Érase una vez un rey que gobernaba un imperio
muy vasto y que tenía un poder sin límite, aunque era muy conocido por ser un
rey despótico y tan nervioso que, por la menor cosa, podía matar a alguien que
le sacara de quicio. Durante muchos años y desde que había subido al trono, el
rey tenía un visir muy próximo a él y a quien consultaba cada vez que tenía un
problema que debiera resolver. El visir era un hombre famoso en el palacio por
ser muy optimista, tanto que ni se fijaba en el lado malo de las cosas, sino en
el bueno, lo que siempre parecía extraño a ojos de los demás y, sobre todo, al
rey mismo. El rey adoraba la caza y solía salir a los campos para cazar,
acompañado por su escolta.
Un día de esos,
mientras se encontraba cazando, el rey se cayó de su caballo, mientras corría
detrás de una gacela, y se rompió uno de sus dedos. Al regresar al palacio,
mandó llamar a su médico; pero este último le dijo al rey que debían cortarle
el dedo porque no había manera de curarlo. El rey se sintió muy desgraciado por
la mala suerte que había tenido y se preguntaba cómo un rey sin defecto alguno,
como había sido en el pasado, podría vivir, a partir de entonces, con una mano
con solo cuatros dedos. Su visir, que era conocido por su optimismo sin límite,
le decía cada vez que lo veía:
— ¡Quizás sea
para su buena suerte, majestad!
El visir no
paraba de repetirle esas palabras cuando veía al rey de mal humor… Pero tanto
las repitió que, un día, el rey ya no pudo soportarlo más. Este se encolerizó y
ordenó que encerraran al visir en la cárcel, donde permaneció muchos meses, sin
que el rey se acordara ya más de él.
Pasado largo tiempo, el rey empezó a
acostumbrarse a vivir con nueve dedos y retomó sus oficios en el palacio y
salió de su soledad. Y para mostrarles a todos que era el mismo rey de siempre,
dio las órdenes pertinentes para organizar una cacería fuera de su imperio. El
rey salió acompañado, como de costumbre, por su escolta, a excepción del visir,
que seguía en la cárcel. Así, llegaron a unos campos muy lejanos que no habían
visitado nunca antes. En un momento concreto, el rey vio una gacela y decidió
atraparla, ya que le gustaban mucho las gacelas. Y así fue cómo salió corriendo
tras ella y corrió tanto que acabó por alejarse de su escolta, que no sabía
adónde había ido el rey. El rey se enojó al ver que no había podido atrapar la
gacela, aunque había corrido y corrido con todas sus fuerzas, pero sentía
vergüenza de volver con las manos vacías ante su escolta, consciente de que un
rey no debe fracasar. De repente, el rey vio, a pocos pasos de él, a un grupo
de gente que bailaba y cantaba alrededor de un círculo de fuego. Estaba el rey
tan cerca que, al final, aquella gente pudo verlo, tras lo cual algunas
personas corrieron para cogerlo. El rey sintió un gran miedo porque no sabía
qué podrían hacer con él. Lo bajaron del caballo y lo rodearon, mientras
seguían cantando y bailando, mientras a él todo aquello le parecía como si
fuera una pesadilla. Vio entonces el rey que, dentro del círculo de fuego,
había un cadáver, y de repente comprendió que lo iban a quemar vivo y que la
gente celebraba una fiesta religiosa donde tenían que echar a un hombre al
fuego como sacrificio. El rey sintió que su vida había llegado a su fin y que,
al cabo de unos instantes, sería un mero cadáver y carbonizado en
el fuego, alrededor del cual cantaría y bailaría frenéticamente aquella gente.
Le ataron de pies y manos y se prepararon para echarlo al fuego. Pero, antes de
ello, el jefe del grupo se acercó a él, tomó sus manos y empezó a mirarlas
atentamente. Al cabo de unos momentos, que al rey le parecieron un año entero,
el jefe levantó la cabeza y dijo en voz muy alta:
— No podemos
sacrificar a este hombre. Los dioses van a maldecirnos si lo hacemos, porque no
es un hombre entero y sano: ¡solo tiene nueve dedos!
La gente, tras
escuchar las palabras de su jefe, se apresuró a desatar a aquella mala ofrenda
y el rey se vio libre de nuevo y se sintió como si despertara de una pesadilla.
Una vez libre, tomó su caballo y volvió a su
palacio sin mirar atrás. Una vez allí, se dirigió directamente a la cárcel, en
donde estaba el visir. Abrió la puerta, abrazó a su visir y le pidió perdón
delante de todos sus vasallos del palacio, los cuales no habían tenido noticia
de su rey desde su desaparición. El rey llevó a su visir al palacio y le contó
todo lo que le había ocurrido. Después de escuchar su relato, el visir le dijo
al rey:
— ¡Quizás sea para
su buena suerte, majestad! Pero lo que es cierto es que, si yo hubiera ido con
usted, yo habría sido el sacrificado en el fuego… El dedo que le proporcionó
tanta turbación es el mismo que a usted le salvado la vida.
El rey se rió y ordenó que colmaran de regalos
a su visir.
Driss Elganbouri
Rabat,
noviembre-diciembre de 2015.
Cuento basado en un cuento marroquí.
Un estupendo y divertido cuento con moraleja para pesimistas...
ResponderEliminarDriss,
ResponderEliminar¡Tu cuento es maravilloso y me encanta!
Coincido con Ester porque es una verdadera lección de optimismo.
Además, me gusta la frase que suele decir el visir para justificar con cierta sabiduría los hechos que él no puede controlar: “¡Quizás sea para su buena suerte, majestad!”
¡Felicidades y ánimo para que sigas escribiendo más!
Rkia
Driss!
ResponderEliminarque bueno cuento! Muy fácil a leerlo. La sucesión de las ideas es perfecta. Una lección de optimismo para servir a todos en nuestra vida.como se dice un el Coran "Tan cosas que nosotros creyendo malas que están en realidad buenas, quizás!!".
Moraleja : Necesitamos a ver en todas las situaciones el lado el màs positivo.
Muy bien Driss
Animo amigo
Es un cuento muy divertido y con buena moraleja.
ResponderEliminarOuaffa
Un buen cuento con una buena lección de optimismo.
ResponderEliminarEl optimista cree en los demás y el pesimista sólo cree en sí mismo
Me gusta mucho.
Manal.