De entre todos los
particulares, serios o efímeros acontecimientos, hay ciertos que se señalan
como verdaderos, y el que aquí voy a relatar forma parte de ellos. Esta es la
historia de un hartani (1).
Incluso ahora, cualquiera
lo habría reconocido, entre miles, como digno representante de su tribu,
habitante de uno de los oasis del sur, del extremo sur… Esa misma tribu que
–digamos– tenía las llaves de las puertas del Sáhara. Él, Dios lo había
dispuesto así: una naturaleza de mármol, una cabeza dura que no hacía más que
lo que le apetecía, una talla punzante y alzada hacia el cielo en honor del
orgullo y la arrogancia legendarios de su casta, unos ojos de color miel y una
tez morena, cual rúbrica de su origen y muy parecida al té bien macerado que él mismo bebía a
sorbitos a lo largo del día. Aunque todos esos rasgos no dejaban ver al devorador
indefectible de carne de camello y de cabras que era.
Su particularidad consistía
en que había decidido, con su pretensión acostumbrada, hacerse labrador, a
pesar de vivir en aquella región árida y de los consejos de sus vecinos y
allegados, que no dejaban de repetirle que los oasis eran esencialmente propicios
al cultivo de las palmeras. Pasado algún tiempo, ya tras su estrepitoso fracaso
(sentía vergüenza de aquel chasco sufrido, desde luego), un día, decidió ir a
dar un paseo por las fértiles llanuras del Gharb, con el fin de esclarecer las
dificultades con que se había tropezado su proyecto y con la clara intención de
volver a resplandecer, más tarde, frente a los suyos. Una vez llegado allí, le
echó el ojo a un Dukali, nieto de un amigo de su abuelo.
Mientras estaban echados en
el amplio trigal, que tan solo esperaba la cosecha, el Hartani, admirado ante
las espigas maduras que allí se alzaban -aunque su arrogancia le impedía
expresarlo-, le señaló a su huésped una cabra negra que se estaba atiborrando a
sus anchas en medio del campo:
- ¡Para qué
trabajar tanto si luego dejas a una de tus cabras pacer entre el fruto de tu
trabajo!
- ¡No es una
cabra! Las mías están en el cercado. Es una cigüeña y se puede distinguir por
su color negro y blanco.
- No, no es una
cigüeña… Es una cabra negra.
- Es evidente
que es una cigüeña. Podemos adivinarlo fácilmente por su manera de contonearse.
- No te burles
de mí. Está claro que es una cabra negra… Estoy absolutamente seguro. Si la
degolláramos, celebraríamos un buen festín.
De repente, la cigüeña alzó el vuelo y se dirigió a lo
lejos y el Dukali se apresuró a decir:
- Ahora puedes
ver que es una cigüeña... Acaba de levantar el vuelo.
- Sé que cualquiera puede equivocarse,
inclusive yo. Pero, aunque acabe de levantar el vuelo, sigo pensando que
es una cabra… Un poco especial, pero una cabra.
Puesto que se hallaba en su
propia casa, el Dukali decidió someterse a las reglas de la hospitalidad que le
dictaban su tradición, no insistir y cambiar de tema:
- ¿Y si damos
una vuelta para comparar nuestros métodos de labranza?
Plantados en la parcela, que estaba a orillas del río y que había sido
cosechada hasta sus últimos límites, el Hartani le preguntó:
- ¿Con qué
herramienta segáis el trigo?
- Con grandes
hoces manejadas por una fila de hombres.
- Nosotros, con
un par de tijeras. Nos parecen más prácticas para este trabajo.
- ¡Una vez más
te burlas de mí! ¡Nadie utiliza ni encuentra adecuado usar las tijeras para
segar!
- ¿No lo crees?
Nosotros, en el sur, utilizamos solo las tijeras. No hables de cosas que
ignoras.
- ¡Está claro
que aquí el único ignorante en agricultura eres tú!
El tono se
volvió tenso y la justa verbal se transformó rápidamente en una disputa física de
desequilibrado orden.
El Dukali era todo lo contrario del Hartani: lejos de tener apariencia
flaca, era más bien un buen mozo robusto de casi dos metros, de tronco sólido, con
un denso y firme conglomerado de carne difícil de pellizcar, salvo por la parte
de las mejillas. Era un cordero de gran dulzura, pero, venido el momento
propicio, se metamorfoseaba en un santiamén en un torrente devastador.
