El día de la presentación de mi tesis doctoral, me
levanté a eso de las cinco de la madrugada. Al principio, el timbre del
despertador me acarició el cerebro y luego, de
golpe, me tiró de las meninges. Me arranco de mi pesadilla
en la que me veía como si fuera un cordero
rodeado de lobos feroces. Me puse de pie de un salto, como en el servicio
militar cuando la trompeta matinal se hacía oír en
todo el cuartel. Al despertar, me dije: «Menos mal que era solo una pesadilla».
En ese momento me di cuenta de que era “el día del
mi juicio”.
Ocho años de carrera universitaria iban a desfilar
durante solo cuarenta minutos delante de una comisión examinadora.
Y yo iba a exprimir y extraer todo el jugo de conocimiento que había cosechado. Me dispuse a salir después de haber
tomado un café solo para animarme porque mi estómago rechazaba
cualquier alimento a causa del mal sueño que había
tenido, pues apenas había dormido cuatro horas, y
porque todo me parecía un medicamento amargo y
venenoso. Antes, recogí mis documentos para
revisar. Tenía la impresión de que todo lo que había estudiado, tanto los datos de investigación como el idioma en que iba a hablar, se
había ahogado en un mar profundo y sentía que yo había perdido
la aptitud de zambullirme en aquel mar tan profundo del cual debía sacar todo
lo perdido.
Ya eran las seis de la mañana y aún no había
empezado a revisar, aunque solo quedaban tres horas para la presentación.
Primero pensé que debía ir bien vestido y
afeitado porque la primera y buena impresión es la
que cuenta y la más importante. Al mirarme en el espejo, vi mi reflejo, el cual
no se parecía en nada a mí. El tipo del espejo
tenía una cara pálida, algunas arrugas rodeaban
sus ojos. Tenía aspecto de ser una persona que nunca había
dormido. Los signos de miedo y de nervosidad resaltaban en aquel rostro. Me
dije: «Esa persona no soy yo. Yo soy más valiente, no tengo miedo de nada ni
tampoco me pongo nervioso cuando debo enfrentarme a la gente en el momento de
presentar la obra de mi tesis». Durante tres meses había
estudiado y ensayado casi todas las técnicas posibles
acerca de cómo presentar, saludar e incluso cómo hablar con seguridad…
Entonces me puse guapo. Recogí
mis documentos y me fui al anfiteatro donde debía ser el evento. Entré con
soltura por la puerta principal para sentirme la persona importante que la
gente esperaba. Mi jefe de estudios y unos compañeros míos
estaban allí esperándome para ayudarme a poner en
orden mis ideas y a darles el toque final. De vez en cuando me alentaban y me
animaban transmitiéndome un sentimiento de fuerza. Me sentía como si me fuera a
la guerra de los Cien Años. Tenía la sensación de
que me estaban cargando con las armas más sofisticadas
para afrontar al enemigo. Me sentía pesado. Solo
que no me sentía con fuerza para cargar con todo aquel peso.
Una media hora antes de la presentación,
comenzaron a entrar las primeras personas de la audiencia.
En ese momento, mis piernas se volvieron flojas, la sangre me subió al cerebro y me vació el corazón,
que a su vez empezó a latir violentamente. Sentía
una tensión arterial intensa. Me hubiera gustado
que el suelo se hubiera abierto y haberme hundido en el agujero. A medida que la hora de mi
desgracia o mi fortuna se acercaba, sentía que
ascendía a las nubes y que olvidaba todo lo que había preparado.
No veía nada en la sala. Mi memoria cayó en un vacío negro. Mis gestos y mis pensamientos no me pertenecían.
De pronto, desfiló en
mi mente la cara del reflejo que había visto en el espejo en el momento de
despertarme. Pensé que tal vez el personaje que representaba esa cara fuera más
valiente que yo delante de un auditorio ya lleno de gente. Entonces, recogí del suelo mi memoria y mi valentía. Me cargué de energía
y me armé de coraje cuando vi entrar a los miembros de la comisión de evaluación.
Al principio, los miré uno a uno. Me di cuenta de que no reconocía a nadie, aunque estaba acostumbrado a esas
caras. Me parecía que eran frías y que me miraban con
ojos sin luz y sin piedad, como si fueran a pronunciar una sentencia a muerte
en la horca.
Los miembros de la comisión
empezaron a cuchichear entre ellos. De pronto, el
reflejo del espejo me dijo: «Ahora es el momento de ser poderoso y de invadir
a la audiencia con tus armas. No dejes que esos
miembros de la comisión te den la palabra. Hazles
sentir que eres el jefe del evento. «Pero ¿cómo hacerlo si ellos son mis
profesores y directores de estudios», le respondí yo al
reflejo. De pronto, tuve una idea. Esa idea seguramente me había sido
transmitida por un ángel. Primero, me hice el
indiferente, luego di unos toquecitos sobre la
pizarra con la punta de una batuta que tenía para llamar la atención. Todos los presentes se callaron poco a poco.
Un silencio infernal inundó la sala. Un silencio asesino empezó a hacer ruido.
Me sentí como si fuese a gobernar
un reino y fuera un rey que había olvidado su mandato.
Inesperadamente vi a mi novia entrar por la puerta
delantera y me hizo un guiño amoroso. Sentí entonces un
par de alas que me sostenían y que me invitaban a volar por el entusiasmo que me procuraba su presencia.
Me dije: «Ahora no puedo fallar. Voy a mostrar lo
caballero que he sido y lo caballero que seré. A continuación,
como si llevara una varita de mago me atreví a presentarme yo mismo y a anunciar el título de mi investigación.
No me percaté de cuándo empecé ni de cuándo acabé, hasta que oí irrumpir un trueno de aplausos. Volví a la razón y recobré la memoria cuando mi novia vino corriendo a felicitarme
y me abrazó. Después , durante un buen rato tuve que responder a un gran oleaje
de preguntas y críticas del jurado. Como si aquellas olas no bastaran, empezaron
a dispararme con reflexiones y observaciones insignificantes. Pero yo estaba rígido y me defendía con rigor, dirigiéndome
directamente a la respuesta que suponía
correcta y tomando de vez en cuando el aire que
me faltaba. No sabía cuándo acabaría aquella agotadora
tortura. Estaba a punto de desmayarme cuando el jurado se levantó y se retiró a
otra sala para la deliberación.
BELKACEM KARKOUR
Rabat, 28 de abril de 2018
Actividad de escritura basada en el motivo de la
historia de “Mi primer concierto” de Felisberto Hernández.
¡Hola Belkacem!
ResponderEliminarMe encanta «Un día angelical» y mucho más tu descripción de momentos intensos y tensos que preceden la presentación de una tesis doctoral. Y para mi el titulo no lo deja sospechar. Y después se descubre que es en referencia al ángel de guardia, entonces…
Solo durante de la lectura casi se palpa el estado de nervios y de estrés y de «tortura»del narrador. (Supongo que es él mismo el autor).
Un texto bien estructurado y rico en estilo, en vocabulario, en forma y en contenido.
¡Enhorabuena y bienvenido en el Blog del Taller!
Rkia.
Señor Belkacem,
ResponderEliminarno tengo el gusto de conocerte, o sí, porque este relato es tan intenso que parecía que me lo relatabas mientras compartíamos un café. Me gusta lo del silencio que hace ruido. Bravo.
Me ha encantado y me ha recordado a cómo me sentí en una situación parecida.
Alberto Mrteh (El zoco del escriba)