A Miguelillo, que comparte
conmigo el amor por esta ciudad

Habían pasado casi dos meses. La marcha se le hacía pesada. Los días se
repetían sin cesar. Leguas y leguas de arena, polvo y sol, sin apenas encontrar
un cobijo ante tales inclemencias, hacían que el ánimo y la salud de los
jinetes empezaran a resquebrajarse. Y es que
Ahmed el viajero, como todos lo conocían, unía una caravana con otra. No
conocía el descanso, pues desde que fue capaz de subirse a un camello no había permanecido más de dos
meses en el mismo lugar. Él, que conocía todas las rutas que conducían a las
ciudades más importantes y que, según
decían, podía ir de un lado a otro del mundo incluso con los ojos cerrados, se
había sentido en su juventud como un rey, pues
en cada ciudad, en cada pueblo, era aclamado. Los sabios venían a pedirle
consejo, los médicos ungüentos y hierbas con las que curar a los enfermos e
incluso reyes le habían cedido su lugar en la mesa, pues tantos años de
caravanas habían acumulado en él una inmensa sabiduría.
Ahora era diferente. Se sentía cansado e intuía que su cuerpo empezaba a
pedirle ese descanso del que lo había privado toda su vida. La larga caravana
recorría el vasto desierto, duna tras duna, y Ahmed iba pensando en su flamante
esposa Miriam, la deseada, y en el largo camino que todavía le quedaba por recorrer
hasta llegar a sus brazos, pues apenas unas semanas después de la boda tuvo que
partir.
Un pequeño oasis empezó a dibujarse en el horizonte y pensó en dirigir allí
la caravana para descansar y llenar los odres de agua, aunque tenía que darse
prisa ya que una tormenta empezaba a formarse. Continuaron caminando, a un paso cada vez más apresurado. Primero una suave
brisa empezó a mecer la arena del desierto. Poco a poco,
todo fue cobrando fuerza. El aire y la arena aceleraron su movimiento,
por lo que los jinetes azuzaron a los
camellos para que avivasen su marcha y poder llegar
lo antes posible al abrigo del oasis. De pronto, un aire huracanado envolvió toda
la caravana. Lucharon contra la tempestad, intentaron
avanzar a ciegas, casi sin poder respirar, a contracorriente. Cada paso
que conseguían adelantar eran diez hacia atrás.
Ahmed no supo calcular el tiempo transcurrido, pero le pareció una eternidad.
De repente, notó que la tormenta amainaba, porque el viento perdió fuerza y los granos de arena
ya no eran cuchillos que se clavaban por todas partes.
Abrió los ojos y la vio allí, en medio de la calle, sentada en la puerta de
la tienda esperando a que los clientes se interesaran por algunos de sus
productos. Allí estaba María, su esposa, la deseada, la mujer más bella de
todas. Y es que Ahmed estaba dando su paseo
diario. Bajaba por la calle empedrada a paso lento, disfrutando de la tarde soleada
y pensando que esas casas, que ahora podía ver, antes habían sido de barro y
paja, y que paulatinamente se habían ido
transformando en piedra y ladrillo. Nada había cambiado. El trazado de las
calles, la ubicación de las casas… Todo igual
que cuando se construyeron por primera vez, pero al mismo tiempo, todo era
diferente. Pensó que lo mismo ocurría con las personas. A
lo largo de toda la historia de la humanidad, se
manifestaban los mismos miedos, los mismos sueños o los mismos conceptos
morales, pero a la vez estos se presentaban de
manera diferente en cada época y en cada persona. Todo igual, pero diferente a
la vez.
Llegaron al oasis y buscaron un lugar resguardado donde pasar la noche. Los
mozos empezaron a descargar los camellos. Las teteras de plata, la más fina
seda, los tejidos de lino, las piedras y metales preciosos, el ámbar, al
marfil, el vidrio… Esa era la mercancía que
Ahmed había ido sumando a la caravana a su paso por los más recónditos países y
ciudades. Por eso era conocido por la fineza y
exquisitez de sus productos. Sultanes, príncipes y princesas lo reclamaban cada
vez querían añadir una pieza excepcional y única a su tesoro. Anillos,
collares, pulseras, coronas, espadas y palacios estaban adornados con las
piedras preciosas y las finas telas de seda que él conseguía incluir en
sus caravanas. Ahmed dio órdenes precisas para que trataran la mercancía con
suavidad y la colocaran bien para evitar que se rompiera y se dispuso a caminar
un poco para desentumecer sus músculos, ya que tantas horas sentado en su viejo
camello los habían vuelto rígidos e inservibles. Continuó caminado y observando
cómo, a cada lado de la calle, ordenados y bien
colocados en la puerta de las tiendas, aparecían
los productos expuestos ante los clientes y
pensó que esas mismas mercancías antiguamente viajaban por todo el mundo en
caravanas. Siguió paseando y viendo cómo la gente entraba y salía de las
tiendas, unos con alguna compra y otros sin nada,
para volver a entrar en la tienda de al lado por si algún producto o precio era
más interesante. A Ahmed le gustaba pasearse por las estrechas calles de su
barrio cuando su trabajo le permitía una tarde libre.
