TALLER DE ESCRITURA "A ORILLAS DEL BU REGREG" DEL INSTITUTO CERVANTES DE RABAT

Bienvenidos a «A orillas del Bu Regreg», el blog de los integrantes del Taller de lectura y escritura creativa, un curso especial que realizamos desde hace doce años en el Instituto Cervantes de Rabat (Marruecos).

En este espacio damos a conocer los cuentos, poemas y otros ejercicios de escritura que se proponen en clase y que realizan nuestros alumnos, aunque también publicamos colaboraciones de nuestros lectores.

Muchas gracias por leernos y por compartir vuestras opiniones.
Ester Rabasco Macías (profesora del Taller)

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jueves, 27 de octubre de 2016

“ZAPATOS” de ANASTASIO GARCÍA


Le dolía todo el cuerpo. Había dormido mal. Se sentía pesado, lento y un poco mareado. El calor y el dolor eran los causantes. Apenas había podido dormir. Vueltas y vueltas de un lado a otro de la cama arrastrando pensamientos e incertidumbres habían sido sus únicos acompañantes durante toda la velada. La noche anterior había sido tremenda. Había recibido más golpes de los que él pudo dar a pesar de estar en mejor forma que el resto. Sentía las manos desarmadas. Las había forzado demasiado contra su adversario. No pudo evitar ver las cicatrices, mil veces memorizadas, en manos y antebrazos, testigos de la lucha y de la vida, mientras se ataba los cordones de unas pumas amarillas que había comprado en un mercadillo de segunda mano. Un último apretón y estarían listas para encarar un nuevo día, se dijo a sí mismo. Al levantar la cabeza, un ligero mareo estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio. Se incorporó lentamente y recorrió los apenas tres pasos que lo separaban de la cocina. Vivía en un cuchitril, una habitación de tres metros cuadrados donde todo estaba colocado a su antojo. El caos y el desorden se hacían patentes por todos los rincones de la pieza, aunque, sinceramente, poco le importaba. Las únicas visitas que recibía pasaban la mayor parte del tiempo en la penumbra y en la cama y cuando acababan su función él se encargaba de que desaparecieran lo antes posible.
Ella había terminado de ponerse su vestido rojo. El más sexy y provocador que tenía. Un vestido de licra, que se le adhería al cuerpo como una segunda piel y que le resaltaba las trepidantes curvas de su cuerpo haciendo que no pasara desapercibida. Unas medias de rejilla negra y unos zapatos vertiginosos rojo sangre completaban su atuendo. Buscó en todos los bolsos que tenía y no encontró el pintalabios rojo. Quizás lo había perdido o se lo había quedado alguna de las compañeras que tenía tan, literalmente, amantes de lo ajeno. Encontró un lápiz de labios marrón, tampoco le dio mucha importancia ya que el color no le duraba mucho. Empezó a perfilar los labios por fuera para proporcionarles un efecto de mayor volumen y así aparentar unos labios más carnosos.  A ella le gustaba así. Se sentía poderosa y segura. Empezó a perfilar desde el centro hacia afuera, al principio de forma suave, para delimitar, y luego con trazos más fuertes y sólidos para finalizar. Todavía le temblaban las manos. La  noche anterior había sido dura. Un combate de kárate en un antro cochambroso, repleto de humo y de hombres con las feromonas alteradas, acompañado de unos cuantos tragos de vodka en un estómago en ayunas habían terminado por derribarla. No sabía cómo había llegado allí. Lo cierto es que, desde hacía algún tiempo, no le apetecía trabajar y la mayor parte de los días los pasaba deambulando de un lugar a otro esperando el momento en el que su madre y su hijo ya se hubieran ido a la cama, evitando así un buenas noches cargado de reproches y culpabilidad. Vivía con su madre en un pequeño piso en el que apenas había espacio para una sola persona. Se trasladó allí después de que la dejaran abandonada y tirada en la calle con un niño de apenas año y medio. Nunca se había llevado bien con su madre y, últimamente, las cosas iban empeorando día a día. Mientras se maquillaba, el estómago empezó a revolvérsele al mismo tiempo que iba recordando el sabor amargo y seco del vodka que se había tomado la noche anterior. Cerró  los ojos para controlar las náuseas y apretó los labios con fuerza. ¡Cuántas veces se había prometido que esa vez iba a ser la última! Pero el olor a alcohol o la simple idea de beber era mayor a todas sus promesas. ¡Puta vida!, se repetía sin cesar a la mañana siguiente. Necesitaba un hombre a su lado, que la quisiera, que la consolara, que le preparara un café y le diera unas buenas noches con un beso en la mejilla. Y por encima de todas las cosas, necesitaba un padre para su hijo. Deseaba ser amada y, sobre todo, amar.
Las zapatillas de deporte amarillas le gustaban. Se sentía cómodo con ellas. Además eran veraniegas y le hacían juego con la camiseta. Empezó a prepararse el desayuno: cereales, leche, cola-cao, un plátano y un huevo. Lo puso todo en la batidora y, al igual que la lava de un volcán en erupción, un borbotón de esa mezcla compacta y negruzca salió disparado para mancharlo todo. No le dio la mayor importancia. Se bebió lo poco que había quedado y el resto lo dejó esparcido en la mesa, aumentando la entropía que reinaba en su universo.
