Aún recuerdo el día en que te conocí. Apareciste como
caído del cielo. En tu cara se reflejaba
impotencia, incomprensión, desesperación, sentimientos con los que me
sentía muy familiarizado, pues yo también los compartía.
Tus movimientos, tu rabia hacia el taxista, fiel
reflejo de tu fuerza, vendrían, tiempo después, a sacarme del pozo de mi vida.
- ¿Te acuerdas igual que yo, verdad?
Me miraste con esos ojos pequeños y rasgados. Nadie
podía imaginar la vida, y al mismo tiempo la desesperación que transmitían. A
pesar de que hablabas sin parar un idioma que sólo tú conocías, supe en cada
instante qué me estabas diciendo, que venías de un largo viaje, más de tres
días, supuse. Apenas habías dormido ni comido, tus ojeras y la palidez de tu
cara eran claros indicios, y, claro está, tampoco te habías duchado. Tu
chaqueta y tu pantalón, arrugados y un poco sucios, clamaban a voces un lavado,
al igual que tu barba de cuatro días, un afeitado.
No sé por qué motivo ni razón te conduje hasta mi
coche. Tal vez inconscientemente tenía la esperanza de que dijeras a dónde
querías ir.
Supuse que habías venido en busca de un porvenir,
aunque lo dudé, pues hacía bastante tiempo que la gallina de los huevos de oro
había muerto. Ya no había nada que hacer aquí, excepto mirar el vuelo de los
aviones y el aterrizar de las palomas en busca de las migas de pan.
- ¿Te he dicho que cuando saliste de esa
forma tan precipitada del taxi estaba mirando el vuelo de un avión?
Pues sí, me gusta ver los aviones volar e imaginar las
historias de la gente que va dentro. Imaginar cómo son, adónde van y por qué.
Quizás algunos vuelan porque están obligados a hacerlo, y otros, quizás, para
huir, huir de algo o de alguien, como yo dejo huir mi imaginación viéndolos
volar. Intento que todos mis temores, miedos y pesadillas se los lleve lejos,
muy lejos.
Pues bien, pensé que tal vez habías venido a
encontrarte con alguien, un hermano, amigo o por qué no, la mujer que en ese
momento ocupaba tu corazón.
Te sentaste a mi lado y continuaste con tu monólogo.
De repente, paraste de hablar y de tu boca no salieron palabras sino una gran
bocanada que vino a salpicar todo.
¿Cómo podía haber ocurrido esto? ¿Y en mi coche? ¡Lo
único que amaba en este mundo!
A pesar de que estaba lloviendo, casi diluviando, allí
te dejé. Solo y desamparado, tal y como habías llegado a mi vida, y allí mismo
te encontré, en la misma postura y con la misma expresión cuatro horas más
tarde.
Al llegar a casa y tras repetir el mismo ritual de
todos los días, me encontré sentado en la mesa, sólo, desamparado, triste y
vacío, dispuesto a comer. Pero mi mente no estaba conmigo, estaba allí,
contigo.
De un impulso me levanté y salí corriendo a buscarte,
y allí te encontré, y de repente lo entendí todo. Habías venido para ayudarme y
salvarme.
Anastasio García García.
Rabat, 10 de febrero de
2113.
Ejercicio basado en unas
escenas de la película Un cuento chino
(2011) con el objetivo de “caracterizar personajes”.
Una fiel descipcion.
ResponderEliminarbravo Anastasio
Abdellah
Gracias compañero, te lo agradezco mucho.
ResponderEliminarAnastasio
Hemos visto la secuencia de la película en el taller. Pero tu caracterización de los protagonistas y el estilo en tu texto supera de manera agradable las imagines. Es un
ResponderEliminarplacer leer “El destino” y descubrir el principio de esta “amistad”.
¡Felicidades, Anastasio!
Rkia
gracias Rkia, como siempre dándome ánimos para seguir escribiendo.
ResponderEliminarAgradezco mucho tu apoyo
Anastasio