Odiaba esa época del año. El calor y los turistas apenas le dejaban pasear
tranquilamente. Además, sus amigos estaban fuera,
por lo que las tardes de tertulia en las teterías del Albaicín había que
dejarlas para cuando empezara el otoño. Ahora se contentaba y disfrutaba con
pasear por su barrio, por sus estrechas calles llenas de vida. Conocía la
historia de todos los aljibes, de las puertas que aún quedaban en los escasos
trozos de muralla que antaño habían rodeado la
antigua ciudad, así como la de las iglesias y ermitas que la poblaban y que
antes habían sido mezquitas. Podía ir con los ojos cerrados desde la parte más
alta, desde San Nicolás, hasta la calle Elvira y Plaza Nueva sin perderse. Lo
había hecho miles de veces cuando era pequeño. Se conocía todos los rincones,
pues en su sangre estaba dibujado todo el barrio, no en vano su familia vivía
allí desde los primeros tiempos.
Se sentía cansado y su mente empezaba a mezclar imágenes, pues a veces no recordaba si esas piedras preciosas
las había comprado en Samarcanda o en Constantinopla,
o si la seda era un regalo del rey de Alejandría o la había intercambiado por
aceite en Kazán. Cada vez más la idea de establecerse en Granada y compartir su
vida con la de sus mujeres y sus hijos se asentaba más y más en su cabeza. Así
podría devolverles el tiempo que les
debía, aunque fuese solamente un poco, pues intuía que su vida ya no iba a ser
demasiado larga, ya que pasaba de los cuarenta
ramadanes.
Ahmed se sentó en un banco de la
vieja plaza a descansar, pues ese día tenía un dolor de cabeza horrible, y a
ver pasar la gente e imaginar mil y una historias sobre sus vidas, sus temores
o sus alegrías. Imaginaba qué habían hecho ese día, qué harían después, por qué tenían ese aire triste o alegre o por qué iban vestidos así. De vez en cuando, lo hacía y de ahí sacaba nuevas ideas o personajes
para sus novelas. Se dijo que tal vez pasaría por la tienda a ayudar un poco a
María o quizás se quedaría en el banco haciendo tiempo hasta que cerrara la
tienda y después irían a casa o a cenar algo antes de entrar. Ya lo decidiría
después, ahora disfrutaba de una tarde tranquila en la más bella de las
ciudades. Se sentía cansado. Era como si hubiese caminado miles de kilómetros,
sentía el cansancio de toda una vida. Quizás era hora de pensar en la
jubilación y disfrutar de una vida mucho más tranquila junto a María. Así
podría terminar de escribir el libro de sus memorias. Tosió varias veces. Tenía
la garganta completamente seca. Desde hacía algún tiempo, un sabor a polvo y arena se había instalado en su boca. Cerró los
ojos y, sentado en aquel banco, bajo la sombra de los árboles, se quedó
dormido.
Cuando despertó, la noche había caído. Bajo
la luz de la luna y oyendo cómo las hojas de las palmeras se movían con el
viento, Ahmed pensó que quizás, a partir de ahora y aprovechando su retirada,
sería el momento de dejar por escrito su vida, sus aventuras, sus éxitos y
fracasos en las caravanas, para que sus hijos, los hijos de sus hijos y toda su
estirpe, pudieran saber quién fue Ahmed el
viajero, el Ahmed que había dado esplendor a sultanes y princesas y había
propagado, por todo el mundo, el nombre de la más bella ciudad… Granada.
Anastasio García García.
Rabat, noviembre del 2015.
Basado en una actividad inspirada en “La noche boca arriba” de Julio
Cortázar.
Anastasio:
ResponderEliminarEl ejercicio te ha salido redondo. Has sabido compaginar perfectamente los dos tiempos y espacios y fundir al personaje en estos.
Felicidades, es un precioso cuento.
Muchas gracias Ester. A ti te lo debo todo.
ResponderEliminarAnastasio
Estoy completamente de acuerdo con Ester: Una juiciosa mezcla y un precioso cuento.
ResponderEliminarEnhorabuena Anastasio
Abdellah
Muchas gracias Abdellah
EliminarAnastasio
Felicidades, amigo. Me ha gustado mucho. No sé a qué ejercicio se refería vuestra profesora, pero tienes talento.
ResponderEliminarEs un ejercicio basado en el cuento "La noche boca arriba " de Julio Cortázar.
EliminarMuchas gracias por tu comentario.
Anastasio
La descripción del desierto esta muy perfecta. "Ahmed el viajero, como todos lo conocían, unía una caravana con otra". Es la descripción de un patriarca de antes, aquello busca su pan a través las ciudades, lucha centro la tempestad y todo. y también conserva en su corazón el amor sincero por su esposa. El hombre muy orgulloso de que hacia durante su vida escribió todo pero con una nostalgia a la caravana, al desierto mientras que esté en Granada. Me gusta mucho el cuento Anastatio.
ResponderEliminarPero dime si tu ne tengas nostalgia a Granada , es cerca de Jaén?
Enhorabuena amigo
Bahia
Muchas gracias Bahia por tu comentario.
EliminarGranada es para mí una de las ciudades más bonitas del mundo. Allí hice mis estudios y viví una etapa importante de mi vida. Cada vez que voy a España intento ir, aunque sea a dar un paseo.
Lo mismo le está pasando a Miguelillo, que es mi sobrino, por eso se lo he dedicado.
Anastasio
¡Qué riqueza en las descripciones de: lugares, colores, sentimientos, movimiento continuo de caravanas,…!
ResponderEliminar¡”CARAVANAS” es un verdadero viaje en compañía de Ahmed!
¡Me ha encantado tu cuento! Me ha enganchado hasta el final.
Y descubro que te has “afiliado” al rincón de la escritura creativa del Taller con tus textos bien elaborados y con tu estilo de escritura que ya tiene su propio sello.
¡Felicidades Anastasio!
Rkia
Muchas gracias Rkia por tu comentario.
EliminarAnastasio