Empezó a ponerse los zapatos rojos. Perdió el equilibrio y anduvo dos o tres pasos hacia atrás hasta casi caerse. Se mantuvo en esa posición, semisentada. La rabia y la impotencia le corrían por dentro. Se sentía basura, un desecho, que la vida se había permitido el lujo de crear. Se creía atrapada en una noria que daba vueltas y vueltas y de la que era imposible bajar. A veces le parecía que estaba sumergida en un pozo de fango y lodo, inmersa en una lucha continua y sin descanso para poder sobrevivir. Cogió el zapato que se le había salido del pie al caerse y golpeó con fuerza el suelo plasmando toda su rabia con cada impacto. Cuando abrió los ojos, unas pantuflas marrones y blancas avanzaban a pequeños pasos, casi arrastrándose por el suelo. Fue todo lo que vio en ese primer instante. Se secó las lágrimas y alzó la cabeza. Una sonrisa angelical rodeada de cabellos castaños y rizados se acercaba a ella. Extendió las manos y lo abrazó con fuerza besando su cara, sus ojos, su cuello, su boca, su pelo… Era lo único que le pertenecía, el único derecho que la vida le había otorgado, y la mayoría del tiempo tenía la sensación y vivía con el miedo de que lo podía perder. Lo abrazó aún más fuerte y se incorporó. Se colocó el zapato rojo y se dispuso a salir.
Bajó las escaleras apresuradamente. No podía evitar mirar sus pumas amarillas. Tenía que tener cuidado de no mancharlas, pensó. En el patio interior estaba la vecina barriendo como cada mañana. Siempre ella barría y él pasaba. Si sus miradas coincidían, se saludaban con un ligero movimiento de cabeza; si no, cada uno seguía su ritmo. Recorrió el estrecho pasillo que lo llevaba a la calle y allí, como siempre, se encontró al mendigo sentado en el tranco de la puerta, viendo pasar la vida o quizás esperando la muerte, ¡quién sabe! Cogió la moneda del bolsillo y la depositó en la mano que ya la estaba esperando. En un acto reflejo, el mendigo la guardó y, luego, bebió un buen trago de una botella de aguardiente, lo que contribuyó a aumentar la expresión de felicidad que tenía y a transportarlo un poco más allá de este mundo. El perro empezó a correr tras él. Un chucho resultado de miles cruces, marrón claro y ojos saltones, sin identidad y sin ni siquiera nombre. Ese animal era uno de los pocos amigos que tenía, era casi siempre el primero que le daba los buenos días y el que lograba arrancarle una sonrisa consiguiendo que saliera lo mejor de él cada mañana. Este perro lo hacía más humano. Llegó al taxi, un viejo mercedes blanco con una línea verde en el lateral, abrió la puerta con un movimiento brusco y entró sentándose enérgicamente. Un calambre le recorrió todo el cuerpo y volvió a recordar la paliza de la noche anterior. Empezaba a perder facultades, un indicio de que ya no era un niño. Tenía que entrenar fuertemente para mantenerse en forma, aunque pensó que esa noche no iría al club de boxeo. Esperaría dos o tres días hasta que sus músculos y huesos se recompusieran. Su fiel amigo se le acercó hasta casi ponerle el hocico en su muslo. Abrió la bolsa de papel, sacó el bocadillo y cogió la loncha de jamón que, expresamente, colocaba cada mañana para dársela al chucho. Le gustaba ese ritual. Le daba suerte.
Ella bajó las escaleras, lentamente, escalón tras escalón, con cuidado de no resbalarse con los zapatos, pues el agua corría escaleras abajo. Alguien las había fregado y se había olvidado de recogerla. El niño iba pegado a su cuerpo, en sus brazos. Podía notar el olor a inocencia que exhalaba. Olía a primavera, a flores, a sol, a azul… a vida y ella no pudo reprimir una lágrima.
Él puso en marcha el taxi, no sin antes acariciar la pata de conejo que colgaba de la llave de contacto. Todo formaba parte de un mismo ceremonial que se había vuelto casi tan imprescindible como respirar: la moneda al mendigo, la loncha de jamón al perro, la pata de conejo…
Ella continuó bajando hasta llegar a la lúgubre y estrecha calle en la que se encontraba su casa. Anduvo unos cuantos metros más y salió a la avenida. Un sol abrasador le hizo olvidar la oscuridad de su casa y empezó a calentarle los huesos. Alzó la vista buscando un taxi pero no pudo distinguir ninguno de entre todos los coches que se avecinaban. Empezó a dar cortos paseos por la acera. Hacia la izquierda, a la derecha, otra vez a la izquierda, luego a la derecha… Estaba impaciente, nerviosa, angustiada y, sobre todo, tenía miedo. Había decidido que su vida tenía que cambiar. Lo había resuelto mientras bajaba las escaleras. Cada peldaño que descendía la hacía sentirse más cerca de la boca del pozo, cada escalón era una reafirmación más de su determinación. Con cada peldaño estaba más segura de su decisión. El calor de su hijo la fortalecía, no merecía la miseria y el desamor que ella había vivido.
Un taxi se acercaba, era un viejo mercedes blanco con una línea verde en el costado. Alzó la mano y se paró. Entró en el taxi sin ni siquiera ver al conductor y murmuró la dirección que tanto tiempo llevaba martilleándole en la cabeza.

