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Tilila, bébete el vaso de leche.
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No, no tengo ganas y no me gusta la leche. Ya bebí un poco ayer.
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Pero, ¿cuántas veces debo repetirte que es necesario beberse cada día un gran
vaso de leche para crecer?
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Por ahora me niego a crecer. Espero el regreso de papá para hacerlo. Por lo
menos él, me riñe poco y, cuando lo hace, no grita.
Rim, mi mamá, me habla todo el tiempo dándome órdenes: acaba tu plato,
ponte derecha en la mesa, come lentamente, no tragues sin masticar bien, acaba
tus deberes, arregla tus juguetes, cepíllate los dientes… Yo a menudo disfruto
haciendo todo lo contrario o haciéndolo todo muy lentamente para fastidiarla
excepto, evidentemente, cuando la necesito para algo. Mi abuelo Adam, el papá
de mi mamá, a menudo me murmura al oído que hay que responderle «Sí, mi capitán».
Pero yo no lo hago para no ponerla demasiado nerviosa y para poder ponerme mi
pantalón de peto azul preferido con la camiseta roja. Pero eso sí: su manera de
hablarme me ayuda a mejorar mi nota en conjugación. No toda la conjugación,
sino en el imperativo. Soy la mejor a la hora de conjugar el imperativo en la
segunda persona del singular. Si Rim, mi mamá, utilizara otros tiempos de la conjugación,
yo incluso podría conseguir una mejor nota. Soy buena en matemáticas, pero no
en gramática. En gramática hay siempre confusión, demasiados tiempos en la conjugación
y demasiados verbos.
Yo, cuando sea adulta, no tendré que ocuparme de los errores
gramaticales. Las personas adultas no están obligadas a tener cuidado con la
conjugación cuando hablan entre ellas y a menudo utilizan sólo el imperativo
para dirigirse a nosotros, los niños. La vida de los adultos es más simple.
Algunas veces deseo parecerme a mis abuelos. Ellos no hacen nada más que
esperar a que vayamos a verlos. Cuando estoy con mi abuelo, aprovecho para
hacerle un montón de preguntas como “¿Por qué Dios no está casado?” o “¿Por qué
los perros corren siempre tras los gatos?” o “¿Cuando una piedra se haga grande
se llamara peñasco…?” Para ciertas preguntas, me pide que espere un poco.
Parece que se comprende todo mejor cuando uno es adulto. Mi papi Adam me lee
libros y no se salta líneas. Y si le pido que relea la misma historia, no me lo
niega. Cuando paseamos por los caminos de la granja, se para siempre para
mostrarme las plantas, las hojas secas o las orugas. Me enseña las raíces, las
yemas, las flores, me habla de sus colores y me pide que no pise las cosas que
crujen. Mi mami Hiba es una mami maravillosa. A menudo me lleva a las tiendas de
caramelos o de chocolates. Todo el mundo debería tener una mami, porque, ella y
mi papi son los únicos adultos a quienes les gusta pasar el tiempo conmigo,
sobre todo cuando no hay dibujos animados en la televisión.
Mi
papá no es tan viejo como mis abuelos. Con él, nunca oigo escapes de gas cuando
se inclina y no me dice que es cosa del perro.
Es más jugador y corre mejor y yo puedo compartir con él algunos juegos donde hasta
nos empujamos un poco. Mi mamá me dice que ahora está retenido lejos y que estará
de vuelta tan pronto como pueda. Lo echo muchísimo de menos. Es el único de la
familia que, como yo, tiene la piel del color de las almendras tostadas. Los otros
tienen una piel blanca, tan blanca como la leche. Por eso he decidido no beber
más leche, así conservaré el mismo color de piel que mi papá.
Abdellah
El Hassouni
Rabat,
27 de mayo de 2013
Basado
en la secuencia “Beatriz (Los rascacielos)” de la novela Primavera con una
esquina rota de Mario Benedetti.
Abdellah,
ResponderEliminar¡Muy lista y muy encantadora, Tilila!, y
¡Qué personalidad! Sabe lo que quiere y también lo que no quiere...
¡Enhorabuena!
Rkia
Maravilloso Addellah. Me gusta como empiezas y cierras la historia, con el tema de la leche.
ResponderEliminarCoincido con Rkia, Tilila tien mucha personalidad, y eso me gusta.
Animo y enhorabuena.
Anastasio