Esta tarde, nada más encontrarlo, he
sabido que iba a llorar. Y mucho. He vuelto a casa hace un par de horas y estoy
solo. Marina ha viajado a La Plata para festejar el octogésimo cumpleaños de su
madre. Allí se reunirá con nuestra hija Cecilia y pasarán el fin de semana con
toda la familia. Yo me he quedado en la ciudad con la excusa de una falsa
reunión de trabajo; pero, en realidad, lo he hecho porque quería estar solo
para rendirle el último homenaje a mi padre. Quería que fuese una comunión
entre él y yo.
Aquel era un disco que mi padre ponía en
la vieja gramola los domingos por la tarde… La vieja gramola que habíamos
comprado en un mercadillo al más estilo Melquiades a su llegada a Macondo.
Sentado en el sofá, frente a la ventana y con la vista perdida, se sumergía en
la nostalgia y en todo lo que había dejado atrás. Más de una vez vi una lágrima
recorrer su mejilla; pues, por mucho que el tiempo pasara, la añoranza nunca
desaparecía en él.
El disco se lo había regalado doña
Rosita o doña Rojita, como le gustaba llamarla mi padre, porque en roja no le
ganaba nadie. No pude resistir la tentación y coloqué el disco sobre el plato
giratorio de la gramola. Una voz dulce y triste entonaba la canción en la que
miles de españoles se vieron reflejados hace, lo menos, setenta años. Cruzando la mar serena, con ella te digo
adiós, adiós mi España preciosa, la tierra donde nací. Mi padre, al igual
que otros muchos padres, madres, hermanos, primos, hijos y nietos, se vio
obligado a abandonar lo poco que le pertenecía en busca de un futuro incierto. A dios le pido llorando que pronto te vuelva
a ver, y todos lloraban, me decía mi padre, con la promesa de volverse a
ver lo antes posible. Los pañuelos blancos ondeaban diciendo adiós tanto en la
tierra como en el mar, manteniéndose unidos por un hilo invisible; y hasta que
unos y otros no se perdían de vista, no dejaban de agitarlos en el aire. Que lejos te vas quedado España de mi querer, continuaba Antonio Molina
cantando. Una vez roto ese hilo invisible que los unía, afloraban todos los
sentimientos, el miedo, el abandono, el pánico, la incertidumbre, los mismos
sentimientos que experimenté yo mismo más tarde. Es una escena que todavía me
acompaña a pesar de los años. Llantos, gritos de desesperación, niños en
volandas para ser vistos por sus padres por última vez en mucho tiempo, jóvenes
enlutadas de pies a cabeza… Todos despidiendo lo poco que les quedaba vivo…
Desde hace tiempo, al ver el noticiario, el corazón se me encoge, pues la
historia es cíclica y se repite, ya que si antes éramos nosotros, ahora son
otros los que parten a un futuro aún más incierto.
Me contaba mi padre que tardó casi
cuarenta días en llegar. Cuarenta días en un barco oxidado y lleno de gente,
tratada a veces como mercancía, y con el único equipaje de una vieja maleta de
madera llena de hambre y de esperanza, porque fueron el hambre y la miseria lo
que le hizo buscar un nuevo porvenir. Yo me quedé con mi madre y con la promesa
de que volvería a buscarnos, pero mi madre se fue. Un día se fue sin mi permiso
y sin el permiso de nadie, y es que un susto se la llevó. Un susto me dejó
huérfano y a cargo de una tía que tenía más hijos que pan que llevarse a la
boca. Ay, ay, ay, voy a morirme de pena
viviendo tan lejos de ti, y su llegada a Buenos Aires fue una tarde de
otoño. Un gallego más, como decían los bonaerenses. Un gallego andaluz, como le
gustaba matizar a mi padre. Llegó con todo el optimismo y la voluntad de
encontrar un destino. Sin más señas que las de la pensión de doña Rosita y
cargado de cansancio y pena. Allí se dirigió y allí permaneció unos tres años,
hasta que llegué yo.
Tras la muerte de mi madre, mi padre
reunió toda la plata para pagarme el pasaje y me enviaron bajo los cuidados de
un vecino al que, a nuestra llegada a Buenos Aires, le daría unas cuantas
monedas y la ayuda necesaria para instalarse.
