Todas las mañanas lo veo pasar. A veces cabizbajo y
triste. Otras, alegre, altanero y lleno de ilusión.
Le gustaba sentarse a disfrutar de uno de los pocos
placeres que aún le quedaban: su café diario, a pesar que el médico se lo tenía
totalmente prohibido… Y le gustaba ver pasar a la gente, imaginar sus
historias, el porqué ayer llevaba un traje y hoy no, el porqué de una falda
larga o corta o la conveniencia o no de una corbata un poco atrevida. También
disfrutaba/ viendo la cara de la gente, analizar sus rostros, ver la aparente
felicidad o tristeza e intentar encontrar una explicación.
Con
el tiempo voy reconociendo a la gente y puedo construir su historia de varios
capítulos o días, pues el hombre, animal de costumbres, siempre hace la misma
ruta, el mismo camino para ir a ganarse el pan, como decía muchas veces mi
padre, o de un modo más refinado, el sustento. Esta mañana me encuentro un poco
cansado, no sé qué me pasa, serán los años ya, pero aquí estoy como todas las
mañanas desde hace ya muchos meses.
Todas
las mañanas lo veía pasar, y sus miradas siempre se cruzaban, saludándose con
una tímida sonrisa, diciéndose buenos días con los ojos. ¿Cómo se
dirá buenos días en su lengua? Siento una gran curiosidad. No sabía por
qué, pero desde la primera vez que lo vio sintió algo extraño, que se habían
encontrado, o mejor dicho, cruzado por algún motivo, aunque ahora no tenía ni
la más remota idea de lo que esto pudiera significar.
¿Cómo
se llamará? ¿Cómo llamarlo? Me lo he preguntado muchas veces. Por ahora no tiene
nombre, así que no se llama de ninguna manera. Algún día lo sabré. Una cosa
curiosa es que mi “conocido sin nombre” unas veces aparece peinado y otras no.
¿Por qué? No lo sabía. ¿Se habría levantado tarde? O ¿Se había olvidado de
peinarse? Si se había levantado tarde, seguro que no había dormido bien.
¿Echaba de menos algo, a alguien? ¿Se sentía bien allí? Ahí, en este
aspecto, yo lo podía comprender, pues yo mismo me sentía extranjero, sobre todo
después de haber vuelto. Quizás era a eso lo que me unía a él. Los dos
compartíamos, creo, muchas cosas, pero sobre todo, la soledad. Lo cierto es que
cada mañana nos buscamos con la mirada. Si alguna vez no lo veo, me pregunto
qué le habrá pasado ¿Quizás está enfermo?
¿Habrá cambiado de camino?
Está
solo. De ahí la cara de tristeza de algunos días. Lo intuía, pero lo
supe por dos cosas. Por sus camisas sin planchar y porque un día fui testigo de
una escena: vio a una niña pequeña, de unos cinco años y su rostro se iluminó.
Se dibujó una sonrisa tan dulce y tierna en su cara que rápidamente pensé que
tenía una hija, y lo más terrible de todo, que la echaba desesperadamente de
menos. ¡Maldito destino! pensé yo que él pensaba en aquellos momentos.
Anastasio
García García.
Rabat, 20 de mayo de 2013.
Basado en la secuencia “El otro (testigo solito)” de la novela Primavera con
una esquina rota de Mario Benedetti.
Anastasio
ResponderEliminarTu texto que mezcla un discurso del narrador en primera persona y en tercera persona es un éxito total. Bravo.
Abdellah
Anastasio,
ResponderEliminarTu secuencia basada en "EL OTRO" me encanta. Es una mezcla de genio y de creatividad que implican al lector de manera muy suave;
¡Felicidades y ánimo!
Rkia
Muchas gracias compañeros. Me dais mucha fuerza para seguir escribiendo.
ResponderEliminarAnastasio