¡Jolines! Estos
mechones no se dejan dominar…, dijo y se dijo Rim, con su
cepillo entre las manos. Esto no puede
ser más que una consecuencia de este estado de estrés que estoy viviendo,
agregó, tratando de encontrar una explicación mental que fuera aceptable a su
estado de ánimo, pero intentando apartar a primera vista todo lo que era físico.
Se repitió lentamente las palabras “soy una
chica joven y dinámica”, como si quisiera convencerse a sí misma de ese
hecho. Era su querida mamá quien a menudo se lo repetía con gusto y quien le
sacaba esa frase mágica cada vez que la veía un poco con la mente en las nubes.
Eso le dibujaba siempre una sonrisa radiante. Ahora, joven tal vez, a sus
treinta y dos años, aquel primer adjetivo todavía podía ser actual, aunque en
lo referente a dinámica ya no estaba tan
convencida.
Lo había sido hasta hacía un determinado tiempo. El tiempo en que
todavía vivían los seis en aquel chalet de los alrededores de la capital: sus
viejos, su joven hermano Reda, ella, su marido y su pequeña perla, Tilila. Su
adorable y elegante mamá, Hiba, una mujer de una familia secular, había hecho
lo mejor posible para educarlos según el modo y las costumbres que ella misma
había recibido. Pero los tiempos habían cambiado tanto… Rim y su hermano habían
sido modelados de otro modo y no precisamente de manera tradicional. Se les
había impregnado la cultura europea que habían recibido en la escuela. No
arrastraban la hereditaria carga ancestral, ni el peso de la religión estricta
y apremiante. Pero Rim estaba persuadida de que su mamá seguía masticando un
montón de prejuicios que continuaban siendo alimentados por sus relaciones
mundanas bien seleccionadas. Y aunque Hiba había frecuentado los bancos de la
escuela, lo cual le había proporcionado un cierto grado de saber y por
consiguiente cierta ventana entreabierta a la evolución de la sociedad y las
nuevas tendencias que la agitaban, los puntos de vista de su madre no la habían
socorrido a la hora de la
verdad. Rim adoraba a Adam, su papá, con quien las relaciones
eran más simples. Aparte de que desempeñaba el papel de cajero automático,
abierto a cualquier hora del día o de la noche, no tenía mucho tiempo y los
niños no le exigían tanto. Por tanto, cada uno se dedicaba a sus actividades y
quehaceres. Rim, sin embargo, había notado que la situación había cambiado tras
la partida de Reda, aunque Adam abiertamente no hablara de eso. A la primera
ocasión que tuvo, Reda había despegado hacia el país de su segunda lengua
materna (si no su primera) para sumergirse totalmente en sus aguas. Durante un tiempo,
volvía como un golpe de viento para saborear un estofado de carne, cocinado por
las manos de mamá, acompañado por un vaso de té a la menta, e intercambiar
algunas reflexiones con Adam, su papá, sobre su vida en el mundo de allá. Ella,
Rim, no había seguido a su hermano. Sentía ataduras más fuertes: un marido y
una niña a quien había que incubar y proteger. No todo el mundo puede hacer lo
que desea.
Y ahora estos cabellos de mierda
que se deshilachan entre mis dedos…, dijo y se dijo Rim, observando su
cepillo. Si todavía fuera mi madre quien me
cepillara, no los habría visto caer y a ella, tan delicada y tan discreta, le habría
costado confesármelo. La verdad es
que echo tanto de menos su presencia a mi lado…, seguía pensando. Rim y su
madre, las dos mujeres de la casa, siempre habían estado muy cerca la una de la
otra, habían sido verdaderas cómplices. Una complicidad profunda y maliciosa, a
menudo transmitida justamente con una mirada o un gesto insignificante y que se
había fortalecido con la partida de Reda. Esa complicidad seguía siendo
efectiva, pero no tanto como antes. La gruesa nube gris que había ensombrecido
su relación, la elección del compañero de camino de Rim, había dejado secuelas
indelebles. Salem formaba parte de la banda de chicos y chicas que frecuentaban
el chalet. Su tez del color de las almendras tostadas y sus cabellos
ensortijados revelaban que era un chico del sur, del extremo sur. Hablaba la
lengua de Molière con un acento particular. Hiba intentaba verlo con buenos
ojos, diciendo que ella siempre se había mostrado abierta a la mezcla de
culturas. Sin embargo, el día en que se había enterado de la relación entre él
y Rim, se puso a denigrarlo gritándole a su hija… Esto no encaja con lo que somos nosotros… Cuando me dirige una simple
mirada, siento que me echa en cara nuestras diferencias con orgullo: “He aquí
mi físico y he aquí de qué estoy hecho". No es de nuestro entorno, no es como tú, como yo, como todos los demás…
El peso de las tradiciones y las raíces de una burguesía arrogante y
despreciativa, incrustadas en el fondo de Hiba habían salido a flote de una bella manera... Rim, que pensaba por entonces
que jamás uno tiene la misma madre que los demás, sino precisamente una madre diferente,
se había tomado aquella oposición con paciencia e indiferencia y había
respondido con cierta terquedad. Mantuvo la estrategia de no hablar ni de lo
que había sido dicho ni de lo implícito y, por lo demás, dejó que el tiempo
interpretara su papel… Al final, acabó por ganar. O, más bien, Hiba había
acabado por ceder. No quería perder tanto quizá por tan poco. Y su cólera se
apaciguó dejando sitio a la añoranza…
Y estos
cabellos que ya no quieren reinar ahí arriba… ¿Quieren también alejarse de mí?
¿Debe ser esto también sólo culpa mía? ¿O quizá es de mamá, o de de Salem o de
los dos? ¿O bien es una señal de que el tiempo pasa volando y me cuesta
confesármelo? Con treinta y dos años no soy precisamente una mujer madura,
aunque sea una joven mujer que ya no es dinámica, dado que he aguantado lo que
he aguantado. Pero no hay que remar hacia el pasado. A menudo el tiempo no se
mide por minutos, días o años sino más bien por la manera con la cual vivimos el
tiempo…, pensó Rim. Se levantó, echó los mechones en el inodoro
y tiró de la cadena.
Abdellah El
Hassouni
Rabat, 20
de mayo de 2013
Basado en
la secuencia “El Otro (Testigo solito)” de la novela Primavera con una esquina rota de Mario Benedetti.
Abdellah,
ResponderEliminarTu “proyecto-novela”, como lo llamó Imane, sigue encantándome y espero otras secuencias…
Esta secuencia en particular, basada en “EL OTRO” me gusta mucho.
¡Ánimo!
Rkia