Cuando me vine a vivir a Marrakech, fui
bien acogida por la familia del pachá de esta gran ciudad, en el barrio de la
casba. Este barrio, el más prestigioso de la ciudad, que se halla cerca del
palacio del Rey. Esta familia me ofreció un techo, alimentación y, sobre todo,
protección. Eso es todo que gané. Mi función se limitaba a ayudar a la
cocinera. Yo era una chica de quince años, sin educación, sin experiencia de la
vida. Mis padres eran originarios del campo; no poseían ninguna riqueza. Hace
diez años, la sequía cortó la posibilidad de vivir en el campo; y también, la
de satisfacer las necesidades primarias. Toda familia buscaba una ocupación en
las ciudades más cercanas. Esa fue la razón de que mis padres decidieran
enviarme a la ciudad para trabajar y vivir; así, habría una boca menos que
alimentar. La preocupación era salvarme de la pobreza. Seguro que no era fácil,
pero con la ayuda de la intermedia “Madre Fatna” podía acceder a “Dar el
Pacha”.
- ¡Qué suerte! Tengo una habitación sola,
y ahora voy a aprender cómo hacer los platos más famosos para la comida de los
señores.
La pieza en que yo me alojaba estaba en
el sótano, con una cama, una mesita y una ventana, desde la que podía ver el
gran jardín de esta casa –aunque podríamos llamarlo “este pequeño palacio”–. No
se parecía en nada a mi casa de campo donde yo nací.
Tenía mi vida dividida, como si fuera dos
personas diferentes: una vida de antes, en mi casa con mis hermanos y padres; y
otra aquí, con la famosa cocinera y el resto de chicas de este nuevo lugar.
¡Qué suerte tuve! La dueña era muy amable
conmigo.
Durante algunos años, aprendí todo sobre
la gastronomía más famosa de la ciudad gracias a la “Madre Yacout”. También,
como era la favorita de la dueña, esta me dio la posibilidad de aprender a leer
y a escribir. De esta manera, pude empezar a leer libros y escribir, algo que
yo había deseado siempre.
- ¡Qué suerte tengo! Ahora soy como una
chica de la ciudad.
El pachá, un hombre que tenía mucha
influencia en el gobierno, era también un hombre muy sensible y caritativo, y
me propuso a aprender la música y a escribir poesías. Y lo hice sin dudar ni un
segundo.
Mi vida en este palacio me cambió por
completo. Ahora, soy una mujer con educación, con una nueva visión de la vida. Yo
misma estoy impresionada por este cambio. Hasta que, un día, apareció el hijo
del pachá. Era un hombre muy guapo, de gran altura, muy educado. Venía de
Francia, donde había terminado sus estudios.
Desde la primera vez que lo vi, comprendí
que aquel hombre sería el amor de mi vida. Pero ¿cómo era posible? Yo era tan
solo una chica del campo, pero él era el hijo del pachá. Bueno, dejemos que el
tiempo haga lo mejor para todos, me dije a mí misma.
- ¡Tengo una ventaja! ¡Su madre y su padre
me aprecian! Eso es algo positivo. Pero ¿cómo puedo ganarme su corazón?
Aquella era la pregunta más importante.
En aquel momento, yo ya era una chica muy
educada: tenía mis lecturas, componía poesías, dominaba la música. Podía
discutir sobre diferentes temas: economía, política, escritores, poesías y
novelas.
¿Podría confesarle mi amor a ese hombre?
- Creo que sí –me dije.
Un día, cuando Ali estaba paseando por el
jardín del palacio, me vio sentada en un banco y me dijo si podía contarle cómo
había sido mi vida allí. Me desbordó la alegría.
- ¡Tengo una oportunidad que no puedo
perder! –me animé a mí misma. Y empecé a contarle toda mi vida hasta aquel
instante.
Ali se mostró muy impresionado.
Con cada encuentro, nuestro amor se fue
convirtiendo en un amor profundo. Así que solo necesitábamos el consentimiento
de sus padres.
¿Qué podíamos hacer? La decisión estaba
en sus manos, yo soy una chica del campo.
Todos en palacio sospechaban que había
algo entre nosotros dos, pero no podían decir nada hasta el día en que Ali
pidiera el consentimiento de sus padres. Y ese día llegó.
- Dios mío, ¿qué vas decirles?–le
pregunté.
Ese día era un día de fiesta. Toda la
familia del pachá estaba reunida en el palacio. Nosotras habíamos preparado
muchos platos y pasteles por la mañana, aunque era el resultado del trabajo de
dos semanas. Aquel famoso día, cuando ya se habían servido la comida y el
postre, Ali se levantó y dijo:
- Prestadme vuestra atención, por favor.
Quiero decir algo que reservaba para esta ocasión.
Toda la familia se calló de repente. Ali
me llamó, me cogió la mano y dijo:
- Ghalia y yo estamos enamorados y quiero
casarme con ella. Quiero aprovechar esta fiesta para pedir su mano; desde
luego, con el permiso de su padre y de mi familia.
Un silencio muy pesado reinó en la sala.
Mi corazón estaba en su apogeo. Claro que quería casarme con él, pero…
Todo se volvió muy confuso, porque yo
sabía que tenían varias chicas en la familia, muy educadas, bellas… Pero él me
había elegido a mí. A mí, una chica del campo, pero educada también. Lo que me
importaba entonces era la opinión de sus padres; sin embargo, la de mi familia…
Yo sabía que, para ellos, era un honor casarme con el hijo del pachá.
Al cabo de pocos días, el pachá me
convocó en su despacho para hablar conmigo. Sabía por qué… Pero, a veces –me
dije– el amor puede ganar. Cuando hablé con él, no sentí ninguna diferencia de
nivel social. Se mostró muy cortés, amable:
- Ghalia, tu nombre define algo precioso
y mi hijo es un hombre, una persona, con muchas cualidades. Lo que quiero decir
es que su mujer debería ser una persona que pudiera amarle profundamente, sin
tener en cuenta su nivel social, ni su riqueza. Tú perteneces a esta casa, aquí
tienes todo lo que puedas desear: educación, una vida interesante en sociedad,
buenas maneras… Y todo lo que se te pueda pedir para ser elegida como esposa de
mi hijo.
- ¿Qué opinas?
En ese momento no pude decir ni una
palabra. Y como dice el proverbio “El que calla otorga”. A veces sí, pero a
veces es el hilo de la reflexión. La conclusión acerca de aquella situación es
que no podía aceptar aquel matrimonio por muchas razones: las diferencias
sociales entre nuestras familias, la degradante mirada de sus primas, el sentimiento
de inferioridad que iba penetrando en mí frente a aquel matrimonio.
Todo se enredaba en mi mente y no podía
dar una respuesta convincente para rechazar el matrimonio.
- ¿Qué quiero?
La verdad es que el amor tiene el poder
de borrar todas las imperfecciones de la sociedad.
En Dar el Pachá he aprendido mucho, todo
lo que una chica del campo podría pedirle a Dios: el comportamiento de las
mujeres de la gran esfera, la lectura, la escritura, la música, el arte de la
gastronomía…
Ahora me veo a mí misma ante la vanidad
de aceptar este honorable matrimonio; de lo contrario, debería abandonar este
palacio…
Bahia Omari
Febrero de 2016
Actividad basada en motivos
de relato “Hotel Almagro” de Ricardo Piglia.