Mientras daba mis primeros
pasos en este mundo, ya soñaba con crecer, crecer rápidamente, muy rápidamente,
para parecerme a papá, aquel hombre que iba en su gran moto, alto, moreno,
seguro y tranquilizador. Desgracia o sueño rápidamente quebrado… porque él
decidió dormir un largo sueño sin sueño. Hacia mis doce, yo ya soñaba con
hacerme soldado, aquel que podía salvar a los frágiles, a los oprimidos, al
mundo entero, aquel que se enfrentaba a los malos, que procuraban dominarlo y
sacar provecho de sus recursos. Grendizer,
el valeroso combatiente, el de los dibujos animados japoneses, era quien me
inspiraba aquellos sueños, cada tarde, después de la escuela.
Una mañana, me desperté al
alba con la sensación de que todo era posible; acababa de cumplir dieciocho
años. En esa época, me proyectaba yo hacia un futuro que borboteaba, un futuro
tumultuoso y frenético. Así, entrañable y completamente idiota, ya no
necesitaba más héroes: mi mente había hecho de mí un héroe singular, un Che Guevara local. Creía que no había
nadie más apto que yo para luchar contra la tiranía y la dictadura, para
instalar la verdadera democracia y para participar en la educación de aquella
nación nuestra tan ignorante. Pero, la frenética vida a uno le hacía cambiar de
perspectivas a cada instante. Unos años después, una vez fueron digeridos los
acontecimientos de mayo del sesenta y ocho, mientras la lucha por los derechos
de la mujer se ponía de moda y se volvían una tendencia, yo, por mi parte,
descubría la utopía de la lucha de clases, la ilusión del la Internacional Socialista,
las bellas mentiras políticas que fulguraban en el lejano horizonte azul. Poco
después, me encontré en mi propio espejo a un cretino con orejas de burro, un
pobre tipo que no había comprendido para nada los sueños ni la vida.
Y, luego, los sueños fueron
cambiando de género, de adjetivo, de orilla… Se habían vuelto sociales. «El
matrimonio es como el vino, mejora con el tiempo», «Los chiquillos proporcionan
la mejor borrachera en esta vida terrena», «El trabajo con los ejecutivos
agresivos nacionales es tan bello y ligero como una copa de champán». Sí, había
conseguido llegar al estado de embriaguez, pero no precisamente al deseado. Los
dos universos, el de la realidad y el de la ficción, que parecían estar tan
próximos y que casi se tocaban, finalmente eran tan diferentes que nunca se
cruzaban…
Todo esto pasó en unas horas
sumadas a una porrada de años o décadas, hasta el punto en que dejé de contar
los sueños y si se cumplían o no. Ya no me sorprendía el no quedarme
sorprendido, ni el no estar todavía maravillado y me abstenía de alcanzar
certezas. Era más bien una forma de cansancio, de hastío, de agotamiento. Al no
sentir ya la estimulación del sueño, dejé de sentir los momentos que disfrutaba
cuando aún tenía la oportunidad de soñar. Me consolaba diciéndome que «lo
esencial es no ser alguien preso de su propio sueño». ¡Plof!
Ahora, que me parezco a los
residuos de las antiguas civilizaciones dominantes, que el sol de mi vida decae
lentamente, que contemplo este cielo aparentemente vacío, pero tan superpoblado
de abuelos y abuelas, que me hice verdaderamente gruñón, ahora, continúo
mirando, en medio de un silencio ensordecido, cómo sueñan los demás…
Abdellah El Hassouni. Rabat, 29 de octubre de 2013
Texto basado en “La vida es sueño” de Calderón de
la Barca
Maravilloso. Enhorabuena.
ResponderEliminarAnastasio
Abdellah ;
ResponderEliminarMe gusta mucho como ves a la vida; también como hablas de esta sucesión de sueños específicos a cada etapa de la/ tu vida con un tono ligero y agradable.
¡Muy profundo y filosófico!
¡Felicidades, amigo!
Rkia
Abdellah:
ResponderEliminarEs formidable como expones el curso de tu vida.me gusta tu estilo y tus expresiones profundas.
Gracias Abdellah
Fatima