Me fascina Marrakech y su puesta del sol
detrás de las montañas del Atlas, su flujo ininterrumpido de pieles blancas
desguarnecidas, en busca de rayos de sol y de exotismo; esta ciudad ocre, dónde
las tradiciones que se perpetúan desde hace siglos se combinan con este perfume
de modernismo venido de otras partes. Perderse en sus callejuelas, sus exiguos
callejones medio sombríos y medio alumbrados, con sus bóvedas que casi rozan
las cabezas de los transeúntes… Todo ello crea un hechizo que, a menudo, acaba
por inyectarnos en los brazos de la plaza Jemaâ El Fna, de sus narradores de
todo género, de sus encantadores de serpientes, de sus jugadores de acrobacias
o de sus adivinadores que siguen manteniendo toda su autenticidad.
No puedo olvidar esa época en la que mis
cabellos eran todavía tiernos y mis nalgas no habían conocido las butacas rojas
y sedosas del teatro, sino que se hallaban a menudo en contacto con la tierra
dura y húmeda, cuando me colocaba en cuclillas en el círculo de una halka1.
La halka era nuestro teatro tradicional, una representación al aire
libre, sin cortinas, sin distancia alguna entre nosotros, los espectadores
boquiabiertos y el cuentacuentos, ese narrador-comediante, carente de
maquillaje y artificios, capaz de interpretar obras de todo género y de jugar
con nuestros sentimientos y emociones. Asistir a una halka y escuchar a
un cuentacuentos, es como abrir una puerta sobre la plaza central del gran
zoco. La vida, que comúnmente fluye como el agua límpida de un arroyo, se
vuelca repentinamente en un caótico bullicio donde una multitud de personajes
llegan sin aviso previo y ponen patas arriba la tranquilidad solitaria que ha
reinado hasta ese momento. Todos los personajes acaban enardecidos, hasta el
extremo, y toman muy en serio los papeles que le han sido otorgados. Y yo, en aquella
época, no podía hacer nada más que sentirme totalmente responsable de todos mis
personajes, debía ocuparme de ellos, alojarlos en mi pequeña memoria,
alimentarlos con todos los fantasmas posibles. Por la noche y antes de que
Orfeo esparciera al viento del sueño mis imágenes del día, las de esos cuentos
que había engullido antes, una pizca del galope del caballo de Ali Ibn AbiTálib2
seguía trotando y brotando en mi cabeza, tanto como el soplo de la bestia de Jámila
y lwahch, nuestro relato de La bella y la bestia, que avivaba
todavía mis endebles mejillas.
Muchos años después, un día, no supe por qué
milagro (a decir verdad, fue una especie de nostalgia devoradora) me encontré
agarrado por una voz que parecía ascender desde mi infancia, una voz similar a
la de los cuentacuentos que solía escuchar bajo la muralla de la Puerta de
Ceuta en Salé. Hasta puse las manos sobre mis nalgas, como gesto natural
para protegerlos del eventual frío, aunque era una tibia tarde y yo estaba de
pie en medio de una densa muchedumbre en la plaza famosa de ese Marrakech que
tanto me gusta. La voz era cautivadora, el cuento también. Inmediatamente me
sentí transportado allí donde podéis imaginar o, tal vez, no…
Pero, ese día, lo que más había llamado mi
atención fue la melodiosa música que acompañaba su cuento, la música de un güembre,
un instrumento de tres cuerdas punteadas a semejanza del laúd. Tras prometernos que, al día siguiente, continuaría el relato,
a la misma hora y en el mismo lugar, el cuentacuentos acabó en mis redes,
cuando lo atraje hacia la terraza del café Árgana para tomar un té caliente con
menta. Le acabé interrogando para comprender el porqué de su elección del güembre,
en lugar de un verdadero laúd de cinco cuerdas, tal
como era costumbre entre los músicos del momento. Me escuchó con una sonrisa
socarrona y acabó por relatarme una historia fantástica:
-No hay una única historia del ser humano,
sólo hay muchas historias que tratan diversos aspectos de la vida humana… Y yo
voy a contarte la mía. Pero me parece que no sabes que
jamás hay que fiarse de las apariencias. Yo, el cuentacuentos al que acabas de
escuchar y que está sentado frente a ti, soy, en realidad, un experto en madihin3,
un confirmado músico cantante de alabanzas. Y puedo decirte que fui solicitado
y apreciado en todas las tierras norteafricanas y andalusíes; sí, en todas
partes, querido amigo. ¡Deja de abrir tus ojos desmesuradamente! Sí, yo fui
incluso presentado, por mi maestro, al mismísimo monarca; sí señor. Y una vez
delante de él y después de las acostumbradas zalamerías, le dije con gracia y
de manera distinguida:
-Puedo cantar los poemas que otros cantantes
de alabanzas saben; sin embargo, mi repertorio está constituido también por
canciones que deben ser interpretadas tan solo ante un soberano y un devoto
enamorado de la música más sabia, alguien de la talla de su Majestad. Otros no
conocen estas nubas. Si su señoría me lo permite, voy a cantar para
usted lo que el oído humano jamás ha oído antes.
