TALLER DE ESCRITURA "A ORILLAS DEL BU REGREG" DEL INSTITUTO CERVANTES DE RABAT

Bienvenidos a «A orillas del Bu Regreg», el blog de los integrantes del Taller de lectura y escritura creativa, un curso especial que realizamos desde hace doce años en el Instituto Cervantes de Rabat (Marruecos).

En este espacio damos a conocer los cuentos, poemas y otros ejercicios de escritura que se proponen en clase y que realizan nuestros alumnos, aunque también publicamos colaboraciones de nuestros lectores.

Muchas gracias por leernos y por compartir vuestras opiniones.
Ester Rabasco Macías (profesora del Taller)

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martes, 24 de julio de 2012

“CONFIDENCIAS” de ABDELLAH EL HASSOUNI


   - ¿Te ofrezco otra copa para acompañarme? La última para mí. No, la penúltima. ¿Dudas? ¿No te sientes tentado? ¡No pasa nada, yo estaré borracho antes de que cierren!
   Las frases apenas podían abrir su camino entre los labios enredados de Yaya y el ballet de sus manos, que agitaba con el fin de corroborar sus declaraciones y que tartamudeaban más que otra cosa. Los anchos brazos de la butaca donde se había desplomado en una posición casi fetal, parecían ceñirlo tiernamente para no aflojarlo. En efecto, todas las butacas de este lugar selecto y refinado, sumergido en una luz tamizada y una música negra de los años sesenta, tenían esa enojosa tendencia.
   En la cara plácida y pálida de su vecino recién llegado, sólo sus pequeños ojos negros y brillantes se permitían interrogar cortésmente a este impertinente desconocido en busca de una oreja dispuesta. Miraba de hito en hito a este jovencito intrépido y pijo echándole ojeadas interminables, arrogantes y altivas. Y antes de que sus labios hubieran tenido tiempo de entreabrirse, los de Yaya quebrantaron el silencio ya molesto:
   - ¿Te preguntas por qué estoy de fiesta? ¡Simple! El caso es que hoy es un día feliz, porque es otro día rutinario sin más, sin problemas. Así y en vistas de que soy un buen ciudadano de este bello país, me gusta brindar mucho en su honor, tanto como me es posible.
   Los ojos del vecino exhibían un interrogatorio espantoso, sin rechinar y sin que sus rasgos expresasen la menor desconfianza o el más mínimo rechazo. Su cara emanaba una frialdad glacial, una frialdad que tenía sus raíces bien ancladas en el interior, en su interior más profundo, y que el alcohol todavía no había conseguido deshacer. Debía preguntarse cuál de las actitudes posibles tenía que adoptar, aunque no fuera la primera vez que una situación así se le impusiera. Habría preferido que fuera una persona del sexo opuesto quien lo provocara en lugar de este hijo de papá. Yaya, que ni siquiera lo miraba, sonreía al tintineo de los cubitos de hielo de su vaso que se arremolinaba invariablemente. Risueño, alegre, tenía ganas de conversar:
   - ¡Escúchame y sin darme consejos! Lo que más detesto es la gente que te prodiga consejos hasta cuando no les pides nada: “Sé prudente, sé atento”, “Piensa en tu futuro”… Algo completamente estúpido. Es como si pudiéramos pensar o adivinar el futuro, planificarlo, hacerlo presente. No somos más que presente, somos tan sólo el momento que vivimos. Y este momento hay que vivirlo imprudentemente, hay que hacer lo que sentimos, seguir nuestra intuición. Es impensable no hacer jamás nada irracional, excepcional. Hay que equivocarse. Sólo los minusválidos y los inválidos tienen derecho a ser prudentes. Yo digo que hay que tener tentaciones, vivirlas, aunque esas tentaciones sean imposibles.
   El lenguaje de Yaya era simple, directo, despreocupado, desconcertante; el lenguaje de un joven en la flor de la vida. ¡No utilizaba esas frases tan largas y llenas de respeto que cada vez nos hacen envejecer unos diez años! Sus manos agitaban siempre el viento y su cara no dejaba de hacer muecas y mohines. Y su vecino apenas había meneado la cabeza a guisa de asentimiento.
   - Estoy furioso y doy los mismos graznidos que un ave que siente pena. Mi cólera es un dolor y mi grito es su expresión. Estoy contra todo lo que es "tonto", aunque sea bastante difícil de definir lo que es "tonto". Es un juicio subjetivo y sentimental. Lo que es "tonto" para mí puede volverse maravilloso para ti. ¿Quizás sea tan sólo una cuestión de justificación, de costumbre, de comodidad o de no sé qué? ¡Yo no soy un gilipollas, dado que no hago nada mal! No hago daño, contrariamente a algunos vendedores, vendedores de ideas envueltas en palabras como derecho o legitimidad, vendedores de dignidades caducadas a las cuales se les cambió las fechas de caducidad, negociantes de todo, mercaderes de culos, no los suyos, sino de los demás. Pero tranquilízate, no soy un maricón ni un homosexual. Justo un ser que se aburre, que está cabreado contra todo, hasta consigo mismo. Al mismo tiempo, no llevo mensaje alguno, hay tantos carteros para esta tarea.
