Antes de verlo, sentí su mirada. Nunca había
sentido una mirada tan intensa, ¡casi me quemó la piel! Era la primera de otras
que serían muy numerosas durante un cortejo que se prolongó más de seis meses.
De la época de donde yo venía, una mujer bien educada no debía mostrar su
indulgencia para frecuentar a un hombre hasta pasados seis meses.
Pero, desde el primer día, sentí tanta curiosidad
que no pude resistirme y entreabrí los ojos para ver quién era aquel
impertinente. Cuando descubrí que se trataba de un hombre encantador y que
parecía muy respetuoso, mi cólera desapareció inmediatamente. Luego descubrí
que también estaba enamorado, no solamente
porque me lo dijo después, sino porque se comportaba de tal manera que no lo
podía ignorar. Venía a visitarme cada día a la hora en que se abría el museo,
se sentaba en el banco frente al cuadro donde yo aparecía pintada y me
contemplaba amorosamente. Poco a poco fui abriendo más y más los ojos y le
empecé a devolver muy discretamente sus miradas. Luego, cuando ya no había
nadie en la sala del museo, él empezó a hablarme. Me decía cosas tan hermosas
que yo también acabé enamorándome de él. Deseaba tanto estar a mi lado que
hubiera intercambiado alegremente su propia vida con la del hombre que me
besaba en el lienzo.
Al cabo de menos de seis meses, consentí en hablar
con él. Y en verdad era una persona muy interesante. Era profesor de Historia
del Arte y quería saberlo todo sobre mi vida y mi época. Cuando le confesé que
yo también era pintora, además de modelo, su amor por mí aumentó y se alegró de
que tuviéramos más cosas en común.
Al cabo de un mes de continuas charlas, un día que
la sala estaba desierta, salí de mi pintura y me senté a su lado en el banco.
Nuestra alegría de vernos así reunidos fue tan intensa que, sin darnos cuenta,
nos abrazamos tal y como en el cuadro de Klimt.
¡Qué felicidad! ¡Después de un siglo atrapada
entre los brazos de un hombre de tela, frío y plano, por fin podía abrazar a un
hombre real, tibio, que me amaba de verdad y me besaba de una manera, al mismo
tiempo, tierna y apasionada! ¡Exactamente lo que quería expresar el pintor y lo que yo buscaba en la vida real!
Muy pronto establecimos un plan para que yo
pudiera huir de aquella dorada prisión.
Esa misma noche, cuando se cerró el museo, fui a la tertulia que
organizábamos los personajes de los cuadros en la gran sala todos los sábados.
Sabía que iban a asistir también pintores salidos de sus autorretratos y quería
pedirles ayuda. Necesitaba “un doble” de papel o de tela para ponerlo en mi
lugar en el lienzo de Klimt, afín de no despertar sospechas demasiado pronto.
Pero ninguno de los hombres presentes quiso ayudarme, pues eran muy orgullosos
y alegaban que ellos no eran “falsificadores”, hasta que vino Frida Kahlo y me
dijo: «No te preocupes, son todos unos “machistas” y te
envidian porque tienes la valentía de empezar una vida nueva… Yo misma voy a
pintarte un doble».
Esa mujer tenía tanto talento que el doble que
ella hizo se me parecía más que el original, es decir, yo misma, así que hasta
ahora, nadie se ha dado cuenta del cambio. A la mañana siguiente, mi amado vino
y, después de hacer un guiño a Frida, salimos de la mano bajo la mirada
indiferente de los guardias del museo. Una vez en la calle, me dijo riendo: « ¡Qué suerte que Klimt no te pintara desnuda! ¡Hubiera sido más difícil salirte de ahí!».
Un día le pregunté la razón de su perseverancia y
cómo había llegado a saber que yo y otros personajes de lienzos podían salir de
los cuadros. Él se puso a reír y me dijo: «Esta
noche vamos a cenar con un amigo mío y su novia y comprenderás en seguida.»
Efectivamente, cuando entramos en el restaurante y
vi a la novia de su amigo, reconocí inmediatamente al famoso modelo de Rubens
que se encontraba en uno de los lienzos de la sala vecina a la mía en el museo.
