En un tiempo remoto,
en que el té necesitaba mucho tiempo para ir desde China hasta el resto del
mundo, y en un oasis muy lejano, hubo un pueblo que se apoderó de la exclusividad
de preparar y consumir esta dorada y deseada bebida. Raras eran las mujeres que
podían probarla. En cuanto a los niños, los grandes siempre les decían que era
una infusión reservada a los adultos, sin más explicaciones.
Había, entonces, en
aquel oasis, un hombre rico, aunque hay riqueza y riqueza… Digamos que tenía
unas parcelas de tierra con unas palmeras y unos olivos. Poseía también unas
cabras, un asno, un burro y dos vacas. Además era un sheikh, el alcalde
del pueblo, y jamás salía de su casa sin su imponente turbante blanco y su
albornoz. Todos sabían que el alcalde o sheikh podía permitirse tomar el
té sin límites por su posición y por su riqueza. Lo traía de la ciudad
cercana, que visitaba de vez en cuando para sus asuntos personales y para dar
cuenta de su aldea.
El sheikh tenía cinco hijos y los había casado a todos salvo
al último, el pequeño, que apenas tenía nueve años. Nació cuando él ya esperaba
la llegada de sus primeros nietos, por lo cual lo llamó: Zaid (o El
inesperado). Todos vivían en la gran casa. Juntos compartían los trabajos
del campo, del ganado y de la venta de alguna cosecha. Con los habitantes,
resolvía algunos problemas de la vecindad en la aldea, como el del reparto de
agua para regar, cuestiones de fronteras entre las parcelas del palmeral o cualquier
otro asunto del pueblo. Así que le quedaba mucho tiempo libre en el que se
dedicaba a pasear por el palmeral o a preparar su té. Un verdadero ritual
diario. El padre, por muy sabio, respetado e importante que fuera, dentro y
fuera de su casa, en presencia del pequeño Zaid, no lograba mantener su
seriedad.
El pequeño no iba a
la escuela porque no había ninguna en el pueblo y no quería jugar con los niños
cuando su padre no estaba de viaje. Le encantaba seguir a su progenitor fuera adonde fuera. A la madre, no le gustaba que el niño recibiera demasiados
mimos de su marido y no se cansaba de reprochárselo, pero él, como simple
respuesta, se limitaba a alzarle los hombros. Sus numerosas travesuras siempre
lo hacían sonreír o reír hasta las lágrimas. Pero jamás lo castigaba porque,
frente a aquella carita con ojos brillantes de malicia y diablura, no podía enfadarse.
Aquel día, el niño
fue a echar un vistazo al cabritillo recién nacido y, al volver, no encontró a
su padre en la gran sala común. Lo busco por la casa y subió al cuarto de
invitados. Lo llamó, pero su padre no le respondió. Entonces, acurrucado y de
rodillas, con las palmas y su sien derecha sobre el suelo, intentó ver a su
padre por debajo de la puerta cerrada que daba al salón. Pero no podía ver nada, excepto la parte inferior de los pies de
la mesita de madera colocada sobre la alfombra roja. De repente, le llegó al
olfato el olor a caramelo que emanaba al producir su espuma y derramarse el té
azucarado, todavía sobre las brasas de la estufa. Por ello, supo que su padre
estaba allí dentro, preparando el té.
Lo llamó otra vez:
- Papa, abre la puerta. Estás solito dentro y no
tienes a nadie con quien hablar.
- Déjame y vete a jugar con los niños.
El niño insistió una y otra vez sin resultado
alguno. Al final, añadió:
- Sé que estas preparando tu té, papá. Dame solo un
trago, un pequeño trago, papá.
- Te digo que no. No es para los niños.
- Ya lo probé el otro día, cuando me diste un poco…
¿Por qué me dices ahora que no…?
El padre abrió la
puerta, llamó a su mujer y le pidió que se ocupara de Zaid porque no le dejaba
descansar. La madre tras responderle que era él quien lo mimaba mucho; alejó al
niño de la habitación.