Así, el Dukali sucumbió a la vanidad de
sentirse fuerte, empujó al testarudo Hartani, que tropezó y se cayó al agua. Este
resistió unos instantes; pero, aterrorizado, empezó a agitarse. No sabía nadar, dado que allí de
donde venía ninguno juzgaba útil esa manera de avanzar en el agua. El Dukali,
todavía con una mirada furiosa y a sabiendas de que no podía ayudarlo sin correr
el riesgo de ahogarse él también, había entrado en el río y, con el agua hasta la cadera, le tendía a su
contrario una rama larga. Sin embargo, el Hartani seguía hundiéndose a cada
instante más, sin hacer el menor gesto para agarrarse a la punta de la rama.
Antes de desaparecer completamente en la corriente, sus dos dedos de la mano
derecha, el índice y el corazón, se juntaron y se separaron varias veces para recordar el movimiento de
las dos hojas de
unas
tijeras cortando el trigo. Hasta el último suspiro, fue fiel a sí mismo,
corroborando el hecho de que, con los testarudos, no hay argumento que
valga.
Antes de encontrar al Hartani,
yo pensaba realmente que yo mismo era muy testarudo y que no había conocido a nadie tan
testarudo como yo. Pero ahora, ya no me siento atraído por esta pasión
abrumadora que no me deja tiempo para la reflexión o para cualquier otra cosa.
He optado por la buena idea de tener muchos puntos de vista para no parecer tan
obstinado como lo soy en realidad. Y de este modo, también evito hundirme en
las aguas.
Abdellah
El Hassouni.
Rabat,
22 de noviembre de 2015.
Basado
en motivos de un cuento popular marroquí.
(1) El término "haratin" tiene un origen oscuro y se ha
intentado relacionar tanto con una raíz árabe, por lo que significaría
"cultivador", o bereber, por lo que vendría a ser "negro";
en este sentido, podría ser una versión arabizada de “ahardan”, término bereber
para hacer referencia al "color oscuro".
Abdellah:
ResponderEliminarLa maestría con que filtras el humor en la anécdota más cotidiana, unida a la persectiva siempre sagaz del narrador, hace que cada cuento tuyo sea una verdadera perla... ¿Cómo consigues que prevalezca la sonrisa cuando el pobre señor se está ahogando? Ya nunca más voy a ver unas tijeras sin recordar esta escena... ¡Felicidades de nuevo!
Gracias Ester, muchas gracias.
ResponderEliminarSin ti, no hay curso, no hay cuento.
Cada palabra del cuento expresa mi agradecimiento.
Abdellah
Qué bonitoooo. Muchas gracias.
ResponderEliminarAbdellah,
ResponderEliminarCon tu cuento, has logrado la reencarnación del famoso filali a través del personaje principal de la “LA CABRA NEGRA Y LAS TIJERAS” que jamás reconoce que no tiene razón.
Además le has añadido un último toque muy tuyo cuando se le encuentra al narrador/ autor en el último párrafo.
¡Un cuento muy divertido!
¡Me encanta!
¡Felicidades!
Rkia
Este cuento popular refleja el carácter de la población del sur de nuestro país y la manera tan divertida, humorística del cuento le da una atracción de leerlo hasta el final. Como dice Rkia el filali no acepta jamas que no tiene razón... Podemos decir que este carácter duro, obstinado de este población viene del clima de la región del sur.
ResponderEliminarMe gusta mucho tu acercamiento de contar.muy bien contarlo
Felicidades amigo!
Bahia
Un hombre fiel a sus principios, hasta el último momento al borde de la muerte obstinado con el empleo de las tijeras para segar. Muy buena descripción de los acontencimientos.
ResponderEliminarEnhorabuena, MAESTRO
Anastasio
muy bonito amigos
ResponderEliminarHolà abdellah ! Que bonita tu manera de contar este cuento tan popular en el sur ! Como soy tambien del sûr , se muy bien lo que es testarudo y todas las consecuencias que pueden sobrevenir cuando tenemos "la cabeza dura" como decimos !! Has utilizado tan bien las palabras para describir el hombre del sur que tenemos la impresion de verlo realmente y de tener ganas de golpearlo tambien como hizo el dukali para que cambie de idea !! Bravo Abdellah y hasta la proxima escritura , ojalà !!
ResponderEliminarHolà Maria
EliminarA decir verdad, con la gran dulzura y la fuerte sensibilidad que sueltan tus poemas (y qué adoro), no podía imaginar que estas una descendiente de esta región del extremo sur. Pero hasta esto, no cambia todo el bien que pienso en tu poesía (broma).
Muchas gracias de leer y de comentar.
Abdellah