   El vecino de Yaya había fruncido las cejas y había arrugado la frente. Parecía no saber cómo tomar o asimilar este discurso vago, extraño e incoherente, que lo tocaba todo y nada. Eran habladurías de un jovencito embriagado, que andaba medio trompa. Sin embargo, con un movimiento casi ceremonial, lentamente se había vuelto hacia Yaya, cruzando sus largas piernas hacia el otro sentido, le hacía frente y mostraba, aparentemente por cortesía, aunque posiblemente no, un cierto interés. Mientras se pasaba sus dedos por su cabellera entrecana, le murmuró con una voz ronca:
   - El hombre se hace sabio tarde; pero tú, no. ¡Tan joven y ya con éstas!
   Yaya parecía no haber esperado otra cosa sino esa pértiga tendida. Entonces las palabras, las frases, empezaron a emerger de su boca con un chorro ininterrumpido:
   -¡Esto no es una cuestión de sabiduría, sino el dolor de una persona a quien le cuesta mucho ser ella misma! Escúchame, amigo, voy a decírtelo todo. Realicé mis estudios comerciales, unos malos estudios. Imaginas bien si piensas que no los hice aquí sino en el extranjero. No fue nada gratificante, por no decir degradante, el hecho de integrarse en una universitaria nacional. Y como todo hijo cuyos padres tuvieron suerte, prácticamente falló todo, todo fracasó totalmente y volví al país enarbolando el diploma del más grande de los negados. Entonces, mi padre que no podía permitirse que se manchara su reputación, puso en funcionamiento su red y sus palancas y me nombraron responsable en una gran empresa del lugar. Es lo que se hace para los hijos de buena familia. Finalmente, ese es siempre su destino. Y en esos momentos es cuando uno entiende lo que es ser el hijo de tal o de cual burgués, no alguien común, un simple mortal más. Como de costumbre, lo hicieron sin pedirme mi opinión, pues jamás se preocupaban de saber lo que quería. Para los burgueses, todo es contabilidad, todo es fachada. Fue así como comencé a vivir como querían, agarrando el instante tal como se presentaba. Un día, me encontré vivo, vivo en cierto modo y me dije que debía intentar aceptar, sacar provecho de aquella situación. Es normal, para un hijo de padre que tuvo mucha suerte, también tenerla, al menos en parte, ¿no? Así me vendí a mi bello rostro, mi lenguaje pulido, mi traje último grito y mi coche demasiado caro. También vendí mi nombre. No, más bien el de mi padre; en definitiva, el de mi familia. En este contexto, mi trabajo llevaba también el nombre de la inercia. El trabajo era exigente y difícil y jamás me habría sentido a la altura de esta tarea. Y para resumirte te diré que respeto a los trabajadores pero detesto el trabajo, de la misma manera que el que clama que le gusta la religión pero odia a los religiosos. De este modo, no me pedían gran cosa y yo procuraba no hacer mucho, sobre todo porque no soy capaz de gran cosa, aparte de abrir mi bolígrafo y depositar mí uña sobre algunos papeluchos de vez en cuando. ¡Todo eso es muy triste, muy deprimente! ¿No?
   El discurso de Yaya y el vaso bien cargado habían podido más que la frialdad del vecino y signos claros de un deshielo inminente habían hecho su aparición. La curiosidad humana obliga. Ahora, se iba aproximando, se iba inclinando un poco hacia adelante, hasta casi tocar con su oreja la boca de Yaya asintiendo de vez en cuando. Y con el fin de reactivar a Yaya, que se había callado, le interpeló con unas pocas palabras, con frases cortas y con sus movimientos siempre lentos y ceremoniales:
   - Bebamos por el placer que mata al aburrimiento, bebamos hasta el punto de ahogar la memoria. Chin-chin. ¿Pero cómo se puede pasar el tiempo sin hacer nada que motive?
   - Luchar contra el aburrimiento, es, en la medida de lo posible, no renunciar a nada: ni a los viajes, ni a los espectáculos, ni a la glotonería, ni a la sexualidad, ni a los sueños tampoco. Pero en el trabajo, me dio por crear problemas y malentendidos, cada vez que no había nada más o cada vez que no había bastante. De vez en cuando, añadía algo aunque hubiera bastante. Se volvió un juego divertido, un juego en el cual yo mismo destacaba bastante. Ciertas personas, probablemente tan incompetentes como yo, dicen que no soy apto para el puesto. Yo les replico que ellos tampoco lo son y que hay que dejarles el trabajo a aquellos a quienes se lo merecen. Es injusto privar a los verdaderos trabajadores, a los subalternos, de lo que les gusta. Pero ahora estoy hasta las narices, harto de todo esto.
