Me acuerdo de mi primer recuerdo. Yo era
pequeño, un niño en una escuela coránica de Jamaá.
Me acuerdo de la primera vez en que empecé a nadar
solo. Tendría siete u ocho años: un joven de dieciocho o veinte años fingía enseñarme
a nadar sosteniéndome por debajo para que flotara; pero, al ver que yo me
hundía en la profundidad, me dejó y se alejó. Tuve mucho miedo mientras me
debatía para salir a flote. Finalmente, logré salir del agua sonriendo y la
alegría sustituyó al miedo.
Me acuerdo de la primera vez en que me matriculé
en la escuela. Mi padre no tenía carné de familia, lo cual era necesario para
la inscripción. Yo tendría doce años ya. Ese día, me metí en la fila con otros
chicos, algunos estaban con su padre o madre. Yo estaba solo y llevaba encima
el carné de familia de un conocido del marido de mi hermana. Cuando llegó mi
turno, presenté el carné diciendo que era de mi hermano. Así ingresé, con
apellido falso, en la escuela de
educación primaria.
Me acuerdo de mi primer amor. Vi a una chica cuidando
de una vaca mientras yo regresaba de Jamaá. Me enamoré de ella simplemente cuando
se cruzaron nuestras miradas. ¡Ah! Tendría
yo diez u once años de edad…
Me acuerdo de que, un día, aunque sabía nadar
muy bien, no podía salir del agua. El mar estaba muy agitado y había corrientes
tan fuertes que muchos bañistas no pudieron salvarse al no recibir ayuda. En
situaciones semejantes, los hombres muestran su mejor y su peor lado como seres
humanos.
Me acuerdo de que una madrugada de 1964,
dormíamos mi hermano y yo en una habitación de alquiler en el barrio Derb El
Kebir en Casablanca, la gran ciudad donde estudiábamos en la escuela secundaria,
lejos de nuestra familia, que vivía en el campo. Mi padre nos dijo que el estado
de salud de nuestra madre se había agravado, pues estaba enferma desde hacía muchos
meses. Supe muy pronto que había muerto. Mi hermano y yo, sin una sola palabra,
subimos en la furgoneta. Después de recorrer unos treinta kilómetros, llegamos
a casa, miré y besé la frente del cadáver de mi madre, que estaba extendido
sobre una cama y cubierto con una sábana. Había mucha gente, mi hermana
lloraba, yo no lloré. Mi padre no la amaba suficiente… Pero, al ver salir el
cadáver por la puerta de la casa para el entierro, se volvió llorando. Al verlo
llorar, lloré yo también con un llanto corto, al igual que mi padre.
Me acuerdo del día en que mi padre, después de
haber hecho la compra en el mercado semanal en la ciudad de Fedala (Mohammedia)
pasó a recogerme por la casa de mi tío materno, donde yo vivía, para llevarme a
pasar la fiesta del Aid con mi familia en la finca donde trabajaban mi padre y
mi madre. En la estación, al pararse el tren, mi padre me introdujo en un vagón
por su puerta abierta dejando la compra en el suelo. Se volvió para recogerla y
subirse, pero un ladrón intentó robársela. Como mi padre tardó en recuperarla,
el tren arrancó sin él.
Me acuerdo de cuando decidí casarme. Lo hice
solo para estar casado al igual que mis amigos. Me había convertido en el único
soltero entre ellos.
Mohammed Korchi.
Rabat, 8 de junio de 2016.
Actividad
basada en el recurso «Me acuerdo de…» de Joe Brainard.
Mohammed,
ResponderEliminarCada vida es un cuento singular, real y personal. Al leer tus recuerdos me encontré ante una serie de minicuentos bien elaborados y fantásticos.
¡Me encanta tu texto!
¡Animo para seguir escribiendo!
Rkia
Muchas gracias Rkia. Es mutuo. A mí también me gusta mucho leer tus textos, siempre hay algo profundo y humano en ellos.
Eliminarrecuerdos maravillosos bravo
ResponderEliminarassia el oualidi