El soberano alzó las cejas y ordenó que me
devolvieran el laúd de mi maestro, un laúd árabe de
cinco líneas de cuerdas. Pero yo, con todos mis respetos, decliné su oferta
diciéndole que tenía mi propio instrumento que yo mismo había fabricado,
alisando y esculpiendo la madera de manera especial, y que ningún otro
instrumento podría satisfacerme. Después de haberlo examinado, el monarca me
preguntó:
- Pero, ¿por qué no tocas el laúd de tu
maestro, que es un músico y cantante de gran reputación y al que apreciamos
personalmente?
- Si Su Majestad quiere que declame al estilo
de mi maestro, voy a utilizar su laúd, pero para cantar
en mi propio estilo, necesito este instrumento.
- A primera vista, observo que no se parece a
un laúd
clásico.
- Así es, señor, ni por la madera ni por su
volumen, y ni siquiera su peso es el mismo. El mío pesa cerca de un tercio
menos y sus cuerdas están hechas con tripas de cordero enjuagadas en agua
caliente, lo que les otorga mayor suavidad y sonoridad que si fueran de otro
animal. Y para puntear, he elegido un pedazo de cuerno pulido y aplastado, y no un plectro corriente de
madera esculpida. Además, la diferencia más significativa
reside en el hecho de que el mío contiene sólo tres series de líneas de
cuerdas, lo que le procura mayor sutileza de expresión y mayor alcance sonoro.
El
soberano, entusiasmado, me pidió que cantara otra vez. Después me ordenó que volviera de nuevo al palacio. Antes, se volvió hacia mi maestro para decirle:
- Si pensara que me habías ocultado a propósito
las extraordinarias capacidades de este joven, te habría castigado por no
haberme hablado de él antes. Sigue de cerca su instrucción hasta que finalice.
Luego, el cuentacuentos hizo una pausa. El
ruido que emitía tomando sorbitos de su té me había sacado del sopor en el cual
me habían sumergido sus ojos, tan vivos e inteligentes, y su cautivadora voz.
Durante todo ese tiempo, yo había perdido el ritmo del latido de la realidad y
el control del tiempo. Pero entonces comprendí que, aunque era un hombre
robusto y vigoroso, de tez muy sombría y tan alto como una montaña, la claridad
de su voz y la dulzura de sus dedos eran como los de una mujer. Lanzándome una
mirada interrogativa, me inquirió:
- ¿Me crees?
- ¡Sí, creo que sí!
- ¿Y adivinas que hablo del güembre?
- Yo creía que el güembre había
acompañado a los esclavos africanos venidos de Guinea y de Mali.
