TALLER DE ESCRITURA "A ORILLAS DEL BU REGREG" DEL INSTITUTO CERVANTES DE RABAT

Bienvenidos a «A orillas del Bu Regreg», el blog de los integrantes del Taller de lectura y escritura creativa, un curso especial que realizamos desde hace doce años en el Instituto Cervantes de Rabat (Marruecos).

En este espacio damos a conocer los cuentos, poemas y otros ejercicios de escritura que se proponen en clase y que realizan nuestros alumnos, aunque también publicamos colaboraciones de nuestros lectores.

Muchas gracias por leernos y por compartir vuestras opiniones.
Ester Rabasco Macías (profesora del Taller)

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lunes, 25 de abril de 2016

«DESILUSIÓN» de ABDELLAH EL HASSOUNI



Mientras entraba en el primer café de la plaza central, habían ido apareciendo aquellas batas blancas. Igual que garcillas bueyeras junto a los cubos de basura. El cielo de la tarde estaba tan despejado y limpio como aquellos uniformes inmaculados. Trató de huir de sí misma, de la multitud que comenzaba a crecer. Um recordó haber escuchado en la radio, temprano, por la mañana, que «Está previsto que hoy los médicos internos, desilusionados por sus condiciones laborales, se manifiesten para expresar su descontento….». Le asombró la coincidencia. Presentía algo, otra mala racha de suerte, quizás.
El campo de los refugiados que había sido construido en los suburbios de Kunduz para un millar de personas, se había convertido en una pequeña ciudad rural. Sucio, repugnante. Enfermedades, barro, lluvia, tiendas improvisadas que no protegían de casi nada. Un campo de emergencia que se impuso como permanente. En el único hospital, Ben, el médico de urgencias, se despertó de mal humor. Dos horas de sueño y un día más para intentar lo imposible: mantener su sonrisa pegada a sus pálidos labios… Prescribir palabras en lugar de medicamentos paliativos. Todo se había convertido en algo inútil, sin sentido, superfluo. Allí, él se olvidaba de sí mismo, de los propios reclamos de su cuerpo, de su madre. La ilusión se había diluido hacía una eternidad, o casi.
Ben se había ido al lugar más lejano, destrozando así sus propias esperanzas. Solo le importaba la gente. Salvar vidas. Un joven médico novato. Se agarró, como un náufrago en el mar, a la primera misión que la organización “Médicos sin Fronteras” le había ofrecido. Una misión, humanitaria, decían, en un país destrozado, fracturado. Un país de cuerpo magullado.
Um añoraba el olor de sus cabellos y el calor de su piel que habían adornado toda su existencia. Ben la había dejado hacía sesenta y siete días y once horas, a pesar de sus «jamás» y sus «salvo si me arrancaran de esta vida». Eso le dolía. La soledad siempre duele. La falta de rumbo también. «Nada es nada... » y Ben es todo su mundo. Ella, en su interior, lo había perdonado. Pensaba que se había visto obligado a llevar su peculiar carácter, sus inclinaciones íntimas lejos de una sociedad machista e hipócrita.
Desde que él se había ido, ella no tenía ganas de nada, no existían ya reglas, solo la de matar el tiempo. «A veces, la soledad no se puede llenar con otra persona, con otras diversiones. La soledad nos pierde en el camino de un viaje interior que, en realidad, nunca quisimos emprender». Se encontraba, entonces, en un pasillo, frío, hueco, dado que la suya era la soledad de las soledades.
Ben tenía sus creencias y sus propias certezas. Declamaba que «Debemos abandonar religiones, partidos políticos, razas y colores, tabúes y prohibiciones para no ver más que al ser humano, sin falsas historias de amor y odio». Se repitió esa frase para clavarse el sentido en lo más profundo de su mente. Espejismo. A menudo, el ser humano se deja engañar por palabras rimbombantes.
En ocasiones, en las noches de insomnio, ella se veía esperando a Ben en los pasillos del aeropuerto. Dándole un gran abrazo lleno de amor, a él, la razón de su vida. Lo imaginaba como siempre, esbelto y frágil, con la bata blanca que le había regalado. La imagen volvía y volvía, como un recuerdo, algo del pasado. Ben sonriendo, sin maletas. Veía su grata sonrisa y, después, unos ojos enrojecidos y sin vida. No había podido sacarse esa imagen de la cabeza. La sangre, la muchedumbre, los gritos.