Además nos habíamos cruzado también en las tertulias del sábado. Durante
aquella velada, les pregunté más detalles y este fue el relato que nos hizo el
amigo:
«En el manicomio donde trabajo como médico, había
un paciente que pretendía haber asesinato a su esposa durante una crisis de
celos porque la había reconocido desnuda en una pintura de Rubens. Él fue el
último de los pacientes que había visto esa mañana durante mi visita cotidiana.
Dejé al pobre loco y volví a mi
despacho. Cuando abrí la puerta, la primera cosa que llamó mi atención fue el cuadro de Rubens que estaba colgado en
la pared. Mi predecesor lo había dejado hacía mucho tiempo (antes de
desaparecer misteriosamente) pero nunca le presté la más mínima atención hasta ese día. Me concentré en el modelo y
empecé a comprender mejor las palabras del loco cuando describía su amor por su
mujer porque yo en ese instante sentía la misma atracción por la mujer del cuadro. No podía arrancar los ojos de
aquella maravillosa criatura, y además tenía la curiosa impresión de que ella
también me miraba. Pero mi sorpresa llegó al máximo cuando ella salió tranquilamente
del cuadro y me habló diciendo: “¡Por fin, te has dado cuenta de mi existencia!
Hace mucho tiempo que yo te miro amorosamente pero tú estás siempre pensando en
tus pacientes, no prestas atención a las mujeres de tu entorno”. En un breve momento de pánico,
pensé que la manía del loco por Rubens y su modelo era contagiosa y que yo
necesitaba urgentemente vacaciones. Pero ella siguió hablando y me contó la
verdadera historia. El loco no era totalmente loco, ese día en el museo él la
había reconocido de verdad; y mi sorpresa fue aumentando mientras ella me
explicaba cómo podía viajar en el tiempo y el espacio a través de los cuadros
de Rubens (¡aunque esa es otra historia!).
No me acuerdo del final de su
historia ni de cómo había conseguido escapar al pobre loco que la quería matar
ni de lo que ocurrió esa tarde en mi despacho. Lo más importante es que ahora
soy el más feliz de los hombres viviendo al lado de la mujer más hermosa y más
inteligente del mundo. Aún siento a veces un poco de celos, aunque no me atrevo
a mostrarlo porque sé que ella no soporta el sentido
de posesión y podría desaparecer otra vez en cualquier momento y más fácilmente
que antes. Sobre todo ahora que es la modelo más famosa del mundo de la moda y
que sus fotos aparecen en formato gigante en
todas las paredes de la ciudad».
Cuando acabó de hablar, miré a las mujeres que
había en la sala del restaurante y le dije a mi compañera del museo: «¡Pues creo
que hemos hecho bien en salir de nuestros cuadros del siglo XXI! Aquí, las
mujeres tienen ahora una vida mucho más interesante y muchos más derechos que
en nuestros respectivos siglos».
Amal Khizioua
Septiembre-noviembre de 2017.
Actividad realizada a partir del
cuento “Un desnudo de Rubens” (Historias de locos, 1910) de Miguel Sawa.
Amal:
ResponderEliminarQué cuento tan interesante y qué trama tan bien creada. Superas al inspirador de este cuento, aunque no le quiero robar talento a M. Sawa. ¡Gran imaginación la tuya! Tu relato es entretenido, sorprendente, fantástico...
Amal
ResponderEliminarSiempre nos sorprendes con la originalidad de tus textos llenos de intriga, de imaginación y de humor.
Me ha gustado mucho tu cuento, y me ha alegrado volver a leer algo tuyo, espero el próximo.
Un beso
Iman
¡Continuas a sorprendernos con tus cuentos maravillosos!
ResponderEliminarEnhorabuena
Bahia
Hola amal me gusta tu cuento de una hostoria de amor maduro atentivo y realista.
ResponderEliminarBeso
Abdelkrim
Amal, sabiendo de dónde has empezado componer esta interesante historia muy tuya de retratos animados, aprecio aún más dónde has llegado. Bravo por la idea de la trama, la que, para mí, es el núcleo atrayente y original de tu cuento. Es verdad, que simbólicamente los amantes de bellos artes pueden alentar con su aprecio y su conocimiento los cuadros más preferidos, hasta que ellos tomen para sus amantes una "verdadera vida".
ResponderEliminarAlbena