El sábado por la tarde, bastante tarde, delante del
pórtico de la granja y bajo una fina lluvia, un hombre sencillamente vestido,
parecido a un campesino tan terco como su asno, toca el timbre con insistencia.
De vez en cuando, acaricia el cuello de su asno con el cual parece entenderse a
las mil maravillas. Poco tiempo después, aparece Adam, un sexagenario, muy
tapado y protegido bajo un paraguas.
H- ¿Está usted bien, doctor Adam?
Ad- Sí, (Después de un pequeño momento de silencio.)
Disculpe, ¿nos conocemos?
H- No, no nos conocemos. Sin embargo, le necesito a
usted y vengo a pedirle que me acompañe.
Ad-
Estoy jubilado desde hace bastante
tiempo y no voy a acompañarle a ninguna parte. ¡Además, no veo en qué puedo
serle útil!
H-
Doctor, no sea modesto. Acepte
ayudarme, por favor, sin hacerme preguntas. Mire, yo, nunca me intento buscar
el porqué de las cosas, aunque unas veces me pregunte por qué…
Ad-
Sigo sin entender nada… Y dudo de
usted…
H-
¡Dudar o no dudar, he ahí la
cuestión… ¡O tal vez no!
Ad- (Con
un tono que ya comienza a mostrar irritación.). Usted viene a mi casa a estas horas, para
echarme este discurso deshilvanado…
H- No soy yo quien ha decidido venir a llamar a su
puerta, sino que han sido más bien la necesidad y mi asno quienes me han traído
hasta usted.
Ad- ¡Gracias a su asno…! ¿Pero qué es lo que usted quiere?
H- Ella tiene tres años, pero sufre muchísimo. Y usted
es el único doctor a cinco kilómetros a la redonda.
Ad- ¿Y dónde está la enferma? En su granja, supongo.
Descríbame los síntomas.
H- Una diarrea grave y me parece que también tiene
fiebre. Quizás ha comido setas. Usted sabe que todas las setas son comestibles,
pero algunas lo son solamente una vez.
Ad- ¿Usted supone todo eso o está seguro?
H- En realidad, creo que es
así…Pero estoy de acuerdo
con usted: pensar no basta, hay que pensar en otra cosa.
Ad- Pero usted la habrá aislado, por lo menos para que
no contagie al resto.
H- Su única hermana siempre está a su lado, al
contrario del hermano, que jamás está con ellas.
Ad- ¿Tiene sólo tres? ¡Eso es poco! Yo, que acabo de
instalarme, tengo ya ocho y pronto celebraré el nacimiento de otras dos, pero
no de la misma progenitora.
H- Y es bígamo… (Murmurando para sí.) Para las tres que tengo, se trata de la misma progenitora…
(Articulando lentamente la última palabra.) (Pensativo, levantando la
cabeza hacia el cielo.) Y supongo que también se trata del mismo
progenitor.
Ad-
Está bien, voy a proporcionarle un
jarabe de amplio efecto y esperaremos hasta el lunes para consultar a uno de
mis colegas que está todavía en funciones. Pero necesito saber su peso para
poder recetarle una buena dosificación.
H- Salvo error por mi parte y, en eso nunca me
equivoco, debe de pesar unos quince kilos.
Ad- ¿Qué…? ¡Pero no es posible! Ni siquiera pesan tan
poco al nacer…
H- ¡Usted debe de tener progenitoras muy fuera de lo
normal!
Ad- No. Es de raza local, de esta región.
H-
También la mía, un poco bajita
pero.... Ahora, ya nada es como antes, ni siquiera el futuro es lo que era.
Pero dígame cómo pues usted llegar a tener bebés de quince kilos al dar a luz.
Mi mujer me ha dado sólo bebés con un peso entre tres y cuatro kilos.
Ad- ¿Su mujer? ¿Hablaba de su mujer cuando decía
"progenitora”? (Se produce un intenso silencio y él tiene los ojos muy
abiertos.) Entonces, la enferma debe de ser su hija, ¿no?
H- Sí, claro que se trata de mi mujer y de mi hija, la mayor. Al principio yo
solo quería tener chicas… no quería ningún chico, por miedo a acabar teniendo
un pequeño soldado, un militar, un asesino. ¡Pero uno nunca puede estar seguro
de tener lo que desea!
Ad- Escúcheme,
escúcheme. Usted se ha equivocado, se trata de un gran error. Soy doctor, sí,
pero (articulando lentamente) soy veterinario. Curo a los animales
y no a las personas. Desconfíe, pues las apariencias pueden acabar siendo
verdaderas. Regrese a su casa y lleve a su hija al servicio de urgencias.
H- No me gusta estar en mi casa, siempre hay problemas.
Hasta tal punto que, cuando voy a casa de un amigo que me dice "¡Siéntase
usted como en su casa!", salgo de inmediato…
El hombre desaparece en el camino oscuro y Adam
regresa al interior para ser interpelado por la inquieta voz de su mujer, Hiba.
Hiba- ¿Quién era y por qué has tardado tanto?
Ad-
Pues, la verdad es que todavía no
estoy seguro de con quién he hablado. Me parece que era un campesino ingenuo,
que no sabe el refrán: «A veces, más vale no decir nada y pasar por gilipollas que
abrir la boca y no dejar duda alguna tras de sí».
Abdellah El Hassouni
Rabat, 10 de noviembre de 2013.
Texto basado en “Tres sombreros de
copa – Acto III”, de Miguel de Mihura.
¡Qué sucesión de malentendidos, Abdellah !
ResponderEliminarMe gusta mucho “Una visita nocturna”, un dialogo de sordos muy cómico.
¡Felicidades!
Rkia
¿No es un poco misógino?
ResponderEliminarEster