Aquella tarde había quedado con un amigo para tomar una
cerveza, intercambiar impresiones; en fin, relajarse un rato.
Había salido como siempre con barba de tres días; tenía el
pelo castaño claro y lo llevaba un tanto largo, un poco greñoso, con aspecto dejado.
Sus ojos castaños denotaban tristeza; parecía un hombre con pocas ilusiones.
Llevaba tiempo sin tener un rollo, lo echaba de menos, tenía ganas. Por otro
lado, le daba miedo enrollarse… ¡Todas querían algo serio! ¡Él no estaba para
eso! Precisamente de ello le estaba hablando a Gerardo cuando se quedó sin
tabaco. Se fue a la máquina a sacar una cajetilla dejando a su amigo con la
palabra en la boca. Al agacharse para coger los cigarrillos, entre el ruido de
la cajetilla y las monedas, oyó una voz muy cercana que llamaba a alguien. Aún inclinado,
la insistencia de una llamada le hizo girar la cabeza en su dirección, aunque
no era su nombre el que oía. Con el corazón acelerándose, pues era a él a quien
se dirigía la chica, sin entender nada, cogió el tabaco y se dirigió a la mesa
de donde procedía la voz. Era una joven de pelo oscuro ondulado, no muy largo de
media melena y de ojos oscuros brillantes “¿Brillarán en la oscuridad?”, se
preguntó Pablo. Una boca pequeña, nerviosa, pero decidida, le hablaba. Tardó en
reaccionar ante aquel chorro de palabras y por fin se oyó a sí mismo diciendo: “No.
Estás confundiéndome con alguien, no te conozco”. Lo asombroso era que le
hablaba de él, de cosas suyas, pero él no la conocía, o ¿tal vez sí?. A medida
que ella seguía hablando, él sentía la necesidad de aproximarse, de escuchar…
Se sentó. Su cara empezó a cobrar vida y de repente estaba absorto en algo y en
alguien a quien no acababa de entender. Pero no se podía marchar... Ella le confundía
con otro, no había duda, pero lo chocante, lo increíble, era que se
identificaba con lo que ella le contaba de ese otro. Cuando se dio por vencida,
cuando aceptó (no del todo) que él no era quien ella creía, empezó a contarle:
no lo veía desde hacía casi un año, pero lo deseaba como el día en que había
desaparecido. Lo echaba de menos en sus noches y en sus días… Ella hablaba y
hablaba del deseo que sentía de volver a tenerlo y ese deseo se veía en sus
ojos, lo expresaban sus labios cada vez más seguros, cada vez más… atractivos.
Él apenas podía contenerse, pero a la vez sentía inquietud; la inseguridad había
dado paso al miedo. Su amigo lo esperaba, era hora de regresar a su mesa, pero
algo lo atrapaba y lo amarraba a ésta. ¿Quién era ella? Ella era lo que buscaba
y temía. Ella, con sus ojos, con su boca, con su cuerpo lo invitaba, no le
cabía duda. El miedo y el deseo pujaban con la misma intensidad….
Su amigo lo llamaba.
–Bueno,
me espera… -dijo mientras se levantaba-.
Yo también he esperado mucho. Su voz era sedosa, sus ojos dos chispas que
habían prendido una hoguera. Desde el otro lado del bar con el brazo en alto
dijo adiós a su amigo y se fue con ella.
Maribel Andrade.
Rabat, 13 de marzo de 2012.
Ejercicio basado en una
escena de la película Lucía y el sexo para
la descripción de personajes.
Maribel,
ResponderEliminarMe gusta “ENCUENTRO” con su rica descripción y la tensión casi palpable que sube y sube hasta el final entre los dos protagonistas.
Seguro que el narrador estaba sentado en una mesa muy cerca de ellos
¡Felicidades!
Rkia