La vida no le fue mal. Se instaló en la
pensión de aquella doña Rosita, una salmantina que había abandonado la ciudad
una noche fría y gélida de Navidad, antes de que España se manchara más de
azul, contaba siempre, unas veces entre risas y otras entre lloros. Era dulce,
tierna, estaba llena de vitalidad y de ideas revolucionarias. Es la única madre
que recuerdo. A mi llegada me acogió como al hijo que nunca tuvo. Me dio todos
los abrazos, besos y cariño que un niño desorientado y perdido necesita. Allí
permanecimos algunos meses hasta que mi padre logró ahorrar lo suficiente para
alquilar un café no muy lejos del teatro Avenida. Detrás del café, había una
pieza que hacía las veces de almacén y dormitorio, por lo que nos trasladamos a
vivir allí. Poco a poco la avenida de Mayo se fue llenado de negocios, hoteles,
cafés, casas comerciales…, todos ellos regentados por gallegos, andaluces,
extremeños… venidos de ultramar, de modo empezó a conocerse como la avenida de
los españoles. Allí, cada día, me veía rodeado de apellidos, nombres y caras
familiares, pero extrañas al mismo tiempo. Poco a poco fui conociendo a gente,
haciendo amigos y formando la familia de la que carecía. Yo seguía yendo todos
los días al barrio de la Concepción a visitar a doña Rosita. La pensión hacía
tiempo que ya no existía, la había convertido en un gran apartamento en donde
pasaba sus últimos días con la tranquilidad y la paz que merecía. La seguí
visitando hasta el día de su muerte. Como
una rosa encendida perfuma mi corazón, continuaba la canción. Nunca podré
olvidar lo que hizo por mí y por todos los que la buscaban. Fue anfitriona,
madre, padre, mecenas de todo el que la necesitaba. Siempre estaba rodeaba de
una aureola de dulzura y de amor. Fue un ángel en la tierra, una bendición del
cielo para todos los que íbamos en su busca.
El tiempo pasaba y las cosas iban bien.
El café pasó a ser de nuestra propiedad y era un lugar bastante frecuentado por
los que iban al teatro a escuchar zarzuela o algún otro espectáculo. Aún
recuerdo el incendio del setenta y nueve: dos días ardiendo hasta que se redujo
a cenizas. Una parte de la historia de la ciudad se fue con el fuego. Fue una
desgracia y un impacto para todos, ya que el teatro Avenida fue de los primeros
que se construyeron y se convirtió en el lugar de encuentro de muchos
españoles, en donde pasaban tardes amenas disfrutando de algún espectáculo de
copla o flamenco de las compañías que se habían formado y que recorrían los
diferentes rincones de la ciudad y del país. Al igual que el fuego empezó a
apagarse y terminó por extinguirse, mi padre también empezó a apagarse. Y al darte mi despedida, y es beso, y es
oración, un día, en su lecho de muerte y casi agonizando me hizo prometer
que lo enterraría en la tierra que un día abandonó, cerca de mi madre, la única
mujer que amó en toda su vida. Y pese a que los dos sabíamos que era casi
imposible, se lo prometí.
La vida continuó, pasó el tiempo y aunque
había vuelto varias veces a España, esta vez decidí que iba a ser la última.
Volví a mis orígenes, a la tierra que por nacimiento me pertenecía. Volví para
despedirme. Volví para no volver más. Una semana era suficiente para recorrer
los lugares de mi niñez. Mi última visita fue al cementerio. Una cruz oxidada e
hincada en la tierra rodeada de hierba definía la tumba de mi madre. Con mis
manos la arranqué y limpié todo. Una placa de metal en la base de la cruz
rezaba:
Cecilia Gámez
Vela
04/08/1943
En eso se resumía mi madre, en un nombre
y en una fecha. Una lágrima asomó por mis ojos al recordar que sería la última
vez que estaría tan cerca de ella. Pensé en mi padre y en su amor por ella y en
ese momento se me ocurrió. Cogí un puñado de tierra de su tumba y la guardé en
una bolsa que encontré. Y esta tarde he acabado de cumplir mi promesa. He
reunido el coraje y la fuerza suficiente para ir al cementerio y abrir la tumba
de mi padre. Cargado de emoción y sentimiento y con un reguero de lágrimas
corriéndome por el rostro, he esparcido ese puñado de tierra sobre la tierra
que lo cubre. Ahora mi padre sé que ya puede descansar en paz.
Adiós
mi España querida pa’ ti canto mi canción
Mi
España tierra querida, pa’ siempre adiós.
Anastasio García
Pozo Alcón, 26 de abril de 2016
Actividad «Incrustar letra de canción en un cuento con doble acción
temporal», inspirada en la técnica narrativa de los capítulos 12 y 13 de La voz
dormida de Dulce Chacón.
Que nostalgia hay en tu texto Anastasio ! Estoy muy emocionada ahora que termino de leer tus frases ! Es verdad que , gracias a Dios, nunca me habia alejado de mi pais màs de un mes y pico para vacaciones pero , con tus palabras tan bien manipuladas pudé perfectamente imaginar lo que un inmigrante puede sentir lejos de su tierra ! Me hicieron tambien recordar una película que me habia encantado, es la de Martin Scorsese "gung's of New York" , una película estupenda que hace salir tambien las dificultades que vivian los inmigrantes de Europa llegando en America !! Muchas gracias por haberme permitido vivir otra vez sentimientos tan fuertes !! Henhorabuena!
