Qué decir de una relación que comparte la
humanidad desde la creación de Adán y Eva sobre la tierra, de una cuestión que
se transmite de generación en generación, de un tema reiterado a través de
épocas y que inspira tanto a escritores, poetas, sociólogos, filósofos…
La mujer, este ser humano tan amado, tan
afectuoso. Es nuestra madre, hermana, hija y también nuestra mitad, con quien
compartimos la gran mayoría de nuestra vida. La amamos cuando ella nos da
felicidad, nos da atención por su delicadeza, nos da la vida, alegría con amor,
amabilidad y sensibilidad.
A pesar de su apariencia y su fisonomía, la
mujer tiene un gran poder y una voluntad de hierro a causa de su fuerza mental.
La felicidad de la familia depende en gran parte de su comportamiento, porque
ella es el miembro unificador y puede cambiar cosas o situaciones de manera contundente
si sabe actuar con inteligencia.
Pienso que, en general, el hombre respeta a
la mujer que muestra capacidad para afrontar los problemas y que tiene una
fuerte personalidad, a pesar que él no lo admita de una manera explícita.
Por otro lado, creo que la mujer es más
compleja que el hombre. Es un ente difícil de acotar porque su personalidad
muestra facetas múltiples según las circunstancias y puede adaptarse mejor que
los hombres, porque es atenta, se interesa por los detalles y tiene una memoria
sorprendente para los acontecimientos de su vida pasada. A pesar de su
sensibilidad y su fragilidad, tiene el arte de disimular sus sentimientos y sus
exigencias, pero cuando quiere expresarlos, puede llegar a ser una tormenta de
palabras, de gritos y lágrimas interminable. Frente a situaciones de este tipo,
el hombre se muestra desarmado y opta, en general, por una de estas tres
opciones: quedarse silencioso hasta que ella se calma, dejarla llorado y salir
de casa, o bien, hablar para entender lo que la ha llevado hasta esta
situación.
Creo que la mayoría de las mujeres tienen
paciencia y no expresan sus dolores inmediatamente y guardan sus sufrimientos y
sus quejas antes sus maridos, a veces hasta extremos insoportables; pero hay
otras mujeres, ¡Dios mío!, que andan todo el tiempo detrás de sus maridos con
preguntas, reclamaciones y buscando cualquier cosa que recriminarles.
Para mí, la mujer es posesiva y, aunque deje
una margen de maniobra o libertad a su marido o a sus niños, ella siempre
mantiene un control a distancia. Creo que esto se debe a su naturaleza, pues,
como mujer que es, necesita confianza y protección.
Creo que los problemas que surgen de la vida
en pareja surgen, principalmente, por la incomprensión entre el hombre y la mujer. Cada uno tiene
su visión de la vida, del amor, de sus necesidades y no son siempre
necesariamente los mismos que los del otro. Dicho esto, debo añadir que hay
varios espacios de armonía y de comprensión entre el hombre y la mujer y
constituyen un complemento necesario para la vida en común.
En fin, puedo decir que la mujer es un don de
Dios, una necesidad, un complemento, una alegría de la vida y, sobre todo, que
ella constituye mi propia mitad de la que debo ocuparme con gran atención y
delicadeza. Los hombres, ¡que no son ángeles!, no deben causar perjuicio a las
mujeres y deben confiar en ellas y también aceptar sus defectos porque no
pueden vivir felices sin ellas. Y viceversa…
Brahim Zaoug
Rabat, 05 de enero de 2014
Ejercicio basado en textos “Hombres necios…” de Sor Juana Inés de la
Cruz y de “Las literatas” de Rosalía de Castro”
¡Tu texto es simplemente maravilloso, Brahim!
ResponderEliminar¡Me encanta!
Hace mucho tiempo que no he leido algo parecido sobre la mujer.
Gracias por compartir.
Rkia