Miró sus ojos y
descubrió en ella un verdadero sufrimiento. Sabía que sus caricias no podían
aliviarla. Sin embargo, él continuó a pesar de que era bien entrada la noche. Ella gemía de
vez en cuando, cada vez más débilmente. Él no podía proyectarse en aquella
situación. Tenía ideas vagas, esperanzas y, sobre todo, temores enterrados. Y
ahora las cosas habían cambiado totalmente.
Al aproximarse a la
fecha fatídica, ocho meses antes, él se había visto a sí mismo administrándolo
todo con acierto, ya que siempre había sido un buen administrador en todo. O
por lo menos era lo que pensaba de sí mismo. Normal, ¿no? Sobre todo para una
persona como él, que había trabajado tanto y sin parar. Tanto tiempo para
cosechar cabellos entrecanos y todo el tiempo para no saber hacer nada más,
nada más que trabajar. Eso se debía probablemente a su educación, a su época.
Él había dado sus primeros pasos bajo la protección de unos padres trabajadores
en una casa sin televisión, sin portátil e incluso sin teléfono. Sus juguetes,
aparte de unas simples canicas y una peonza, todos los había fabricado él mismo
con pedazos de madera, latas de conservas vacías y un poco de ingenio mezclado con
chillidos de
niños alegres. De adolescente, los únicos momentos en que su padre no le gritaba «el tiempo es precioso y hay
que saber aprovecharlo» era cuando lo veía estudiar o sostener un libro entre
las manos.
Así y después de
discusiones maratonianas con su fiel compañera y madre de sus dos niños, había
decidido dejarlo todo y llevar a cabo su sueño, ahogado en el fondo de sí mismo
desde hacía una eternidad. Su mujer no se mostraba favorable ante aquella idea,
por no decir que estaba verdaderamente en contra. No se veía rompiendo con
todas las atracciones mundanas que habían rellenado y jalonado su vida durante
más de treinta años de matrimonio. El argumento de choque de él era repetir «no
hay que pensar solamente en lo que podemos perder, sino sobre todo en lo que
vamos a ganar». Y le describía de modo bastante poético cómo ambos le
retorcerían al aburrimiento urbano su cuello con sus mil caras, cómo alejarían
las inquietas y pequeñas nubes y le devolverían al azul del cielo su resplandor
original, y cómo a la fuente le devolverían sus ganas de llorar con ruido y sin
reserva alguna. Además, viendo la pequeña sonrisa que se dibujaba en sus
grandes ojos castaños, le describía cómo ambos se regocijarían solos,
estirados, luminosos, revestidos de pereza y de sueños, sobre un lecho blando y
meloso de verdadero heno. Y así fue cómo en un abrir y cerrar de ojos, ya en
los primeros días de su jubilación, vendió su vivienda, liquidó sus bienes y
compró aquella pequeña granja situada en medio de cualquier sitio y a dos pasos
de una ciudad y su imprescindible centro.
Pero hay muchas
bellas ideas que a menudo generan víctimas. Su mujer era una, tal vez la única
de los dos. Él le replicaba que siempre hay que engañarse para tener razón
después. Sin embargo, había comprado dos caballos, algunas vacas, varios
corderos, había poblado un corral y había vuelto a practicar su juego favorito,
el de veterinario. Había recuperado su ritmo de trabajo y había conseguido de
una manera bella constreñir el tiempo, acotarlo y volverlo casi intangible.
Sonó su portátil.
Ella levantó la cabeza, volvió a colocarla en el montón de heno, gimió, se
agitó, ofreciéndole la esperanza de una solución próxima. Era Rim, su hija, que
quería saber qué era de ellos. Él le informó sobre el estado de su madre, sobre
el mensaje de su hermano Reda, pero sobre todo le habló de Blanca, su vaca, que
en ese momento se hallaba tendida a su lado y dando luz al primer ternero de la
granja.
Abdellah El
Hassouni
Rabat, 6 de
mayo de 2013
Basado en
la secuencia “Caballo verde” de la novela Primavera con una esquina rota de Mario
Benedetti.
Abdellah,
ResponderEliminarMe encanta tu texto y sigo tus secuencias con interés.
En esta, aprecié como el lector, y en este caso yo, debe esperar hasta las últimas líneas
para conocer la identidad de la que “tenia en sus ojos un verdadero sufrimiento”.Ánimo y mucha inspiración para tus próximas secuencias.
Rkia
Muy lindo tu texto.
ResponderEliminartengo todo lo que ha enviado Ester sobre "Primavera con una esquina rota", como para seguir y escribir algo, lo que no he tenido es tiempo. Añoro no estar físicamente presente en el Taller con ustedes, y así sentirme más "obligada" a esa tarea que me gustaría tanto, la de seguir el ritmo de vosotros.
Un abrazo.
Ana Borges
Abdellah,
ResponderEliminarun texto muy bonito y intrigante, espero que pronto "un poyecto novela" vea la luz...
Un abrazo muy fuerte y espero veros muy pronto en el taller
iman