- ¡En cierto modo, sí; pero era una versión
muy primitiva! El mío es otra cosa, completamente otra; es “el rey” de los instrumentos musicales de cuerda. Los antiguos decían que las diferentes
series de cuerdas del laúd correspondían a los humores del cuerpo: el primer
par era amarillo y simbolizaba la bilis y el elemento del fuego; el segundo era rojo como la sangre; el tercero era de color
carmesí y correspondía a la vida y al alma; el cuarto era
blanco por el agua y la flema, y el quinto par, la
de sonido más grave, era negra, es decir, la
encarnación de la tierra y la melancolía. ¡Qué
galimatías! ¡Tonterías y nada más! Yo pienso que no son necesarias tantas
series de cuerdas para aportarnos alegría, amor, pasión o melancolía.
- Pero dime, ¿cómo sigue tu historia con el
soberano?
- En mi segunda visita al palacio, me permití
revelarle la técnica personal que había desarrollado para los cantos, las nubas.
La nuba, que quiere decir “esperar su turno”, es una continuación de
piezas vocales e instrumentales y yo había creado veinticuatro tipos, uno para
cada hora del día. Actualmente, todos ellos forman parte de los fundamentos de
la tradición musical andalusí y, créeme, también se encuentran en la base del
flamenco.
- ¡Me siento realmente impresionado, de
verdad! Y después, ¿qué sucedió…?
- Tras solo dos entrevistas con el soberano, logré
sobrepasar al Ruiseñor, el más célebre cantante del reino. Seducido por
mi voz de oro y mis melodías originales, el soberano quedó
muy impresionado (hecho del que yo jamás había dudado) y me otorgó el
sobrenombre del Mirlo negro. Mis perfectas cualidades sonoras y
el prodigioso dominio de la voz cantada previenen de la precisión de mi técnica, basada
principalmente en la codificación del canto y en limitar las improvisaciones en
las moaxajas4. A menudo, me sentaba sobre un almohadón de
cuero para calibrar la potencia de mi voz: tenía que interpretar lo más alto y
agudo posible "Ya Haÿÿan…" ("Oh barbero") para regular los
problemas que había detectado en mi respiración, y lo hacía hasta el punto de
ver cumplidas mis expectativas. Algunas veces, realizaba ejercicios para
moldear mi propio cuerpo, como el de asir a mi abdomen un turbante que hiciera
presión sobre él, con la intención de reducirlo y, de este modo, mejorar la
disposición exacta de los sonidos emitidos. Seguí así hasta que mi habilidad en
esta práctica se volvió impecable y me ofreció una dicción clara y sonora.
¡Supongo que sabes que nada es fácil!
-
¡Mirlo negro, Mirlo negro…! Es como si ya
hubiera oído ese calificativo antes. Pero sigue, por favor.
-
Pero parecía que se cebaba en mí la mala suerte… Justo después de esta secunda entrevista,
donde yo había manifestado visualmente mi orgullo y, cuando finalmente nos
habíamos encontrado solos, mi maestro, sintiéndose engañado por mí, fue presa
de una rabia indescriptible. No dejaba de repetirme que yo había disimulado mis
talentos a propósito. Estaba claro que sentía celos de mis competencias y temía
que pudiera reemplazarlo en los favores del Soberano. Así que me lo echó en
cara:
- No puedo perdonarle algo así a ningún
hombre, ni siquiera podría perdonárselo a mi propio hijo. Si no fuera porque
todavía te guardo algo de afecto, no vacilaría en matarte, sin importarme para
nada las consecuencias. He aquí lo que vas a hacer: abandona la ciudad y vete a
vivir lejos de aquí para que no pueda oír hablar nunca más de ti. Si estás de
acuerdo, te daré bastante dinero para responder a tus necesidades más urgentes.
Pero si escoges quedarte, a pesar de mi voluntad, te prevengo, que arriesgaría
mi vida y todo lo que poseo para acabar contigo. ¡Ahora haz tu elección…!
Y aunque sabía que mi conocimiento de la
música era irreparablemente finito -mientras que la ignorancia de los demás era
infinita-, tomé el dinero sin dudar un instante y dejé la
capital aquella misma noche.
- ¿Y el soberano no preguntó después por ti?
