Tú estás en tu pueblo del Rif y yo estoy en el
mío del gran Atlas. ¡Qué doloroso golpe del destino! Incluso ahora, mientras te
escribo, no me lo puedo creer. A finales del
cursillo de formación, yo creía que quizás ambos podríamos empezar a
trabajar en dos escuelas cercanas o, por lo menos, no tan distanciadas. Pero al
contrario, veo que estamos en las antípodas el uno del otro. Lo peor que podía ocurrirnos.
El primer día pasé mucho
cansancio y mareos viajando en el autocar durante varias horas. Luego continué
en un transporte público en que se mezclaban y se me imponían muchos olores de
personas con sus compras y animales que cargaban atados. Acabé el viaje en una
mula y no pude valorar las virtudes de dicho modo de transporte ni la
naturaleza que atravesábamos, dado que el animal, buen conocedor del camino,
subía y subía el sendero sacudiéndome, mientras yo, temiendo caer, me agarraba
con todas mis fuerzas a su cuello.
Al llegar, los aldeanos me
esperaban con curiosidad y los niños con timidez. Las mujeres fueron poco
acogedoras y sus miradas me seguían
fuera adonde fuera. Era la primera maestra mujer que llegaba hasta esta escuela
tan lejana y recién construida. Las primeras noches tampoco fueron mejores ya que
empecé a sufrir insomnio a causa de los ruidos nocturnos y creyendo que todo
los seres vivos de la montaña se despiertan de noche y desaparecen de día. Aunque
conseguí identificar a algunos de ellos, otros me resultaban desconocidos, por
lo que dejaba mi lámpara encendida hasta la mañana intentando convencerme de desde
aquel momento en adelante tenía que acostumbrarme a aquel concierto de la
naturaleza.
Hoy es jueves y es el día del
zoco, el día del mercado semanal y nadie viene
a clase. Según me han contado, el cambio lo habían organizado los
aldeanos, lo cual significa que hay clase el domingo en vez del jueves. Los funcionarios
e inspectores de la región no tuvieron otra elección que aceptar. Yo aprovecho
todo el día paseándome en el campo de esta región montañosa, escribiendo
cartas, leyendo o lavando la
ropa. Otros horizontes, otras ocupaciones, otras
preocupaciones, otro ritmo de vida…
Hace ya poco más de un mes que
estoy aquí y el número máximo que he tenido en mi clase ha sido de siete niños
con tres distintos niveles de primaria. Estoy en un lugar en donde ni siquiera
se siente la necesidad de aplicar todo cuanto he aprendido en enseñanza
infantil. ¡Qué desilusión! En nuestras discusiones de antes, te decía que
además de dar cursos de matemáticas y otras disciplinas clásicas y lingüísticas,
estaba dispuesta a enseñar a mis alumnos a ser creativos, a inventar, a
asombrarse ante descubrimientos anteriores o potenciales del futuro y también
quería formar mentes críticas para buscar e
interrogarse sobre el porqué de las
cosas que se les ofrece en la vida o a lo largo de su aprendizaje. Pero lo que
jamás hubiera esperado es que me faltaran alumnos.
Estoy intentando convencer a sus padres, que
no ven la utilidad (a corto, medio o largo plazo) del aprendizaje escolar, el cual consideran una perdida
de tiempo. Vienen a las reuniones que
organizo. Me escuchan mientras enumero las ventajas de la enseñanza en el
presente como en el futuro, pero me siento cada vez como quien intenta vender
tenedores a alguien que no sabe ni tiene ocasión de usarlos, ni posee lo que se
come usándolos. Afortunadamente no sufro problemas de comunicación, dado que
hablamos el mismo idioma a pesar de algunas diferencias. ¡Así que un problema
menos!
Al principio tenía muchas
reticencias para venir aquí y ahora es casi un desafío motivar a los niños y
sobre todo a las familias para que aprovechen
el saber y la enseñanza en mi aula de edificio prefabricado.
Seguro que al leer mi carta te dirás: ¿Por qué no les atrae la escuela a pesar
de la curiosidad innata de los niños? Es muy sencillo, aquí todos viven del azafrán, el oro rojo, y se necesitan manos pequeñas. Solo
el número de recolectores importa para optimizar la rentabilidad de la cosecha
de cada familia. Y cuando digo familia se entiende tres o más generaciones que
todavía viven en la misma casa.
No sé cómo van tus clases, tus
alumnos y los habitantes de tu pueblo… ¿Tienes varios niveles en la misma clase?
¿Tantos como en la mía? Parece que allí donde tú estás, la mitad del aula se
convierte en alojamiento para el profesor, mediante una sábana. ¿Tienes
electricidad, agua corriente? Aquí, ni en sueños. Voy a buscar yo misma el agua
a la fuente,
que está un poco más arriba de la escuela y, al llegar, compré en el zoco una
lámpara de petróleo para la noche. Bueno, por ahora estoy acostumbrándome a
todo ello…
Espero noticias tuyas aunque… ¿Cuánto tiempo puede tardar en llegarte mi
correo?
Rabat, 5
de mayo de 2013.
Basado en
“Intramuros (Esta noche estoy solo)”de la novela Primera con una esquina
rota de Mario Benedetti.
Rkia,
ResponderEliminaruna realidad bien triste del problema de la ensenaza en los pueblos lejanos, el abandono infantil de la escuela, el desinteres..., tu texto lo describe perfectamente, siempre es un placer leerte;
un beso fuerte
iman
Muchisimas gracias querida Imane por tu comentario.
ResponderEliminarTe echamos de menos en el taller.
¡Buen regreso al blog!
Mis abrazos para toda la familia.