ResponderEliminarMuchas gracias María por tus palabras.
EliminarEs verdad que alejarte de tu país, de los tuyos puede resultar, a veces, bastante doloroso sobre todo si es de un modo obligado y huyendo de las guerras, del hambre...
Desgraciadamente es algo que siempre se ha producido, y se sigue produciendo. Cambian las cirscunstancias, los personajes... pero no el drama.
Anastasio
Anastasio:
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con María. Además, es un tema que forma parte de nuestra historia lejana, cercana y actual... Y aunque algunos barcos viajan más rápido (porque los hay que no son ni barcos, ni llegan nunca), los sentimientos son los mismos.
Tu cuento está bien organizado y has logrado magníficamente el objetivo de la actividad: la canción se acopla maravillosamente a esa historia contada en primera persona. Y felicidades por haber recreado la historia de una familia que emigró a Argentina, aunque tú jamás hayas estado allí... La imaginación cada vez te lleva más lejos...
Anastasio:
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con María. Además, es un tema que forma parte de nuestra historia lejana, cercana y actual... Y aunque algunos barcos viajan más rápido (porque los hay que no son ni barcos, ni llegan nunca), los sentimientos son los mismos.
Tu cuento está bien organizado y has logrado magníficamente el objetivo de la actividad: la canción se acopla maravillosamente a esa historia contada en primera persona. Y felicidades por haber recreado la historia de una familia que emigró a Argentina, aunque tú jamás hayas estado allí... La imaginación cada vez te lleva más lejos...
Muchas gracias Ester, sin ti y sin tu ayuda nada de esto sería posible.
EliminarLo que más me duele, como dices en tu comentario, son los barcos que nunca llegan, barcos que dejan a mitad de camino la esperanza de cientos de personas hacia un destino, la mayoría de las veces, tan incierto y oscuro como las circunstancias de las que huyen.
Anastasio
Me ha gustado mucho. Enhorabuena Nasta.
ResponderEliminarSaludos desde Granada.
Miguel
Anastasio
ResponderEliminarUna vez más, nos gratificas con ese cuento bien construido y maravillosamente escrito, a ejemplo de las frases: “una vieja maleta de madera llena de hambre y de esperanza”, “una tía que tenía más hijos que pan que llevarse a la boca” y “en un mercadillo al más estilo Melquiades a su llegada a Macondo” que es un buen guiño.
Me ha gustado mucho.
A la espera del prójimo.
Abdellah
Anastasio,
ResponderEliminar¡Me encanta “UN PUNIADO DE TIERRA”!
Una historia donde se ve y se siente el fuerte arrimo, cariño y nostalgia del padre del protagonista hacia su tierra Galicia. Hay una armonía perfecta entre el texto y la canción que escuché cantada por Antonio Molina porque no la conocía. ¡Muy bonita!
También, tu cuento me recuerda el poema “Adiós ríos, adiós fuentes” de Rosalía Castro que hemos estudiado en un curso del taller con Ester.
¡Felicidades amigo y buen regreso!
Rkia.
Anastasio,
ResponderEliminarA veces se me van las tildes…
Otra vez ¡Enhorabuena por «UN PUÑADO DE TIERRA»!
Rkia
Anastasio!!! Otra vez y como la costumbre, tu cuento es muy bien elaborado, magnifico e lleno de escenas significativas para el lector. El final es conmovedor, triste. El titulo es muy bien elegido.
ResponderEliminarEnhorabuena amigo!!
Bahia
Felicidades, Anastasio. Has elegido una historia que nos llega al corazón porque la mayoría de nosotros, o nuestros propios familiares, se han visto en algún momento de sus vidas en esa situación. Mis padres no se marcharon a Argentina, pero dejaron sus pueblos para adentrarse en tierras catalanas y empezar de cero. Muchos españoles abandonaron su país para sobrevivir en tierras extrañas y, desgraciadamente, no todos pudieron regresar. Una cruda realidad que, hoy en día, seguimos viendo con tantos refugiados huyendo de las guerras y de la miseria.
ResponderEliminarAnastasio, tu cuento està estupendamente hecho.Una historia interesante y emocional a la vez.Tu cuento es una ventana a través de la que nos has hecho sentir el dolor de las personas, durante un periodo historico duro, grabado en la memoria de su pueblo: Su lloro, su miedo, su
ResponderEliminarincertidumbre, su desgarro de su tierra-madre.Asi, Anastasio, me haces recordar la famosa cancion de Paco Ibañez: "Romance del desterrado" de Emilio Prados.
Enhorabuena Anastasio.
Fatima