- Según me contaron después, tras mi partida,
mi maestro le explicó al monarca que yo estaba mentalmente desequilibrado y
que, enfurecido, había abandonado la capital estimando que no había recibido el
regalo que verdaderamente merecía. Le dijo:
- Ese joven está poseído por el diablo.
Está sujeto a accesos de frenesí que son horribles de ver. Cree que los genios
le hablan e inspiran su música. Es muy agresivo y lunático y cree que su
talento es inigualable en el mundo. No deja de repetir a los que quieren
escucharlo que, ni antes ni después de él, jamás había existido un hombre de su
profesión con tan buen oído musical. No sé dónde está ahora ese loco. Siéntase
feliz, Su Majestad, por saber que se ha ido.
- Pero, ¿cómo llegó a declararle todo eso?
- ¡Yo no estaba ni estoy poseído en absoluto!
Pero lo que me sucedía con bastante frecuencia era que oía los cantos de los
genios musulmanes. Entonces, despertaba a mi compañera, que también poseía gran
talento musical y le repetía las melodías que yo acababa de recibir en sueños.
Pero nadie mejor que mi maestro sabía que no había nada de locura en todo
aquello… ¿Qué verdadero artista, creyente en los genios o no, no ha conocido
momentos similares cuando se ha encontrado bajo la influencia de emociones
difíciles de definir y quien no ha saboreando esos instantes sobrenaturales?
-¿Y después…?
-Fui errando de ciudad en ciudad, vagando de
plaza en plaza para acabar aquí, en el centro de Jemaâ El Fna, con este público
tan generoso y de tan buen gusto como tú mismo y donde no oigo más crítica
virulenta ni insultos, ni adjetivos, como músico mercenario o músico errante, a las cuales ya me había acostumbrado.
-¿Y cómo has podido convertirte en el famoso
cuentacuentos que eres ahora?
- Gracias a mi memoria
prodigiosa. No solamente puedo cantar millares de canciones de antiguo origen
sino también recitar
poesías y
un montón de cuentos, relatos y leyendas. Soy un narrador inagotable, aunque no sea tan famoso por esta
habilidad.
Los camareros del Árgana, donde flotaba un
perfume de irrealidad y de sueños, casi habían acabado el arreglo de las mesas
y las sillas y comenzaban a apagar las luces. Nos levantamos y nos dirigimos
hacia la salida. Me noté un poco extraño, como alguien que acababa de seguir la
carrera de las nubes en el cielo, como un rey africano sobre una silla de mano,
como uno de esos héroes guerreros sobre un caballo más alto que un camello y
una espada tan larga como una lanza. Me sentí de regreso, durante unos
instantes, a los subsuelos de mi infancia y a esos cuentos que adoraba. Había
revivido, durante un buen rato, la felicidad de haberme sumergido en ellos de
nuevo.
Bajo el viento fresco de ese bello anochecer
estrellado de Marrakech, que me había permitido reorganizar mis pensamientos, vi cómo mi casual compañero se alejaba y se perdía en la boca
de una de las callejuelas de la medina. Sin embargo, me quedaba un cierto sabor
de esa tarde, una forma de admiración sin límite por aquel incomparable
cuentacuentos. Me eché a caminar, seguro de que, aquella noche, mis sábanas
serían un cuento; mi almohada, una leyenda, y mis compañeros unos héroes de
antaño. Y de repente, brotó en mi memoria el famoso personaje del Mirlo
negro, su vida y su huella en la historia de la España musulmana. Y sentí
una especie de compasión por aquel hombre, tan inmerso en cuentos y leyendas,
que era capaz de revivir las vidas de sus héroes desaparecidos hacía ya mucho
tiempo. Pero yo había tenido suerte, me había regalado una bella y maravillosa
historia, una representación de la vida, un relato que, según él juzgaba, debía
ser servido en función del apetito del oyente y no de las necesidades más
comunes.