Zaid se fue. Bajo rápidamente las escaleras y se
dirigió hacia la plaza del pueblo, lugar donde solían reunirse los hombres para
hablar de asuntos personales o de la comunidad, o simplemente para calentarse
al sol en los días de invierno. Antes de llegar, encontró a su vecino en una
callejuela. Zaid le besó la mano con respeto y le dijo:
- Tío, mi padre me envía para invitarte a compartir
un vaso de té con él. Te está esperando.
Luego, repitió lo
mismo a todos los hombres que encontraba en el camino, así como a los que
estaban tomando sol en la plaza. Poco tiempo después, en la casa, al padre le
sorprendió la llegada inopinada de estos hombres que no esperaba. Deshacerse de
su hijo le había resultado difícil, pero más le contrarió la imprevista visita
de los aldeanos a la hora en que iba a disfrutar de su primer vaso de té. No
era una cuestión de falta de generosidad, sino de deseo de disfrutar ese
momento de reposo y de descanso total. Acababa de escanciarlo, con cuidado y
según el ritual, para que el líquido caliente en el vaso quedara cubierto con
un turbante blanco de espesa espuma.
Sin embargo, los
hombres del pueblo, uno tras otro, iban entrando, saludaban y, luego, se
sentaban. Él se preparó para oír alguna queja o alguna propuesta de aquellos a
quienes él representaba, mientras pensaba:
- ¡Esto es lo que representa ser el sheikh de
la comunidad…! Uno debe estar disponible para los aldeanos a cualquier hora…!
Pero, tuvo la
impresión de que ninguna de ellos tenía prisa alguna para exponerle el supuesto
problema. El cuarto estaba lleno y todos hablaban entre sí, empezando o
continuando alguna discusión con mucha normalidad. Bueno, ¡eran sus
invitados!
De repente, llegó al oído del padre la voz de su
hijo que le llamaba desde abajo. Bastante contrariado, salió al umbral de la
puerta de la habitación y le respondió gritando:
- ¿Qué pasa, Zaid?
El niño le respondió:
- ¿Te bastan estos o te envió más?
El padre adivinó que
aquello era obra de una travesura más de su hijo. Volvió a la estancia, donde
ya algunos hombres se levantaban para irse, tras haber oído con toda claridad
las palabras del niño, ya que evidentemente, habían entendido de qué se
trataba. El sheikh, riendo, los retuvo, impidiéndoles el acceso a la
salida del salón. Tal y como era costumbre en el oasis, les pidió a todos que
no se movieran de allí hasta haber escuchado la anécdota entera y haber bebido
con él un delicioso vaso de té.
Rkia Okmenni.
Rabat, 22 de noviembre de 2015.
Mi padre me narró este cuento amazigh-marroquí que
está basado en hechos reales.
Rkia, tu cuento es magnífico.
ResponderEliminarEs bien un cuento de Rkia con este sabor puramente local y este olor del vivido. Por ejemplo esta elección del nombre Zaid, o el hecho de encerrarse para sacar provecho mejor y sólo de un té bastante azucarado.
Felicitaciones
Abdellah
Un cuento maravilloso. A medida que lo leia iba viendo a Zaid haciendo travesuras.
ResponderEliminarEnhorabuena
Anastasio
Abdellah, Anastasio,
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestra lectura y muy contenta que « Un trago de té » os haya gustado.
Rkia
La lectura de este cuento me parece fácil y muy agradable. Claro que el estilo del cuento popular esta mantenido : el té, la reunión de los aldeanos en el salón del sheikh, el nombre del hijo el cual tiene una significación muy importante en el cuento.
ResponderEliminarEnhorabuena Rkia
Bahia
Muchas gracias por tu comentario Bahia.
EliminarTu participación activa y tus aportaciones orales y escritas enriquecen el taller y el blog.
Me alegra compartir el taller contigo.
Rkia