I
En uno de los
barrios de la antigua ciudad de Fez, hay un edificio alto con vistas al mercado de verduras y frutas y a los
monumentos sellados por sus murallas. A pocos metros de
allí hay una mezquita en la que se realiza la oración y que es visitada
especialmente por la gente del barrio.
Le pido a Dios
que muera esta gentuza para que yo pueda descansar en este edificio. Todo es
insoportable, las voces inigualables de los vendedores y el olor repugnante de
la harira que sale de la casa de Aicha y, lo
peor de todo, es que ella sabe que yo odio
su harira. Yo sé que nuestras noticias las comparten todos los vecinos, gracias
a la estúpida Zineb, que no sabe nada de las tareas a domicilio, pero que sí es
muy hábil para espiar.
Y está también
la gorda de arriba, que siempre a media noche, cuando por fin
hay cierto silencio, provoca un ruido
extraño y similar a la caída de unas canicas sobre el suelo. Seguro que es la
gafotas de su niña seguida de la madre subida en sus tacones; el ruido que
produce es como el de unos palos de batería. Pero lo peor de todo es cuando
maúlla el gato del viejo viudo de abajo y se une al llanto de nuestro hijo.
Nunca imaginé
mi vida así; siento que me estoy volviendo loco.
II
María hace lo
que puede para hacer feliz a su esposo. Ha enviado a su hijo a casa de la
abuela para que Majed pueda disfrutar de paz en su hogar y yo le preparo una
tisana para conciliar el sueño. Después le ha
tocado su pieza favorita de Chaikovski, pero él está en otro mundo, planeando matar al gato del vecino que ha
escapado muchas veces de la muerte. Esta vez Majed decide matarlo el viernes,
el día que los musulmanes tienen designado para la oración y la liberación de
los pecados. Por la mañana se levanta y espera impaciente la hora de la
oración, y cuando su mujer le pregunta por qué no va a la mezquita, él finge estar enfermo. Cierra la puerta del
dormitorio que da a la terraza del vecino y se asegura de que el viudo está en
la mezquita. Luego, toma la caña de pescar y pone un trozo de carne en el
anzuelo y finalmente echa el hilo por la ventana. El pobre gato atrapa la carne
y se queda enganchado. Luego, se derrumba por el
efecto del veneno. Majed recoge el hilo con el rostro lleno de alegría y
victoria, lo corta con unas tijeras y el
gato estira la pata en la terraza del viejo. Cuando el vecino vuelve a su casa,
se queda petrificado y después de unos momentos llama a la puerta de Majed para
contarle lo que le ha pasado a su gato. Majed esboza
una profunda tristeza en su rostro y le pide que se quede a tomar el cuscús con
ellos. El pobre abuelo acepta y, cuando
termina de comer, se lava las manos en el baño y,
de repente, ve en el espejo la caña con el hilo cortad. Comprende todo lo sucedido y decide vengarse.
Unos días más
tarde, el viejo compra un perro que ladra y gruñe con frecuencia, incluso por
la noche, y lo que es peor, orina delante de la puerta de Majed. El viudo no
limpia esos residuos y el olor se vuelve cada vez
más desagradable. Majed decide bajar para amenazarle y decirle que no
tiene derecho a tener un animal en su domicilio porque ensucia los espacios
comunes del edificio. La mala suerte es que, cuando llama a la puerta, el perro
lo recibe con mala leche y le muerde los tobillos; así
que, finalmente, la víctima es Majed. Desde ese día, su estado empeora,
duerme inquieto, moja la almohada con su saliva, tiene a menudo ataques de
nervios, tira ollas y tazas desde la ventana con ojos desorbitados y aparece
siempre con el pelo despeinado. Su esposa no puede refrenar
sus vehementes síntomas, los vecinos se dan
cuenta de lo desequilibrado que está y, un día, llaman a la ambulancia. Esta se
lo lleva al hospital psiquiátrico acompañado de su esposa, que durante el camino les ruega a los enfermeros
que apaguen la sirena para no molestar a su esposo.
ASSIA EL OUALIDI
Actividad de escritura inspirada en «El antiornitólogo» de Mercedes Durand.
Rabat, febrero de 2022.
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