Anastasio García.
Rabat, octubre del 2016
Actividad inspirada en el Cortometraje mexicano “Zapatitos”, de Armando Ciurana.

5 comentarios:

  1. ¡Hola Anastasio !
    Tu texto es muy bien elaborado. Contiene dos narraciones paralelas de la vida cotidiana (en el cuento, de un día en particular) de cada uno de los dos protagonistas: una mujer madre de un niño y un taxista que vive solo y tiene sus costumbres y rituales. Las dos vidas convergen hacia un encuentro entre ellos en el taxi de él. Y aquí, dejas al lector frustrado. Tiene que decidir del desenlace él mismo.
    ¡Me gustan estos cuentos con un final abierto…! Dan la impresión de que el escritor relata una parte de los acontecimientos y deja al lector la libertad de participar con su parte. ¡Interesante!
    Has basado “ZAPATOS” sobre una secuencia de cortometraje, pero, con tu imaginación, has conseguido unas descripciones detalladas, con un vocabulario rico y un buen desarrollo de la historia.
    ¡Me encanta!
    ¡Enhorabuena amigo!
    Rkia

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  2. Anastasio,leyendo tu cuento literalmente he repasado la parte del corto que hemos visto en el taller de septiembre,pero esta vez tu imaginación ha alentado los imágenes con vida y carácter.Estos imágenes planos,mudos han empezado a contar historias de mucho más que 2 dimensiones o de 3 minutos.Me ha gustado mucho cómo los narras.Además hay palabras nuevas para mí.El placer de leer este cuento está aumentado por saber cómo tu texto ha logrado corresponder al corto.

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  3. Hola Anastasio
    Tu texto me gusta mucho, sobre todo las descripciones del entorno donde sucede el cuento, las precisiones sobre actos y situaciones vividas por las protagonistas y también la facultad de transitar de un personaje a otro con fluidez.
    He aprendido mucho en vocabulario y la sintaxis gracias a la riqueza de tu texto.
    Muchas gracias
    Brahim

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  4. Que imaginacion Anastasio!! Todos los detailles que hay en tu texto son impresionantes! Y que version mas optimista ! Yo habia imaginado algo mas tragico! Me gusta mucho tu descripcion de lo que se escondia detras del silencio que reinaba en la pelicula, le da un toque especial, le hace mas viva , aunque la pelicula era muy expresiva . Espero el siguiente!

    ResponderEliminar
  5. Muchas gracias queridas compañeras y compañero. Vuestros comentarios me halagan y me dan energía para seguir "intentando escribir".

    Muchas gracias de nuevo,
    Anastasio

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