Al
día siguiente, yo acudí a la cita que nos había fijado el cuentacuentos para
continuar su relato. Yo tenía un montón de preguntas que hacerle sobre el Mirlo
negro, sobre su propia historia, sobre toda la confusión que había sembrado
en mi mente. Pero, el lugar estaba ocupado por otra halka, otro
cuentacuentos, un hombre bajito, raquítico con una voz ronca; en resumen, un
cuentacuentos que no tenía nada que ver con el que yo buscaba. Mis
interpelaciones a la gente de la plaza quedaron sin respuestas. Nadie parecía
conocerlo, ni siquiera recordaban que hubiera estado allí mismo el día
anterior.
Un
veterano bien arrugado, con su sebsi5 en la mano, me llamó y
me prometió la verdadera historia de la persona que yo estaba buscando. Parecía
ser la única persona que lo había visto y oído. Así que me volví para
dirigirme, tras él, hacia una de las callejuelas que, desde su corazón, la plaza de Jemaâ El Fna, serpentean en el cuerpo de la
vieja medina.
Abdellah El Hassouni
Rabat, 14 de enero de 2016
Basado en motivos de un
fragmento de la vida del famoso músico arábigo-andaluz Ziryab, el Mirlo negro
1. La halka es la forma más antigua del teatro tradicional
marroquí. Existe desde tiempos remotos y es una representación al aire libre
amenizada por un cuentacuentos-bailarín-músico-actor.
2. Ali ibn AbiTálib, primo y yerno del profeta Mahoma, héroe de
muchas leyendas que resaltan su valentía y valor.
3. El madih
nabawi o el madihin es uno de los géneros principales religiosos de
la música árabe musulmana. Es una forma de canto poético que elogia al profeta
Mahoma y le manifiesta amor.
4. La moaxaja (muwashaha): es una forma árabe
poética y, también, género secular musical. Los poetas del norte de África, al
contrario de los poetas del Oriente, no siguen estrictamente las reglas de la
métrica árabe.
5. El sebsi es la pipa tradicional marroquí.
Abdellah: felicidades por este cuento donde confluyen la tradición y la modernidad, donde ambas dialogan en el presente para que no caiga en el olvido la sensibilidad y la sabiduría del pasado. Magníficas descripciones, salpicadas siempre de ese humor que te caracteriza.
ResponderEliminarMuchas gracias querida profesora.
ResponderEliminarLo siento para estar incómodo (a menudo).
Abdellah,
ResponderEliminar¡Tu leyenda es simplemente fantástica!
Quería leerla poco a poquito viendo que el texto era bastante largo, pero la empecé y no me moví de mi sitio hasta el final. Es de lectura muy agradable y entretenida, además es la primera vez que leo algo sobre el gran músico arábigo-andaluz Ziryab.
Gracias.
Añadiré que tu mismo eres un verdadero cuentacuentos, amigo
¡Felicidades!
Rkia.
El calificativo "verdadero cuentacuentos " me encanta.
ResponderEliminarGracias Rkia.
Abdellah la leyenda me parece muy cautivada, la asimilación con la música andaluz y el flamenco està perfecta. el acercamiento del pasado y la nostalgia del hombre están muy apasionantes. Hay una descripción tan famosa del café, de los camareros que te da la impresión que tu estas con ellos dentro de la leyenda.
ResponderEliminarBravo me gusta mucho amigo
Bahia
Muchas gracias amiga
ResponderEliminarAbdellah, como siempre una leyenda maravillosa. La descripción de los espacios y de los escenarios hace que te transportes a los lugares y te hacen vivir la historia como un personaje más.
ResponderEliminarEnhorabuena y coincido con Rkia, eres un verdadero cuentacuentos además de un magnífico escritor.
Anastasio
Abdellah, como siempre, tu narración cautivante !!
ResponderEliminarFelicitaciones amigo!
Gracias amiga mia
EliminarAbdellah:
ResponderEliminarMe ha encantado esta frase: "(...)seguro de que, aquella noche, mis sábanas serían un cuento; mi almohada, una leyenda". Y también debo decir que me gustaría saber qué le cuenta el viejo al narrador...
Amal
Amal
EliminarMe gusta mucho leerte en el Blog.
Bien venida.