lo menos para dialogar. Además, estoy pegado a ti por mi propia naturaleza.
- No estás pegado a mí precisamente, sino más bien a mis pies.
- Para una sombra como yo, esto no puede ser de otro modo. ¡Soy tu sombra!
- Sólo los más negados se pegan a algo tan estúpido como los pies.
- En primer lugar, una sombra es sólo el reflejo de un ser y, en segundo lugar, los pies no son estúpidos. Hay que ser tonto, como a menudo el hombre lo es, para sacar proverbios tan idiotas como "Es tonto como sus pies". ¡No, los pies son muy inteligentes! ¿Puedes imaginarte sin ellos? ¿Y quiénes te han traído hasta este pequeño trozo de paraíso? ¿Quiénes te han llevado de un lado a otro? ¿Quiénes te mantienen en pie? Son ellos quienes te llevan muy lejos, cuando quieres ir muy lejos. Y luego cuando no te quieres ir, se quedan allí y te hacen compañía. Incluso puedes jugar con ellos. Además bailan, cuando suena la música. Sabes perfectamente que no puedes bailar sin ellos. ¡No me mires con ese aire de cordero degollado! Sí, los pies son importantes y lo que es estúpido es no comprender su importancia.
- ¡Me niego a continuar este diálogo de sordos!
Sin que lo hubiera llegado a percibir, la casi totalidad de los pescadores habían desaparecido y quedaba sólo un viejecito de cuclillas en el otro lado del espigón. Me senté y aquella maldita sombra entonces se me pegó inmediatamente a las nalgas. Escogía siempre las partes más asquerosas de mi cuerpo para adherirse a mí. Le eché una ojeada e intuí una sonrisa burlona en sus labios.
A medida que el sol hundía su tristeza en las aguas rojizas del horizonte, la maldita sombra se alargaba detrás de mí, se oscurecía, para confundirse con el peñasco gris ceniza. Por fin era libre y estaba sola, sola con mis sueños, proyectos, ilusiones y recuerdos. Me dije a mí misma:
- La soledad es tan difícil… Y esa dificultad debe ser para nosotros una razón para buscarla, merecerla…
Pero en el camino de regreso, bajo la luna naciente, la sombra todavía estaba allí, conmigo, justo detrás, una vez más. En el fondo, estoy contenta de que esté aquí. Quizás Renoir tenía razón, por lo menos más que Dalí.
Abdellah El Hassouni
Rabat, 1 de marzo de 2012
Ejercicio basado en los cuadros “Muchacha en la ventana” de Dalí y "El Almuerzo de los Remeros" de Renoir
Me ha gustado mucho tu cuento, como todo lo que escribes. Me encanta tu imaginación y como conviertes la cosa más prosaica en algo mágico. Por otro lado, me ha hecho recordar una novela de Juan José Millás (que también tiene un mundo muy particular) que se titula "No mires debajo de la cama", en la que los pies tienen una vida propia aparte de la de sus dueños.
ResponderEliminarUn saludo,
Mónica
Muchas gracias Mónica;
EliminarUn abrazo
Abdellah
ResponderEliminarotra cuento muy tuyo , muy personnal, nos llevas hasta lo mas profundo del personaje de tu cuento, un personaje angustiado y solitario, a quien le molesta hasta su propia sombra.
muy bonito cuento como todo lo que escibes.
felicidades
iman
Muchas gracias amiga
Eliminarun abrazo
Abdellah,
ResponderEliminarme gusta mucho tu cuento, me gusta también como lo has empezado con Renoir y Dali y lo has terminado por esos mismos dos pintores.Muy original y rico en descripciones de lugares y de sentimientos. Además se lee con curiosidad siguiendo "paso a paso" el monólogo/delirio de la protagonista
En cuanto a las molestias que le ocasiona la SOMBRA,creo que la sombra tiene algo que responderle a traves este poema de Manuel Cornejo González:
SOBRE LA SOMBRA
La sombra se está muriendo
de verse negra y oscura,
la soledad va sufriendo
y maldice su negrura
que siempre la va siguiendo.
.oOo.
La sombra quiere pactar
con la luz del medio día,
cansada está de aguantar
la oscuridad que la guía
y triste no quiere estar.
.oOo.
La sombra quiere jugar
con la luz de las estrellas:
que se quiere iluminar
para sentirse más bella
y al lucero enamorar.
.oOo.
-Manuel Cornejo González
Rkia
EliminarGracias por el bello poema.
Creo que estas muy indulgente conmigo.
Un gran abrazo.
Abdellah
Careo entre dos obras maestras en el que la autora (impresionismo) pretende mediar apelando a la compañía inseparable de su sombra (surrealismo). Sin embargo, la Sombra se antoja objetiva, racional, que acepta humanamente la concomitancia social; el ser vivo, en cambio, aspira a una soledad absoluta, marina, que le niegan sus propios pies. “La soledad es tan difícil…” - sentencia la heroína del relato- y remata, como si pensara en la muchacha del cuadro de Dalí, en que “esa dificultad debe ser para nosotros una razón para buscarla, merecerla…”. Pero no. Tanto Renoir como la Sombra tienen razón. Y eso lo capta muy bien la heroína-autora, resolviendo el dilema impresionista-surrealista en una ecuación casi trascendental, al intuir que la mayor inteligencia que tienen los pies es la de ser, precisamente, los más fieles testigos de todo camino que alguna vez recorrimos, y de todos aquellos que aún nos quedan por recorrer. Saludos.
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