Érase una
vez un babuchero que vivía en un pueblo famoso por las babuchas que fabricaba. Por
eso, mucha gente acudía a él desde todas partes para admirarlas y comprarlas.
Un día, una
princesa pasó por el pueblo donde vivía el babuchero, coincidiendo su visita
con el día del zoco público, día en que se vendía de todo, como en los cuentos
maravillosos, y que atraía a mucha gente que iba hasta allí a hacer sus compras
y a pasar un buen rato. La princesa no era del mismo pueblo, era de un pueblo
lejano, por lo cual no sabía el idioma de las personas de aquel lugar. Al
entrar, se enteró de que aquel día había zoco, así que decidió pasear, mirar y
comprarse lo que le gustara.
Andando
entre las tiendas de los comerciantes, vio una donde se exponían babuchas de todos los colores. La princesa
dio la orden a sus compañeros de parar y caminó hasta la tienda, en donde había
un anciano de barba muy blanca, símbolo de que había vivido mucho y tenía mucha
experiencia en su trabajo como babuchero. Tomó la princesa en sus manos una de
las babuchas expuestas, pero no supo cómo expresarse ante el anciano y se quedó
callada.
Como el
babuchero tenía un hijo muy culto que hablaba el idioma de la princesa, ya que
en el pasado había trabajado un par de años con un comerciante del mismo
pueblo, mandó llamarle. Poco tiempo después, el joven se presentó en la tienda
de su padre.
Pero, al ver la belleza de la princesa, el joven no
pudo pronunciar ni una sola palabra…
Se quedó
mudo de la fuerte emoción y, a pesar de que la princesa y su padre esperaran su
ayuda como traductor, él no emitió palabra alguna.
Sorprendido,
el anciano le dijo:
- ¿Qué te
ocurre hijo mío? Su alteza no va a permanecer más tiempo con nosotros. Ambos te
esperábamos para que tradujeras su pedido… Y tú ahora te quedas mudo como un
tonto… ¡Y además, ni siquiera has sido capaz de saludar a la princesa como es
debido!
Luego
añadió:
- ¡Ah,
juventud…! –pensó al darse cuenta de que su hijo estaba sufriendo por primera vez los hechizos del amor.
Y aunque él lo intentó una y otra vez, ningún sonido le salió
de la boca al joven vergonzoso, que se había quedado petrificado por aquel
sentimiento repentino que le inundaba el pecho y le había puesto tan rojo como
un niño.
Así
que el babuchero mandó a su ayudante que fuera a buscar a su amigo, el vendedor
de espadas, navajas, fusiles de Damasco y demás armas. El señor Alí, que era un
gran, pero que muy gran viajero y políglota, él, sin duda alguna, iba a
resolverles el problema. Llegó y, momentos después, la princesa se fue con la
promesa que le llegarían sus bellas babuchas bordadas con hilos de oro y plata
el mismo día y antes del crepúsculo.
El
anciano y todos sus ayudantes trabajaron sin reposo en la tienda-taller,
dejando de lado el resto de pedidos. Al final del día, el babuchero le pidió a
su hijo que llevara las preciosas babuchas al palacio y a tiempo.
Pensaba
el padre que, quizás, viendo la princesa por segunda vez, el joven recobraría
la palabra, y tal vez, al probarle las babuchas, podría también confesarle su
amor declamándole unos versos, tal como él sabía hacer.
El
babuchero, que era también un gran mago, estaba convencido, por su larga
experiencia, de que jamás el sultán aceptaría unir a la princesa con su querido
hijo. Por eso, ya lo veía marchitarse a causa del desamor y su desgracia… Tanta
pena le dio que decidió ayudarle, tal y como solía ayudar a otros enamorados.
Usando su poder de mago, lo hipnotizó y le dictó unos versos mágicos para que
se los recitara a la princesa y saliera de una vez de aquel estado de mudez que
nunca le ayudaría a conquistar el corazón de su alteza.
Así
fue. El joven colocó las babuchas en los pequeños y frágiles pies de la
princesa, recobró el uso de la palabra y
le declamó unos versos tan llenos de amor que la princesa le rogó que se los
repitiera una y otra vez.
Desde
aquel día, la princesa paseaba por todo el palacio, tanto de día como de noche,
recitando los mágicos versos con una voz tan dulce y tan triste que hacia
llorar a todos, incluso al sultán, que acabó por investigar para conocer el
origen de la infelicidad de su querida hija. Fue así como supo la verdad y
envió sus mensajeros al babuchero para que convinieran una fecha para celebrar
la boda de la princesa y de su hijo.
Una
semana después, se oyó en el zoco la voz de un mensajero del sultán gritando e
invitando a todos al palacio para festejar la boda de la princesa y del hijo
del babuchero y que se aceptaba todo tipo de regalos excepto babuchas.
Rabat, 12 de octubre de 2015
Driss El Gambouri y Rkia Okmenni.
Cuento basado en
motivos de “El hijo del babuchero” (cuento anónimo del norte de Marruecos).
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