En aquel fangoso agujero, Ben no se había acostumbrado mucho a todos aquellos ruidos. Deflagraciones de bombas a lo lejos, oleadas de aviones volando a baja altura, quejidos de dolor de los heridos, algunas balas silbantes. Su único consuelo eran sus pacientes y los breves momentos que se reservaba para admirar aquel cielo azul claro o aquel azul marino del anochecer, que le evocaba aquel otro cielo que tanto añoraba.
Tras la negrura de sus gafas, ella seguía alejándose con sus pensamientos. Un torrente de melancolía la sumergía. Parecía destrozada, desesperada, despistada, profundamente herida, ahogada en su pasado. Una tristeza amarga inundaba las huellas que el tiempo había surcado sobre su rostro. A él lo veía como en sus sueños: delicado, tierno. Tomó el vaso y le temblaban las manos. Estas apestaban a humo y sudor. Debería ocultarse a sí misma lo esencial, la noticia inverosímil. Se agarró al vaso, a la voz de aquella eterna canción, a sus palabras tan amargas. Amor lejano, inalcanzable.
Aquella noche del sábado tres de octubre de dos mil quince, Ben, el contemplativo contrariado, pensaba que el cielo era el más resplandeciente que jamás había visto. Oía el zumbido sordo de los motores de los aviones. Se decía a sí mismo que iban a manchar otra vez el cielo. Con la vista los buscó en el aire helado. Realizaban extraños movimientos que le sorprendieron. Parecía un juego. Sobrevolaban a media altura y, después, giraban para acercarse otra vez desde el horizonte. Tras cada vuelo, dejaban tras de sí un reguero de humo gris que manchaba el azul del cielo. Aunque eran aeroplanos de la tropa de la coalición, Ben los insultó, sin emitir la más mínima palabra.
Ella intentaba tragarse su amargura. La voz tierna de la cantante solo aumentaba su debilidad. Le deprimían aquellas palabras, destruían su ánimo. Sus escasas lágrimas se negaban a salir. Solo una había surcado su mejilla izquierda. Decidió salir en busca de aire fresco. La puerta le parecía como el extremo lejano de un túnel interminable. Caminaba titubeando, sintiéndose vacía. A la salida del café, vio que la multitud se había convertido en un blanco y enorme oleaje.
Todo sucedió en un instante a las dos y ocho minutos de la madrugada. Se oyó un ruido sordo. Ben retrocedió, se dio la vuelta para correr en dirección opuesta. El ruido era intermitente. El humo y los escombros ensombrecían el cielo. Hubo gritos. Gente corriendo. El estruendo se perdió en los sonidos de las sirenas de alarma. En aquel momento, Ben entendió que allí iban a quedar enterradas todas sus ilusiones. Es caprichoso el azar; puede cambiar la vida en un instante. Allí estaba él, donde no tenía que estar.
Los domingos siempre habían sido tristes. Muy tristes y con una soledad demasiado penosa. Más desgarradora que el resto de días de la semana. El de aquel cinco de octubre no podía escapar de la norma. No era igual a todos los domingos. Era a la vez distinto y extraño, como en un sueño. La voz de la representante de la organización humanitaria concretaba que el hospital de Médicos sin Fronteras de Kunduz había sido bombardeado aquella misma mañana, temprano, por un avión americano de las fuerzas de la coalición. Una matanza. Una locura. Una carnicería, por error, decían los americanos. Una pérdida horrible e incomprensible de vidas humanas.
La calle bullía, hormigueaba, parecía hervir entre un millar de hogueras. Voces, crujidos, ladridos, olas que se rompían, que volvían a emerger. Las batas blancas se habían convertido en un trastorno singular. Un congreso de garcillas bueyeras.
Ella intentaba abrirse paso entre la muchedumbre. Un remolino, un torrente. El murmullo del gentío superaba los rumores de la memoria. Imágenes brutales. Voces que se reían de ella. Papelitos blancos en todos los rincones, restos de pancartas pisadas. Um flotaba sobre esas olas juveniles como una brinza en un viento violento. Una gota azul en un mar blanco. Transportada, arrastrada, se deslizaba sin rumbo. El esfuerzo de apartar a su hijo de su mente lo había reducido a un estado mental de blando decaimiento. Estaba dentro de los caminos tortuosos de la tristeza. Erraba, deambulaba. Ni viva ni tampoco muerta. Se había marchitado durante las últimas horas.
Al día siguiente, los basureros hallaron, en primer lugar, un gorro rojo y luego, bajo un montón de papeles publicitarios, manchados de sangre, el cadáver de una mujer de cara arrugada y pelo encanecido, con un vestido azul y una sonrisa desilusionada.

