Había una vez una princesa bella como la luna, muy amada por el
sultán, su padre. Su séquito le
hablaba mucho sobre las calles del zoco, sobre las tiendas… Un día, la
princesa decidió ir al zoco, pero sola, sin sus damas de compañía, y nadie supo
que había salido. La princesa llevaba
ropa normal y corriente. A las cuatro de la tarde, cuando en el palacio
era la hora de la siesta, la princesa salió en silencio por la puerta trasera.
La princesa vagó por las calles del zoco, sorprendida por las coloridas tiendas y sus
cautivadoras luces, las lámparas de piel, los tejidos multicolores, la henna,
los tintes, las frutas de todo tipo, las joyas de plata, las maderas raras…
De repente, una tienda llamó su atención: la tienda del babuchero.
La princesa se paró y contempló la
belleza de las babuchas expuestas en los escaparates. El babuchero levantó la
cabeza y se cruzó con la fascinada mirada de la princesa. El babuchero estaba
muy desconcertado por la belleza de esta mujer y se vio incapaz de pronunciar
una sola palabra; pero se recuperó
rápidamente cuando su hijo, que estaba a
su lado, le preguntó a la princesa qué quería. El babuchero empezó a mostrarle
diferentes modelos de babuchas, pero ella estaba ocupada mirando a su hijo, que
era bello como el día.
El hijo también la miraba y le sonreía y le
presentó un par de babuchas que eran únicas en la tienda. Ella, sonriéndole,
cogió una de las babuchas. Pero como aquel joven también era mago, cuando la princesa se calzó la
babucha, se vio trasladada directamente a la orilla del río, donde el hijo del
babuchero se reunió con ella.
Pero en el otro lado del río estaba el sultán con
sus soldados y, cuando vio a su hija con un hombre extraño, pensó que este la
había secuestrado. Así que ordenó a sus soldados que la liberaran. En ese
momento, el hijo del babuchero se puso sus propias babuchas mágicas, tomó de la
mano a la princesa y ambos salieron volando sin alfombra y gritando que se
amaban.
El sultán se sintió derrumbado, no sabía qué hacer
ni qué pensar, no sabía por qué su hija estaba con aquel hombre. De repente,
apareció un pájaro con una carta en su pico, el sultán ordenó a sus soldados
que lo atraparan. Cuando leyó la carta, su cara se iluminó: la princesa estaba
de nuevo en el palacio, pero como el hijo del babuchero se había enamorado de
ella y ella de él, este le quería pedir la mano de la princesa. El hijo del babuchero pudo ofrecerle lo
que el sultán quería como dote para la princesa: “Claro que soy el hijo del
babuchero, pero puedo ofrecerle a tu hija, mi princesa, el mundo entero…”
Al final, el sultán aceptó y celebraron una gran boda con
magníficas fiestas durante siete días y siete noches y a ellas asistió la
ciudad entera.
Y desde ese momento, vivieron muy felices…
“Se ha ido con el río mi cuento
y yo con la gente buena me quedo”
Amal Khizioua, Zineb Gormat y Bahia Omari
Rabat, 14 de octubre de 2015
Cuento basado en motivos de “El hijo del
babuchero” (cuento anónimo del norte de Marruecos).
¡Felicidades chicas!
ResponderEliminar¡Qué cuento muy bien elaborado y sobre todo ENCANTADOR!
Rkia
Está lleno de color sin hacer mención a ninguno ¡increíble!
ResponderEliminarMuy dulce.
Maribel
Una historia magnífica. Felicidades.
ResponderEliminarAnastasio
Un cuento simple y imaginativo. Me gusta mucho.
ResponderEliminarManal.
Muchas gracias por tus comentarios amigas, amigos
ResponderEliminarBahia