Una vez en la plaza que había indicado un momento antes al chofer, puso su equipaje ante ella para vigilarlo y apretó fuertemente el bolso de mano bajo su axila. Miró hacia la derecha, luego hacia la izquierda y tuvo un sobresalto. No reconocía el barrio. En vano, frunció el ceño haciendo un esfuerzo mental. Minutos después se dio cuenta de que todavía no se había movido de su sitio y que molestaba a mucha gente que se apresuraba para tomar un taxi. Unos le pedían perdón para pasar. Otros querían saber si ella también estaba en la cola. A los primeros les decía: «Pase, pase» y a los segundos: «No, acabo de bajar». Otra vez volvió su cabeza en todas las direcciones y sintió un ligero mareo. Su ropa, a pesar del frío, era demasiado gruesa y la hizo sudar. Ojeó el álbum de las imágenes grabadas en su cerebro en busca de la sombra de alguna imagen de un lugar para situarse. Sabía que había estado varias veces de visita en casa de sus parientes, pero ahora solo chocaba contra un doloroso vacío. Sintió hacia sí misma una ola de enfado y de rabia por su incapacidad de evocar cualquier recuerdo o referencia. Todas las calles se parecían. Cruzó a la acera de enfrente. Se detuvo cerca del carrito de un vendedor ambulante que vendía almendras, nueces y cacahuetes tostados. Una llovizna empezó a mojar el suelo. Como para añadirle más complicaciones, la claridad del día disminuía poquito a poco. La muchedumbre le provocaba mareos, pero también le garantizaba cierta protección y era menos hostil que las callejuelas del barrio. De repente, se acordó de su celular y, mecánicamente, sus manos temblorosas empezaron a buscarlo mientras seguía mirando a su alrededor. Lo encontró y se quedó pálida. Se puso la mano delante de la boca para impedirse a sí misma un grito y solo dijo: « ¡No puede ser!». El aparato se había quedado sin batería y no podía, ni siquiera, llamar a sus familiares para que fueran a buscarla. Un repentino dolor de cabeza le imposibilitaba encontrar con lucidez una salida a su situación. El vendedor, que la vigilaba de reojo desde que ella se había detenido a menos de un metro de su carro, le propuso cargarle el teléfono en la tienda de enfrente. Ella lo siguió con las piernas débiles que ya le flojeaban y algo desconfiada. Se preparó para esperar, apoyándose contra la pared, pero tuvo la impresión de que el suelo se movía. Cuando abrió sus ojos, estaba todavía delante de la tienda, pero ya sentada sobre una silla. Alguien le daba agua mientras le informaban de que se había desmayado. Continuaba lloviendo y ella seguía encontrándose frente al hoyo apocalíptico que se lo tragaba todo. En el crepúsculo y a poca distancia de ella, sonó el teléfono de la casa donde se la esperaba. La voz de un hombre preguntó si reconocían el número desde el que llamaba y, al otro lado del aparato, confirmaron que sí. El hombre precisó que se llamaba Slimane y que debían ir a buscar a la persona cuyo teléfono estaba usando para comunicarse con ellos. Les indicó cómo llegar hasta él y añadió que hacía muchas horas que la pobre mujer estaba en la plaza y que se estaba mojando y...
Rabat, 5 de diciembre de 2016.
Inspirado en “La lengua de las mariposas” de Manuel Rivas, y en “El maestro suplente” de Julio Ramón Ribeyro, así como en hechos reales.
Rkia, me gusta mucha tu cuento que refleja una realidad dolorosa que viven ahora un gran nombre de familias. Esta situación es una drama para cada familia y para la persona enferma.Esta enfermedad, consecuencia del estrés, de la tensión y de la senectud.
ResponderEliminarEl texto es claro, muy fácil a leer, y trata de un caso social en la sociedad moderna.
Bravo Rkia!
Bahia
Un texto bonito y triste, una amarga realidad de esas personas mayores, que ademas del peso de los anos tienen que soportar los malos caprichos de la memoria, un texto muy realista , muy humano y que te ha salido del corazon.
ResponderEliminarmuy bueno Rkia
Felicidades
Iman
Un texto bonito y triste, una amarga realidad de esas personas mayores, que ademas del peso de los anos tienen que soportar los malos caprichos de la memoria, un texto muy realista , muy humano y que te ha salido del corazon.
ResponderEliminarmuy bueno Rkia
Felicidades
Iman
Hola Rkia!
ResponderEliminarAsí va el destino de cada uno:hacia del aún desconocido futuro,y muchas veces- un triste futuro,que a veces,es más triste para los parientes,que para los que están enfermos.Has transmitido bien la incomprensión y la impotencia de la señora ante lo que le pasa, sin saber cómo actuar.
Saludos
Bahía, Imane, Albena,
ResponderEliminarOs agradezco mucho vuestros comentarios y por animarme siempre.
Alzheimer es un mal muy duro para ambos: los parientes y la persona que padece de la enfermedad.
(Roe el cerebro, borra la memoria y deja un vacío espantoso…)
Otra vez, gracias amigas.
Rkia