Abdellah El Hassouni.
Rabat, abril de 2016.
Basado en motivos de relato “Desagravio” de Ricardo Piglia.


7 comentarios:

  1. Abdellah,
    Me gusta mucho el estilo en tu cuento donde el paralelismo temporal y espacial es muy bien conseguido. Además la alternación de ambas historias, la del hijo y la de la madre hace que el lector meda a su vez el impacto de los eventos dramáticos sobre la protagonista.
    El tema que trata “DISILUSION” es muy profundo con lo que se vive en varios rincones del mundo actualmente: lo de la acción humanitaria y de la solidaridad.
    ¡Pero qué fin! y
    ¡Qué desilusión asesina!
    ¡Felicidades!
    Rkia


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  2. Abdellah!
    cada cuento que tu escribes expresa tu gran arte de escritura.De verdad ! Una descripción tan famosa, cautivadora refleja una manera profunda de transmitir al lector lo que quieres decir y tu das al lector una imagen perfecta de la situación. Efectivamente que el cuento tan triste està actual : la guerra, una desilusión, una matanza a veces sin razón, sino la voluntad, la hipocresía,la terquedad de los políticos. La acción humanitaria aquí no tiene un gran poder y la población suporta las consecuencias.
    El cuento es muy bien estructurado. Las frases son cortas con mucho nuevo vocabulario.
    Me gusta mucho Abdellah!! Bravo!!
    Enhorabuena

    Bahia

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  3. Maravilloso relato, Abdellah. Tienes alma de escritor. Me encanta cómo pasas de un personaje a otro y cómo entrelazas los pensamientos de los personajes con sus acciones. Un tema actual y duro por partes iguales. Muy bien escrito y contado. "Narrar historias" es realmente complicado y no está al alcance de todo el mundo. ¡Felicidades!

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  4. Abdellah eres un maestro y un genio a la hora de contar y entrelazar historias. Um y Ben, dos historias paralelas que van de la mano, historias tan reales como la vida misma. Cada vez me sorprendes más.
    Continúa así amigo.
    Enhorabuena y espero con impaciencia la próxima.
    Anastasio

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  5. Abdellah:
    Magnífico ejercicio, porque esas imágenes con que trabajamos en clase para crear una historia han dado vida a dos personajes totalmente ajenos a aquellas imágenes. Bravo por la narración alternada sobre esos dos personajes que sufren circunstancias de la vida actual (esa vida que nos resulta tan molesta, pero que también existe) y que acabarán encadenados hasta la muerte. Me gusta el final porque, incluso, crea la duda de si la madre misma no ha sido víctima del mismo bombardeo que su hijo. Esas muertes paralelas son terribles, pero al mismo tiempo dejan huella de un gran amor.
    Felicidades...

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  6. Abdellah , te odio! Me has hecho dano ! Las descripciones que has hecho son tan realistas y tan precisas que senti el dolor tan fuerte de esta madre que sufrio lo que muchas han sufrido y sufren todavia ! Has pintado exactamente y perfectamente la escena que màs temo y odio de las guerras : el sufrimiento de las madres perdiendo hijos ! Enhorabuena , estoy esperando el proximo texto !

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  7. Muy triste y doloroso no hay nada peor que una desilusion cuesta mucho seguir adelante despues de algo asia

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Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

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Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

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Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

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Fatima. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

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