   Yaya sacudía los hombros, como si quisiera quitarse de encima lo que los volvía pesados, pero era en vano.
   - Llenemos nuestros vasos, la charla da siempre mucha sed. Sí, la penúltima copa… Jamás hay que decir la última. ¿Y con las mujeres?
   Yaya sonríe con sus ojos, con sus labios, con toda su cara jovial. Había estirado sus piernas y sus brazos antes de volver a coger la misma postura. Saboreaba la cuestión que ciertamente debía de traerle un montón de recuerdos agradables.
   - ¿Las chicas? Yo, soñaba con ellas desde siempre. Mi divisa era: jamás el mismo perfume más de un par de veces, jamás curiosear demasiado la misma flor. Todas las flores se marchitan demasiado rápido…. Eso es lo que pensaba y lo que todavía pienso. Los ojos de una chica son una fiesta, su sonrisa es una fiesta, y una tarde con una chica en sus brazos es una fiesta, un sueño que se renueva con cada amanecer. Las chicas son por ser muy bellas como las perlas del agua de manantial y todas las perlas están por coger. Y yo cogí de todo, hasta por casualidad, hasta una falda perdida, hasta alguna un poco gorda u otra un poco rubia. Sin embargo, las chicas sueñan con un príncipe encantador, un príncipe que se las lleva en su carroza a un castillo maravilloso para casarse con ellas durante de una fiesta mágica. Así, muchas de ellas veían en mí a un príncipe. Y yo, que jamás había pensado multiplicarme en dos o en más y que no era ni príncipe, ni siquiera un hombre bello, sacaba provecho de eso. Por lo general, les gritaba bien alto que era sólo un joven hombre simple y perdido, pero me decían que el amor transformaba a un ser en un príncipe, en un príncipe encantador. Las chicas jamás desesperan, aunque desesperar no es una fatalidad, es una cosa triste, ¿no? Es la esperanza imbécil la que es abominable, estúpida.
   Entre risitas tímidas y meneos de cabeza, se había quedado bajo el efecto del estupor. Se hallaba boquiabierto, asombrado y no podía replicar ni sugerir nada. Era evidente que el cielo no lo había dotado del mismo poder de seducción y el discurso de Yaya sólo ampliaba su perplejidad y su complejo de inferioridad. El silencio se había vuelto más espeso, más pesado, más negro. Justamente, los puntos luminosos del techo desaparecían uno tras otro dejando detrás de ellos negros halos. El barman, que no había encontrado otra solución que apagar progresivamente la luz, paseaba su molesta mirada entre estos dos últimos clientes. Con los vasos, el tiempo pasa demasiado lentamente, o demasiado rápido, como era el caso.
   Caminando con paso lento, abandonando detrás de ellos esta intimidad momentánea, buscaban las frases adecuadas para despedirse uno del otro. Yaya miraba a lo lejos delante de él, hacia una lejana esperanza perdida. Se volvió, levantó la cabeza en busca de la mirada dura de su gran vecino y rompió la pausa con una sonrisa fugitiva. El otro, alejándose hacia su coche, devolvió a su confidente de aquella tarde una sonrisa semejante a la de él, aunque un poco irónica.
   Y los dos desaparecieron en los dedales de la ciudad, nuestro desierto urbano.

Abdallah El Hassouni.
Rabat, 6 de marzo de 2012.
Ejercicio libre de descripción basado sobre “El posible Balde” de Onetti.

1 comentario:

  1. Abdellah,
    Como dice Ester, con el tiempo pasado juntos en el Taller, se reconoce el estilo de cada uno de nosotros, y el tuyo es único y me gusta. Además, es todo un arte escribir un texto solo con las confidencias/ divagaciones de un borracho.
    ¡Felicidades!
    ‘Confidencias’ me encanta mucho aunque el personaje de Yaya me resulta muy antipático con su egoísmo y el despertar tardío de la conciencia y no le molesta ahogar esta última en el alcohol.
    Desafortunadamente, existen muchos “Yahyas” en cada sociedad: seres o mejor, parásitos perjudícales y inútiles.
    Sin embargo, me gustan muchas reflexiones del protagonista como cuando mas adelante dice:
    « Es impensable no hacer jamás nada irracional » o
    “Estoy furioso…..Mi cólera es un dolor, y mi grito es su expresión.”
    ¡Mucho ánimo para seguir escribiendo, Abdellah!
    Rkia


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