Había llegado el día. Dolores no se sentía con
fuerzas para levantarse. El cuerpo le pesaba tanto como el alma. La tenía
destrozada. Sus ojos, totalmente secos, hinchados e irritados, después de una
noche de descarga incontrolable, le dolían tanto como aquella vez que se clavó
el cuchillo jamonero en la palma de la mano. Las últimas lágrimas las había
derramado la noche anterior, cuando su querido esposo perdió los papeles en el
juzgado despotricando contra el juez y descargando toda la rabia que tenía
almacenada. Tanta era la impotencia que sentía, que no midió sus palabras ni
las consecuencias… Se lo llevaron detenido. «Maldito», le dijo al juez
señalándole con el dedo mientras lo agarraban dos agentes para obligarlo a
abandonar la sala. «Una justicia de mierda es lo que tenemos en este país»,
sentenció para condenarse minutos después. Y la pobre Dolores lo presenció
todo, silente, con el corazón en un puño.
Regresó
sola. Sin lágrimas. Sin marido. Y sin casa. El banco se la quitaba
definitivamente. Era de ellos, toda de ellos, la construyeron poco a poco,
reuniendo el capital durante años para acondicionarla y hacerla más habitable,
más suya. Sí. Era de ellos. Pero ya no. Avalaron al único hijo que tenían hasta
que el temible paro entró de lleno en su hogar y se apoderó de todo. No se lo
habían pensado. ¿Para qué? Era Mario quien les pedía ayuda. No necesitaban
pensarlo. Firmaron el contrato responsabilizándose de aquella hipoteca, la que
le abría la esperanza a su hijo de formar su propia familia. Y le ayudaron a
pagarla religiosamente todos los meses, porque al pobre de Mario no le llegaba
el sueldo.
Dolores
entró en el salón arrastrando los pies, cansados como su corazón. Su hijo no
tardó en llegar acompañado de Belén, la joven enfermera que colaboraba con la
Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Se había sentado en la butaca con la
vista perdida en la Plaza del Pino. Ya nunca más vería los pájaros revolotear
en los árboles, ni escucharía el canto de las golondrinas en primavera, ni el
ruido de la persiana de la pastelería de Manolita. Ya nunca más le daría los
buenos días a Fernando, el maestro jubilado del quinto, ni a Pura, la vecina
del primero, tan extremeña como ella. Nunca más pasearía por Las Ramblas con la
cabeza en alto, orgullosa de su vida… Una vida que llegaría a su fin en el preciso
instante en que abandonase su nido, el que Francisco y Dolores habían
construido durante media vida con tanto sacrificio y amor. Belén se acercó a
ella, le estampó un sonoro beso en la frente y le dio un paquete en nombre de
todo el equipo. En una ocasión, Dolores le confesó que le hubiera gustado tener
la recopilación de todas las canciones de Abba. Nunca tuvo tiempo. Mentira. Sí
lo tuvo. Pero todos sus pensamientos iban destinados a satisfacer las
necesidades de los suyos. Sus deseos se quedaron en el camino. Abrió aquella
caja absorbiendo las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas. Y allí
estaban todas, absolutamente todas, en digital, para disfrutarlas en cualquier
momento desde el móvil que le habían regalado. A Dolores se le encogió el
corazón y soltó un quejido emotivo y desolador
por partes iguales. Se abrazó a Belén, totalmente desconsolada por la situación
de la anciana.
Después
de una larga charla para calmar los ánimos de Dolores, la joven la convenció
para que empaquetase la ropa y los objetos más valiosos. Del resto se ocuparían
los vecinos y, entre todos, buscarían un hueco para guardarles algunos
electrodomésticos y muebles mientras la Plataforma intentaba evitar el
desahucio. Todavía les quedaban varias horas antes de que llegase el grupo
encargado de precintar la vivienda.
Con la
ayuda de Belén, Dolores empezó a colocar cuidadosamente en las maletas toda la
ropa del armario. Y eligió disfrutar del regalo melódico de su amiga. Lo
necesitaba. A veces, sin querer, mojaba algunas prendas. Chiquitita, dime por qué
tu dolor hoy te encadena, cantaba Abba encima de
la cómoda, que en tus ojos hay una sombra
de gran pena... Entonces, Belén la envolvió entre sus brazos y ella se dejó querer. La
joven quiso silenciar las palabras que salían del móvil, pero Dolores no la
dejó. No quisiera verte así, le dijo la joven con la mirada, coreada por Abba. La anciana,
cabizbaja, continuó embolsando.
Fue en ese instante, entre los manteles
que guardaba en el armario de la cocina, mientras Abba zumbaba en sus oídos,
cuando le vinieron a la memoria aquellos días silenciosos que pasaba bordando
con su madre el ajuar… El mismo mantel que ahora acariciaba… Entonces, estaba
llena de esperanza, a pesar de los requiebros de don Justo, su padre, que no
veía con buenos ojos su relación con Francisco. Y su madre la animaba cada vez
que su padre amenazaba con romper aquel noviazgo… Chiquitita sabes muy bien
que las penas vienen y van y desaparecen, (que) otra vez
vas a bailar y serás feliz como flores que florecen… Y la vida continúa
para todos, le decía su madre, por igual, porque el dolor te acompaña durante
un tiempo, pero el amor de los que te quieren permanece siempre… Y no hay que llorar, las estrellas brillan por
ti allá en lo alto, insistía Abba. Y Francisco la tendría en su pensamiento
y en su corazón, toda la vida… Quiero
verte sonreír, le diría, para
compartir tu alegría, mi amor, el resto de mis días, debajo de un puente si
ese es nuestro destino, pero contigo, siempre contigo, Chiquitita.
Clara Urbano Lira
Rabat, 17 de abril de
2016
Actividad
«Incrustar letra de canción en un cuento con doble acción temporal», inspirada
en la técnica narrativa de los capítulos 12 y 13 de La voz dormida de Dulce
Chacón.
Clara, un relato conmovedor y tan de actualidad que leyéndolo casi se me han saltado las lágrimas. La desgracias del destino y del sistema en donde siempre pagan los que no deben, los pobres. Triste realidad que avergüenza a la gente de bien.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Anastasio
Gracias, Anastasio.
EliminarAmiga Clara!
ResponderEliminarQué bien cantado! la mezcla de los dos tiempos se hace de manera suave. El tema es triste, pero de la vida cotidiana. Situación delicada que debería suportar una categoría de gente trabajadora, simple. claramente, la injusticia de la vida, pero ante todo, de las leyes, las reglas del sistema.La descripción de los vecinos, de las personas con quienes la familia comparte momentos agradables está significativa a la madre, la que va a abandonar a su casa y ante todo, a sus buenos recuerdos. Los fragmentos de la canción explican muy bien la situación. El texto es fácil a leer. Me gusta mucho tu estilo Clara!!
Enhorabuena Amiga mía!!!
Bahia
Gracias, Bahia.
Eliminar¡Felicidades Clara por este cuento!
ResponderEliminarLa historia es muy dramática pero de actualidad y realista.
¡Qué armonía entre canción y texto!
¡Me gusta mucho!
Rkia
Tu gran alegría de vivir con cuál nos riegas durante las horas del curso es realmente doblada por una gran sensibilidad como lo muestra este relato tan bien escrito, conmovedor, triste y de actualidad. Me ha gustado mucho. Bravo Clara.
ResponderEliminarAbdellah